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Un amigo de León

Adolfo Suárez: ¿Que si nos acordamos?

El próximo 23 de marzo se cumple un año del fallecimiento del ex presidente del Gobierno, Adolfo Suárez. Después de un tiempo de tragedias familiares y desengaños políticos, que él no recordaba, nos dejó. Es cierto que los hombres pasan, pero las obras permanecen y, aquí, hay obra para rato, y no me refiero a la de construcción.

Archivado en: Maximino Cañón, Adofo Suárez, presidente, UCD, CDS

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Maximino Cañón
20/3/2015 - 03:30

Aún estoy viendo y oyendo a la gente clamando en las calles de Madrid: ¡Valiente! ¡Honrado!, ¡Presidente!, que en ese momento, creo, representaba a la mayoría de los españoles de diferentes ideologías que, a la vista de cómo caminaban las cosas, volvíamos la vista atrás para ver que todavía quedaban gentes buenas y eso que no eran tiempos para el lucimiento ni para las prestancias. Había gente, cosas de la edad, que no sabían quién era Adolfo Suárez y eso sí que me resultaba procupante. Por eso, y por todo lo que hizo y que nunca se le reconocerá bastante, es por lo que creo que cuando llega esta fecha, en la que el nos dejó, aunque su mente ya lo había hecho con anterioridad, conviene sacar del baúl de los recuerdos a ese nombre; Adolfo Suárez, que teniéndolo casi todo en contra supo enfrentarse a los suyos; a los que creía que lo eran; a los rivales y a mucha de la opinión pública, bisoña en el campo de la naciente política democrática, que si bien le aceptaron como el primer presidente de Gobierno, nunca dejaron de segarle los pies, por ver si cojeaba y otros se ponían sus zapatos.
Pero entonces, cuando casi todo era miedo, saltó a la arena política con valentía para hacer que unos y otros se abrazaran y lograran que la paz, tan ansiada, se asentara en esos primeros y convulsos momentos de incertidumbre y de alta inflación. La verdad era que casi todos lo que no habíamos padecido la maldita guerra opinábamos con fiereza sobre lo desconocido, buscando fallos por doquier, como si toda la vida hubiéramos vivido en democracia. Después vinieron otros tiempos y trajeron aires nuevos y pretensiones viejas. Se destaparon los tarros de lo guardado, unos de un lado y otros de otro, pero lo cierto es que, poco a poco se perdió el recelo, y aunque en muchos casos se aceptaba el Gobierno resultante de la urnas, por dentro, cada uno rumiaba lo que creía que era: yo siempre fui de izquierdas, yo de derechas decía otro y los más, por, quizá miedo, decían yo ni de un extremo ni de otro, soy de centro.
Como una vez Suárez dijo en persona, y que le resultaba preocupante, era que muchos al preguntarles de que partido eran contestaban: ¡Yo, soy de Suárez¡ Lo cierto fue que de una manera y otra , la cosa fue saliendo para adelante, aunque algunos provenientes de otros tiempos lo admitían a regañadientes, pero no lo aceptaban soñando con la llegada de un Mesías. Aún recuerdo como un empleado de un organismo de la época, encolerizado con otro de ideologías enfrentadas, dijo: Yo a este Suárez no lo trago, aunque reconozco que nunca viví como ahora. ¿En qué quedamos? Me pregunté. Es que los adoctrinamientos de cualquier signo son dañinos y obnubilan la mente. A lo que íbamos, no me referiré a lo que pasó dentro de sus mandatos, pero si me acordaré, para que otros, que entonces no habían nacido y ahora creen que todo el monte fue orégano, sepan que en todos lo sitios cuecen habas y en algunos a calderadas. Con el paso de los años, y con el privilegio de haberlos vivido con buena memoria, y la vista de lo que hoy día se vislumbra, Adolfo Suárez, Presidente: ¡como para olvidarte!

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