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Besos cargados de demagogia

Un circo. Nos estamos acostumbrando a que situaciones y momentos que hasta ahora gozaban de cierta solemnidad se conviertan en auténticos circos. Lo hemos visto en el debate de investidura de esta semana en el Congreso de los Diputados. El líder socialista, Pedro Sánchez, no ha conseguido en primera vuelta ser investido presidente del Gobierno de la nación. Se ha quedado muy lejos de la meta. Lo que se esperaba. Sólo Ciudadanos ha apoyado al PSOE, según el pacto que ambos habían suscrito días antes. Todos los demás han votado en contra, salvo la abstención del simbólico voto de Coalición Canaria. Hoy se espera, salvo milagro, más de lo mismo en la segunda vuelta de la votación de investidura. Los dos extremos, Podemos y el PP votarán juntos en contra del PSOE y Ciudadanos. Será el fin de Pedro Sánchez. Todo un Quijote.

Martínez Carrión
04/3/2016 - 19:07

Y, entre medias, el circo, el beso entre el líder de Podemos y el de Compromis de Valencia. Un abrazo en mitad del hemiciclo y un beso en los labios. Son chicos jóvenes, desinhibidos, modernos. Estaban eufóricos y estrenaban debate, legislatura, presencia en las Cortes y, sin duda, se han dejado llevar por la emoción de principiantes colegiales. Abrazos y besos en los morros. No es muy frecuente entre hombres, pero con estos chicos nuevos, antisistema, ácratas, rompedores con los establecido, rompiendo moldes, todo está permitido todo, incluso demostrar su euforia con besos íntimos, en los labios. Son el gesto de la nueva política y el rechazo a las corbatas de la vieja casta. Y, el beso, delante de todos, a los pies de la tribuna del presidente del Congreso y delante del banco azul del Gobierno, ante las cámaras de todas las televisiones del mundo. Un beso, un gesto, calculado y ensayado. El ministro Guindos, un clásico de la heterodoxia, con los ojos bien abiertos asistió como testigo directo a la escena del beso. Un representante de la vieja casta ante los nuevos modos de los rompedores de las formas. Y, al final, ¿para qué?, para que el sentido del voto de Guindos y el de Pablo Iglesias haya sido el mismo. La pinza de los extremos contra el candidato Sánchez, junto al líder de Ciudadanos, Rivera.
Este beso, que es más que una anécdota y es el símbolo de unos nuevos modos de ejercer la política, me recuerda al beso del juicio de hace unas semanas en León por el asesinato de la presidenta de la Diputación, Isabel Carrasco. En este juicio, como se ha visto, ha habido más circo que solemnidad. Es el sino de la actualidad española. En una de las sesiones del juicio se desveló que los sesudos y veteranos policías de Burgos, al terminar el duro interrogatorio a las acusadas Monserrat y Triana, no dudaron en despedirse de ellas con besos en las mejillas. Qué cambios de los métodos policiales. Ahora los policías se despiden de sus interrogadas con besos. Fueron besos de cargados de complicidad y esperanza, que se convirtieron en puñales afilados. Pero eso es ya otra historia.
El mismo beso convertido en acerada saeta que se dieron los dos líderes de Podemos en mitad del hemiciclo el pasado miércoles. Son besos cargados de demagogia y de estrategia calculada. Besos cargados de mensaje. Con ese símbolo, con ese beso cargado de euforia íntima, se ponía de manifiesto el fracaso de la investidura, la derrota absoluta del candidato Sánchez y la consecuencia última de que habrá elecciones generales antes del verano. Fue el beso del cierre del primer gran mitin de la próxima campaña electoral. Un beso que ni quita ni pone presidente del Gobierno, pero ayuda a Pablo Iglesias.

 

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