Puenting: viviendo al límite
He dedicado estos días a la aventura radical, la vida al límite, los deportes de riesgo. Me he lanzado al puenting, esa actividad que consiste en dejar de trabajar el miércoles por la tarde y no volver a hacerlo hasta el lunes por la mañana, una actividad de mucho riesgo porque así se descubren las delicias de una vida muelle y no hay quien vuelva al tajo.
El jueves me fui con Jon y Eider a pasear por el robledal de Lizarraga, en el valle navarro de Unziti. En la foto podéis verlos a los dos, al final del paseo, en pleno ejercicio del puenting y viviendo la vida al límite (es decir, la vida en su límite inferior: el sosiego del protozoo).
Y hoy, sábado, he celebrado la primavera en Aralar con una excursión de cuatro horas y media, soleada y gloriosa. Desde Amezketa (puente de Berazeaga, 450 m.), he subido por el desfiladero de Arritzaga entre cascadas, hasta los restos de las viejas minas. De allí, rampa-rampa, hasta la cumbre del Artubi (1.262 m.). Me he asomado un poco al espolón vertiginoso del Balerdi (1.195 m.) y he bajado por Zabalegi de vuelta a Amezketa. Un gustazo.
Las siguientes fotos son: 1) los restos de las minas de Arritzaga; 2) la cresta de Balerdi, cuyo extremo cuelga casi mil metros sobre el valle navarro de Araitz. En esa cumbre se aprecia la figura de un hombrecito. La foto está tomada desde el punto en el que los afectados por el vértigo asumimos una grave responsabilidad: nos quedamos aquí, sin cruzar esa estrecha pasarela sobre el abismo, por si hay que explicar a los grupos de rescate hasta dónde se ha despeñado el cadáver. Lo dicho: viviendo al límite. Pero ni un pasito más, como buenos protozoos.
Publicado el 21 de marzo de 2009 a las 18:30.