Tres valles del Pirineo navarro
Archivado en: Reportajes, Escapadas, Aézcoa, Salazar, Roncal
El número 39 de la revista Euskal Herria -ya en los quioscos- trae el reportaje que escribí sobre tres valles del Pirineo navarro: Aézcoa, Salazar y Roncal.
(Foto: amanecer en el Collado de las Alforjas, en la sierra de Abodi)
Además de las descripciones generales de cada valle, el reportaje incluye una guía práctica con los mejores paseos, senderos, ascensiones, visitas a pueblos... Para ponerse las botas, literal.
Copio un fragmento por cada valle, para ver si os tiento.
AÉZCOA. "Las gallinas corretean por el interior de la iglesia. Bernardo Antxorena entra con un balde de panes duros al antiguo templo, ya desacralizado, y da de comer a sus "bichicos". Bernardo nació en plena selva de Irati, en la casa Antxorena, donde su padre atendía a los leñadores, los carboneros, los arrieros, pero a los 6 años lo mandaron a la colonia de la Fábrica de Orbaizeta porque allí vivían sus padrinos y había "una escuela con una maestrica". De adulto trabajó durante 29 años en Burlada, pero desde que se jubiló pasa temporadas largas en este rincón boscoso de Aézcoa: "Es que en la ciudad no me hago. Necesito volver al valle". Y vive junto a la iglesia abandonada, junto al palacio, el cuartel, las viviendas de soldados y obreros, los almacenes, las carboneras, la carpintería y los hornos de fundición. Son los restos de la Real Fábrica de Municiones de Hierro de Orbaizeta, cuyas ruinas permanecen camufladas por la vegetación, como un templo camboyano, en el fondo del barranco de Txangoa".
SALAZAR. "En el camino nos espera el testigo más viejo de este paisaje: el gran menhir de Arrizabala, ahora tumbado, pero erguido durante siglos como un faro de piedra de cinco metros. Los pastores debían de sentir escalofríos ante este vigía eterno de la cordillera, y le dejaban montoncitos de guijarros como ofrenda, como tributo al misterio. El menhir y un dolmen vecino están enclavados en el Collado de las Alforjas, a 1.430 metros, en un paso natural para atravesar la sierra de Abodi. Así que probablemente serían señales. Pero también eran tumbas. Y quizá espacios mágicos.
Nunca sabremos lo que les pasaba por la cabeza a aquellos primeros pastores del Pirineo, hace cuatro o cinco milenios, pero nos queda la misteriosa tradición de marcar con rocas los enclaves especiales del paisaje. Pensemos en la cercana colina de Muskilda, cuyo nombre parece derivar de muskil, voz vasca que designa los morcueros: montones de piedras para señalizar límites o lugares especiales. Muskilda es otro paso clave entre el valle y la montaña, otro paraje sacro, coronado desde hace nueve siglos por un santuario románico y epicentro de devociones desde antes incluso".
RONCAL. "La carretera sale de Isaba y se cuela por las Ateas de Belagoa, un desfiladero en el que se conservan tres humildes arcos de piedra que saltan de orilla a orilla. El tercero es el puente de Otsindundua, o puente del Ibón, y un panel explica con detalle su historia. Dice el texto que estamos ante una obra vulgar, sin atractivos arquitectónicos, pero tan eficaz como para resistir las turbulencias de cinco siglos. Bajo este arco pasaron probablemente la primera almadía y la última que surcaron las aguas del río Belagoa, que pronto se convierte en el Ezka. El puente también permitió que los roncaleses subieran sus rebaños a los pastos de Belagoa. Por eso los vecinos honran la memoria del albañil Joanes Beltrán y su ayudante Pedro Pérez, porque en aquel remoto 1568 no construyeron un monumento pero sí una obra clave para la vida de los roncaleses.
Aquí saben bien que los caminos son las arterias de un territorio. Y el Roncal, Erronkari ibaxa, es un valle bien irrigado que además lucha contra la arteriosclerosis de los siglos: está recuperando los caminos para ofrecerlos como atractivo turístico y como lección de historia y naturaleza".
Publicado el 10 de abril de 2009 a las 08:00.