¡Que te comas al abuelo! Ya no, mami
Archivado en: Batido de coco, Luis Pancorbo
Cuando escribí aquellas entradas sobre los testimonios humanos en las cumbres de los alrededores (Bianditz, Jaizkibel), volví a pensar en un asunto que siempre me ha intrigado: el empeño que tiene mucha gente en organizar el destino de su propio cadáver.
En cierta ocasión, un amigo dijo que quería que esparciesen sus cenizas en tal monte. Lo dijo muy serio y sin motivo aparente (incluso creo que la Real había ganado ese domingo). Yo nunca he sentido ninguna inquietud por ese asunto. No sé, quizá me surja más adelante, pero ahora mismo no veo mucha diferencia entre que mi cadáver se haga uno con el cosmos o que se lo echen para comer a los perros. Bueno, sí: en el cosmos quizá me encuentre con Paulo Coelho, y eso sí que no.
Por el momento, mi única y leve preocupación es que se proceda con mis restos de una manera barata, rápida y limpia (un chorro de combustible y una cerilla, fluash). No se me ocurre ningún otro deseo post mortem (en realidad, no se me ocurre nada que un fiambre pueda desear). Sí, alguna vez he propuesto que me disequen haciendo muecas, con los brazos extendidos y la mano abierta hacia arriba, y que me coloquen de esa guisa en el recibidor de una casa, para que las visitas puedan colgar sus abrigos y sus paraguas en mis brazos y manos, mientras ríen y comentan la graciosa ocurrencia y sus ganas de imitarla.
Aparte de esas tonterías, no se me ocurría nada más. Hasta que hace unos días, en Tolosa, escuché una interesantísima conferencia del viajero, periodista, antropólogo y gran divulgador Luis Pancorbo, que habló sobre ciertas tribus amazónicas. Dijo algunas cosas sobre los yanomami.
Los miembros de este pueblo amazónico consideran que toda persona tiene un animal que es su doble. Puede ser un jaguar, una nutria, un tucán... Y ambos, persona y animal, corren suertes parejas. Cuando el hombre tiene hambre, es porque en ese momento el jaguar al que está asociado también tiene hambre. Cuando el hombre sale a cazar, el jaguar sale a cazar. Cuando el hombre vomita, es porque el jaguar vomita. Ambos mueren a la vez.
Entonces, tras la muerte, el espíritu puramente humano puede liberarse de la asociación con el animal. Para eso hay que quemar el cuerpo. Sólo entonces se libera el espíritu, que entra en la morada del dios de ultratumba.
Los yanomamis, por tanto, queman los cadáveres. Y queman todos los objetos del difunto: la hamaca, el arco, las flechas, los enseres de cocina... Queman hasta su nombre, de una manera simbólica: en cuanto arde el cuerpo, nadie vuelve a pronunciar el nombre del difunto nunca más.
Y aquí viene lo bueno. Durante el funeral, los yanomamis preparan un banquete con carne y puré de plátano. Mezclan las cenizas del difunto en el puré y se lo comen.
Me parece una idea estupenda. Podemos ir discutiendo el menú. ¿Preferís mezclarme con el colacao y echarme unos crispis, batirme y revolverme con unos huevos y unos hongos suculentos, revolverme en un buen marmitako?
Me gustaría dejaros un buen sabor de boca.
Publicado el 8 de junio de 2009 a las 08:00.