La arenisca negocia
Archivado en: Costa vasca, Begoña del Teso
Cuando paseo por La Zurriola, a veces me acuerdo de Eduardo, un hombre de 88 años al que conocí hace ya bastante tiempo junto al espigón de esta playa. Me contó las batallas del frente del Ebro; los fusilamientos de su padre, su hermano y tres primos; el exilio de treinta años en Francia. Y me explicó con detalle cómo se iban transformando y deteriorando los grandes dados rocosos que forman el espigón. Él caminaba todos los días -muy despacio pero todos los días- hasta el final del paseo, y allí me describió las esquinas rotas de las piedras, las grietas más antiguas y las más recientes, las suaves rotaciones de las moles. Me contó que al principio los chavales se subían a la punta del muro y pasaban andando a las rocas, pero que ahora debían saltar un metro para bajar a ellas: "Se están hundiendo poco a poco".
Eduardo, con su paso tan lento, veía moverse las piedras. ("Harriak zaintzen zituen agurea").
Hace unas semanas leí en El Diario Vasco la entrevista que le hizo Begoña Del Teso a José Luis Agirre, alias 'El Capi', patrón de una txipironera. Entre otras cosas, 'El Capi' hablaba de las rocas:
"La arenisca crea vida. En ella verás crías de txangurros, lombrices, lanpernas, gusanillos, ermitaños, quisquillas. Por el contrario, esas moles que hemos lanzado al Paseo Nuevo, al espigón de La Zurriola, están muertas y además no sirven para detener al mar. En absoluto. Para el mar son un perfecto trampolín, una base de despegue. Al mar no hay que expulsarlo sino absorberlo.
(...)
Estos bloques lo que hacen es expulsarlo, lanzarlo hacia arriba, dejarle saltar. La arenisca, la roca auténtica, negocia con el mar. Esa piedra tiene entradas, recovecos, picos, salidas, valles por donde las olas se pierden, se desvían, entran, salen, se enredan. Eso es absorber. Para cuando sale de jugar en la arenisca, está debilitada, hermosa pero débil, más tranquila".
Nos gusta la caliza, pero cuánto nos gusta la arenisca.
Publicado el 15 de junio de 2009 a las 20:00.