Regreso con la nariz
El retorno sirve para caer en la cuenta de las comodidades habituales que disfrutamos en casa. A la vuelta de este viaje he apreciado otra gran ventaja casera de la que nunca había sido consciente: el rico aire que respiramos al nivel del mar, con su presión adecuada, bien cargado de oxígeno, empapado de humedad.
Tras un mes a 4.000 metros de altitud, donde el aliento es sincopado y trabajoso, la respiración vuelve a ser un ejercicio automático. Aspiro a fondo, disfruto con las narices y con las pulmones de este aire tan fácil, luego me olvido y sigo respirando sin darme cuenta. Una delicia.
Camino cuesta arriba y el corazón -pom- sigue latiendo muy despacio -pom-. Después de un mes en las alturas, debo de tener la sangre bien espesa y las venas a punto de cuajar en morcillas, con el porcentaje de glóbulos rojos más o menos como aquel famoso Míster 60%. Debería intentar algún récord antes de que el hematocrito se me vaya diluyendo.
Y mi mayor satisfacción es que ya no tengo los labios resquebrajados ni la nariz obstruida por dolorosas estalactitas sanguinolentas, consecuencia del aire tan reseco del altiplano.
Apreciemos las lecciones de los viajes. Estimad, por favor, la maravilla de tener los mocos en estado semilíquido.
Publicado el 28 de septiembre de 2009 a las 08:30.