Ciclocrosista habilidoso
Archivado en: Ciclismo, Ciclocrós, Javier Ruiz de Larrínaga
Empieza la temporada de ciclocrós, un deporte precioso. De crío, a mediados de los 80, todos los años peregrinábamos a Zarautz para ver la carrera del Superprestigio, a la que venían los mejores del mundo, aquellos ciclistas con nombres tan sonoros y que me aprendí letra por letra, con sus dobles aes y sus uves dobles después de las zetas: Groenendaal, Stamsnidjer, Zweifel, Van Bakel, Liboton... (los escribo de memoria: a ver si alguien me pilla algún fallo).
(La foto, de la temporada 1955-56, de aquí).
Recuerdo el ciclocrós de Intxaurrondo, quizá en 1985 o 1986, en aquellas laderas hoy completamente urbanizadas, y cómo alucinamos con un holandés que vestía el maillot blanquiazul del Orbea por primera vez, recién aterrizado en Euskadi, y que saltaba en marcha los enormes tablones del recorrido que obligaban a los demás ciclistas a bajarse de la bici para superarlos. Aquel artista, que ganó con una diferencia insultante, era... Mathieu Hermans, que pronto empezaría a hincharse a ganar etapas al esprint (nueve en la Vuelta, una en el Tour...).
Ya en los 90, recuerdo la emoción de compartir un ratito del calentamiento con Claudio Chiappucci en el ciclocrós de Andoain, cuando las figuras de la carretera todavía se metían en el barro alguna que otra vez, y con un poco de suerte daban una vueltilla al circuito mientras los juveniles calentábamos. Practiqué el ciclocrós tres inviernos, en los que gocé tragando barro y dándome algunos buenos bofetones en las rampas heladas de Ormaiztegi o Telleriarte (ay, qué bajaditas...).
Salvo en Holanda y Bélgica, el ciclocrós es un deporte completamente marginado y quizás en vías de extinción. Menos mal que los medios mayoritarios alguna vez nos sorprenden mostrándonos a algún ciclocrosista ejecutando una hazaña como ésta.
PD: Aupa Yurrebaso!
Publicado el 19 de octubre de 2009 a las 09:15.