Respondiendo a la petición de Ander (aunque un poco tarde), ahí va una crónica de la Behobia de un reciente lector del blog alucinado con las historias de txapelas, alirones y demás.
Día de perros. Lluvia, viento, olas... pero es igual. Otro año más, y van 14...
La chavala me lleva a Behobia y luego se vuelve a desayunar y a animar a Trintxerpe. Calentamos como se puede, metiéndonos en la gasolinera cuando llueve fuerte. El dj de la salida se porta, poniendo a Loquillo y Tequila: "hoy me he levantado contento de verdad, el sol de la mañana brilla en mi cara, una brisa fresca me ayuda a despertar", y todo el mundo a saltar. A continuación el speaker anuncia que "las olas sobrepasan el puente del Kursaal" y todo el mundo ruge y aplaude. Dan las once y salimos.
En los primeros dos km veo que hoy no mejoraré mi marca; no puedo bajar de 4min/km en ninguno de los dos. Me deshago por fin del poncho que llevaba en la salida y acto seguido cae una granizada de la de Dios, que en un minuto nos empapa para toda la carrera. Pero ya no lloverá más. Mucho peor el viento, sobre todo en el puerto y en la Zurriola. Pruebo a beber de los vasos que este año sustituyen a las botellas: agarrarlos a la carrera metiendo los dedos, apretar y sorber. No es tan difícil.
Llega Gaintxurizketa y con ella el primer sufrimiento. Mala señal, pero bueno. Gaintxurizketa ya no es lo que era: menos altura (le quitaron un cacho al monte) y pendiente más uniforme. Toboganes y follau a Lezo, a ver si recupero. Ahora llega el suplicio del puerto. Veo a mi alrededor gente que reconozco de otras carreras. Más o menos voy a mi nivel. En el 15, coincidiendo con fuertes rachas de viento, paso una pequeña crisis y me pasa más gente que en la guerra, verdaderas manadas que me adelantan como sin esfuerzo. Cabrones, y todavía me falta Miracruz.
Al pie de Miracruz está la family animando al personal como siempre. Como más o menos sé por dónde andan, recompongo la postura y finjo ir disfrutando. Parece que lo consigo porque en la comida post-carrera me decían "qué bien ibas". Si si, no lo sabeis bien. Miracruz se convierte sin duda en el peor momento de la carrera y hasta que a mitad de cuesta se suaviza me pasa por la cabeza la idea de andar un poquito. Pero claro, la vergüenza no te deja. Un poco de mala ostia porque no veo el cartel del 17 en el alto, aprieto (es un decir) hasta cruzar la meta entre unas rachas de viento del copón. Las olas no aparecen por el puente pero es verdad que no hay tanta gente como en el resto de la recta.
Total, 56 segundos que me dejan sin dorsal verde para el próximo año. Pero bueno, no está mal. Cojo un par de manzanas y una pera y corro a la plaza a por la bolsa, que me la dan en un santiamén. Una chica me comenta que en la iglesia podemos cambiarnos a resguardo. ¿Iglesia, qué iglesia? La única que se me ocurre es capuchinos y efectivamente, nos meten a los bajos, yeso era el paraíso: radiadores por doquier, sillas de sobra, poca gente. Nos cambiamos entre los típicos comentarios tras la carrera y marchando a la ducha, que la sidrería espera. ¡Hoy no hay pasta!