El amigo de las moscas
Archivado en: Ciclismo, Sergio Fernández Tolosa, Viajeros
Hay gente que no es capaz de matar una mosca. Pero muy poquitos llegan a hacerse amigos de la mosca. Sergio Fernández Tolosa es uno de ellos.
Hace un par de años le hice una entrevista para la revista Altaïr, a propósito de sus travesías ciclistas por los mayores desiertos del mundo, y el cuestionario telefónico derivó en una charla apasionante que me dejó una admiración profunda y una oreja roja (al colgar, vi en la pantalla del teléfono que la conversación había durado 1 hora y 55 minutos).
Ayer Sergio dio una conferencia-proyección en las jornadas Amalur de Tolosa, dedicadas este año al desierto, y además de un anecdotario divertido, mostró algunas transformaciones muy interesantes. Relató cómo al principio se enfrentaba a los desiertos, intentaba doblegarlos, se planteaba desafíos, etapas, fechas; y cómo después aprendió a vivir en ellos, a aceptar sus condiciones, sus ritmos, sus oportunidades. En los primeros viajes, predominan las fotos de Sergio o de la bici ante paisajes espectaculares; en los últimos, abundan los retratos de los habitantes del desierto, escenas de vida en los poblados.
Su historia va más allá de la hazaña deportiva y se convierte poco a poco en el relato sutil de un aprendizaje admirable.
Copio la entradilla y un fragmento de la entrevista que publiqué en el número 53 de Altaïr.
"Sergio Fernández Tolosa (Barcelona, 1974) decidió medirse con el desierto, un espacio desnudo en el que la supervivencia depende de reglas tan básicas como duras. Y para eso diseñó un gran viaje: la travesía en bicicleta de Australia, Atacama, Mojave, Namib, Kalahari, Gobi y Sáhara. Entre 2003 y 2007 pedaleó casi 30.000 kilómetros, aprendió a obedecer las leyes de las tierras inhóspitas y volvió a casa admirado por las vidas de sus remotos habitantes. Esas experiencias quedaron recogidas en los textos y las fotos de un libro espectacular: Siete desiertos con un par de ruedas".
(...)
-A veces la soledad pesa mucho. En el desierto australiano usted llegó a agradecer la compañía de una mosca.
-Sí, y le hablaba. Y también le hablaba al viento. Fue por un proceso de adaptación al medio. Me adapté físicamente (fui aprendiendo a soportar el calor, a dosificar la bebida, sabía cuándo convenía avanzar, cuándo ir más lento, cuándo parar...) y también me adapté mentalmente. En un viaje así, durante muchas horas no ocurre absolutamente nada, el paisaje es monótono y el pedaleo se convierte en una especie de meditación. Al final consigues un ritmo interior, una concentración con la que alcanzas momentos de clarividencia, incluso eres capaz de resolver problemas de tu vida que arrastras desde hace años. En otros momentos el cerebro crea fantasías. En un tramo de Australia llevaba los brazos cubiertos por una nube de moscas y hacía un calor horroroso, pero entonces empecé a pensar que las moscas también estarían sofocadas y dije "bueno, que se beban mi sudor, que aprovechen lo que puedan". Te acabas solidarizando hasta con las moscas. En el fondo es un entretenimiento mental para distraerte del calor, el cansancio y el aburrimiento. Y una estrategia: si no puedes con las moscas, alíate con ellas. Cuando empezaba a soplar el viento en contra, yo le saludaba: "Hombre, ya estás por aquí, has venido otra vez a joderme, ¿eh?", y me reía. Los problemas te molestan cada vez menos. La otra opción es desesperarse. Y hace falta mucha serenidad para atravesar el desierto.
-En esa adaptación, usted relata que se iba convirtiendo en un animal. Llegó a disputarle una sombra a un camello, y una fuente a una manada de caballos.
-En el desierto todos los seres vivos competimos por lo mismo: sombra y agua. La única diferencia es que los humanos cargamos ropa y comida. Cuando no tienes asegurada la supervivencia más básica, las demás necesidades se simplifican o desaparecen: a mí ya me daba igual comer arroz todos los días, me echaba a dormir en cualquier lado, no me importaba llevar la misma ropa. Sólo obedecía a la ley principal: ahorrar esfuerzos. Como los animales. Y dentro de esa sencillez, cualquier detalle añadido es un lujo. En una aldea africana conseguí una zanahoria y la comida de ese día ya fue especial, porque el arroz sabía un poco distinto. Un día echaba al café más azúcar de lo normal, otro día no le echaba nada, y esos cambios eran todo un acontecimiento".
*
Podéis leer la entrevista completa, publicada en el número 53 de Altaïr.
*
También podéis seguir a Sergio Fernández en su página "Con un par de ruedas". Además, después del éxito de la primera edición en tapa dura, acaba de publicar una edición barata de Siete desiertos con un par de ruedas (19,90€), un libro precioso. Merece la pierna.
*
Y ya de paso: dentro de las jornadas Amalur sobre los desiertos, el próximo 24 de marzo toreo yo ("Basamortu biziak"); el 25, Josep María Palau y Azima Ag Mohammed Ali ("Nómadas: el horizonte como morada"); y el 26, Cristina Morató ("Grandes viajeras por Oriente"). Todas las charlas son a las 20.00 en el Tópic de Tolosa.
*
Galería de viajeros: Marc Roig / Agustín Egurrola / Josu Iztueta / Unai Aranzadi / Antxon Arza
Publicado el 18 de marzo de 2010 a las 13:45.