Llamadas desde el Sáhara
Algunas noches recibo una llamada perdida con el prefijo 213 de Argelia. Suele ser muy tarde, hacia medianoche, a las horas en las que el bochorno del desierto afloja un poco y permite respirar a los saharauis. La que llama y corta es Darchalha, una chica de 20 años que vive en el campamento de refugiados de Smara. Yo devuelvo la llamada y nunca consigo hablar con ella: o no suena, o se interrumpe... Hasta el pasado sábado, cuando por fin pudimos charlar unos minutos. Me contó que en verano pasan el día tumbados a la sombra, soportando como pueden la chicharra a 50 grados, y por la noche salen a pasear. Ella sigue cuidando a su padre, que quedó ciego en la guerra, lleva las tareas de casa y no ha conseguido ingresar en la escuela para mujeres del campamento, donde sueña con apuntarse a un curso de informática y aprender un oficio.
Hace unas semanas, me llegó un paquete de Darchalha con unos collares y unas pulseras, y una carta en la que contaba que todos estaban bien en su familia, preguntaba por la mía y se disculpaba por la pobreza de los regalos. Los refugiados no tienen servicio postal, de manera que aprovechan el verano, cuando miles de niños saharauis pasan un par de meses en España, para enviar con ellos montones de cartas a quienes les hemos visitado en los campamentos. Nosotros también aprovechamos el viaje para que al final del veraneo -esta misma semana- esos niños les lleven nuestras cartas a los campamentos.
En sus cartas y llamadas ponen una ilusión tremenda. Son garfios que lanzan más allá del desierto, intentos de aferrarse al mundo, de salir -aunque sea con unas palabras por teléfono o unas letras- de ese terrible vacío del desierto argelino en el que viven recluidos desde hace 34 años, desde que fueron expulsados a bombazos de napalm y fósforo de sus tierras por las tropas invasoras marroquíes. Los campamentos de los refugiados saharauis en Tinduf (Argelia) son una de las vergüenzas del mundo, una vergüenza producida por Marruecos y tolerada por España, que siempre antepone las conveniencias y los negocios a los derechos y la dignidad de estas vidas aplastadas.
Casualidad: al día siguiente de hablar con Darchalha, su foto apareció en el diario Deia, y al día siguiente, en el Noticias de Gipuzkoa. Ambos diarios, del mismo grupo, publicaron una versión abreviada de mi reportaje sobre los refugiados saharauis. No lo han colgado en internet, así que espero publicar más adelante la versión completa en un medio digital, para que lo podáis leer si os apetece.
El reportaje recoge once testimonios de refugiados saharauis que van explicando su pasado, su presente y su futuro: la mujer que tenía 6 años cuando huyó al desierto y fue bombardeada y ametrallada por la aviación marroquí, un par de soldados del Frente Polisario que lucharon en la guerra, saharauis formados en Cuba que decidieron regresar al desierto para compartir el destino atroz de los suyos, educadores que intentan atender a los niños deficientes del campamento, una entrenadora de fútbol, un ministro, jóvenes que hablan de la posibilidad de retomar las armas contra el ejército marroquí...
El reportaje es maratoniano, y bastante hicieron estos diarios al publicarlo en tres páginas, pero aun así hay historias que se han quedado fuera, como es lógico. Uno de esos testimonios descartados es precisamente el de Darchalha, a la que veis aquí con su padre, que perdió un ojo durante un bombardeo marroquí con fósforo blanco.
Darchalha Mohammed Lami:
"Yo no he podido estudiar porque cuido a mi padre, que se quedó ciego en la guerra. Mi madre tenía asma, problemas respiratorios, y murió hace un año. No había médicos ni tratamientos para ella. Mi hermano se fue a España hace unos cuantos años para operarse los ojos y se ha quedado allí trabajando. Todavía no sabe que nuestra madre murió. Mi hermana trabaja en el dispensario del campamento. Ahora yo me encargo de mi padre, de la casa, de los hermanos pequeños. Me gustaría mucho estudiar en el centro de formación de mujeres, me apunté, pero hay pocas plazas. Quiero aprender a usar ordenadores y trabajar.
Pero por ahora tengo que cuidar la casa. Ir a dar de comer a las cabras. Recoger la ayuda: todos los meses nos reparten un kilo de arroz por persona, un kilo de lentejas, de alubias, aceite, harina, té, azúcar, las bombonas de gas... A veces se retrasan; por ejemplo, llevamos tres meses sin recibir té, pero podemos comprar un poco en el mercado, si tenemos algo de dinero. No pasamos hambre, porque si a alguna familia se le va acabando la comida, los vecinos le ayudan.
Yo como poco, porque a los chicos saharauis les gustan las chicas gordas y yo no me quiero casar hasta los treinta por lo menos [ríe a carcajadas]. Aquí tendría que ser como en España: os casáis más tarde, cuando encontráis una persona buena, y no porque tengáis necesidad. Muchas chicas saharauis se casan muy pronto, porque en su familia no tienen dinero ni trabajo y necesitan que las mantenga un hombre".
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Tras la paliza que la policía marroquí dio a unos activistas canarios prosaharauis en El Aaiún hace unos días, el Gobierno español pide ¡a los activistas! que "respeten la legalidad vigente".
Es el colmo de la hipocresía: el Gobierno español se pasa la legalidad vigente por la Puerta de Alcalá. Según las resoluciones de las Naciones Unidas, el Sáhara Occidental es un "territorio no autónomo", pendiente de descolonizar, con derecho a la autodeterminación, y Marruecos es una potencia ocupante que no tiene ningún derecho sobre el territorio.
La legalidad vigente también dice, por ejemplo, que Marruecos no tiene ningún derecho sobre los caladeros saharauis. Sin embargo, el Gobierno de Rabat cobra 144 millones de euros de la Unión Europea a cambio de conceder permisos de pesca durante cuatro años. En febrero de 2010, los propios servicios legales del Parlamento Europeo declararon en un informe que el convenio entre la UE y Marruecos viola las leyes internacionales. Noruega, Suecia y Dinamarca renunciaron a la explotación de los recursos naturales saharauis porque constituye "una seria violación de las normas éticas fundamentales". Mientras tanto, España es el principal beneficiario de la pesca ilegal: de los 119 barcos comunitarios que faenan en aquellos caladeros, un centenar son españoles.
El Gobierno español colabora con el expolio y pide a quienes lo denuncian que respeten la legalidad.
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Fran Sevilla (RNE): Brutalidad en el Sáhara
Publicado el 31 de agosto de 2010 a las 10:00.