No sé qué puedo hacer
Archivado en: Viajes, Siniestro Total
Las guías de viaje, con su admirable exhaustividad, su afilado instinto para desentrañar las costumbres y tendencias de los nativos, y su sabrosa esquizofrenia entre la necesidad de seducir al turista y la de alertarlo, ofrecen descubrimientos apasionantes.
Así, a botepronto, recuerdo una guía sobre Jordania, un país en el que cualquier balón de fútbol corriendo por una pantalla atraía a muchedumbres callejeras ansiosas, y en el que, según la guía, los deportes favoritos eran... el ping-pong y el vuelo de cometas.
Recuerdo las tres guías tres de Islandia que mencionaban todas al alimón el mismo albergue barato, en el lugar en el que se alzaba un selecto hotel-club de golf, en un pueblo en el que nadie sabía que jamás hubiera existido tal albergue. Con lo mal que pagan las editoriales, casi es comprensible que los autores se copien unos a otros o recurran a la misma fuente equivocada. Lo curioso es que el editor de una de esas guías insistió, ante una sala llena de oyentes, que ellos revisaban personalmente todos los datos. Así que se aceptan hipótesis.
O aquella otra guía que glosaba las delicias paisajísticas de las Bardenas, un desierto conmovedor en el que podía escucharse el silencio, un silencio sólo roto por...
...¿por los balidos de las ovejas?...
...¿por el susurro de las espigas mecidas por el viento?...
No, un silencio sólo roto por los vuelos rasantes de los cazas y sus bombardeos.
Hace unos días empecé a hojear una guía de Angola que me está llevando en un carrusel de emociones variadas, desde la ensoñación placentera por la promesa de goces exóticos hasta el terror por toda la gama de amenazas que afilan el colmillo a la espera del visitante, pasando por la chocante gama de equívocos imposibles de prever:
"Los visitantes gays no deberían malinterpretar la costumbre de los angoleños de rascarse la entrepierna. No es una invitación".
Publicado el 20 de octubre de 2010 a las 21:15.