En caso de duda
Archivado en: Escapadas, Costa vasca, Artikutza
Esta semana he tenido un par de escapadas laborales en la línea del mileurismo feliz: poco sueldo pero mucho disfrute.
El martes hice una travesía en velero desde Hondarribia hasta San Sebastián, con el patrón Aitzol y el fotógrafo Santi (en la foto: el cabo de Higuer y el islote de Amuitz, extremo nororiental de la península Ibérica). Gocé con las vistas oceánicas de los acantilados, valles y rasas de Jaizkibel y Ulía, tantas veces pateados, pero sobre todo saboreé -en sentido literal- las lecciones de Aitzol. Conoce al dedillo los rincones de la costa vasca, las calas más ocultas, los bajos más atractivos para buceadores y pescadores, las mezclas de aguas, las señales de las nubes, sabe la explicación de mil fenómenos curiosos como el hecho de que en fin de semana haya más buques esperando fuera del puerto de Pasajes que entre semana, pero sobre todo presume de dominar las mejores tascas del Cantábrico. Y tiene un lema que merece mármol: "En caso de duda, almorzar".
Antes de zarpar en Hondarribia, tomamos un vaso de vino y unas anchoas. A mitad de travesía, entramos por la bocana de Pasajes, desembarcamos en San Pedro y fuimos a la tasca de Muguruza: plato de atún, anchoas, guindillas y aceitunas, con unos tragos de sidra. Se apuntó hasta mi madre, que andaba por allí.
Después Aitzol nos ofreció la posibilidad de seguir con el picoteo o de volver al velero para terminar el viaje. El fotógrafo y yo dudamos unos segundos, y él aprovechó el lapso para aplicar su lema. Entramos en el Club de Remo Sanpedrotarra justo cuando el padre de Aitzol y sus amigos sacaban un hermoso pulpo de la olla. Y ya tenían preparada una bandeja de anchoas a la papillote.
Con Aitzol aprendí la escasa distancia que separa a la primera y la quinta acepción del verbo atracar (y no la séptima, ojo).
Y hoy, sábado, he pasado la mañana con Laura y Gari recorriendo los parajes de Artikutza. El paseo de Eskas al poblado de Artikutza y vuelta (bajando por la cascada de Erroiarri y subiendo por el viejo camino del tren; unas tres horas) conviene hacerlo en otoño, en pleno esplendor de hayedos y robledales. Pero los días de invierno soleado también son una delicia. Sobre todo cuando uno piensa que le pagan por pasear por estos lugares. De vez en cuando yo tomaba notas para justificar la jornada laboral, y Laura, como siempre, hacía siluetas muy fotogénicas gracias a su chamarra roja, destacada sobre los fondos boscosos. Aquí aparece cruzando el arroyo de Erroiarri, poco antes de despeñarse por un precipicio de cincuenta metros (el arroyo, no Laura).
Publicado el 21 de febrero de 2009 a las 17:15.