El tataratío tataratacaño
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Javier Sada, cronista donostiarra, publicó hace unos días en El Diario Vasco la historia del Gordo de Navidad que cayó en San Sebastián en 1920. Uno de los afortunados, según Sada, fue "el bueno de Alfredo Montejo".
El pasado 1 de marzo, el mismo diario publicaba la carta de un lector llamado Rafa Zamora, que escribía para poner las cosas en su sitio. En 1920, el afortunado Montejo vivía en Argentina y había encargado la compra del billete de lotería a su padre (tatarabuelo, a la sazón, de Rafa Zamora). Cuando le tocó el Gordo, el padre cobró el premio y se lo envió íntegro a su hijo a Argentina. Rafa Zamora explica: "El bueno de Alfredo se lo quedó todo y a su padre apenas le dijo gracias. Mi tatarabuelo, según cuentan, era un hombre honrado y generoso. El bueno de su hijo Alfredo desconocía esas cualidades".
Menuda historia: esa herida familiar aún abierta tras 88 años, ese tacaño de Alfredo que ha estado a punto de pasar a la historia como Alfredo el Bueno, ese tatarasobrino que ha estado al quite para evitarlo... y ese cronista Javier Sada, supongo que atónito por los ecos de un adjetivo casi un siglo más tarde.
PD: Siempre he querido escribir "a la sazón" y hasta ahora nunca me había atrevido. Ahora, a por la conjunción adversativa "empero", tantas veces leída en las cuarenta novelas de los Tres Investigadores.
Publicado el 4 de marzo de 2009 a las 12:30.