Entre los textos y apuntes olvidados en carpetas de hace diez años, de cuando la expedición Pangea, hoy saco esta pieza australiana en la que se nota mucho que acababa de leer a Bill Bryson.
"La costa tropical de Queensland ofrece cientos de kilómetros de playas blancas, aguas turquesas, sol, palmeras y arrecifes de coral: el paraíso que prometen los folletos de las agencias de viajes. Sin embargo, las playas permanecen desiertas durante cientos de kilómetros. Si un bañista se atreve a meterse en el mar entre octubre y mayo, es probable que sufra una muerte horrible en pocos segundos.
En esas aguas flota la medusa cofre, el animal más venenoso del planeta. En el Museo Tropical de Townsville guardan un ejemplar, para quien quiera contemplar este bicho de diseño tan simple y terrorífico: dentro del frasco flota una medusa translúcida de forma rectangular (por eso el nombre) de apenas diez centímetros de largo por cinco de ancho. En cada uno de sus cuatro extremos, la medusa guarda un racimo de tentáculos enrollados que apenas sobresalen tres centímetros. Pero cuando alguien la inquieta, estira más de tres metros cada uno de sus tentáculos, plagados de minúsculos aguijones que se adhieren a la piel de la víctima y segregan una toxina ultrapotente. Con esos látigos venenosos mata gambas y peces pequeños para alimentarse, pero una descarga plena podría freír a una docena de personas adultas. Los biólogos no se explican muy bien por qué esta medusa ha desarrollado una habilidad asesina tan descomunal. Desde luego, todo el mundo procura dejarla en paz.
Como este animalito espeluznante es translúcido, el bañista no lo verá acercarse. Dicen que su descarga produce el mayor dolor imaginable. Un ejemplo: en 1992, un joven de la ciudad tropical de Cairns se zambulló en el mar y de pronto comenzó a proferir gritos inhumanos. Mientras sus amigos lo sacaban del agua, sufrió un ataque de convulsiones y soltaba alaridos como para desgarrarse las cuerdas vocales. Cuando llegó la ambulancia, le inyectaron una cantidad enorme de morfina y se lo llevaron. Y aun así, inconsciente y sedado, no paraba de gritar. En el Museo Tropical, un panel muestra fotografías del cuerpo de un bañista que sobrevivió tras toparse con la medusa cofre -quizá el protagonista de la historia anterior-: el costado derecho aparece completamente negro, chamuscado, con rastros de latigazos rojos allá donde los tentáculos rozaron la piel. Esta víctima pudo contarlo porque los tentáculos sólo le rozaron unos centímetros. En esos casos, se recomienda lavar la zona afectada con litros de vinagre, para evitar que los restos adheridos de la medusa sigan segregando veneno. Pero ningún remedio evita el dolor más terrible y unas quemaduras para toda la vida. Si tres o cuatro metros de tentáculos rozan la piel, el bañista sufrirá convulsiones brutales, padecerá una parada cardiorrespiratoria y morirá en pocos segundos.
En Australia, un hipocondríaco morboso puede coleccionar una gama amplia de muertes espantosas. La estadística dice que no es para tanto. Por ejemplo, las muertes por ataques de tiburón: en los días de nuestro viaje, los periódicos publicaron en primera plana la foto de una gran mancha de sangre que flotaba en el mar, después de que un tiburón arrancara la pierna a un surfista. El surfista se desangró en el agua y murió. Ante el pánico que produjo la noticia, las autoridades subrayaron que en todo el año sólo siete personas habían muerto en Australia por ataque de tiburón, mientras que ocho personas habían fallecido alcanzadas por un rayo, y nadie se obsesiona con que le parta un rayo. Es cierto que nuestros motivos para el pánico son irracionales: ¿cuántos cientos de australianos mueren al año en accidentes de tráfico? Y nadie titubea al subirse a un coche. Sin embargo, el siguiente listado de muertes horribles no lo he extraído de periódicos sensacionalistas, archivos de casos truculentos o enciclopedias remotas: casi toda la información aparece en los folletos que reparten las oficinas de turismo, y en los paneles didácticos de los museos y los parques. Algo tiene el agua -medusas, cocodrilos, serpientes- cuando la maldicen.
Publicado el 24 de septiembre de 2010 a las 10:15.







