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-Compañeros, ¿qué más necesitamos para hacer la revolución?
El corrillo de oyentes, unos cuarenta, permanece en silencio. Hasta ahora han hablado de la educación popular, de los medios de comunicación alternativos, de la actividad cultural. ¿Qué más hace falta para la revolución? Los cuarenta quechuas y mestizos miran al suelo, para evitar que el orador les pregunte directamente.
-¡Sillas, carajo! ¿No ven que apenas tenemos una docenita? ¿No ven que todos los días están casi todos de pie? ¿No tienen una silla viejita en casa que puedan traernos?
Para la revolución, según explica el orador Ramiro Saravia, también hacen falta cartones, rotuladores, cinta adhesiva y diarios, nuevos o viejos, con los que montan todos los días el panel de información de la red Tinku, en la plaza central de Cochabamba. En el panel pegan recortes con las noticias, y sobre ellas pintan con rotuladores sus críticas y sus comentarios. Análisis de prensa diario y popular.
Para la revolución también hacen falta compañeros voluntarios que hagan de locutores en el programa de radio de Tinku (han comprado dos horitas semanales baratas en la radio pública), voluntarios para ser entrevistados en la televisión pública (¡en las privadas ni modo!), voluntarios para dar charlas en las clases de la universidad popular, acá en la plaza, porque un viejito que luchó en la guerra del Chaco o con la guerrilla del Che puede dar lecciones de historia mejor que un maestro, dice Ramiro.
-¿Ningún voluntario para la radio?
Los cuarenta oyentes callan de nuevo.
-¿Todos son puros tímidos? ¿No saben hablar?
Silencio.
-Ya. Nadie nace sabiendo. Por eso vamos a organizar talleres de radio, para aprender. ¿Quién se apunta?
El compañero Germán levanta la mano. Y luego Juan... Y luego Luis. Y Ramón.
-¿Y mujeres? ¡Necesitamos voces de mujeres!
La plaza 14 de septiembre de Cochabamba debe de ser lo más parecido a aquellas asambleas atenienses, pero en vez de griegos barbudos y con túnicas, imaginad a cientos de indígenas y mestizos bolivianos, mascando coca, reunidos en una decena de corrillos bajo las araucarias y las jacarandás, escuchando a los vociferantes y gesticulantes políticos, místicos, naturistas, humoristas, que hablan y hablan y hablan a todas horas, desde las ocho de la mañana hasta la medianoche.
Doscientos o trescientos campesinos cocaleros se sientan en un lado de la plaza, en una de sus vigilias de protesta ante la prefectura. Un poco más allá, un naturista habla a voces de sus remedios milagrosos para una buena sexualidad (porque ocho de cada diez bolivianos tienen eyaculación precoz, lean, lean, lean esta noticia en la prensa, la mujer que se fue con el compadre, porque el marido era nomás como gallo, subir, bajar y ya), y enseguida se organiza un corrillo de curiosos a su alrededor. El naturista acusa de pajeros a todos sus oyentes (nadie me lo puede negar, dice), y les explica que en cada eyaculación se pierde la energía equivalente a la alimentación de un mes, y por eso están los bolivianos así con treinta años, que ni saltar de la cama al suelo pueden, mientras que los chinos de ochenta años hacen hasta kung-fu (y el orador da una voltereta, ¡uauh!), porque los chinos comen mucho sésamo, para recuperar el zinc que se pierde en las eyaculaciones, y los bolivianos comen pollo y cocacola nomás.
Publicado el 4 de septiembre de 2009 a las 12:00.







