Por eso hay ciclistas (y montañeros)
Archivado en: Ciclismo, Tim Krabbé
Leí la novela El ciclista, de Tim Krabbé (Los libros del lince, 2010), por recomendación del amigo Jukebox, justo antes de salir de viaje al Karakórum. En el campo base del Broad Peak descubrí que un montañero catalán lo llevaba en la mochila. En el Karakórum se vive muy despacio y muy en contacto con la naturaleza. Por eso allí hay montañeros (y ciclistas):
"En las conversaciones con los ciclistas siempre acaba saliendo lo mismo: lo mejor de todo es el sufrimiento. En Ámsterdam entrené una vez con un canadiense, Novell, que por entonces vivía en Holanda. Un blandengue de cuidado: era campeón de Canadá en seis modalidades distintas del estéril arte del ciclismo en pista, pero le faltaba carácter para el trabajo duro en el ciclismo de carretera.
El cielo se oscureció, el agua del canal se rizó, se desató un fuerte temporal. Novell se enderezó en el sillín y, levantando los brazos al cielo, gritó:
-Ven, lluvia, empápame. ¡Oh, lluvia, empápame, mójame!
Pero vamos a ver: sufrir es sufrir, ¿no?
La Milán-San Remo de 1910 la ganó un ciclista que pasó media hora escondido en un refugio de montaña durante una tormenta de nieve. ¡Sufrió lo suyo!
La Bruselas-Amiens de 1919 la ganó un ciclista que tuvo que correr con la rueda delantera pinchada durante los últimos cuarenta kilómetros. ¡Vaya si padeció! Llegó a las once y media de la noche con una hora y media de ventaja sobre los otros dos únicos corredores que acabaron la carrera. Aquel día fue como una noche, los árboles se agitaron sin cesar, el viento mandó a los granjeros de vuelta a sus granjas, hubo granizo, boquetes de bombas de la guerra, cruces de caminos en los que los gendarmes habían desertado y corredores que tuvieron que subirse a hombros de otros para limpiar las señales enfangadas.
Ah, quién hubiera sido ciclista en aquellos tiempos. Porque tras pasar la línea de meta todo el sufrimiento se transforma en placer; cuanto mayor sea el sufrimiento, mayor será también el placer. Ésa es la recompensa que la naturaleza otorga a los ciclistas por el homenaje que ellos le rinden con sus padecimientos. Almohadones de terciopelo, parques zoológicos, gafas de sol, las personas se han vuelto ratoncitos de lana. Siguen teniendo cuerpos que podrían aguantar cinco días y cuatro noches caminando por un desierto de nieve sin comida, pero dejan que les den palmaditas en la espalda por haber salido a correr una hora en bicicleta.
-¡Así se hace!
En vez de mostrar su agradecimiento a la lluvia mojándose, la gente va y saca el paraguas. La naturaleza es una anciana dama con pocos pretendientes, y a los que aún desean beneficiarse de sus encantos los recompensa de manera apasionada.
Por eso hay ciclistas.
Sufrir es preciso; la literatura es superflua.
(...)
"Si hubo alguna vez un corredor del Apocalipsis, ése fue Gaul (...). Creo que Gaul sufría como los otros pero lo disfrutaba más. Por eso justamente era tan buen escalador. Quizá sólo era feliz cuando sentía dolor, quizá procedía de un linaje que había vivido más despacio y más cercano a las fuerzas de la naturaleza".
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Publicado el 26 de julio de 2010 a las 09:00.







