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Blog de Jim McGarcía

Bocados de Biagra

McGarcía a través del espejo

Archivado en: Jim McGarcía, Teletransportación, María

- ¡Jim! ¿Quieres salir de una puta vez?

- YA VOYYYyyyyyyyiiiiii...

Suspiro esa Y hasta que se me acaba el aire en los pulmones. Estoy ocupado mirándome en el espejo del baño, generando una imagen mental de mi cara por si no la vuelvo a ver en este estado. Estás jodido Jim. Ahora sí que estás jodido. No sólo te van a matar, no. Te van a cortar los huevos Jim. Mírate ahí, en el espejo. ¿Qué te ha pasado chico?, ¿ha sido un tren por encima? Mira qué asco de ojos. Empiezas a tener la cara de color gris. ¿Qué vas a hacer?

Al cabo de un buen rato recupero la consciencia. Sigo mirándome al espejo, y sigo gris. Me asombra la facilidad con la que uno se puede salir de su cuerpo cuando está frente al espejo. La teletransportación existe de verdad, y la puerta de entrada se encuentra justo en el espejo del baño. Para usarla es suficiente permanecer cinco minutos mirando al reflejo de nuestra pupila (sólo una de las dos, ya que aunque no soy tuerto ni estrábico, es absolutamente imposible mirarse los dos ojos a la vez. Supongo que eso conllevaría una implosión espaciotemporal que acabaría con el mundo tal y como lo conocemos. Sería como buscar Google en Google). Hay que bucear en ese reflejo negro y brillante y hallar el destello de la luz del baño en él. A continuación, si es que uno no está ya viajando por, qué se yo, un desfiladero en Katmandú, sencillamente hay que profundizar un poquito más en ese puntito de luz y vernos reflejados por ella. El reflejo del reflejo del reflejo en la pupila reflejada, eso es todo. A partir de ahí, más te vale tener nociones básicas de budismo e ir vestido con un trapo naranja. Debo de llevar sólo una hora metido en el cuarto de baño, pero acabo de tirarle de la perilla a una cabra a más de 8.000 kilómetros de distancia. Ojalá que el chivo de los cojones no se me reencarne en el próximo Dalai Lama y tenga la costumbre de mirarse al espejo del baño con ánimo de venganza.

Venganza. Sólo a mí se me puede ocurrir semejante estupidez. Me he puesto en peligro de un modo real, ¿y todo por qué?, por un ingrato del que no sabía nada. ¿Qué es lo que me lleva a buscar al asesino de Paco? ¿Por qué me creo más fuerte y listo que él y el ruso juntos? Yo no sé nada de ese mundo. Sólo he visto demasiadas películas de crímenes y ahora me van a matar a mí también, por gilipollas. Ya puedo verlo: El asesinato de Jim McGarcía: la película. Con la suerte que tengo seguro que ni siquiera llega a los cines. Seguro que mi papel se lo dan a Gabino Diego. A lo mejor es una TV movie más que programar después de comer para que la gente vomite. Competiré desde Antena 3 contra Este chico es un demonio, en TVE 1, y contra Este muerto está muy vivo en Tele 5. Perra vida. Perra muerte.

El otro día me jugué el físico hasta límites insospechados. Qué poquito me faltó para que la rusa me hiciera lonchas. Un cuchillo jamonero, ni más ni menos. Hay que reconocer que los hermanitos se tienen bien trabajada la puesta en escena, con toda esa tensión emocional no resuelta. Qué gravedad, qué aplomo. Si Irina fuera de Móstoles, ese tipo de cosas se le darían peor. Tengo clarísimo que los pantalones no volverá a verlos en su puñetera vida. Mi culo sudoroso ha estado pegado a tus ositos. ¿Cómo te sienta eso, eh? Lo peor del asunto, es que cada vez que vuelvo a poner la vista en ese pijama, no puedo evitar ponerme a tono. Desde un punto de vista sexual, claro. Tiene mal carácter, pero qué buena está la tía.

- Jim, como no salgas ya voy a llamar a la policía. 

- Dales un saludo de mi parte. Te he dicho que ya voy, no te pongas pesada. Estoy afeitándome.

Vale, ahora además tengo que afeitarme. Puede parecer muy fácil esto de "Jim, si quieres estar solo para pensar, sólo tienes que decírselo. Ella lo entenderá". Pero no me da la gana. Ya sé cómo es lo de estar solo. Ya sé adónde me lleva eso. Autocompasión, falta de higiene personal, latas de conservas y ni un puto duro. No puedo vender Biagra en estas circunstancias, así que dependo completamente de María. Además, después de un fin de semana encerrados en casa, ahora tengo que decirle a la pobre que nos tenemos que ir de aquí. Los rusos saben dónde vivo, y María me importa lo suficiente como para no desear que la maten. Ahí lo tienes Jim, la piedra angular de toda relación sana: no querer que maten a tu pareja. Supongo que eso es más de lo que tienen muchos, por patético que esto resulte. 

Voy a abrir el agua caliente, eso aplacará a María y mantendrá en tensión su esfínter durante unos minutos más.

No, tengo que dejarla. No puedo exponerla a todo esto, es lo mínimo que le debo. Tiene una casa, amigas, y una vida normal llena de rutina esperándole ahí fuera. La envidia me corroe, con lo que me gustaba a mí la rutina... En cuanto a mi futuro, bueno... Puede que el no tener casa me ayude a evitar la depresión. Por raro que parezca, prefiero la indigencia total a la parcial. Es lo que dicen los viejos, "cuando yo era joven tenía muchas menos cosas y era más feliz". Me voy a mudar al almacén de Biagra de Marc. Es el último sitio en el que se les ocurrirá buscarme. Los rusos desconocen su existencia, María me cree demasiado sibarita para algo así, y los esbirros de Marc no pensarán que soy tan imbécil como para volver al lugar del crimen. Lo mejor de la desesperación y las crisis personales, de no tener nada que perder, es que se ahorra mucho. Me da igual ser infeliz aquí que en un almacén.

Me he vuelto a ir a sabe dios dónde. El vaho que sale del lavabo ha dejado el espejo del baño completamente empañado, y va siendo hora de que me afeite por última vez antes de darme al ascetismo. Recuerda esta imagen de ti, Jim. Puede que pase mucho tiempo antes de que vuelvas a verte así. Ponte una camisa blanca y dile a María que..

- Tienes que irte. Lo siento mucho.

- Jim, ¿qué te pasa? Llevas mucho tiempo raro. ¿Es por mí?, ¿es que he hecho algo mal? (esto es lo que más me jode de María, esa capacidad de llevarlo todo a su terreno).

- No, el que he hecho algo mal soy yo. Ya sabes que a Paco lo mataron, y tengo miedo de que eso pueda pasarme a mí o a ti. Tengo muchos problemas en este momento de mi vida. Eres un lujo que no me puedo permitir.

- ¿Perdona? Tú eres el lujo que yo no me puedo permitir. Llevo tragando mierda contigo desde que te conozco, y aún no sé muy bien por qué. Matan a tu compañero de piso, te tiran piedras en la casa de tu jefe, llenas un coche con medicamentos robados, y el otro día llegas a casa medio desnudo, con pantalones de niño pequeño y una pistola en la mano. Jim, tengo miedo. Te tengo miedo. No quiero saber ni en qué mierda andas metido. Estoy harta, ¿y encima soy un lujo? Claro que lo soy, retrasado. Soy un lujo que no vas a volver a tocar en tu vida. 

Está claro que no acerté con la táctica. Cuando acaba de hacer su maleta y sale de casa para siempre, me doy cuenta de cuánto la voy a echar de menos, de cuánto valen realmente las cosas más sencillas de la vida. Hay mucho de cursi en todo eso, de obviedad tras obviedad. La felicidad no consiste en ser feliz todo el rato, sino en acostumbrarse a ser infeliz. Yo era infeliz con María y ella conmigo, pero éramos infelices acompañados. 

Se va con un ADIÓS que suena cierto, con esa actitud, mezcla de orgullo y tristeza, que tan bien saben mostrar algunas mujeres.

Estoy tan vacío por dentro que hasta el aire me empacha.  "Cúidate" es lo único que acierto a susurrar para acompañar al "BLAM" de la puerta al cerrarse. Me viene a la cabeza esa frase de El club de la lucha: "Sólo cuando has tocado fondo, puedes empezar a pensar con claridad". A ver si es verdad.

Vale, es hora de empaquetar cosas y desaparecer de aquí para siempre. Para volver a tener una vida medio normal, tengo que resolver lo de Paco. Ya no es sólo por él,  necesito arreglar esto por mí. A partir de ahora, mi objetivo en la vida es que la próxima vez que lo deje con alguien no sea por que puedan matarla. Será todo un paso, sobre todo si no me matan a mí primero

Me voy al almacén con algo de ropa, ya llamaré desde allí para que la empresa de mudanzas me traiga el resto.

Es el momento de hacer un repaso al árbol genealógico de los McGarcía.

 

Publicado el 3 de julio de 2009 a las 23:45.

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Trapecistas del olvido

Archivado en: Jim McGarcía, Trapecistas, María, Clint Eastwood

Ha pasado una semana ya. Semana uno d.P. Una semana de asco, de vómitos, policía e insomnio. El recuerdo de Paco es como esa famosa tortura china de las gotas de agua. Es imposible que me vaya a matar, pero me taladra la cabeza cada segundo. Pasarme una semana entera sin pensar en gilipolleces es más de lo que puedo soportar. Ojalá existiera un proceso de reseteado cerebral, una especie de botón de esos que si lo mantienes pulsado durante tres segundos consigue que se te olvide toda la mierda almacenada. Obviamente no estoy equipado con ese botón y las gotas continúan atronándome.

Trapecistas del olvido

María sigue aquí, pegada a mí como una lapa. Soporta mis malas contestaciones, mis lloreras, mis manías que se han disparado hasta cotas inexploradas en tiempos mejores. Hace una semana estaba preocupado. Ojalá lo estuviera ahora, pues preocupación es igual a esperanza, y ahora he constatado que para Paco ya no hay más esperanza que la del cemento armado. Estoy empezando a odiar a María. Me sacan de quicio sus "¿estás bien?" y sus "se te pasará". En este momento, las mujeres se me aparecen como trapecistas del olvido. Parece estar más preocupada por mí que por Paco. ¿Por qué? No me conoces de nada tía. Si no estuvieras tan jodidamente sola, ni siquiera querrías conocerme. Si yo no estuviera tan solo, ni siquiera te abriría la puerta de casa. Cállate y déjame con las gotas. Si crees que se me va a pasar, vete y déjame que se me pase. O déjame que me muera, pero no me hables. Por favor, no me preguntes por nada. Sólo quiero leer el cómic de "De la Tierra a la Luna". Quiero evadirme. Quiero que el fin del mundo me coja en la cama. Quiero que mi cama aparezca en la Luna y me ahogue de verdad, no con esta especie de suspiros intermitentes y ridículos. Si al menos pudiera controlarlos, si tan sólo fuera capaz de hilarlos en bloques de siete en siete, puede que las preguntas de María empezaran a resultarme menos estúpidas.

A Paco lo descuartizaron. Lo sé porque tuve que reconocer su cabeza, y los bultos que le seguían bajo una sábana inesperadamente blanca no parecían tener orden ni concierto. ¿Cómo has podido acabar así amigo? ¿En qué momento pudo la pasta a las gafas de pasta? Qué gracioso Jim... me mondo contigo. Ese ruso cabrón tuvo algo que ver seguro. Tu novio dice... ¡ja! Pero Paco, ¿cómo por traficar con Viagra ajena has acabado como un puzzle? Pensaba que mi trabajo era lo más turbio que se podía hacer con esas pastillas (fuera de la cama o de una sauna sin vapor, claro).

El policía era un tipo de lo más siniestro. En las películas los forenses responden a un perfil de madurito resultón, siempre iluminados por una estelar luz azul que aporta matices de ingenio a sus cabelleras canosas. El que yo conocí era un carnicero con guantes de látex bajo un luminoso de charcutería. Se suele decir del cerdo que se aprovecha todo de él. Del cerdo de mi amigo, ni la cabeza quedó aprovechable. Apenas su recuerdo es mínimamente provechoso.

Me robaba las cajas de Biagra que guardo en casa. Se las apañaba para recoger los paquetes con fecha de caducidad próxima y que yo mismo suelo desechar. Él no. Según lo que me contó el otro policía (el mismo que me rompió la mesa), Paco la vendía en bares nocturnos, con todas las posibilidades que se pueden manejar al hablar de bares nocturnos. Qué fácil sería decir casas de putas. Qué poco policiales resultan algunos policías españoles. El uniforme, desde luego, no ayuda nada.

Yo estoy ahora imputado por posesión y venta ilegal de fármacos. Me puede caer un paquete como un piano por eso. Por suerte la lealtad y el trabajo no son conceptos que necesariamente tengan que ir asociados, así que en un bendito momento de lucidez, mi cerebro parió una idea perversa como en el nacimiento de un anticristo. El baboso de mi jefe recibió de parte de Jim McGarcía una recomendación de primera mano para ingresar en prisión sin posibilidad de fianza. Puede que eso me salve durante un tiempo. Espero que el tiempo n ecesario para poder recomponerme de lo de Paco e intentar encontrar al cafre que lo troceó. Espero que ese desgraciado haya leído "De la Tierra a la Luna" y esté considerando seriamente la opción de un apartamento con vistas al Mar de la Tranquilidad.

- Jim, ¿estás bien?

- Sí María estoy bien. ¿Puedes irte un ratito? - Esto ya es lo que me faltaba. María interrumpiendo uno de mis momentos Clint Eastwood. Cuando todo está perdido, Clint siempre viene a socorrerme. Se apodera de mí y durante un espacio indefinido de tiempo me permite soñar con que soy alguien con un par de cojones. Me sirvió en el colegio para reírme de los futbolistas que me atosigaban. Me sirvió en la universidad para imaginar las muertes lentas y dolorosas de los profesores que me suspendían, y me sirve ahora que la venganza imaginaria es la única salida para un par de vidas destrozadas.

- Vale Jim, ya me voy. Llámame si necesitas algo, ¿vale? Por favor, déjame volver mañana. Creo que en este momento no es bueno que estés solo. Intento ayudar, ¿vale?

- Vale. Adiós.

Mientras el suelo cruje con los pasos de María, siento que la alegría inicial se diluye en una salsa de congoja. Con las pisadas vuelven las gotas a caer sobre mi coco y con el ruido de la puerta vuelve el llanto. La diferencia es que ahora ya no es sólo pena por Paco, también lloro por mí mismo. Lloro callado, como Clint en Los puentes de Madison. Como si fuera el más duro entre los duros. Como si el egoísmo fuera más eterno que la muerte.

Como si vengarme fuera ya lo único que importara.

Como si, comparado conmigo, Clint Eastwood fuera una bendición para el hijo de puta que aún no sabe la que se le viene encima.

Publicado el 8 de mayo de 2009 a las 01:15.

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Jim McGarcía

Jim McGarcía

Me llamo Jim McGarcía. No es un nombre fácil. Intuyo que no ha sido una infancia fácil. Lo cierto es que aún no sé cómo ha sido mi niñez pero ¿quién con un nombre así puede haber tenido una infancia fácil?

Sé que vendo Biagra por Internet. Sé que soy raro porque los demás no son como yo. Y aunque no lo sé, tengo el presentimiento de que la voy a cagar.

Me verás por aquí los viernes.

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