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Blog de Jim McGarcía

Bocados de Biagra

Acción ninja

Archivado en: Jim McGarcía, Walter Queijo, Ruso, Rusa, Clint Eastwood, Mourenza, McGarcía Senior

Ahí vamos, otra vez en la moto. ¿Saben ese chiste de "van dos en una moto y se cae el del medio"? Pues al final le he encontrado el sentido al asunto. En la moto vamos Walter y yo, y en el medio, el apestoso y semilíquido cadáver de Mourenza metido en una bolsa porta-trajes. Al menos, el paquete va bien asegurado entre Walter y yo, y parece complicado que se pueda  caer.

Dadas las circunstancias, Walter y yo hemos tomado la decisión de dejar de pelearnos contra nuestros aliados naturales en esta historia: los rusos. Ahora mismo manejo dos posibilidades: o los rusos han matado a Mourenza en una disparatada huída hacia adelante, o están tan perdidos como nosotros. Si bien el haber encontrado en su casa el teléfono de Mourenza tras la foto de mi padre (que ya había contratado al ruso para que matara a Paco en primera instancia) debería llevarme a pensar que Aleksandr mata más que habla, en nuestras primeras conversaciones el ruso se mostró como un tipo sensible, y sé (o quiero saber) que nuestros catastróficos desencuentros sólo se han producido porque me apellido igual que el principal sospechoso de todo el asunto.  En cualquier caso, Walter y yo tenemos un par de pistolas y no menos de 2,6 bíceps masculinos. Tal y como yo lo veo tenemos todas las de ganar: ¿Que se avienen a mantener una conversación? Fenomenal. ¿Que no? pues hacemos una llamada anónima a los preocupados compañeros de Mourenza mientras les endilgamos el cadáver.

Lo que está claro es que el ruso sabe algo sobre mi padre que yo ignoro, y en este momento cualquier pista es determinante. Todos mis puntos de conexión con la investigación están ahora mismo en punto muerto, y aunque debo reconocer que un encuentro con los rusos no me apetece nada, los últimos acontecimientos y calles sin salida no me dejan otra opción.

-  Espera, Walter frena. ¡Frena!

Ñiiiiiiiiiieeeeeeeeeeeekkk.

- ¿Por qué? La casa de los rusos está ahí delante Jim.

- Efectivamente. ¿y no has pensado que quizás un motero satánico en una montura tan poco sigilosa podría llamar la atención de los vecinos? Por no hablar del muerto que usamos como airbag. Y eso si los rusos no nos están esperando en la puerta con lanzas de dos metros.

- No querrás que deje la moto fuera de mi vista...

- Pues sí, eso es lo que quiero. Acércala a ese portal.

- Oye Jim, tío que es mi moto. De verdad que estoy contigo a tope, pero la moto... Ni hablar, me la llevo conmigo. Tú no te agobies, que no va a pasar nada con lanzas. Además, si tenemos que escapar no quiero tener que hacerlo corriendo. ¿Pesas bastante, sabes?

- ¿Por qué presupones que no puedo correr solo?

- No quiero ofenderte Jim, pero desde que te conozco te he visto más tiempo tumbado que de pie. La estadística juega en tu contra, y como no te voy a dejar tirado, prefiero que sea la moto la que cargue contigo. Hey, pero eres muy listo. A lo mejor es que tu cerebro da órdenes demasiado rápido para tus piernas. O puede que...

- Vale Walter, déjalo estar. Vamos con la moto.

Puto Walter. Mierda de gimnasia... En fin, que ahí vamos, rompiendo tímpanos desde el tubo de escape. Qué cojones, Walter tiene razón. Basta de acción miserable, escondiéndome en las esquinas como un ninja. Un ninja sin ningún conocimiento de  cosas de ninja. Una niña, en definitiva. ¿Qué haría Clint ahora? Fácil: Clint haría un caballito con la moto para tirar la puerta de los rusos abajo.  Después sacaría la pistola y... vale, ya estamos aquí.

En la casa no se ven luces desde fuera. Es uno de esos garajes de Madrid a los que les ponen un portal y se los alquilan a modernos con inquietudes artísticas. A modernos y a asesinos, claro. La puerta está abierta, señal de que los rusos no han llamado a un cerrajero desde esta mañana. Gente confiada. Mejor no fiarse.

- Walter, tú primero. Con un poquito de suerte estarán durmiendo.

- Quieres decir dormidos.

- Quiero decir "no despiertos".

Crrraaaaack.

- Mierda Jim, ¿qué cojones haces?

- Perdón, he pisado una lata. Dios, somos los peores ninjas de la historia.

- Habla por ti. Y por favor, deja de caminar de puntillas. Me pones nervioso.

- Perdona Walter.

- Vamos a dejar el cuerpo aquí, en la moto. Si dentro no hay nadie, lo metemos en la casa y esperamos a que lleguen. Si están dentro, les damos dos ostias y después metemos el cuerpo. ¿Está claro?

- Sí, está claro. Yo te sigo ¿vale?

Cuando Walter aparta la puerta de nuestro camino con todo el cuidado del mundo, nos encontramos con que la casa está casi completamente a oscuras. Al fondo, en la habitación, puede verse la luz entre los bordes de la puerta.  Mientras nos acercamos, Walter comprueba cada resquicio hasta llegar al dormitorio. Nada. Empezamos a oír las voces. Son tres, uno de ellos no ruso y no mujer. Algo no va bien. Agarro el brazo de Walter mientras él agarra la manilla.

Al entrar, después de mucho ruido, algunas caídas  y el agujero de una bala en la puerta, me doy cuenta de que Walter es el mejor ninja de la historia. El balance es de dos rusos previamente atados, mi pariente en primer grado inmovilizado y desarmado en el suelo, y dos buenos trabajos para un cerrajero.

Qué poco me apetece esto...

- ¡Suéltame gordo cabrón!

-  Mira Jim, se queja igual que tú.

Los rusos parecen contentos. Yo sólo siento desprecio (también cierto orgullo por Walter, sí). Desprecio por el pedazo de mierda cosanguínea que tengo delante. Le golpeo en la cabeza con la culata de mi pistola. Mira tú por dónde, sí que me apetecía.

- ¡Joder Jim!

Los rusos se ríen encantados. Por supuesto, se ríen en ruso.

- Callaos la puta boca. Nadie dice aquí que os hayáis salvado de morir.

Se callan.

- Jim. 

- ¿Sí Walter?

- Trae el cuerpo. 

- ¿Me ayudas?

- Sí claro, vamos juntos. ¿Les dejo también una pistola? 

- Tienes razón. Ahora vuelvo.

Al deshacer el camino por el pasillo, noto cómo estoy perdiendo el juicio. Voy a matarle cuando vuelva.

Le voy a pegar un tiro y ni siquiera voy a sentirme mal por ello.

Publicado el 14 de febrero de 2011 a las 22:15.

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Algo huele a podrido en el polígono industrial

Archivado en: Jim McGarcía; Biagra; Muerto; Mourenza; Walter Queijo; Ruso; Rusa; McGarcía Senior; Paco

En episodios anteriores de Jim McGarcía...

Jim, un chico más guapo e inteligente que la media de su generación, y que trabaja como spammer de Biagra en una empresa de dudosa reputación, emprende una cruzada por encontrar a los asesinos de Paco, su compañero de piso homosexual, contra los que juró venganza (venganza contra los asesinos, no contra los homosexuales).

Haciendo alarde de una valentía sin precedentes, nuestro extraordinario protagonista mete a su jefe en la cárcel con la connivencia del agente Mourenza, corta cualquier atisbo de autoconservación al forzar la ruptura con María (su rollo indefinido y principal fuente de ingresos), y tras un golpe de suerte (y de calor), conoce a Walter Queijo, un motero apasionado de Disney que le guía por carretera hasta el psiquiátrico en el que vive la madre de Paco. Allí descubre a la fuerza que el muerto es, en realidad, su hermano.

Mientras, Boris, el malvado ruso novio de Paco, y su escultural hermana Irina, amenazan el éxito de la aventura de Jim y Walter al presentarse tras varios precedentes violentos en la puerta del psiquiátrico. Allí Walter libera su testosterona contra los hermanos, antes de llevarse a Jim en su moto hacia la casa de los rusos, donde nuestros héroes esperan encontrar información sobre un supuesto McGarcía que, en palabras del ruso, ordenó matar a Paco.

- Sí Jim, ya lo sé. Ya me lo has contado. Mira chaval, creo que deberías ir al médico, al psiquiatra. No puede ser que se te evada la olla de esa manera. Ya sólo te falta hacer pausas para bailar y cantar.

- Ya, bueno Walter. Pero ¿es así o no es así?

- Sí niño, así es como me lo cuentas siempre.

- ¿Y lo de que Paco era mi hermano? ¿También es así?

- Ya sabes lo que dicen. Una mujer sabe que el niño que nace es suyo. En cambio un hombre...

- ¿Te refieres a mi padre?

- No. Me refiero a un hombre tipo, sin entrar en particularidades. Mira, por poner un ejemplo, el caso de Disney. Nunca verás un protagonista con padre y madre. Siempre se cargan, o se han cargado previamente, a uno de los dos o a los dos. Bambi, los sobrinos del pato Donald, el niño de Los rescatadores en Cangurolandia...

- Un momento. ¿Acabas de decir, tú bíceps de acero, la palabra Cangurolandia?

- Sí.

- Vale, vale. Continúa.

- Pinocho, Blancanieves, La Bella Durmiente, La Bella de la Bestia, Tod y Toby, Aladdin, Jasmine, La Bestia de la Bella, La Sirenita...

- Lo pillo: huérfanos en Disney. Lo que pasa Walter, es que el ejemplo que pones no tiene nada que ver con lo que supuestamente ejemplifica. Das nombres de huérfanos ilustres en 2D, pero nosotros estábamos hablando de la posibilidad de que Paco sea mi hermano. 

- Viene a ser lo mismo.

- Lo que tú digas.

...

...

...

- Chaval...

- Sí Walter, viene a ser lo mismo.

- No, en serio. La foto...

Walter me enseña una foto exactamente igual que la que me dio la madre de Paco. Mi padre y su sonrisa estúpida. Tan estúpida como sería esta historia en caso de que una vez más Jim o el narrador del asunto (o sea yo) se desmarcara con alguna tontería del tipo "deja de hacer el imbécil y devuélveme la foto", o "sí Walter, ya la hemos visto treinta veces". Pero resulta que la foto no es la misma, ni por asomo, pues en ésta mi padre, además de posar de forma completamente distinta, y cambiar de peso, peinado y color de pelo, es notablemente mayor que en la anterior, y ofrece una textura más propia de la actualidad que de, incluso, el año pasado. Es una foto reciente, y por el aspecto sanote que presenta el viejo, ha debido dejar de fumar hace tiempo (supongo que debido a la distancia kilométrica que separaba el estanco de su casa, y que tantos años le está llevando recorrer). Ahí lo tienen señores, la sonrisa del triunfador, de un Ulises que se quedara follando con las sirenas, si nos ponemos finos.

- Puto cabrón de mierda...

- Venga chaval, no saques conclusiones precipitadas. Seguro que todo esto tiene una explicación más o menos razonable. Tu viejo es también el padre de Paco, y no querrás cagarte en el padre de tu difunto colega, ¿no?

- No, no me cago en su padre. Seguro que era un tipo cojonudo. El mío es el que me parece un hijo de la gran puta.

- ¿También mal con tu abuela?

- Que te jodan Walter.

- Sí, vale... Que te jodan a ti también chaval.

Sólo cuando entablo conversaciones estúpidas como ésta, echo realmente de menos a María. Sus conversaciones estúpidas eran las mejores conversaciones estúpidas del mundo. Quizás fuera la autoconciencia de su propia estupidez lo que más me gustaba de ella. O puede que no fuera nada estúpida y que yo esté en un momento de alta exigencia intelectual en mi vida. Claro que el ver a Walter jugar con una miniatura de la ardilla Chip en momento tan apropiado, debería invitarme a una nueva revisión del caso.

- Qué, ¿vas a darme la foto?

- Sí, claro, toma chaval.

- Detrás tiene un número escrito.

- ¡Cojonudo! Puede que sea una clave de algo.

- Sí Walter, creo que podemos aventurar que es la clave de algo. La clave de algo de nueve dígitos que empieza por 6.

- Bien, apliquemos la lógica deductiva. No puede ser un código postal ni un DNI, ni siquiera un teléfono fijo porque no empieza por 91...

- Sí Walter, creo que ya te sigo. ¿Un teléfono móvil, tal vez?

- Mmmmm... Sí, tal vez.

- ¿Pero que cojones te pasa Walter? Pues claro que es un teléfono móvil. De hecho, me juego mi mierda de sangre corrupta a que es el puto teléfono móvil de mi padre.

- Pues llámale, ¿no?

- Sí, claro, ¿y qué le digo? "Hola papá, soy Jim, uno de los hijos que abandonaste. Sí, el que has dejado vivo. ¿Qué si quiero que tomemos algo? Claro papá, hace mucho tiempo que sueño con esto. Recuperemos el tiempo perdido".

¡BUM!

Walter me acaba de soltar una ostia al estilo ruso, pero en plan sincero. Una interesante manera de pedir su turno de réplica.

-¿Con quien crees que estás hablando, chaval? ¿Te parece divertido todo esto? ¿Te parece que soy alguien que acepte estupideces irónicas sin más? Pues escucha lo que te voy a decir: a la próxima andanada de babosadas, te devuelvo a la cloaca en donde te encontré, en el estado en el que estarías ahora si no te hubiera encontrado. ¿Queda claro?

- Peddón. Lo fiento Wadteb. A vefef me compodto como un ibbéfid.

- Tranquilo chaval. Tienes mucha presión, no pasa nada. Dame un abrazo.

Y Walter me abraza como una gran teta enfundada en algodón negro. Una teta en la que llorar durante años, y amamantarme con pelos heavy rock altamente nutritivos. Maternal, paternal y fraternalmente asqueroso como la sodomía incestuosa que mi difunto hermano Paco ya nunca podrá proporcionarme.

Tras un rato más de alimenticio abrazo, decidimos que en la casa de los rusos no podía haber nada más de interés, objetando, eso sí, la posibilidad que por supuesto aprovechamos de mear profusamente en el cajón de la ropa interior de la rusa.

Una vez fuera, y contando con la precariedad de una planificación económica digna de un lémur, decidimos dirigirnos a la McCueva para descansar un poco y reflexionar sobre el uso del número de teléfono de la foto. Ironías neuróticas aparte, debo pensar en las consecuencias de una más que posible respuesta paterna al otro lado del teléfono, y se me antoja fundamental el encontrar una salida a cualquier posible situación a la que tenga que enfrentarme en la conversación. Paso a paso, parece que todo me lleva en dirección a la tragedia griega, a la ejecución de una venganza tan completa y justificada como no se ha visto en siglos. Envuelto como estoy en este tipo de pensamientos, no puedo dejar correr el hecho de que, aún con la tensión acumulada en las mandíbulas, siga mordiéndome la lengua cada vez que me sueltan un derechazo. Mierda de cara que tengo.

 

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Ya de noche, hogar dulce hogar. Bendito polígono de olor a palomitas de culo de iguana. Con el motor de la moto apagado, nos movemos saltando de pierna derecha a izquierda hasta llegar al lugar buscado.

- Esta es la McCueva Walter. Este garaje de ciclomotor es mi casa.

- No te puedes quejar, ¿eh?

- No Walter, no me puedo quejar.

 

Al abrir la verja, el olor nos golpea en la nariz como los anillos de la rusa en las pelotas.

 

- ¿Pero qué cojones...

- ¿Ese muerto es tuyo? ¿Es tuyo Jim? Dime que no es un colega que te dejaste encerrado.

- ¿Es un muerto? Joder Walter, ¿es un muerto?

- Sí Jim, es un muerto. Y eso que brilla en el suelo es una placa de policía.

 

Mourenza.

 

Me cago en mi puta vida.

Publicado el 6 de julio de 2010 a las 19:15.

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Los puñetazos no hacen ¡TSH!

Archivado en: Jim McGarcía, Walter Queijo, Ruso, Rusa, Acción

Las escenas de acción suelen estar precedidas por una subida radical del volumen de la música. El piano suena tranquilo, casi una nana, y de pronto ¡CHAN! ¡CHACHACHACHACHAAAAAAN! Empieza lo bueno: Bruce Willis a repartir, Stallone a farfullar y Jennifer Love Hewitt a asustar a los espectadores con sus constantemente visibles tiras del sujetador. Lo mejor del asunto es que en la vida real no se oye la música, pero cuando recuerdas ese tipo de experiencias, siempre hay, como mínimo, un tipo tocando el triángulo. En mi caso, por ejemplo, recuerdo la situación con Gladys interpretada por John Williams y la filarmónica de Londres.

En el momento que me ocupa, y antes de que la reflexión me lleve a comerme una increíble hostia en los morros, me dispongo a esquivar el puño cerrado del ruso, un tipo con músculos hasta en los nudillos. A ver... Sí, bien, esquivada la primera. Un poquito más de tiempo para la reflexión ¿Por dónde iba? Ya, vale: las escenas de acción y la música. Las escenas de acción y el sonido en general. La primera vez que me rompieron la cara, y una vez superado el espantoso dolor de dientes, reparé en que los puñetazos no suenan "TSH" como en las pelis, y que no es tan fácil romper una mesa de madera con la espalda y levantarse como si nada. Varias veces he soñado que lucho con alguien a quien odio muchísimo (los freudianos que se abstengan de sacar conclusiones precipitadas), pero siempre soy tremendamente débil. Pego con una fuerza y un odio extremos, pero el puño llega a la cara de mi oponente como si el aire por el que avanzaba fuera gelatina. Nada, más derrotado que Hulk Hogan. peleando con Rocky.

Vaya, por ahí viene Walter a echarme un cable. Se nota que lo del ruso nos ha cogido por sorpresa a ambos. Menudo animal está hecho el tío.

- ¿Quién? ¿El ruso o Walter?

- Ambos, pero me refería a Walter más concretamente. ¿No ves que ya había alabado antes los músculos del ruso? (Odio que los lectores me interrumpan).

Vale genial, ahora tengo alucinaciones. ¿La esquizofrenia se contagia? Quién sabe... Bueno, estaba pensando en cómo el ruso apareció por sorpresa a la salida del psiquiátrico, mientras yo aún intentaba digerir la idea de que Paco y yo compartiéramos padre. Se lo montaba bien el viejo. A lo mejor el ruso también es mi hermano. A lo mejor todo el mundo es mi hermano, como en una peli de Spike Lee (tranqi Jim, ¿qué tal si te alejas un poquito de la puerta del psiquiátrico?).

Walter se lo está poniendo jodido al ruso. Vamos, que el ruso empieza a parecer un chino de color rojo dándole besos a la frente de Walter. Lo malo, para él, es que lo hace demasiado fuerte. ¡Anda! Ahí viene Irina. Oh Irina, sí, corre hacia mí, corre como el viento. Es precioso ver correr a una mujer con las tetas grandes. En fin, supongo que eso es lo que debía pensar David Hasselhoff cada mañana en Santa Mónica.

¡TSH! (Un nuevo descubrimiento, parece que el secreto consiste en hacerlo suficientemente fuerte).

- ¡Walter! ¡Esta tía me va a matar!

- ¡Ya voy Jim! ¡Intenta soltarte!

Que intente soltarme... Gran consejo Walter, no lo había pensado. ¿Qué tal si se lo pido por favor? Rusa, ¿te importaría dejar de ablandarme los dientes contra el suelo? Disculpa Irina, ¿serías tan amable de razonar esto conmigo?

- ¡Bualteb! A efta tía le fale efpuma pod la boca...

Así de fácil. Walter llega, la levanta por los pelos, y la lanza encima de lo que queda de su hermano, que se levanta como el que aún cree que puede ganar pero todos saben que no puede.

- El cabrón es persistente.

- Te lo advedtí... (sé que este momento lo recordaré a cámara lenta) ¡Cuidado, tiede uda pipa!

Y ahí Walter demostró que lo de Matrix podría pasar. Me cogió, me subió a su espalda, y empezó a correr hacia la moto.

¡BAM!

- ¡Code Bualteb!

- ¡Dispárales Jim joder! ¡Usa tu pistola!

- ¡Fí! ¡Efo!

¡BAM!

¡BIM! (Genial, tengo una pistola que suena ¡BIM!, más material para mis sueños)

¡BAM!

¡BIM! ¡BIM!

- Siéntate chaval. Nos vamos.

Y Walter arrancó la moto y nos fuimos disparados (nunca mejor dicho) rumbo a tierras lejanas y más aventuras.

- ¿Vas a acabar ahora? ¿Y qué pasa con tu padre?

- Shhhhhhh. Estoy intentando seguir, por dios. Claro que no voy a acabar ahora.

- ¿Y por qué antes hablabas mal y ahora hablas bien?

- Porque esto no está pasando. En la realidad yo voy en una moto con la boca destrozada.

- Pero es un poco raro, ¿no?

- Déjame en paz ¿quieres?

Volvamos al lío. ...tierras lejanas y más aventuras.

- ¿A dónde vamos Jim? Joder, esos comunistas no se andan con bromas.

- Vamof a Mabrib. Tedebof que llegab adtef que ellof. Tedebof gue begiftab fu cafa. Feguro gue allí hay algo.

- ¿No te avisé de que no jodieras a los comunistas?

- No.

- Pues no jodas a los comunistas. Si algo tengo claro, es que Walt Disney no era comunista.

Y allá vamos, contra reloj a casa de los rusos. En la moto llegaremos antes y podremos tocar y mirar todo lo que queramos. Ahora ellos saben que no nos andamos con gilipolleces, y ellos saben que Irina me puede físicamente. En un mundo más civilizado, seguro que habría hecho buenas migas con María.

Publicado el 4 de diciembre de 2009 a las 01:15.

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Huyendo hacia adelante

Archivado en: Jim McGarcía, Huyendo hacia adelante, Ruso, Rusa, Policía, Rico

Ya había empezado a encariñarme con los pantalones de algodón y ositos. Era agradable, como volver a ser un niño pequeño con el culo lleno de talco. Un hombre fuerte en casa y una mujer que de puro exuberante se me hacía mucho mayor que yo. Quizás Irina está demasiado buena como para ser considerada madre de nadie, pero las mujeres voluptuosas siempre me han resultado inaccesibles como madres o abuelas. Es lo que se conoce como "demasiada mujer para uno". Para lidiar con la rusa hace falta mucho pene y poco cerebro, y desafortunadamente, yo sólo cumplo con el primer requisito.

Cuando salí de la habitación estaba muy nervioso. Los amorosos plantígrados de mi pantalón empezaron a poner caras de pánico ante la idea de que pudiera repetir el número de la incontinencia urinaria. Me fijé concretamente en uno que miraba angustiado a sus compañeros como una señora mayor que busca refugio en un día de lluvia. Avanzar por ese pasillo repleto de paredes era como ir al paredón. Las cocinas ajenas siempre tienen cierto aire siniestro, y aquella casa no auguraba nada más acogedor que un salón de poker regentado por un tahúr chino con cuchillos en lugar de uñas. O algo peor. Por fin llegamos a la cocina. El ruso delante, yo detrás. Irina preparando café. Me ve aparecer con un pantalón suyo, sin camiseta, entre crecido y desmoronado, como un enano jugando al baloncesto con un grupo de parbulitos. Ni me mira. Mi pistola en la encimera junto a un jamón serrano con aspecto de pata de cabra de Parque Jurásico. Dado lo agradable de las circunstancias, en el momento no podría haber asegurado que el hueso no fuera humano. La rusa abre la boca:

- Por fin te levantas.

Irina, la rusa, hace un café cojonudo. Como no tengo cafetera en casa y paso de tomar café de sobre... Bueno, no soy muy cafetero, pero debo admitir que si no fuera porque el tiempo, la ficción, el sexo o la cantidad de vello corporal son claros impedimentos, Irina podría ser perfectamente Juan Valdés. Estoy preocupado. Estoy agobiado. Estoy palpitante.

No ayuda a relajarme el hecho de que Irina esté tan buena. Como he dicho ya, hablar con mujeres guapas, de las que parecen estrellas del cine clásico, siempre me ha intimidado sobremanera. Les tengo una especie de respeto o veneración que no me deja articular palabra. Es muy posible que, si yo tuviera cincuenta años e Irina veinte, me siguiera pareciendo más madura, sofisticada y, en definitiva, mayor que yo. Creo que esto se conoce como complejo de inferioridad. Yo prefiero llamarlo conocimiento de inferioridad. Además, mi aspecto actual no me ayuda demasiado a resarcirme.

Sin apartar la mirada del ruso, me siento a la mesa camilla que hace las veces de mesa de comedor en la casa de Irina. Es un momento importante éste. Se nota una tensión especial en el ambiente, y el lado eslavo de la cocina parece estar disfrutando esto, como un médico sanguinario que se dispone a contar a la familia que no ha podido hacer nada por su pariente. Cada vez que Aleksandr se humedece los labios, el corazón me da un saltito. Me siento como María Patiño delante de la Pantoja: quiero saber. 

- Bueno Jim (ya empieza el ruso, redoble de tambor, And the Oscar goes to...). El gran Jim McGarcía (hizo un hincapié extraño en mi apellido, como si de algún modo me lo estuviera tirando a la cara) ¿Quieres saber, eh? Tienes, ¿cómo llamarlo?, curiosidad... Vale, vamos allá. Por si aún no lo tienes claro, si eres igual de imbécil de lo que pareces ahora mismo, te diré otra vez que yo NO maté a Paco. Yo quería a Paco.

- Lo cojo. Vi vuestras fotos de amor en su ordenador. Estabas monísimo con la piel morena.

- ¿Podéis dejar de probar la longitud de vuestra meada e ir al grano? (Vale, la rusa me está comparando con Aleksandr. Un punto para el chaval de los ositos).

- Yo no maté a Paco pero me encargaron que lo hiciera. Así fue como nos conocimos. Un tipo de las afueras me lo ordenó. No tu jefe, tranquilo, hablo de otras "afueras", de esas en las que se aparenta menos y se enseña más. Un tío con dinero de verdad me dio una foto de Paco, 4.000 euros en billetes de 500 y una dirección. Hace unos cuatro meses de esto. Matar gente no es mi principal actividad, prefiero trabajar como guardaespaldas o portero de discoteca. Es mucho más sencillo y mancha menos. Acepté el trabajo porque me pareció una buena oferta que quizás fuera a conseguirme más trabajos. La gente con dinero suele confiar siempre en los mismos tipos para solucionar sus problemas, y además son una fuente inagotable de mierda que tapar. Es la contrapartida al dinero. Es el precio que hay que pagar. "Es un mierdecilla" me dijo. "Quiso saber cosas que no debería saber, pero no tiene ni fuerza ni medios como para hacerte pasar apuros". Hecho, le dije. Trabajo fácil.

- Eres un cabrón. ¿Es que no tienes corazón? ¿Cómo puedes ir por ahí con tu cara de ruso matando gente que no te ha hecho nada? Toda esta mierda me está sobrepasando...

- Para empezar, ya te he dicho que no lo hice yo. Además, la gente que he matado paga por aquellos que no mato y que sí me hacen algo. No es asunto tuyo lo que hago para vivir, ¿vale? Sólo te lo cuento porque es importante que lo sepas. Es importante que conozcas hasta dónde sé yo. Bien, ¿por dónde iba?

- Rechazaste el trabajo.

- No lo rechacé, ¿quieres prestar atención? Lo acepté. Busqué a Paco, llegué hasta él. Trabajaba en un bar gay de camarero y charlé un rato con él. Es mejor ganarse la confianza de los tipos que vas a ejecutar. Nadie va contigo en coche a un arrabal si no es porque confía en ti. Paco y yo nos tomamos unas copas en la barra. Me dijo que le gustaba, que le parecía encantador que un gay tuviera aire de matón. Me decía: "perro ladrador...". 

- ... poco mordedor. 

- Ya lo sé estúpido. Esto no es un concurso de la tele. Si aprecias en algo tu salud, deja de interrumpirme. El caso es que ese día nos acostamos. No suelo intimar hasta ese nivel con alguien que estoy a punto de cargarme, pero Paco me pareció tan indefenso que no pude evitarlo. Los tipos que me he cargado suelen ser escoria, indeseables que no esperan nada de la vida más que drogas, putas y dinero. Ya están muertos antes de que yo les mate, es sólo una cuestión de saber quién será el que va a apretar el gatillo. Paco era simpático, agradable conmigo. No me tenía miedo (aquí me imaginé al ruso vestido de Bestia en el cuento de Disney. Todas las grandes verdades de la vida están en esas pelis, sólo hay que extrapolar el mundo de la mafia al de los candelabros que hablan. De todos modos, no me pareció el momento para hacer alarde de mi ingenio). A la mañana siguiente, ya sabía que no sería yo el que iba a matar a Paco. A los pocos días de relación, me había enamorado de él. Paco tenía que saber que le buscaban para matarle. Tenía que dejar que le protegiera, estar todo el día con él, así que decidí contarle el motivo por el que nos habíamos conocido. Como es natural, la reacción de Paco no fue precisamente cordial. Me rompió una botella de vino en la cabeza y me amenazó con clavarme el casco roto en la cara. Tu amigo tenía más carácter del que parece. Le conté los detalles del encargo, y después le pedí que me siguiera con su versión.

Paco conocía al hombre que le quería matar. Le vendía Biagra a domicilio. Supongo que te preguntarás cómo llegó a hacer ese trabajo para gente tan peligrosa.

- La verdad es que no. Los hijos de puta no están exentos de sufrir disfunción eréctil. Quizás por eso mismo son tan malnacidos.

- Ya, claro. Paco me dijo que siempre haces chistes. No entiendo cómo le hacías tanta gracia (insertar aquí mi cara con gesto de orgullo). Paco me contó que sabía cosas sobre el tipo de las afueras, "cosas jodidas de verdad" en sus propias palabras. Nunca me contó qué es lo que sabía. En su optimismo irremediable quiso llamar a la policía. No se lo permití. La policía no siempre es fiable cuando alguien con dinero está implicado, y pensé que si dejaba que la policía llegara a él, no duraría mucho en la cárcel. Allí hay zombis que matan por un cartón de tabaco y un poco de cocaína. Están devaluando el mercado. El tiempo me demostró que no me equivocaba, ya viste el numerito que montó aquel madero en tu casa. Jamás te fíes de un policía uniformado.

Me convertí en el guardaespaldas de Paco. A veces ponía la canción de Whitney Houston sólo para reírse de mí. El día que quedó contigo para decirte que era gay, fue el último que lo vi con vida. Llegó aquí muy enfadado. Su intención era contarte lo que le sucedía, decirte que estaba conmigo y aconsejarte que no hablaras a nadie de él. No quería meterte en el ajo, pero tampoco podía mantenerte al margen. Como le pasaba conmigo, que jamás me contó lo que sabía del rico, tenía una gran facilidad para establecer relaciones a medias. Dosis de verdad limitadas con cuentagotas.

Como te decía, Paco estaba furioso contigo, pensaba que no eras tan buen amigo como él necesitaba. Comenzó a dudar también de mí, la presión le podía. Tanto esconderse, salir sólo por las noches, mirar en cada esquina a los cuatro puntos cardinales, le estaba devorando. Volvió a pensar en su madre.

- ¿La del psiquiátrico?

- Vaya, no sabía que Paco tuviera varias. Claro que la del psiquiátrico. Me contó una vez que no estaba tan mal, que tenía problemas mentales, días muy malos, pero que tenía momentos de lucidez que él no quería perderse. Solía visitarla de vez en cuando, cuando las enfermeras le aseguraban que estaba en una buena fase. Le pedí que me dejara ir con él, le avisé de que no era seguro. Le dio igual. Me dio un beso y me dijo que volvería pronto. Como sabes, nunca regresó.

De pronto, Irina le interrumpió con una perorata en ruso. Ya ni recordaba que ella también estaba en la cocina. Parecía que estuviera reprochándole algo, señalándome y empujándole. Aleksandr le contestó con otro "nosequecoñich" antes de continuar hablando:

- Perdona a Irina. Es mi hermana pero no tiene muy buenos modales. Se preocupa por mí y ambos creemos que tú sabes más de lo que parece. Cree que debemos sacarte la información por las buenas o por las malas. Piensa que estás con la policía. Te ha visto en la comisaría. ¿Para quién trabajas McGarcía?

- Oye, yo no... (Irina coge el cuchillo jamonero).

En ese momento, cuando la amenaza se acerca sin remisión, sólo hay dos opciones: o actuar rápido o confiar en que tengan vecinos honrados y paredes finas. Afortunadamente, opté por lo primero. Cogí las tazas que había sobre la mesa, lancé una a cada uno, y en la confusión me las arreglé para recuperar mi pistola con un movimiento ágil. Los pantalones de algodón son el puto mejor invento de la historia. Los atletas deberían competir con pantalones de pijama.

- ¡Vaya Jim!, eres una caja de sorpresas. En el caso de que salgas de aquí, ya sabes que te voy a buscar, ¿verdad?

- Verdad. Por eso a lo mejor eres tú el que no sale de aquí. No sé nada, de hecho, tú sabes sobre Paco mucho más que yo. Es importante que sepas que la policía ya tiene lo que quería de mi. Mi jefe, el tío de la parte chunga de las afueras, es lo único que querían de mi. Lo que yo vendía era igual de ilegal que lo de Paco, y eso es todo, fin de mi historia con la madera (me encanta utilizar sinónimos de policía al estilo cheli. Me hace sentir importante). Ahora me voy a ir. Ya sé lo suficiente de toda esta mierda como para apartarme para siempre. Soy un tío normal, al menos en términos de valor y ganas de vivir, paso de mezclarme con escoria como vosotros.

- No te creo.

- Muy bien, pero eso no cambia las cosas. Tú (apuntando a la teta izquierda de Irina), ábreme la puerta despacito. Y tú, Aleksandr, amante bandido, quédate sentadito en donde estás. Me voy.

Irina abrió la puerta como le ordené, y una brisita liberadora entró de la calle para arrojar algo de coherencia en todo este asunto. Antes de empezar a correr perdiendo el culo por la calle, el ruso, sin moverse de la silla junto a la mesa camilla, me pegó la siguiente patada en los cojones:

- Por cierto Jim, por si te interesa, el tipo que me mandó matar a Paco se llama McGarcía. No es un apellido muy común, ¿no?

Publicado el 29 de junio de 2009 a las 02:30.

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De polizón en un piano a la deriva

Archivado en: Jim McGarcía, Piano bar, Ruso, Rusa, Policía

Las cosas se están precipitando últimamente. El agente Mourenza, todo chulería y bofetaditas hace un par de semanas, es ahora uno de mis mejores amigos. El "alijo" de Biagra le ha venido estupendamente para quedar bien delante de sus jefes, y a mí me ha traído la absolución total. Si de algo tengo que responder, será de traición, pero eso tocará cuando estire la pata, y no creo que San Pedro sea un juez mucho más estricto que Mourenza y sus acólitos. Lo único que exigí a cambio de la delación fue que privaran a Marc del acceso al teléfono. Una cosa es que yo sea un cabrón y otra muy distinta es que me guste que me llamen para recordármelo. Según parece, el propio Mourenza se encargará de explicar a Marc cómo me cogieron con las manos en la masa mientras abría las cajas en el polígono industrial. Dudo mucho que Marc tenga tiempo para explicar que, en realidad, en el almacén había veinte cajas más de las que encontró la policía.

Una vez solucionados mis problemas con la justicia, es el momento de comenzar a hacer justicia, pero en otro sentido. Ahora me toca a mí extender la democracia por los intestinos de los que me dejaron nadando en mierda. No tengo ninguna gran pista como para resolver el asunto rápidamente. Lo que sí tengo es una pistola cargada que me favorece muchísimo frente al espejo, una lista de los clientes prohibidos de Paco y una entrada para un piano bar. A todas luces, un planazo para ayudarme a digerir tanta felicidad repentina.

De camino al lugar del concierto, pienso que en un fin de semana a partir de la medianoche, nadie camina solo por el centro de Madrid, y si alguien lo hace, desde luego pasa desapercibido. La marabunta ruge con entusiasmo y no hay lugar para soledades. Es una sensación agradable la de caminar con una pistola en el bolsillo. De entre la gente que pasea sola, invisible, yo soy el único en el que te fijarías. Todos los que se cruzan conmigo parecen tener la misma sensación de estremecimiento en los pelillos de la nuca. Me gustaría llamarlo confianza, serenidad, pero en realidad es autoafirmación asesina. Puede que las personas, como los animales, huelan el peligro o el miedo. También puede ser que haya acertado con la elección de la camisa.

No hay mayores soledades que las que se ven juntas, como para comparar, y es justo en ese momento cuando el piano empieza a sonar en el Tartán 2. Conocía este sitio desde hace unos años, cuando Paco me trajo aquí por primera vez para enseñarme lo que él llamaba "la máquina del tiempo". Ahora Paco ya no está, y para empezar a obtener respuestas no me queda más remedio que utilizar la entrada para el concierto que me dejó como legado. Por muy mierda de legado que sea éste, no puedo evitar un impulso de violencia cuando el portero rompe la entrada en mis narices. "¿Vas a pasar o qué?" me pregunta atusándose el pinganillo en la oreja. Realmente, hay un motivo para que hasta ahora nunca haya tenido pistola o dinero. Tengo impulsos sociópatas demasiado claros como para que la justicia cósmica me recompesara con semejante poder. En cualquier caso, me parece excesivo perforarle el entrecejo al fulano por ser un poco impaciente. Tranquilo Clint, ya habrá tiempo. Tranquilo Jim, se te está yendo la cabeza. Si en lugar de pistola llevaras un tanque, hasta el aire te parecería indigno de tu grandeza. Ya sabéis lo que dicen, cuando uno habla todo el rato consigo mismo como si fuera otra persona, es mejor que lo encierren en un psiquiátrico. Vale, vamos allá.

La entrada al Tartán 2 se ve presidida por una explosión de sonido enmoquetado. Aunque los dorados de la barra, los pomos, los pasamanos y las mesas relucen sin pudor, hay en el ambiente una concentración de humo y polvo que embota la vista y anuncia sorpresas. Moños platino sobre pieles cuarteadas. Camisas de manga corta y canas mezcladas con caspa sobre los hombros de los apuestos pretendientes. Un bar de viejos que conservan la esperanza o que la perdieron hace tiempo. Cualquiera de más de cincuenta que aún maneje ese concepto, tiene que pasarse por aquí en algún momento. Un barco a la deriva, sin más velamen que el del sexo adulto, sin otro capitán que los escotes recompuestos con maquillaje, trabajo y pañuelos de papel. Qué mejor sitio que este para vender Biagra. Paco se lo montaba de cojones.

Poco a poco, entre la maleza, comienzo a distinguir caras más jóvenes. Todas demasiado sonrientes como para pertenecer a clientes habituales. Vienen a reírse del espectáculo. Ninguno está solo, y tienen cara de no haber echado un euro a una tragaperras en su puñetera vida. La verdad es que la situación tiene cierta gracia, como un anuncio de la vuelta al cole protagonizado por piernas varicosas. Ya, a mí tampoco me hace gracia.

Después de pedir un Martini al camarero (nunca había pedido algo así en un bar, pero es que aquí te lo ponen con aceituna y me parece que acompaña perfectamente al retrato de sofisticación que quiero proyectar), me acerco a la zona del piano, ligeramente apartada de la zona de alterne. Camino sabiendo que algo malo va a pasar hoy. Con las primeras notas que percibo con claridad, mientras el humo se disipa para revelar una especie de cabaret sobre un piano, los nombres de Paco o de María empiezan a perder su importancia. La noche promete.

Sobre el piano, una mujer de unos treinta y cinco años desgasta su voz ante las miradas babeantes de los jóvenes cuarentones que aún se ven con oportunidades. En ocasiones, la vida se parece demasiado al cine como para permanecer indiferente frente a los acontecimientos, y esta es una de esas veces. No se puede apartar la vista de una mujer guapa que canta sobre un piano. Cómo somos los tíos, con una voz susurrante y un vestido rojo, somos incluso capaces de dejar de mirar para la tele. De olvidar que la tele existe. De enamorarnos sin cruzar media palabra. Como digo, en ocasiones la vida se parece demasiado al cine.

Hasta que veo a Aleksandr, no me doy cuenta de que está cantando en ruso. Lo peor es que, aunque veo al ruso gay a unos pocos metros, prefiero quedarme escuchando a la cantante intentando averiguar lo que significan las palabras que pronuncia como si no fueran rusas. Como si Stalin mandara a la gente a Siberia cantando bossa nova. Embobado como estoy, no me extraña que sea el ruso quien se haya acercado a mí, me haya doblado un brazo como si fuera un muñeco articulado, y me haya empujado al baño. Otra vez la violación planea sobre mi cabeza. Al menos, en esta ocasión hay una voz agradable de fondo que me permitirá evadirme con mayor facilidad.

- Hola Jim.

- Hola ruso. ¿Vas a matarme?

- Me lo voy a pensar. ¿Estás solo o vienes con tu amigo el policía?

- Oye, suéltame el brazo, por favor, me duele mucho y cuando algo me duele no puedo pensar con claridad. Estoy solo. Más solo que tú.

- Yo estoy solo - me dice al soltarme el brazo.

- Ya, bueno. Ya te dije que si me haces daño no puedo pensar con claridad. ¿Quién es la chica?

- ¿Cómo puede ser eso lo primero que me preguntas? Los heterosexuales sois una panda de maricones. 

- Vale, asumo la crítica. ¿Cómo estás? - No me fío nada de este cabrón. Es posible que sea él quien mató a Paco. No sé nada acerca de la reacción de celos que puede tener un fulano cuyos bíceps son como pollos asados.

- No muy bien. Llevo algunas semanas saliendo sólo de noche. Tus amigos los policías me tienen bastante acojonado. Yo no maté a Paco, Jim. Tú lo sabes, ¿verdad? Yo quería a Paco. Lo echo muchísimo de menos. No te creas nada de lo que te digan esos mierdas de los policías.

- Por la poli no te preocupes. Ya tienen diversión durante un tiempo. Lo he arreglado todo.

- ¿Te refieres a la chapuza con el proveedor? ¿Lo de tu jefe? Si crees que esa tontería de la Biagra es lo que persigue la pasma estás muy equivocado (bueno, va siendo hora de que asuma que con o sin teléfono, Marc sabe de sobra que el que le ha jodido he sido yo).

- ¿Ah no lisillo? ¿Y entonces qué busca la policía?

En ese momento, la rusa del vestido rojo entra en el baño de tíos. Sin mediar palabra me agarra de la nuca y me besa de una forma que no había probado antes. Uno cree que lo sabe todo y de pronto ¡pam!, la vida te vuelve a sorprender. ¡Joder! Si no fuera porque seguro que se enfadaba, me encantaría que María me viera en este momento. Soy un fenómeno del sexo, sólo necesito una motivación apropiada. Me tiemblan las piernas. Demasiado. Pero estoy tan bien...

Estoy tan bien que no me doy cuenta de que el regustillo ácido de la lengua de la rusa contiene algo más que deseo y alcohol. Claro que eso se hace notorio cuando me desplomo semiinconsciente en el suelo. Con lo bien que me veía yo con la pistola, y ahora resulta que me van a sacar del bar sobre el hombro de un ruso, como un bebé eslavo recién llegado del infierno.

Necesito ayuda.

 

Publicado el 12 de junio de 2009 a las 20:30.

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Jim McGarcía

Jim McGarcía

Me llamo Jim McGarcía. No es un nombre fácil. Intuyo que no ha sido una infancia fácil. Lo cierto es que aún no sé cómo ha sido mi niñez pero ¿quién con un nombre así puede haber tenido una infancia fácil?

Sé que vendo Biagra por Internet. Sé que soy raro porque los demás no son como yo. Y aunque no lo sé, tengo el presentimiento de que la voy a cagar.

Me verás por aquí los viernes.

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