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Blog de Luisgé Martín

El infierno son los otros

Más valores

Archivado en: Apple, Explotación laboral, Tecnología

Hace tiempo que siento verdadera aversión por Apple y por lo que Apple significa. Tengo un iPhone (de segunda mano, regalado), un iPod Touch (comprado con conciencia) y un Mini Mac (que por su tamaño era el único que podía conectar a la televisión y al equipo de alta fidelidad). Como electrodomésticos (o technodomésticos) son apreciables, pero distan mucho de la perfección que comúnmente se les atribuye. Se asegura que son eternos, pero a mí en los últimos quince años sólo se me ha cascado un ordenador, de los varios que he tenido: el Mac. Se afirma que son sencillos e intuitivos, pero a mí me parecen mucho más obstusos que los sistemas de Windows y Android, aunque éstos hayan sido -si lo han sido- copia de Apple. Son además, terriblemente rígidos e inflexibles: tienes que usar los programas que ellos te dicen, organizar las carpetas como el aparato te manda y pasar todos tus archivos por el exprimidor que haga falta para poder verlos o usarlos en el Apple. Si yo voy a casa de un amigo y me habla de una canción magnífica que yo no conozco, le doy mi teléfono HTC o Samsung y me la carga en un momento, pero si le doy mi iPhone ya hemos llegado a la catástrofe: no puede hacerse, salvo que me sincronice todos sus archivos o arme un sindiós. ¿Flexibilidad, libertad, comodidad, intuición? Palabrería.

Son silenciosos, los más silenciosos. Y son hermosos, los de mejor diseño. Están en la vanguardia: van siempre un paso por delante desarrollando smartphones, reproductores musicales, tabletas... No es poca cosa, pero no es más que eso. La religión que se ha creado alrededor de Apple, de la que forman parte muchos revolucionarios de salón (hay una gauche iPhone mucho más absurda que la gauche caviar), es un buen signo de los tiempos que vivimos. Hacer cola durante una noche para comprar el iPhone 4 el día que aparece (y poder así tirar el iPhone 3, tremendamente desfasado) debería ser tratado como enfermedad mental.

Cuando murió Steve Jobs (que por lo que han ido contando luego sus biógrafos debía de ser un cabrón redomado) parecía que había muerto el mismísimo Pericles, o Gutenberg, o Pasteur. "El hombre que cambió el mundo", titulaban los periódico. ¿A qué estamos empezando a llamar "cambiar el mundo"?

Traigo todo esto a colación por el informe que ha publicado estos días The New York Times, que revela que en las fábricas chinas que sirven a Apple se trabaja en régimen de semiesclavitud. O cuando menos de explotación absoluta. Sueldos menos que misérrimos, horarios interminables y condiciones inhumanas. Mientras tanto, los beneficios de la compañía han aumentado en el último trimestre de 2011 hasta batir un récord: 13.000 millones de dólares.

No sé si ésta es la forma de cambiar el mundo ni éstos son los valores de los que tanto hablamos. Es cierto que los esclavos chinos, a pesar de su esclavitud, estarán encantados, porque por lo menos alimentan a sus familias. Y es cierto que en estos tiempos desnortados las ventas de Apple, incluso cuando saca puro humo, como con el iPhone 4S, no hacen más que crecer. Pero queda por ver si de verdad esta radiografía nos parece bien. Si esto es lo que queremos. Si a eso llamamos riqueza. Los valores, la ética. La humanidad. E incluso la compasión.

 

Publicado el 29 de enero de 2012 a las 01:30.

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Los Valores

Archivado en: Zara, Mango, Urdangarín, Valores

Mi amiga Agirosa Prop, que sigue este blog con la misma fe con que un penitente podría calzarse el cilicio en la cintura, sabiendo que sus pecados podrán ser absueltos en otra vida y sus padecimientos convertidos en gloria bendita, me regaña amistosamente por escribir mi anterior post acerca de Amancio Ortega, que, según ella, ha hecho el pobre lo que hay que hacer, puesto que una empresa no es una ONG.

A mi amiga Agirosa ustedes no la conocen, pero conocen a muchos otros iguales a ella. Mi amiga Agirosa pertenece a una generación que se ha pasado la vida hablando de valores y hablando en mayúsculas, pero que a la hora de la verdad sólo reconocen los valores del mercado de valores. Mi amiga Agirosa forma parte de un grupo ideológico antropológicamente fascinante que reivindicaba el marxismo-leninismo, la autodeterminación de los pueblos, el sexo libre y no sé cuántas cosas más, y que ahora, andado el tiempo -esto es la vida, quién lo duda-, reivindica el derecho de Amancio OrtegaMango a no pagar impuestos si puede evitarlo porque las cosas son así.

Ese grupo ideológico -aunque no solo- habla todo el día de valores. Es más: habla todo el día de Valores. Esos Valores nunca se acaban de concretar en nada, salvo en el Esfuerzo, que se ha vuelto al parecer imprescindible. El Esfuerzo es el único Valor que a mí me queda claro. Pero si te has esforzado mucho, ya puedes pagar los impuestos en Irlanda (aunque luego pronuncies la palabra España con mucho énfasis, como si llevara una hache aspirada al principio), explotar a tus trabajadores (que tendrán que esforzarse más) y ponerte el mundo por montera.

Mi generación no es mucho mejor que la de Agirosa Prop, pero al menos tendrá que sonrojarse menos, lo que a mí me parece un alivio. Mientras tanto, yo sigo confiando en que alguna vez los que hablan de Valores nos muestren esos Valores o en que, alternativamente, dejen de hablar de Valores y trinquen coherentemente.

No obstante, y siguiendo el consejo de mi amiga Agirosa, voy a hablar de Urdangarín, que según ella está más de moda que Amancio Ortega. Y voy a hacerlo mostrándoles la campaña publicitaria que una empresa también textil, competencia directa de Zara, va a realizar próximamente. No se ha revelado el caché que cobrará Su Alteza.

 

Publicado el 18 de enero de 2012 a las 00:30.

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Patriotismo

Archivado en: Amancio Ortega, Inditex, Crisis, Bildu

Dado que vivimos en una sociedad rara, pensamos que el gran patriota irlandés de nuestros días es Gerry Adams, pero en realidad es Amancio Ortega, que acaba de decidir que el grupo Inditex seguirá liquidando los impuestos de su división on line en aquel país, salvo los que correspondieran a ventas realizadas desde ordenadores radicados en el territorio nacional. Es decir, que si un chino o un canadiense compra un jersey en la web de Zara, el beneficiario, además del comprador, que podrá abrigarse mejor, y de los accionistas de Inditex, es el estado irlandés. Había prometido que a partir de 2012 liquidaría esos impuestos en España, que es el país del que él tiene pasaporte y en el que está radicada la empresa, pero ha echado cuentas y ha llegado a la conclusión de que no tiene sentido pagar aquí un tipo fiscal del 30% (pongo por caso) si puede pagar el 15% en otro sitio. Amancio Ortega, además, nació en Galicia, una tierra celta, como Irlanda, de modo que entre unas lluvias y otras, entre unas meigas y otras, no encuentra demasiada diferencia.

 

Hoy, que empezaban las rebajas, fui a Zara a darme una vuelta. La tienda estaba atestada, como todos los grandes comercios, pero las colas para pagar parecían serpientes alargadas. En la planta de caballeros, si uno quería comprarse una camisa o unos calzoncillos tenía que esperar aproximadamente una hora a que le llegara su turno. En la caja había dos empleadas atendiendo, más o menos como siempre. Es decir, no se había contratado personal de refuerzo, o desde luego no el suficiente; supongo que para reforzar aún más los beneficios de la compañía (que en este año de crisis han crecido bastante) y poder seguir así expandiéndose por el mundo con ese orgullo tan español.

 

La culpa de lo que ocurre, de la crisis, del paro, de la creciente desigualdad social, no es de Amancio Ortega y de gente como él, sino de Zapatero (fundamentalmente) y a partir de ahora de Rajoy. Hace treinta años evadir dinero a Suiza era al menos vergonzante, además de ilegal. Hoy, pagar impuestos en Irlanda es una brillante estrategia financiera.

 

Juan Karlos Izagirre, el alcande de Bildu de San Sebastián, se ha negado a recibir este año a los Reyes Magos, como al parecer era tradición en la ciudad, para no hacerle un feo al Olentzero, el carbonero mitológico que baja de las montañas en Navidad para traerles los regalos a los niños vascos. (Mucha singularidad nacional y mucho particularismo antropológico, por cierto, pero al final el Olentzero escoge la Navidad, como Papá Noel o los Reyes Magos, pudiendo haber escogido el Aberri Eguna o el día de la muerte de Sabino Arana, por ejemplo). El pobre Izagirre se cree que eso es patriotismo. Pero si lo que de verdad intenta es engrandecer la patria vasca, lo que debería hacer es dispensar de pagar impuestos municipales a Amancio Ortega y a otros prohombres como él.

 

Publicado el 8 de enero de 2012 a las 01:15.

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Al habla con Dios padre

Archivado en: Richard Cohen, Homosexualidad, Curación

"Durante mi infancia y adolescencia, recuerdo a mi padre gritándonos y a mi madre agarrándose a mí. Yo me sentía muy distante respecto de él y demasiado próximo a ella. Cuando tenía cinco años, un amigo de la familia vino a vivir con nosotros. Se ganó mi confianza, conquistó mi corazón, y abusó sexualmente de mí. Eso me empujó a experimentar la vida de manera muy intensa e hizo más difícil para mí el olvidar las cosas. Yo tenía un temperamento más artístico, mientras que mi padre y mi hermano eran más deportistas. Mi padre maltrataba emocionalmente a mi hermano Neal, y Neal me maltrataba a mí. Éstas son algunas de las causas que me empujaron a experimentar atracciones hacia personas de mi mismo sexo".

No es parte de mi vida -afortunadamente-, sino el comienzo del libro Comprender y sanar la homosexualidad, de Richard Cohen, que ha encendido una vez más la polémica estos días por su venta en comercios tan emblemáticos como El Corte Inglés o la Casa del Libro. Lo publica la editorial-basura LibrosLibres, que cada vez me ratifica más en el convencimiento de que cuando se lee en alguna marca comercial o en algún eslogan la palabra libertad, hay que echarse a temblar.

Yo, que soy un acérrimo enemigo de la piratería, invito en esta ocasión a todos a que echen un vistazo a este libro, que está disponible en PDF en la red, como me ha hecho saber mi amigo Curro Cañete. No lo compren, por supuesto, pero lean algunas páginas. Están todas a la altura de ese comienzo. Yo no voy a hacer mucha glosa, pero no me extraña nada que alguien con una infancia como la que describe Cohen quiera cambiar su tendencia sexual, su lugar de residencia y hasta el color de sus ojos. Me parece que estos libros deberían divulgarse más. En contra de lo que han pedido algunas organizaciones gays, creo que la difusión del libro de Cohen más que curar la homosexualidad curaría la homofobia, porque pone a la vista qué tipo de gente sostiene aún esas cosas: descerebrados, locos, psicópatas y majaderos.

Gente a la que se le aparece Dios y le habla al oído: "Jae Sook [su esposa] y yo asistimos a un congreso de Exodus en 1987, justo después de que yo diera aquel primer paso con David. Exodus es una organización "paraguas" para las asociaciones cristianas de ayuda a los ex homosexuales en todo el mundo. Allí le pedí a Dios que nos mostrara el siguiente paso: qué hacer y hacia dónde ir. Durante aquel congreso recé cada día para obtener la asistencia de Dios, pero nada sucedió. Al final, el congreso llegó a su fin. Me fui dando un paseo hasta un lago cercano. Me arrodillé y recé: "De acuerdo, Dios, es hora de ajustar cuentas. No me voy a mover de aquí hasta que no me digas qué hacer y a dónde debo ir. Aunque me muera sentado aquí. Espero tu ayuda". Entonces entendí con claridad: "Vete a Seattle, recibe ayuda para tu matrimonio, estudia y entonces dedícate a ayudar a otras personas". Sin salir de mi asombro, pregunté: "¿Podrías repetirlo una vez más?". Las palabras se volvieron a pronunciar exactamente como las había escuchado antes".

Yo les aseguro que si a mí Dios me dice un día estas cosas, me divorcio de mi marido y comienzo una terapia inmediatamente. Aunque tenga que irme a Seattle. Que ya le vale a Dios, con lo poderoso que es, no haberle podido encontrar ayuda al pobre Cohen en Nueva York, que era donde vivía en aquella época.

 

Publicado el 28 de diciembre de 2011 a las 01:45.

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El urbanismo ideológico

Archivado en: Elecciones, izquierda, España

FlatironEl Flatiron es uno de los edificios más célebres del mundo. Se encuentra en Nueva York, en la confluencia de la Quinta Avenida con Broadway, y fue terminado de construir en 1902. Le debe la fama a su forma de planta triangular, que, si se mira con una determinada perspectiva, hace concebir el efecto óptico de que es un simple muro con ventanas. El empresario George Fuller compró el solar y le encargó la construcción al arquitecto Daniel Burnham. Si a Burnham le hubieran dado una finca grande y vacía habría hecho sin duda otro edificio, seguramente más cómodo y funcional para quienes fueran a ocuparlo. Pero aquello era Nueva York y ese cruce unía dos avenidas privilegiadas, una de ellas oblicua. Todo el genio arquitectónico de Burnham debía expresarse en las dimensiones de ese espacio. Debía adaptarse a ese espacio.

El urbanismo es siempre así: se construye partiendo de la ciudad preexistente. En política es exactamente igual: se construye siempre sobre lo que existe, no hay otra posibilidad. Pero una buena parte de la izquierda orgánica y social parece empeñada en ignorarlo, a pesar de que incluso el padre Marx lo dejó escrito: "Los seres humanos hacen su propia historia, aunque bajo circunstancias influidas por el pasado". Es decir, si tienes un solar triangular en el esquinazo de la Quinta con Broadway puedes construir el Flatiron u otro edificio de planta triangular, más alto o más bajo, con cornisas o sin ellas, pero no puedes construir el Empire State.

El fundamento de cualquier acción política ha de ser el conocimiento minucioso del solar que se posee. No debe resultar extraño, por eso, que partidos de la misma familia ideológica establezcan discursos y prioridades completamente distintos en países que también lo son. La izquierda norteamericana puede hacer bandera de su lucha por la sanidad pública, dado que hay 50 millones de estadounidenses sin seguro médico, pero sería absurdo que hiciera lo mismo el partido laborista de Noruega, donde toda la población, sea cual sea su adscripción política, suscribe la cobertura sanitaria universal como uno de los derechos sociales irrenunciables. En ese sentido, y estirando la paradoja, muchos estadounidenses de izquierdas estarían felices de ser gobernados por el partido conservador noruego.

La pregunta que cabe hacerse ahora es si conocen bien los españoles de izquierdas el solar que hay disponible para edificar. O en otras palabras: en qué medida han castigado al PSOE por lo que ha hecho deliberadamente y en qué medida por loque ha hecho ineludiblemente. Es evidente que los votantes de este espacio ideológico rechazan con indignación la preeminencia de los mercados sobre la política, pero ninguno de ellos ignora -sin mala fe o sin analfabetismo económico- que dar la espalda abiertamente a esos mercados habría supuesto entrar en quiebra y atravesar un desierto aún más árido que el que estamos cruzando. Esos votantes rechazan también el capitalismo basado en la especulación y en el beneficio rápido, que consiente los paraísos fiscales y otorga un poder sobrehumano a los directivos de las grandes empresas, pero saben bien que esos problemas desbordan el ámbito nacional y no pueden ser afrontados en solitario.

Una solución a todos estos desmanes del mundo sería abandonar el euro y la Unión Europea y convertir a España en un reino casi medieval, con contactos comerciales restringidos, como si, hartos de solares estrechos y deformes, decidiéramos irnos a la selva y construir una ciudad nueva al estilo de Brasilia. No parece, sin embargo, que esta opción cuente con el apoyo de muchos españoles, teniendo en cuenta que ni siquiera los seguidores del 15-M proponen asaltar el Palacio de Invierno, sino únicamente refundar el sistema para que permita a todos los ciudadanos encontrar un trabajo digno y desarrollar un proyecto de vida decoroso. Esta es la causa más probable de que un 22% de los votos que pierde el PSOE se vayan a la abstención y solo un 17% a IU, que sigue defendiendo un inédito modelo anticapitalista en el que no creen ni siquiera muchos de sus simpatizantes. Los votantes trasvasados, así, parecen dar su apoyo a la coalición en el convencimiento de que no tendrá nunca posibilidades reales de gobernar, pero sí de amarrar al PSOE a la izquierda.

Siempre hay que pedir cuentas políticas por lo que pudo ser hecho y no se hizo, no por las ensoñaciones de un mundo justo. Oponerse a una realidad que tiene alternativas es rebeldía; oponerse a una que no las tiene es simplemente inmadurez. Vista aéreaYa se ha dicho muchas veces que gobernar no es tener la capacidad de imaginar una sociedad perfecta, como hacen los adanistas, sino tomar decisiones concretas en circunstancias históricas concretas. Joseph Brodsky lo describió con humor: "La vida, tal y como es realmente, no consiste en una batalla entre el Bien y el Mal, sino entre el Mal y el Peor". Podemos llamar a esto pragmatismo o realpolitik, pero es solo urbanismo: en un solar triangular puede levantarse exclusivamente un edificio de planta triangular.

No es solo importante el solar, sino también los materiales de construcción con que se cuenta. La calidad del hormigón, la firmeza de las vigas y la solidez de los cimientos. Y a este respecto, hay un mensaje electoral en el que han coincidido todos los partidos nacionales, desde el PP hasta IU: España es un gran país, dinámico, imaginativo, laborioso y capaz. Yo miro a mi alrededor y no encuentro ese país por ningún lado. Encuentro un país ruidoso, gritón y bastante beato. Un país con una sociedad civil anémica y una capacidad asociativa lastimosa. Un país insolidario en el que muchos de sus ciudadanos defraudan a la Hacienda pública, creando una de las mayores bolsas de fraude europeas. Un país en el que los medios de comunicación son charangueros y sectarios. En el que la casta intelectual y artística languidece con mediocridad. En el que la clase empresarial no innova demasiado, prefiriendo el ladrillo a la tecnología. En el que la profesionalidad laboral, que nunca fue modélica, se deteriora gravemente, volviendo a los tiempos de la pandereta y la chapuza. Un país, en fin, que no es Alemania ni Noruega ni Francia.

Que un país así le cargue todas sus culpas a la clase política que lo gobierna no solo es siniestro y sainetero, sino que conduce al peor escenario para la izquierda: la negación de las lacras que deben ser corregidas. Si la única regeneración de la que hablamos es política, y no social, tendremos garantizado el fracaso de todos, pero sobre todo el de aquellos que aún confían en cambiar poco a poco el mundo. Porque para lograr que el Flatirion sea hoy ese edificio hermoso y fascinante que los turistas fotografían en Nueva York, fue necesario antes que el arquitecto tuviera claro cuáles eran el perímetro de su terreno y las limitaciones de su obra.

Publicado en el diario El País el 24 de noviembre

Publicado el 2 de diciembre de 2011 a las 13:30.

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Una nueva era

Archivado en: Elecciones generales, Rajoy

Rajoy

Después de más de siete años de andar fingiendo, de decir lo que no pensaba y de buscar dentro de mí invenciones disparatadas, ahora por fin puedo mostrar mi verdadero ser.  Una nueva era ha amanecido en mi espíritu. Ya no tendré que engañar a nadie. Ya se ha acabado el calvario emocional.

El infierno, ahora, ya no son los otros.

Publicado el 22 de noviembre de 2011 a las 17:30.

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Aznar Returns

Archivado en: Aznar, 15-M, PP

El Movimiento 15-M, que ahora se ha vuelto más global y se llama 15-O, es un movimiento de extrema izquierda radical antisistema. Lo ha dicho José María Aznar, que fue presidente del gobierno de España y que es presidente de honor del partido político que al parecer va a volver a gobernar.

Extrema izquierda, radical y antisistema, lean con atención.

¿A quién puede sorprenderle que en España estemos como estamos?

Publicado el 16 de octubre de 2011 a las 20:15.

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In memoriam

Archivado en: Félix Romeo

Hace ya mucho tiempo que, víctima de mi maniqueísmo, tengo claro que hay personas buenas y personas malas. Y hace tiempo también que establecí un baremo siniestro para medirlo: preguntar si, una vez muerta esa persona, el mundo sería mejor o sería peor. Creo que Fernando Fernán-Gómez, en La silla de Fernando, ese hermoso documental de David Trueba, decía algo parecido.

Es verdad que, a pesar del maniqueísmo, la mayor parte de las veces uno no sabe qué responder. La mayor parte de los muertos dejan un rastro ambiguo o ambivalente, o, lo que es peor, gris, de modo que cabe pensar que después de que ellos hayan desaparecido el mundo seguirá siendo igual.

Por muchos muertos no sólo no derramaré lágrimas, sino que descorcharé botellas, porque creo que han hecho el mundo más injusto, más desigual, más cínico o más despiadado. Porque creo, en fin, que por su causa ha habido mucha gente que ha sufrido. Es posible que, como dice el refrán, no haya que desearle la muerte a tu peor enemigo, porque uno sabe que sus enemigos a veces lo son por asuntos demasiado subjetivos y que por lo tanto no sería la justicia, sino el egoísmo, quien estaría detrás de ese deseo. Pero a muchos que no son enemigos míos -o no enemigos personales, quiero decir- les deseo la muerte sin ningún remordimiento. Tengo una no pequeña lista de personas sin las que, en mi opinión, el mundo sería mucho mejor, más limpio. Como no creo en la violencia como método -o, mejor dicho, como creo que la violencia como método es una de las formas más perfeccionadas de ensuciar el mundo-, no me queda otro remedio que resignarme y tener la bodega bien provista por si imprevistamente hay que abrir un buen Ribera, un Rioja Reserva o incluso un Vega Sicilia para brindar.

Del mismo modo, hay personas que hacen el mundo mejor. Personas que consiguen, con muy poco, que quienes están a su alrededor se sientan bien. Que tienen la palabra justa o la ayuda necesaria. Que luchan cuando tienen que luchar y beben cuando tienen que beber. Que tratan de cambiar las injusticias que ven a su alrededor, desde una pequeña arbitrariedad laboral hasta el hambre de África. Que acogen y recogen a los desamparados. Que procuran encontrar alguna forma de belleza para modelar el mundo, escribiendo libros o leyéndolos, mirando el crepúsculo o tarareando canciones, acariciando la espalda de alguien o sentándose en una plaza con amigos a reír.

El infierno son los otros, pero los otros son también, a veces, la salvación. Y cuando esos otros faltan, las arenas se vuelven más movedizas y el mundo se desfonda.

Se ha muerto Félix Romeo, que era uno de esos hombres buenos. Un gordo al que se quería enseguida. No me hizo falta estar muy cerca suyo para tener con él una intimidad extraña. Las veces que nos vimos habría parecido, por la conversación, por el descaro, por la confidencia, que éramos grandes amigos, y no lo fuimos. Era su don. Y se ha marchado. Descorcharé también una botella, pero en esta ocasión no para celebrar la muerte, sino para celebrarle a él.

Publicado el 13 de octubre de 2011 a las 18:30.

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La austeridad II

Archivado en: Crisis, Keynes, Consumo

Volvamos a lo que importa de verdad, a los modos de arreglar la situación de crisis en que vivimos, que es para lo que se predica la austeridad hoy día omnipresente. Y rastreemos para ello el rastro del dinero. Supongamos que, siguiendo la lógica verdadera (no la lógica de costado de la que hablábamos en el post anterior), decidimos suspender durante un año las fiestas patronales de todos los pueblos y ciudades de España (la lección vale igual para Alemania o para Uzbekistán), pagadas con dinero público. La medida sería muy razonable, puesto que nadie sufriría indeciblemente (podemos mantener como excepción a los sevillanos con su Semana Santa), no habría secuelas sociales como las derivadas de los recortes en sanidad o en investigación, y se ahorraría un dineral. Pongamos, inventándolo, que 500 millones de euros.

Sigamos su rastro. Esos 500 millones no se los quedaba el concejal de festejos. Se empleaban en pagar a los artesanos que elaboran los bizcochos, a los pirotécnicos, a las empresas de stands que montan las casetas y los escenarios de los bailes, a los músicos de las bandas y a los que confeccionan los trajes que llevan, a los que manufacturan los cabezudos que se lucen en algunos pasacalles, a los fabricantes de las bombillas que adornan las calles y a las costureras de los mantones de la Virgen que se saca en procesión.

Al suprimir las fiestas dejaremos sin sueldo (o sin una parte de su sueldo) a todas esas personas. Inevitablemente, muchas de ellas perderán su empleo, pues las fábricas de fuegos artificiales que antes necesitaban diez trabajadores ahora necesitarán cinco. Las personas que se queden en el paro comenzarán a cobrar el subsidio, aumentando las cargas del estado. Evidentemente, las empresas que se beneficiaban de esos presupuestos de fiestas, como la fábrica de fuegos artificiales, ganarán menos dinero o entrarán en pérdidas, de modo que pagarán menos impuestos y la recaudación fiscal se reducirá.

Pero el rastro del dinero aún no ha acabado. Esas personas que acaban de quedarse en paro iban a comprarse una lavadora nueva porque la suya estaba empezando a dar problemas. Habían hecho planes para pasar las navidades en Sierra Nevada, en una casa rural. Habrían guardado algo de dinero para comprarle al niño en Reyes un ordenador portátil para que comenzara a iniciarse en la informática. Todos esos propósitos -entre otros- quedarán ahora suspendidos, de modo que se venderán menos lavadoras y menos ordenadores y se alquilarán menos casas rurales. Es previsible, en consecuencia, que las fábricas de lavadoras y de ordenadores despidan a más personas, que comenzarán a cobrar el paro y que a su vez dejarán de comprar frigoríficos, ropa y latas de cerveza.

Como el desajuste entre los ingresos y los gastos ha ido creciendo (hemos ahorrado el importe de las fiestas patronales y un poco de intereses de la deuda, pero a cambio, como hemos visto, tenemos a más personas cobrando el seguro de desempleo y recibimos menos ingresos vía impuestos), no nos quedará más remedio que tener más austeridad. Dejaremos, por ejemplo, de asfaltar las carreteras. En el fondo no se estropean tanto, y bastará con circular más despacio.

Si los 500 millones se los quedará en su casa el concejal de fiestas, qué buena medida sería la de ahorrárselos. Pero desgraciadamente el dinero siempre trabaja. Genera rentas, que a su vez generan otras rentas, que a su vez generan capital, que paga impuestos con los que se pueden pagar las fiestas e incluso hacerlas más espectaculares.

Esta lección básica de economía (simplificada, pero básica) la conocían hasta hace unos meses todos, desde el director del FMI (en los ratos en los que no andaba follando) hasta Sarkozy o Angela Merkel, pasando por supuesto por Zapatero y los socialdemócratas de cualquier latitud. No me atrevería a decir que la conocía Rajoy, que de estas cosas suele conocer poco, pero sí Díaz Ferrán, por ejemplo. Lo conocían, entre otras cosas, porque gracias a ella se superó la crisis del 29, tan pregonada y al parecer tan ignorada. Ahora en cambio parece que no la conoce nadie.

Yo estoy empezando a tener ganas de que estalle todo. Quizá sea la única forma de que pueda arreglarse de verdad. Mientras tanto, voten ustedes a los que exigen austeridad. Pero luego no se quejen de los efectos.

Publicado el 14 de septiembre de 2011 a las 23:15.

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La austeridad I

Archivado en: Austeridad, Crisis, Lakoff

Aplicando la lógica familiar a la política de estado, la austeridad es sin duda una cosa excelente. No hay que gastar más de lo que se tiene, salvo en los casos en que se trate de hacer inversiones que de otro modo no podrían acometerse. O incluso, para ser exactos, ni siquiera en estos casos, pues cuando yo pido un préstamo hipotecario para comprarme una casa doy por supuesto que durante el año ganaré lo suficiente para pagar las doce mensualidades correspondientes, de modo que, aunque se cree una deuda, no habría déficit.

Esta lógica familiar es aplastante, y como la derecha mundial, según explica a la perfección Georges Lakoff, se rige por presupuestos sacados de la cartilla de la familia tradicional -el autoritarismo paterno, la jerarquización, la recurrencia a valores morales que se cumplen sólo en apariencia...-, los partidos conservadores la están esgrimiendo orgullosamente cada vez que pueden. Pero las lecciones básicas de economía son más complejas. Por eso las cuentas no salen y cada vez vamos a peor, con amenaza de nueva recesión o de flaqueza perpetua.

La lógica familiar, no obstante, se aplica sólo de boquilla, porque gobernar tiene sus servidumbres. Este fin de semana largo de Madrid lo he pasado en una cabaña apartada de la Sierra. La cabaña no estaba tan apartada como para que no se oyeran los fuegos artificiales de las fiestas de los pueblos del alrededor. Y en uno que visitamos pudimos ver las fanfarrias, las luces decorando las calles, las limonadas y bizcochos servidos en la plaza principal y algunas otras galas de las fiestas patronales. Si una familia se queda sin recursos, lo primero que hace es dejar de salir al cine, retirar al niño de las clases de hípica, suspender las vacaciones y quitarse el vicio del tabaco, no dejar de llenar la nevera. En asuntos macroeconómicos, sin embargo, somos más torcidos: recortamos los presupuestos de educación y de sanidad y dejamos de construir infraestructuras, pero no suspendemos las fiestas patronales ni un año. A lo mejor los bizcochos eran más baratos y en las fanfarrias había menos gente. En Navidad, como el año pasado, encenderemos menos bombillas en las calles y repetiremos los diseños de los árboles luminosos. Pero ay de aquel que predique la austeridad completa en estos asuntos. Se le acusará de aguafiestas (nunca mejor dicho) y se le retirarán los votos. "Con toda la desgracia que vivimos cada día, ¿no tenemos ni siquiera derecho a un poco de distracción?", dirán los más acérrimos.

Porque gobernar, ya se sabe, es un equilibrio en el que, en cualquier latitud y en cualquier época, no pueden faltar nunca las dosis justas de pan y de circo.

 

Publicado el 13 de septiembre de 2011 a las 00:45.

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Luisgé Martín

Luisgé Martín

Un blog con olor a azufre y a carne quemada. Ciberllamas en las que arderán todos: no habrá ningún títere al que le quede la cabeza sobre los hombros. El convencimiento es claro: el infierno existe y son los otros. Basta con abrir los ojos y mirar el mundo alrededor. Hablaré de libros, de películas, de canciones y de paisajes extranjeros, pero siempre con el tridente desenvainado.

· En Facebook: facebook.com/luisgemartin

· En Twitter: twitter.com/luisgemartin

Biografía: Madrid, 1962. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Gerencia de Empresas. Autor de los libros de relatos Los oscuros (1990) y El alma del erizo (2002), la colección de cartas Amante del sexo busca pareja morbosa (2002) y las novelas La dulce ira (1995), La muerte de Tadzio (2000), ganadora del Premio Ramón Gómez de la Serna, Los amores confiados (2005) y Las manos cortadas (2009, publicada, como la mayor parte de su obra, por Alfaguara). Ganador del Premio del Tren 2009 "Antonio Machado" de Cuento, que convoca la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, con el cuento Los años más felices.

 

La mujer de sombra Las manos cortadas Los amores confiadosAmante del sexo busca pareja morbosaEl alma del erizoLa muerte de TadzioLa dulce iraLos oscuros

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