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Blog de Luisgé Martín

El infierno son los otros

La austeridad II

Archivado en: Crisis, Keynes, Consumo

Volvamos a lo que importa de verdad, a los modos de arreglar la situación de crisis en que vivimos, que es para lo que se predica la austeridad hoy día omnipresente. Y rastreemos para ello el rastro del dinero. Supongamos que, siguiendo la lógica verdadera (no la lógica de costado de la que hablábamos en el post anterior), decidimos suspender durante un año las fiestas patronales de todos los pueblos y ciudades de España (la lección vale igual para Alemania o para Uzbekistán), pagadas con dinero público. La medida sería muy razonable, puesto que nadie sufriría indeciblemente (podemos mantener como excepción a los sevillanos con su Semana Santa), no habría secuelas sociales como las derivadas de los recortes en sanidad o en investigación, y se ahorraría un dineral. Pongamos, inventándolo, que 500 millones de euros.

Sigamos su rastro. Esos 500 millones no se los quedaba el concejal de festejos. Se empleaban en pagar a los artesanos que elaboran los bizcochos, a los pirotécnicos, a las empresas de stands que montan las casetas y los escenarios de los bailes, a los músicos de las bandas y a los que confeccionan los trajes que llevan, a los que manufacturan los cabezudos que se lucen en algunos pasacalles, a los fabricantes de las bombillas que adornan las calles y a las costureras de los mantones de la Virgen que se saca en procesión.

Al suprimir las fiestas dejaremos sin sueldo (o sin una parte de su sueldo) a todas esas personas. Inevitablemente, muchas de ellas perderán su empleo, pues las fábricas de fuegos artificiales que antes necesitaban diez trabajadores ahora necesitarán cinco. Las personas que se queden en el paro comenzarán a cobrar el subsidio, aumentando las cargas del estado. Evidentemente, las empresas que se beneficiaban de esos presupuestos de fiestas, como la fábrica de fuegos artificiales, ganarán menos dinero o entrarán en pérdidas, de modo que pagarán menos impuestos y la recaudación fiscal se reducirá.

Pero el rastro del dinero aún no ha acabado. Esas personas que acaban de quedarse en paro iban a comprarse una lavadora nueva porque la suya estaba empezando a dar problemas. Habían hecho planes para pasar las navidades en Sierra Nevada, en una casa rural. Habrían guardado algo de dinero para comprarle al niño en Reyes un ordenador portátil para que comenzara a iniciarse en la informática. Todos esos propósitos -entre otros- quedarán ahora suspendidos, de modo que se venderán menos lavadoras y menos ordenadores y se alquilarán menos casas rurales. Es previsible, en consecuencia, que las fábricas de lavadoras y de ordenadores despidan a más personas, que comenzarán a cobrar el paro y que a su vez dejarán de comprar frigoríficos, ropa y latas de cerveza.

Como el desajuste entre los ingresos y los gastos ha ido creciendo (hemos ahorrado el importe de las fiestas patronales y un poco de intereses de la deuda, pero a cambio, como hemos visto, tenemos a más personas cobrando el seguro de desempleo y recibimos menos ingresos vía impuestos), no nos quedará más remedio que tener más austeridad. Dejaremos, por ejemplo, de asfaltar las carreteras. En el fondo no se estropean tanto, y bastará con circular más despacio.

Si los 500 millones se los quedará en su casa el concejal de fiestas, qué buena medida sería la de ahorrárselos. Pero desgraciadamente el dinero siempre trabaja. Genera rentas, que a su vez generan otras rentas, que a su vez generan capital, que paga impuestos con los que se pueden pagar las fiestas e incluso hacerlas más espectaculares.

Esta lección básica de economía (simplificada, pero básica) la conocían hasta hace unos meses todos, desde el director del FMI (en los ratos en los que no andaba follando) hasta Sarkozy o Angela Merkel, pasando por supuesto por Zapatero y los socialdemócratas de cualquier latitud. No me atrevería a decir que la conocía Rajoy, que de estas cosas suele conocer poco, pero sí Díaz Ferrán, por ejemplo. Lo conocían, entre otras cosas, porque gracias a ella se superó la crisis del 29, tan pregonada y al parecer tan ignorada. Ahora en cambio parece que no la conoce nadie.

Yo estoy empezando a tener ganas de que estalle todo. Quizá sea la única forma de que pueda arreglarse de verdad. Mientras tanto, voten ustedes a los que exigen austeridad. Pero luego no se quejen de los efectos.

Publicado el 14 de septiembre de 2011 a las 23:15.

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Luisgé Martín

Luisgé Martín

Un blog con olor a azufre y a carne quemada. Ciberllamas en las que arderán todos: no habrá ningún títere al que le quede la cabeza sobre los hombros. El convencimiento es claro: el infierno existe y son los otros. Basta con abrir los ojos y mirar el mundo alrededor. Hablaré de libros, de películas, de canciones y de paisajes extranjeros, pero siempre con el tridente desenvainado.

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Biografía: Madrid, 1962. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Gerencia de Empresas. Autor de los libros de relatos Los oscuros (1990) y El alma del erizo (2002), la colección de cartas Amante del sexo busca pareja morbosa (2002) y las novelas La dulce ira (1995), La muerte de Tadzio (2000), ganadora del Premio Ramón Gómez de la Serna, Los amores confiados (2005) y Las manos cortadas (2009, publicada, como la mayor parte de su obra, por Alfaguara). Ganador del Premio del Tren 2009 "Antonio Machado" de Cuento, que convoca la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, con el cuento Los años más felices.

 

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