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Blog de Luisgé Martín

El infierno son los otros

Cavilaciones venecianas V: Clinc clinc clinc clinc

Archivado en: Italia, Déficit, Impuestos

El Gobierno de Berlusconi acaba de aprobar el plan italiano para superar la crisis. Además de recortes, hay medidas recaudatorias. Una de ellas, bautizada como "el impuesto de vacaciones", grava con hasta diez euros a cada turista que se aloje en Roma. Y dado que la ciudad italiana está completamente endeudada, deja al arbitrio de la corporación municipal la decisión de adoptar otras medidas semejantes, como la de cobrar un euro a cada pasajero que embarque o desembarque en un avión.

Las primeras veces que estuve en Italia, con esos pantaloncitos fashion y esa delgadez anémica que tanto añoro ahora, estuve también en Francia, en Austria, en la antigua Yugoeslavia, en Holanda, en Alemania, en Grecia e incluso en Hungría. Viajábamos en tren con un billete que entonces se llamaba Inter Rail y que ahora no sé si se llama igual. Muchos días dormíamos en las estaciones de tren y nos duchábamos en baños públicos. Comíamos bocadillos. No llevábamos casi dinero en el bolsillo. En toda Europa podíamos usar el Carnet Joven (por entonces existía algo así) para entrar a los museos y a los lugares artísticos de interés turístico. En toda Europa menos en Italia.

Desde entonces, siempre que he ido a Italia (y esta última vez también) he tenido la sensación de que estaba saldando yo solo la deuda de su balanza de pagos. Hay mil sitios que ver -iglesias, torres, museos, basílicas, campaniles, batipsterios, palacios, foros, ruinas- y en todos hay que pagar. Es mejor llevar la billetera en la mano siempre, porque si se guarda en el bolsillo cada vez que se paga una entrada, se puede llegar a tener un esguince de muñeca. Las tarifas, además, son probablemente las más caras de Europa. Cualquier museo de medio pelo cuesta más que el Louvre, el Prado o el British, y en cualquier claustro pintoresco tienes que usar billetes, porque las monedas de calderilla ya no llegan. A veces he llegado a imaginar que, a esos precios, los italianos podrían vivir sólo de administrar su patrimonio. Y si encima ponen un poquito de Mont Blanc por aquí y otro poquito por allí, mucho mejor.

Ahora, en Roma, diez euros más. De momento. Sono pazzi questi Romani!  

Publicado el 26 de mayo de 2010 a las 18:45.

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Luisgé Martín

Luisgé Martín

Un blog con olor a azufre y a carne quemada. Ciberllamas en las que arderán todos: no habrá ningún títere al que le quede la cabeza sobre los hombros. El convencimiento es claro: el infierno existe y son los otros. Basta con abrir los ojos y mirar el mundo alrededor. Hablaré de libros, de películas, de canciones y de paisajes extranjeros, pero siempre con el tridente desenvainado.

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Biografía: Madrid, 1962. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Gerencia de Empresas. Autor de los libros de relatos Los oscuros (1990) y El alma del erizo (2002), la colección de cartas Amante del sexo busca pareja morbosa (2002) y las novelas La dulce ira (1995), La muerte de Tadzio (2000), ganadora del Premio Ramón Gómez de la Serna, Los amores confiados (2005) y Las manos cortadas (2009, publicada, como la mayor parte de su obra, por Alfaguara). Ganador del Premio del Tren 2009 "Antonio Machado" de Cuento, que convoca la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, con el cuento Los años más felices.

 

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