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Blog de Javier Memba

El insolidario

Algunas adaptaciones de Lovecraft (I)

Archivado en: Inéditos cine, Lovecraft

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            Como ya vine a apuntar hará ahora un año, sigo prefiriendo El monte de las ánimas (1861), la célebre leyenda de Bécquer, a eso del truco o trato. Sigo siendo más de la Noche de los difuntos que de Halloween, celebración que cada vez me parece más espuria. Pero no sólo a las tradiciones españolas, también al culto a los muertos, a ese magnetismo que ejercen sobre quienes amamos los cuentos de miedo, al placer que nos procura la inquietud y el resto de las sombras a las que parece aludir esta desafortunada muestra del imperialismo cultural estadounidense.

            Particularmente, ahora, que como diría Luis Cernuda, las sombras van pesando más que los cuerpos, honro a mis muertos todos los días del año. Pero en la memoria, donde los tengo como ejemplo. Por lo demás, como huesos de santo el primero de noviembre y Halloween se reduce a una disculpa para escribir sobre películas fantásticas, preferentemente de miedo.

            Este verano, cuando las salas de cine volvieron a abrirse, asistí a una proyección de El color que cayó del cielo (2019), la adaptación de Richard Stanley de The Colour Out of Space, el célebre relato de Lovecraft publicado en Amazing Stories en septiembre de 1927 sobre el meteorito caído en las afueras de Arkham que libera una extraña entidad. Desde entonces vengo dándole vueltas a las películas basadas en las obras del outsider de Providence y empiezo a sacar algunas conclusiones. Lo primero que me llama la atención es el aplauso que han despertado entre algunos sectores del público -de la crítica no tanto- las abominaciones perpetradas por Stuart Gordon en la saga Re-Animator (1985), sobre Herbert West: reanimador (1922). Prolongada en La novia de Re-Animator (1990) y Beyond Re-Animator (2003), ambas de Brian Yuzna, a veces el productor, otras el acólito de Gordon, todo en esta serie de barbaridades es execrable.

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Publicado el 3 de noviembre de 2020 a las 04:15.

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Lefranc en los años 80

Archivado en: Cuaderno de lecturas, Lefranc, "El Oasis", de Jacques Martin.

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            Cualquier cómic concebido por un discípulo del gran Hergé, cuyo asunto verse sobre un secuestro aéreo, inevitablemente, se tenderá a comparar con Vuelo 714 para Sídney (1968), mi favorita de las últimas aventuras de Tintín. El Oasis (1981), la séptima de las de Lefranc, no es la excepción a esta regla. De entrada, me ha parecido mucho más apegada a la realidad que el modelo. Aquí no hay extraterrestres para llevarse a nadie en su nave, tal y como les sucede a Rastapopoulos, Allan y el resto de los malotes de Vuelo 714.

            Aquí los secuestradores, a los que apenas se ve, se les supone miembros de alguna de las organizaciones terroristas que operaron a finales de los años 70. Ahora bien, Martin se cuida mucho de dar nombres. De hecho, una de las cosas que más me han llamado la atención ha sido lo fino que hila para ser en todo momento políticamente correcto. Y eso que, a comienzos de los años 80, la corrección política era un concepto inexistente, las palabras injuriosas eran un sustituto a los puños. Afortunadamente, estos sí que se habían dejado de usar.

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Publicado el 9 de octubre de 2020 a las 00:30.

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Nuevos apuntes sobre la cartelera perdida

Archivado en: Inéditos cine, la cartelera perdida

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            Tras una agonía de casi cuarenta años, parece que con el coronavirus la exhibición cinematográfica a la antigua usanza -eso que otrora se decía "ir al cine"- va a quedar definitivamente finiquitada. Puesto a echar las cuentas del balance final, y sin querer caer en la ya manida sensiblería de Giuseppe Tornatore y su Cinema Paradiso (1988), debo reconocer que a esa vieja costumbre de ir al cine le ha ocurrido como a los amores perdidos, cuyo recuerdo siempre es más duradero que el sentimiento en sí. Resulta que he estado más tiempo evocando aquel placer antiguo que practicándolo. Ir al cine como se iba antes -cuando mi madre compraba en el quiosco una pequeña guía impresa en papel de periódico llamada Cartelera, consultaba en sus páginas la programación de las casi dos mil salas que había en el Madrid de hace medio siglo, elegía un título e íbamos a ver la cinta- dejó de estilarse a finales de los 70. Yo diría que fue cuando la Guía del ocio sustituyó a aquella queridísima Cartelera y las salas de reestreno en programa doble y sesión continua, al amparo del fin de la censura, empezaron a programar filmes de destape y otras procacidades -desde violencia extrema, hasta alusiones religiosas y políticas-, que acabaron por echar a su público natural -las familias- de aquellas sesiones. Un lustro todo lo más, pero aún faltaban unos años para que el video se popularizase y los cines de barrio comenzasen a cerrarse a mansalva, marcando así el principio del fin de esa exhibición cinematográfica.

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Publicado el 2 de octubre de 2020 a las 02:15.

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El regreso de Axel Borg

Archivado en: Cuaderno de lecturas, Lefranc, "La guarida del lobo", de Jacques Martin y Gilles Chaillet

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            Lo primero que se agradece en Operación Thor (1979) es que el villano vuelva a ser el inefable y nunca bien ponderado Axel Borg. El enemigo del mundo entero, que, sin embargo -oh paradoja- nunca ceja en su vano empeño de brindar su amistad a Lefranc. Como si entre ellos todo fuera un duelo entre caballeros que se deben a un antiguo código de honor. Quiero recordar El duelo (1920), mi favorito de todos los relatos de Joseph Conrad, el inspirador de Los duelistas (1977), la primera y una de las mejores películas de Ridley Scott. A medida que avanzo en mis relecturas de las aventuras de Lefranc, publicadas por Ediciones Junior en los años 80, me reafirmo en mi idea de que Axel Borg es el más distinguido de esa terna de grandes malotes -del que el doctor Müller de las aventuras de Tintín y el coronel Olrik de las de Blake y Mortimer serían los otros dos triunviros- que preside la villanía de la bande designée.

            Tras echarle tanto de menos en las dos entregas anteriores -La guarida del lobo (1974) y Las puertas del infierno (1978)-, el gran Axel -tras referirnos su fuga de la prisión veneciana en el flashback de la pág. 10- vuelve ahora dispuesto a llevar a la quiebra a los Estados Unidos reventando su moneda. El primero de los ingenios de los que se vale para ello, es un submarino, a bordo del cual tiene cautivos -a modo de invitados a los que él mismo lleva el desayuno- a Lefranc y Jeanjean. Los ha secuestrado en un fiordo de la costa noruega, donde los amigos se disponían a pasar unas vacaciones.

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Publicado el 17 de septiembre de 2020 a las 10:45.

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Que la tierra sea leve a Diana Rigg

Archivado en: Inéditos cine, Que la tierra le sea leve, Diana Rigg

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            Ciertamente. De las dos pantallas, la de Diana Rigg fue la pequeña. Pero recordarla como a la Olena Tyrell de Juego de Tronos (2013-2017) tras la noticia de su fallecimiento es menoscabarla. No sólo porque es evocar como a una actriz secundaria a una interprete protagonista de una serie paradigmática de la televisión de los años 60. La infamia es aún mayor porque Emma Peel, la chica de Los vengadores (1965-1968), el personaje por el que en verdad cumple rememorarla, fue una de las grandes musas del Swinging London. Tanto como pudieran serlo Twiggy, Marianne Faithfull o la maravillosa Pattie Boyd.

            No es menos cierto que, siendo desde que se la recuerda una shakespeariana de pro -debutó en la antena dentro de una adaptación de El sueño de una noche de verano realizada por Peter Hall en 1959- siempre marcó cierta distancia con el resto de las musas de aquel Londres que irradiaba a todo el Occidente cristiano música, jovialidad y juventud. Las otras, o eran modelos o provenían del backstage del rock. Aunque el esplendor de todas ellas iluminaba desde Carnaby Street hasta King's Road, a Diana solo podía vérsela incorporando a Emma Peel. Es más, de las distintas intérpretes que acompañaron a Patrick McNee (John Steed) en aquella singular pareja catódica de agentes secretos -Honor Blackman (Cathy Gale), Julie Stevens (Venus Smith), Linda Thorson (Tara King)-, la que hizo historia fue Diana Rigg.

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Publicado el 10 de septiembre de 2020 a las 21:00.

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Los relatos más bellos del mundo VIII

Archivado en: Cuaderno de lecturas, Los relatos más bellos del mundo

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           (Viene del asiento del 6 de mayo de 2020)

           Perdí el poco sentido del humor que me quedaba cuando dejé de beber, hace ya diez años. Desde entonces, más o menos, soy como Fernando Fernán Gómez cuando se dirigían a él los reporteros de Caiga quien caiga, el popular espacio televisivo cuyo final coincidió con el de mi sed. Eso de que todo tenga que ir acompañado de una gracia me carga. Si acaso, la ironía, el sarcasmo y los trallazos que recibía impasible Buster Keaton y el resto de los grandes del slapstick. Pero la imitación, la burla, el chiste fácil, la guasa popular no van conmigo, que soy -y además me gusta serlo- un tipo sombrío, taciturno y apesadumbrado. Ante este panorama, comprenderá el lector que la literatura humorística no revista para mí interés alguno. Atesoró desde hace más de cuarenta años la edición de los cuentos de Poe en el Libro Amigo de Alianza Editorial. Es decir, la traducida por Julio Cortázar. El tomo primero, el de los cuentos de miedo, los cuentos de Poe por antonomasia, es uno de mis textos más queridos. El segundo, el de los cuentos de humor, una lectura que acometí con mucho esfuerzo por ser obra del maestro. De ser originales de cualquier otro autor, ni lo hubiera abierto.

            Con tales antecedentes, cuando, prosiguiendo con mi lectura de Los relatos más bellos del mundo, le llegó el turno a los reunidos bajo el epígrafe de Humor e infancia, todo fueron recelos. Sin embargo, como tantas veces con tantas cosas acometidas desde una visión premeditada, su lectura ha sido un grato descubrimiento. Como contaba mi admirado Jaime Gil de Biedma en la solapa de la segunda edición de Las personas del verbo (1982) que fue para él Sevilla, a la que había desdeñado frente a Manila en la solapa de Colección particular (1969). Resumiendo, esta del humor y la infancia, ha sido una de las selecciones que más me han gustado.

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Publicado el 9 de septiembre de 2020 a las 04:00.

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Lefranc entre la fantasía y la realidad

Archivado en: Cuaderno de lecturas, Lefranc, "Las puertas del infierno", de Jacques Martin y Gilles Chaillet

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            Las historias realistas horadadas por la fantasía suelen tener un encanto especial. Las puertas del infierno (1978), quinta entrega de las aventuras de Lefranc, es una de ellas. La realidad viene dada por las pruebas que realiza el ejército francés cuando Lefranc y Jeanjean, ignorantes de ello, se adentran en el teatro de operaciones de los militares pilotando una avioneta con la que se estrellarán sobre una altiplanicie. La fantasía, además de unas insólitas nubes que rodean el altiplano tras una serie de explosiones, la aporta el relato de la abuela de Lisa, la muchacha que les recoge cuando el aparato de nuestros amigos deja de responder y cae. La anciana nos remite en su narración, ilustrada con las viñetas correspondientes al final de la Guerra de los Cien Años o, lo que es lo mismo: a la Francia de mediados del siglo XV, a "un pueblo siniestro, en los dominios de los señores de Crans, donde nadie vivía feliz y todos, guiados por un siniestro fuenteovejunismo, sacrificaban muchachas al Maligno".

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Publicado el 20 de agosto de 2020 a las 13:15.

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Las memorias de John Dos Passos (y III)

Archivado en: Cuaderno de lecturas, "Años inolvidables", de John Dos Passos.

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(viene del asiento anterior)

 

            Sinbad, titula Dos Passos el tercer capítulo de sus Años inolvidables y bien es cierto que se lee con el deleite que procura una novela de aventuras. Sin embargo, más que a los viajes del marino de Las mil y una noches, estas páginas han venido a recordarme a las de Los siete pilares de la sabiduría (1926) de Thomas Edward Lawrence. Dicho de otra manera: el universo de Lawrence de Arabia. Y el afán de Oriente que llevó al estadounidense a cruzar el desierto que separa Damasco de Bagdad en 1921, no dista mucho de la inquietud del inglés. Puede que Dos Passos no quisiera tanto a los árabes como Lawrence, pero se hace notar por el respeto que muestra a sus costumbres. Sin más ayuda que la de Jassem -un guía perteneciente a los agail, una confederación de tribus encargada de guiar las caravanas entre las dunas interminables-, el escritor, aproximadamente, se adentró en las mismas arenas que el militar y, aunque el imperio otomano contra el que alzó Lawrence a los árabes ya había sido derrotado, la región seguía siendo una de las más inestables del mundo. En aquel viaje -que arranca en la pág. 138-, Dos Passos pasó más hambre que nunca.

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Publicado el 13 de agosto de 2020 a las 17:00.

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Las memorias de John Dos Passos (II)

Archivado en: Cuaderno de lecturas, "Años inolvidables", de John Dos Passos.

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(viene del asiento anterior)

 

            Es curioso comprobar cómo difiere la percepción de la Gran Guerra entre la cultura francesa y la estadounidense. Al otro lado de los Pirineos suele considerarse la primera guerra sucia, de grandes matanzas, el apocalipsis desatado entre la batalla del Marne (1914) y la de Verdún (1916); al otro lado del Atlántico, la del 14 fue la primera de las últimas guerras románticas, en la que había que participar.

            Sin embargo, tenía que haber algo en los aún aprendices de escritores estadounidenses que, indignados con los imperios centrales en aquel conflicto y antes de que entrara en él su país (1917), los llevaba a alistarse en las unidades sanitarias antes que en las tropas mercenarias. A buen seguro que también se batieron en aquel infierno o en aquel campo del honor, según se mire, soldados de fortuna. La legión extranjera francesa, sin ir más lejos, combatió en aquellas trincheras y en sus filas, bien es cierto, menudeaban los jóvenes norteamericanos más temperamentales, quienes se la juraron al káiser cuando invadió la dulce Francia. Aun así, John Dos Passos se refiere a cierto pacifismo que llevó a muchos de sus compañeros -y a él mismo- a ayudar a los aliados sin mancharse las manos con la sangre de sus enemigos. Pero también nos habla de uno al que no le dio tiempo a hacerlo: Roland Jackson, quien sirvió en un regimiento de artillería. Muerto a los pocos días de llegar al frente, su amigo John le recordó en su segunda visita a Madrid, al beber una cerveza en El oro del Rhin (pág. 101). Si yo aún le diera al frasco y la cervecería aludida aún animara mi ciudad, hoy me hubiera emborrachado en ella conmovido por la lectura de semejante recuerdo.

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Publicado el 7 de agosto de 2020 a las 02:45.

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Las memorias de John Dos Passos (I)

Archivado en: Cuaderno de lecturas, "Años inolvidables", de John Dos Passos.

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            Ya atesoraba Años inolvidables (1966) en 1989 -mi edición es la impresa por Seix Barral en el 84-, cuando me decidí por Manhattan Transfer (1925). Además, por aquel entonces ya era un ávido lector de memorias. Empecé a serlo en el 87, tras dar cuenta de las de Raoul Walsh, La vida de un hombre (1974), entusiasmado. Sin embargo, algo tan peregrino como la secuencia de una película que nunca me ha interesado -Armas de mujer (Mike Nichols, 1988)-, protagonizada por una actriz que jamás me ha llamado la atención -Melanie Griffith- influyó de un modo determinante para que leyese por primera vez a Dos Passos en su primer experimento con las estructuras narrativas. Como el propio título sugiere, en las páginas de Manhattan Transfer, Nueva York, el conglomerado urbano de Manhattan, es concebido como un lugar de transbordo, como una estación de paso del variado paisanaje de la ciudad.

            Supe por primera vez del transbordador a Manhattan -el South Ferry- en esa secuencia de Armas de mujer en la que Tess McGill -el personaje de Melanie Griffith- lo toma para ir a medrar en su trabajo y poco después ese detalle me decidió. Fue un impulso espurio. En aquellos días -y no digamos en las noches- yo estaba siempre volado, como decían en las traducciones argentinas de Jack Kerouac de mi juventud. En ese estado, el esfuerzo que me constaba la concentración precisa para dar cuenta de una historia coral -coro que representa a un segmento considerable del paisanaje de Nueva York, demasiado numeroso en cualquier caso para alguien como yo entonces, que iba en busca del colocón definitivo- hizo que no disfrutase de mi descubrimiento de John Dos Passos. Ha sido ahora, con los sesenta años -ya vivido y aún más propenso a las memorias- cuando he disfrutado de la lectura de este autor, uno de los grandes de la literatura estadounidense del pasado siglo, como hacía tiempo no disfrutaba de ningún otro.

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Publicado el 4 de agosto de 2020 a las 00:45.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

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Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

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Mi tributo a Jean Renoir

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Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

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75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

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El primer surrealista

La traba como materia literaria

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Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

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El guionista de Dos hombres y un destino

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Noir italiano

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De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

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Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

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Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

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