jueves, 25 de abril de 2024 06:46 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

De la serie negra al policiaco español

Archivado en: Inéditos cine, sobre el policiaco español de los 50

imagen

            Con un entusiasmo equivalente al encono con que ahora la rechazo, hace treinta años descubrí la novela negra en la biblioteca que le dedicó la queridísima colección Libro Amigo, de la entrañable Editorial Bruguera. En paralelo, asistí a mis primeras proyecciones de los filmes que eran sus pares, casi siempre de la Warner. Aquellos títulos marcaron uno de los primeros parámetros de mi experiencia cinéfila. Por aquel entonces, estos relatos criminales, tanto en la pantalla como impresos, eran objeto de una merecidísima reivindicación. El Cine y la Literatura, con supuestas mayúsculas, los denostaban como al resto de las ficciones de género. De ahí que en el folleto que acompañaba las primeras entregas de El Club del Misterio -una colección que agrupaba a la novela detectivesca en su más amplio concepto- se recordaran los elogios que dedicó Borges, entre otros nombres incuestionables, a estas narraciones.

            Ése era el telón de fondo cuando leía a Raymond Chandler -El sueño eterno (1939), La dama del lago (1943), El largo adiós (1954)-, Horace McCoy -¿Acaso no matan a los caballos? (1935), Di adiós al mañana (1949)- o a mi queridísimo Chester Himes -Por amor a Imabelle (1957), Corre, hombre (1960), Empieza el calor (1966)-. Dashiell Hammet nunca ha despertado mi interés. Pero descubrí la serie de Ripley -personaje que por su condición de estafador y asesino objetivo siempre me pareció mucho más verosímil que el clásico detective privado- de Patricia Highsmith con avidez. Aún recuerdo el placer que me causaba enumerar sus adaptaciones cinematográficas. René Clément llevó a la pantalla El talento de Ripley (1955) con el título de A pleno sol (1960); Wim Wenders, La máscara de Ripley (1970) y El juego de Ripley (1974) en El amigo americano (1977). Sé que luego han venido más. Pero el cine negro ya había dejado de llamarme la atención. Atrás habían quedado esos años en que visionaba por primera vez las maravillas de Raoul Walsh -The Roaring Twenties (1939), El último refugio (1941), Al rojo vivo (1949)-, Howard Hawks -Scarface (1932), su adaptación de El sueño eterno de 1946- y el gran Robert Siodmak -Forajidos (1942), El abrazo de la muerte (1947), Una vida marcada (1948)-.

            Si no fuera porque leí las propuestas del gran Boris Vian -Escupiré sobre vuestras tumbas (1947), Todos los muertos tienen la misma piel (1947), Con las mujeres no hay manera (1948)- por aquellos mismos años. Al ser unas parodias, diría que fueron éstas las que pusieron punto y final a mi interés por el relato criminal.

            Pero hubo un momento posterior -probablemente con el boom de la serie Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán- en que la novela negra, en lo que a España se refiere, pasó del defecto al exceso. Fue entonces cuando a mí dejó de llamarme la atención. Antes muerto que gregario. De ordinario, cuando las cosas se masifican, me dejan de gustar.

            Así que cuando el relato criminal se convirtió en una suerte de cosmovisión desde la cual es posible enjuiciar la totalidad del universo -como antaño lo fuera el marxismo o poco menos-, mis lecturas empezaron a ser otras. James Ellroy, al igual que el paquete de autores escandinavos que tanto gustan ahora, me son desconocidos.

            En lo que a la pantalla respecta, cuando tuve experiencia cinéfila suficiente como para comprender que toda esa nostalgia del cine negro clásico se remonta a Chinatown (1974) -una de las mejores cintas de Polanski, por cierto-, los supuestos homenajes a aquellas maravillas de los años 40 llegados con posterioridad empezaron a pacerme auténticas faenas, incapaces de ir más allá del mimetismo de la estética de las obras maestras de Hawks, Walsh y Siodmak. Me di cuenta de todo esto con la sobrevalorada L.A. Confidencial (Curtis Hanson, 1997). Incluso comencé a considerar la posibilidad de que tuvieran razón los apólogos del Cine y la Literatura con mayúsculas.

            Esa monomanía con la serie negra, que la llamábamos en mis tiempos, ha ido en detrimento del cine y la literatura en general. Sé de varias editoriales españolas que al día de hoy sólo publican novela negra y el género prima en los criterios de edición en general. Tampoco es eso, cabe apostillar. Que la historia de un asesino -cuanto más brutal mejor, sea verosímil o no- o un policía implacable -corrupto o incorrupto-, tenga muchas más posibilidades de ir a la estampa que una novela costumbrista, de entrada, supone que se está privando a la posteridad de una crónica de nuestro tiempo.

            A mi juicio, dar noticia de nuestros días a las generaciones venideras es una de las misiones más elevadas de la literatura. Y desde luego que, por más que se pretenda su apego a la realidad, la novela negra suele estar más alejada de ella que la ciencia ficción. En el submundo del crimen, las mujeres fatales son tan infrecuentes como los perdedores románticos, dos de los prototipos del género. De hecho, su protagonista por antonomasia, el detective privado, es un remedo para no molestar a la policía. El detective privado, tanto en España como en Estados Unidos, suele ser un hombre discreto que no va más allá del huroneo en asuntos de infidelidades conyugales o espionaje comercial. Mucho más cerca de Plinio, el policía municipal de Tomelloso de Francisco García Pavón, que de Philip Marlowe o Sam Spade.

            Aun admitiendo que policías y criminales sean como nos los presenta la novela negra, si sólo fueran éstas las páginas de nuestro infausto tiempo legadas a los días venideros, sería como si en las hemerotecas sólo existiera El Caso para consultar la prensa del franquismo.

            Volviendo al cine, la monomanía con la serie negra hay que entenderla dentro del adocenamiento de la producción actual. Tengo en el western uno de los pilares de mi cinefilia. Quiero decir con ello que no me molesta la violencia en pantalla. A no ser que sea un subterfugio para la precariedad argumental. Verbigracia, La dalia negra (Brian de Palma, 2006), filme deslavazado donde los haya.

            En otro orden de cosas, pero no muy lejano, estoy ahíto de cintas sobre la mafia. En los cuarenta años transcurridos desde el primer Padrino de Coppola, las he visto hasta el hartazgo. De modo que decidí cerrarme a estas realizaciones tras certificar el agotamiento de Scorsese en Infiltrados (2006). Con todo, saludé con alborozo el revulsivo que supuso Gomorra (2008), de Matteo Garrone. Mucho más próxima a ese falso documental, que tanto estimo, que al manierismo de las películas sobre la mafia del Hollywood actual.

            Y es que mi desinterés por el cine negro, el thriller y el cine de acción en general -a diferencia de mi desinterés por la novela negra, que es universal-, sólo obra sobre la producción del Hollywood actual. Muy por el contrario, siempre que tengo oportunidad de ver un buen relato criminal pretérito, no la dejo pasar por alto.

            Dentro de la impagable parrilla de 8 Madrid, de un tiempo a esta parte vienen programando algunos de los títulos más notables de ese brillante cine policiaco español, que en líneas generales se produjo entre Brigada criminal (Ignacio F. Iquino 1950) y A tiro limpio (Francis Pérez-Dolz, 1963). Rodado casi siempre en Barcelona, constituye uno de los capítulos más brillantes de la historia de la pantalla autóctona. A la par que un retrato fidedigno -y esto sí que es encomiable- del crimen en un tiempo y un país donde era complicado dar cuenta de estas cosas: la España de los años 50.

            De antiguo era consciente de que A tiro limpio es una obra maestra. No obstante, apegado hasta épocas aún recientes a ese prejuicio ante el cine español que tienen la mayoría de los españoles, nunca quise saber que, con anterioridad a la maravilla de Pérez-Dolz, se habían estrenado un buen número de títulos de los que era culminación. Que la primera de esas películas, Brigada criminal, fuese una realización de Iquino, a mí ya me echaba para atrás. En los comienzos de mi experiencia cinéfila no había más Iquino que el de La caliente niña Julieta (1980), título sin más valor que el de los encantos de las intimidades que mostraban sus actrices.

            Pero los treinta años largos transcurridos desde entonces me han dado la amplitud de miras necesaria para apreciar la creación cinematográfica también por la nostalgia, no sólo por su calidad. Así, estimo el landismo por devolverme una imagen prístina de la España en que crecí, no por su valor artístico. Desde esta nueva perspectiva, he descubierto que el verdadero Iquino es el que funda en 1934 Emisora Films, con la que acabará produciendo una buena parte de ese excelente policiaco español. Si me he perdido su Brigada criminal en su último pase en la nunca bien ponderada 8 Madrid fue porque la confundí con la impersonal Brigada homicida (1969), de Don Siegel.

            A la espera de poder verla en una nueva emisión, di cuenta hace unas semanas de A sangre fría (Juan Bosh, 1959). Aunque plásticamente se me antoja deudora del polar en blanco y negro del gran Jean-Pierre Meville, hay en el A sangre fría español una impronta de la realidad del país en aquellos días indiscutible. Su asunto trata sobre la degeneración de Carlos. Incorporado por Carlos Larrañaga, el Carlos de la ficción es un muchacho que quiere "salir de pobre". Como tantos jóvenes de la España de aquellos días, también aciagos, que para enmendar su destino desdichado soñaban con triunfar en el ruedo o en el cuadrilátero. Pero Carlos, en lugar de intentar hacerse torero o boxeador, como el Young Sánchez de Ignacio Aldecoa -brillantemente llevado a la pantalla por Mario Camus en el 63-, prefiere pasar a formar parte de una banda de atracadores.

            Atracadores son también los protagonistas de la cinta homónima de Rovira Beleta del 61, la primera película que mostró un ajusticiamiento por garrote vil. Si bien Los atracadores sólo toca tangencialmente el ciclo que me ocupa -se pierde sobremanera en sus moralinas y en su didactismo-, es asaz representativa en un aspecto: la colaboración de la policía en estas producciones. Basado en una novela de Tomas Salvador, este inspector barcelonés no fue el único "secreta" que participó en la redacción de estas cintas. De hecho, no es baladí que en Los agentes del 5º grupo (Ricardo Gascón, 1953), una de las producciones de Iquino, uno de sus miembros sea un novelista. Anécdotas a un lado, tengo el convencimiento de la frecuencia con que la policía está detrás de estos guiones y argumentos es un factor muy a tener en cuenta para comprender lo poco que el policiaco patrio topó con la férrea censura de la época.

            Apartado de correos 1001 es otra de las joyas de Emisora Films. Dirigida por Julio Salvador en 1950 cuenta con un guión de Julio Coll y Antonio Isasi. Si bien este último, ya en los 60 y 70, derivara hacia las coproducciones internacionales de acción y ajenas al ciclo, Coll será el responsable de otro de los grandes títulos del paquete que nos ocupa: Distrito Quinto (1957). Su trama, en la que algunos comentaristas han ido a ver un precedente de Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1991), gira en torno a la espera de unos atracadores de la llegada de su jefe. El capo, de quien se han separado en la huida, también tiene el botín que acaban de sustraer de una fábrica. Todos ellos son rateros y carteristas de poca monta a quienes el golpe les viene grande. Construida en base a distintos flash back, en los que cada uno de ellos evoca la forma en que Juan (Alberto Closas), el jefe, entró en su vida, la cinta está localizada íntegramente en un piso de realquilados del Distrito Quinto de la Ciudad Condal. Esto la da un aire teatral que me molesta, la contaminación teatral es una de las cosas que más aborrezco en el cine. Pero pesa más la inteligencia de su asunto. Por momentos me ha hecho recordar la espléndida La casa del juego (1987), de David Mamet.

            A Coll también debemos Un vaso de whisky (1958). Más próxima al drama a decir de algunos estudiosos, según otros fue la primera cinta en la que su músico, José Solá, introdujo el jazz en estas producciones. Vistas ya la mayoría, mi favorita, junto con A sangre fría, sigue siendo A tiro limpio. Lo más curioso es que tras el golpe de Martín (José Suárez) y sus compañeros, quienes se van matando entre sí a medida que se ven acorralados por la policía, resuenan unos atracos muy sonados en la Barcelona de los años 50: los llevados a cabo por miembros de las Juventudes Libertarias venidos a tal fin desde Francia.

            Y si dichas resonancias fueron insólitas en la España de la época, no lo fue menos el tiroteo final, en la estación del metro barcelonés de Lesseps. Toda una Secuencia con mayúscula que hoy consta en los anales. Lástima que A tiro limpio pusiera fin a todas aquellas películas.

Publicado el 12 de junio de 2012 a las 10:00.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 4

1 | Interrobang (Web) - 12/6/2012 - 19:42

Uf! muchísima información has volcado de golpe y un poco descoyuntada para mi entendimiento, pero te voy a recoger algunos de los films recomendados que nunca pasaron por mi retina.
Coincido con tu opinión sobre el adocenamiento pero creeme: aún hay novela negra y policiaca buena (tengo un post "Cuando llueve, diluvia" que reconviene esta venta lujuriosa y obscena que buscan las editoriales poniendo etiquetas)
Gracias por el festín.
Slds.

2 | Javier Memba - 13/6/2012 - 11:25

Leeré con mucho interés tu blog. Un saludo y gracias a ti.

3 | Jose Luis - 14/6/2012 - 11:51

Sigue gozando de buena salud la novela negra, pero las películas mejores parecen seguir siendo las de Bogart, Chinatown ... actualmente hay una serie con guión de Elmore Lealand Justified que aúna el cine negro y el oeste bastante aceptable.
En España lejanos ya los tiempos del poli glorioso de Tomelloso, existen muy buenos escritores como L. Silva o Alicia Gimenez Bartlet (?), pero el cine es otro cantar, la aproximación de No habrá paz para los malvados me decepcionó bastante (parecen los Coen españolizados y cañis) aunque me gusta más Coronado que Bardem.
Saludos y gracias por el post que aumenta mi conocimiento del cine español de este ramo

4 | Javier Memba - 15/6/2012 - 11:46

Me alegro de que te guste el post, José Luis. Un saludo.

Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD