Los mejores cuentos estadounidenses
Esas lecturas, que aguardaron durante años, parecen llevarme ahora de unas a otras. Tal y como iba en pos de una referencia, de un artículo a otro, de mi queridísima Gran Enciclopedia del Mundo con anterioridad a las enciclopedias electrónicas. Dediqué mi anterior asiento a Conversaciones con Hergé y vengo ahora a dar noticia de Joyas del cuento norteamericano.
Original de Numa Sadoul, Conversaciones es un texto canónico en lo que a la tintinofila se refiere, aunque yo tardé más de veinte años en dar cuenta de sus páginas con auténtico deleite. En cuanto a Joyas del cuento norteamericano, la espera fue más larga. Aun siendo uno de los textos más antiguos que atesoro, tardé en leerlo tres décadas largas. Llegó a mi casa en 1968. Era una de esas impagables antologías que ofrecía, como publicaciones aparte sin llegar a ser separatas, Selecciones del Reader's Digest. Mi madre, como lectora asidua de la revista que fue a lo largo de toda su vida, a menudo las compraba Y este Joyas del cuento norteamericano, junto con Los relatos más bellos del mundo, aparecido en 1969 con un prólogo de Pedro Laín Entralgo hoy es uno de mis libros más preciados.
Ni esto, ni el poderoso magnetismo que siempre ejerció sobre mí esa ilustración de la portada, que al mostrar a un vapor del Misisipi me transporta al Oeste, impidieron que pospusiera su lectura hasta julio de 1998. Así pues hace ahora 14 años, cuando sus cubiertas ya estaban algo deterioradas por las humedades de una obra que hicimos Cristina y yo unos meses antes, leí finalmente espléndida antología. Las notas que tomé entonces, con unas adecuaciones mínimas, son las que a continuación transcribo.
Extraído de Cuentos de la Alhambra, La leyenda del astrólogo árabe, a mi juicio, viene a encerrar la consabida metáfora sobre la avaricia. De una forma amena, pero no más, Washington Irving nos cuenta la historia de Aben-Habuz, antiguo rey de Granada que, ya viejo y cansado, no quiere guerrear con los reinos colindantes al suyo. No obstante, estando éstos en manos de jóvenes príncipes deseosos de buscar reputación, los dominios de Aben-Habuz sufren constantemente las belicosas incursiones de sus vecinos.
Así las cosas, llega a la corte el sabio Ibrahin Eben Abu Ajib -el astrólogo- quien proporciona al rey una "figura de bronce". Colocada a modo de veleta en lo más alto de una torre, indica la dirección por la que el ejército atacante invade el reino. Asimismo, el prodigio cuenta con un tablero de ajedrez que permite acabar con las fuerzas del enemigo. Lleno de agradecimiento ante los presentes, el rey se ofrece a regalar lo que se tercie al sabio. Este se limita a pedirle un pequeño harén de bailarinas.
Todo marcha bien hasta que una bella cristiana es hecha prisionera. La cautiva no tardará en inspirar el amor de ambos. Para albergarla y retirarse en paz, Aben-Habuz, pedirá al astrólogo que le construya un palacio tan maravilloso como el encerrado en el jardín del Irán, maravilla del desierto de la que ha oído hablar a los viajeros. Tan fabuloso lugar fue construido por un antiguo rey -Sheddad-, al que la magnificencia de su posesión le hizo compararla con el paraíso descrito en El Corán. Ello dio pie a que Alá quitara la vida al monarca y a todos sus vasallos antes de convertir el jardín en un espejismo que aparece y desaparece en medio del desierto.
Pese a conocer la leyenda, Aben-Habuz pide al astrólogo una construcción igual e Ibrahin Eben Abu Ajib accede a cambio del primer burro con su carga que entre a palacio. Cuando ésta resulta ser la cristiana, Aben-Habuz se niega a respetar su parte del trato con lo que el astrólogo, por medio de sus encantamientos, le deja sin nada de todo lo que le ha procurado.
&
Wakefield, primer texto de Nathaniel Hawthorne que leí, es uno de los más interesantes de la selección. En él se narra la interesante experiencia del londinense aludido en el título que, un buen día, sin mediar palabra alguna, decide abandonar a su esposa para pasar los siguientes veinte años observándola desde la casa de enfrente. A medida que el tiempo avanza, Wakefield deja de tener conciencia del motivo de la marcha de su hogar y, cuando quiere volver, hay algo en el último momento que se lo impide. De lo que según el autor se sigue que, "entre la aparente confusión de nuestro misterioso mundo", todos nos hallamos tan ligados al lugar que nos ha sido asignado que, quien lo abandona aunque sea nada más que un instante, se expone a convertirse en "Expulsado del Universo".
&
De La famosa rana saltarina del condado de Calaveras, la aportación de Mark Twain, destaca su humor. El narrador va al encuentro del charlatán Simón Wheeler para que éste le dé noticia de un tal Leónidas W. Smiley, un tipo, según Wheeler, obsesionado con toda clase de apuestas. La gracia final -el narrador que pide a Wheeler que ahorquen a Smiley y a su vaca antes de que el charlatán le cuente una nueva anécdota- no me parece tener la suficiente enjundia como para cerrar el relato. De hecho, el culto que se rinde a Twain me carga. Como me carga el humor y esa gente que tiene el principal pilar de su comunicación con los demás en hacerles gracia. No hay duda, cada día soy más sombrío.
&
Leída por primera vez en el último otoño, acerca de La carta robada sólo cabe abundar en la idea ya apuntada entonces sobre cómo este caso de Dupin -en el que el aristocrático investigador habrá de recuperar la misiva que obra en poder de un político- sirve para demostrar a Poe la teoría de que el mejor escondite es aquel que está a la vista de todos. Su descubrimiento sería tan fácil que se supone que a nadie se le ocurriría buscar en él.
&
Una de las cotas más altas de esta selección se encuentra, sin duda alguna, en Los expulsados de Poker-Flat de Francis Bert Harte. Ellos, al igual que en tantos westerns, son algunas prostitutas que, una mañana de domingo, en la que ya penden de los árboles del lugar algunos indeseables ahorcados, son echadas del pueblo en cuestión. Pero quien a nosotros nos interesa es John Oakhurst, el narrador, un jugador profesional cuyo alegato final dará al texto una buena parte de la indiscutible belleza que posee. En fin, expulsados los representantes del mal -entre los que también se incluye a tío Billy, un borracho- de tan mojigata aldea, los malditos son advertidos por el jefe de que volver les costará la vida. Así pues, no es de extrañar que, cuando una nevada les deja inmovilizados, no emprendan el viaje de regreso.
A mitad de camino se une al grupo Tom Simson, un muchacho que acaba de huir de otra aldea con su novia para poder desposarla. Las primeras nieves comienzan a caer cuando tío Billy se marcha llevándose todos los caballos. Pese a que los víveres escapan a la codicia del borracho, Oakhurst, como el jugador que es, comienza considerar la teoría de los cambios de la suerte. Y a su mala racha hará alusión la nota de Oakhurst que, quienes descubren congelados a los expulsados algunos días después, hallarán escrita sobre un naipe pegado a un árbol.
&
Del mismo modo que reconozco que Francis Bert Harte fue uno de los grandes descubrimientos que me brindó esta la antología, he de apuntar lo manido del texto de O, Henry. La moraleja de El policía y el salmo, título del relato de este escritor, bien podría resumirse en aquel adagio que se refiere a la dificultad de conciliar tiempo y deseos: "cuando quise morir, Dios no lo quiso y hoy, que quiero vivir, Dios no lo quiere".
Soapy es un vagabundo de la Nueva York decimonónica que, llegado el invierno, quiere ser encerrado en prisión para así tener asegurada la comida y poder librarse de los rigores de la estación. Para ello pone en marcha varias acciones, convencido de que éstas le procurarán el anhelado encierro. Sin embargo, se equivoca. Finalmente, al escuchar procedente de un templo cercano, los acordes de un salmo que le recuerda su infancia, recupera las ganas de luchar por su vida. Pero ya será tarde: un policía le detiene por vago.
&
En cuanto a El hombre y la víbora, de Ambrose Bierce -acaso el autor que más leí en los meses que se fueron entre marzo del 98 y la primavera siguiente-, tengo que insistir en que no encontré ese terror que iba buscando en él. Ciertamente, aquí está más próximo a él que en Cuentos de soldados y civiles, pero Bierce no es ese cultivador del relato gótico que yo creí. Lo que trata en esta pieza es la dramática experiencia de un huésped cuyo anfitrión es coleccionista de serpientes. Desvelado en medio de la noche, el invitado cree ver bajo su cama a una horrible víbora. El susto que ello le produce le cuesta la vida. Sólo cuando el dueño de la casa descubre su cadáver sabemos que el reptil está disecado.
&
En Dos soldados, William Faulkner nos propone la historia de dos hermanos, pobres y aldeanos, que, sin saber muy bien qué es Pearl Habour, tienen noticia de que la flota norteamericana ha sido bombardeada allí por los japoneses.
Perico -execrable diminutivo que cabe suponer obra del traductor de 1967, año de la edición-, el mayor de ellos, no tardará en alistarse en el ejército. El pequeño, el narrador de la historia, se marchará del hogar paterno para ir inocentemente tras él. Pese a que su corta edad choca a todos aquellos que encuentra en su camino, el muchacho llegará a la base en que se halla Perico y allí, ante la sorpresa de su hermano, se avendrá a las razones expuestas por éste y aceptará regresar al pueblo.
&
Las nieves del Kilimanjaro, de Hemingway, narra la convalecencia de un cazador vitalista. Se encuentra inmovilizado al pie de este monte de Tanzania a consecuencia de una herida -infectada hasta el punto de gangrenarle una pierna- producida durante la cacería que está llevando a cabo con su última mujer. Bien podemos decir que la tirantez con ella, contada siempre a través de diálogos, constituye el núcleo principal de relato.
Paralelamente, también se leen aquí grandes párrafos en cursiva, alusivos a los recuerdos y los pensamientos que acuden a la cabeza del cazador. Imagino asimismo que sería de ellos de dónde Henry King sacó el argumento para la película que extrajo de este relato, aunque no demasiado breve, tampoco lo suficientemente largo como para dar pie a un filme de duración estándar.
&
El barbero a cuyo tío le mordió la cabeza un tigre de circo, de William Saroyan es el cuento que menos me ha interesado de toda la selección. Si el vagabundo de O'Henry ya es un tipo manido, la suerte de loco maravilloso que nos ofrece este autor es un prototipo igualmente trillado. En este caso se trata de un barbero armenio que, pese a cortar muy mal el pelo, mientras lo hace cuenta historias de personajes especialmente poéticos. La incluida en el texto aquí presentado hace referencia a un hombre tan bondadoso que considera que el tigre del circo en que trabaja es su hermano. En vista de lo cual, ambos realizan un número en el que el hombre mete la cabeza en la boca de la bestia. La colaboración se da por concluida en la función que el tigre le propina un bocado.
&
Johnny el Oso, por el contrario, es el cuento que más me ha llamado la atención de todos los aquí reunidos. John Steinbeck, su autor, nos transporta a un pueblo de California de la mano de un hombre que tiene realizar allí una obra. Estando en el bar del lugar oye cómo alguien reproduce con toda exactitud su voz y la de la joven mexicana a la que quiere seducir. Se trata de Johnny "El Oso", un gigante que, pese a tener sus facultades psíquicas disminuidas, puede imitar a la perfección todas las voces que oye y lo que éstas dicen. Así pues, Johnny espía a todo el mundo para darse luego a su don y que los parroquianos le inviten a whisky.
Una noche, el gigante entra en el bar y se pone a reproducir la voz de una de las hermanas Hawkins, las dos mujeres más prominentes del pueblo. Una de ellas -Emalin-, reprocha a la otra -Amy- haber hecho algo -que no se llega a especificar- que la convierte en un "monstruo".
Por su parte, Amy, desesperada, intenta justificarse preguntándole a su hermana si nunca ha sentido nada parecido. A lo que Emalin responde que, llegado el caso, preferiría suicidarse. Pese a que, una vez más, ellos le han pagado su whisky, el juego de "El oso" deja de hacer gracia a los parroquianos.
Días después, se tiene noticia de que Amy se ha suicidado. Por el singular procedimiento de Johnny "el Oso" -que en este caso imita las voces de Emalin y del médico- sabremos que Amy estaba embarazada cuando se quito la vida, dato este último que Emalin prefiere acallar. Aunque el autor no nos lo dice, todo nos hace suponer que el hijo que esperaba la difunta era de uno de los emigrantes chinos que trabajan en la propiedad.
&
Pese a que en un principio parece un cuento cargante, dedicado a loar la más que consabida gracia de los niños, La hora cero -Ray Bradbury- merece un puesto entre lo mejor del libro. Mink es una niña del futuro que, con la vehemencia, el resabio y la impertinencia de los mocosos que saben que gustan a los mayores, está inmersa en un nuevo juego: la superinvasión. Según ella, la van a llevar a cabo en breve unos seres extraterrestres. Su madre -Helen- la escucha sin prestarle demasiada atención. Ahora bien, no puede evitar cierta sorpresa -o al menos no he podido evitarla yo- cuando una amiga de Helen, residente en Nueva York, Mary, la visita y descubren que los niños de la ciudad de los rascacielos también juegan a la superinvasión, hablan de un tal Drill y tienen unos yoyos fabulosos. Aunque estas coincidencias bien podrían haberse tomado como indicios de algo, Helen no les presta más atención que la que se suele dar a los juegos de niños.
Sin embargo, llegadas las cinco de la tarde -la hora cero de Mink- Helen y su esposo descubrirán estupefactos que la invasión era verdad y que su hija, ya al servicio de los alienígenas, va a buscarles al escondite que han improvisado.
Publicado el 5 de julio de 2012 a las 16:45.