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El insolidario

"El gran dios Pan" y otras lecturas del gran Arthur Machen

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "El gran dios Pan y otros relatos de terror sobrenatural" de Arther Machen.

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            Parece ser que El gran dios pan era el relato de Machen preferido por Lovecraft. En verdad no es para menos. Sorprende en primer lugar su construcción a la manera de Stevenson en Las nueva noches árabes; es decir, mediante episodios, aparentemente independientes, pero que en realidad obedecen a una misma trama sin fisuras.

            En el primero de ellos -El experimento- se nos cuenta la suerte de una mujer -Mary- que se somete voluntariamente a la operación cerebral que le practicará el doctor Raymond, científico tan loco como el Moreau de Wells o el Frankenstein de Mary Shelley, que se cree en el derecho de experimentar con la mujer. Merced a la intervención, la paciente voluntaria podrá ver a la siniestra divinidad aludida en el título. Dicho y hecho, Mary -según se desprende de la inquietud con que se nos retrata, y no porque se nos cuente lo que vislumbra- asiste a tamañas visiones que pierde el juicio. Un tal Clarke, que copila hechos sobrenaturales en unas memorias con las que pretende demostrar la existencia del Diablo, es testigo de todo el proceso de Mary.

            El siguiente episodio -Memorias del señor Clarke- es uno de los consignados en la compilación de nuestro hombre. En sus páginas se nos refiere la experiencia de una muchacha -Helen V.- llegada a un pueblo de Gales, que antaño albergara un asentamiento romano, enviada por un pariente. El supuesto familiar confió la custodia de la niña a una familia aldeana con la condición de que en todo momento se le dejase hacer lo que le viniera en gana. Dada la elevada cuantía de la asignación mensual de Helen -de piel cetrina[1]-, nadie puso objeciones a sus caprichos. En sus paseos por el bosque, Helen asiste a algunos ritos que hacen que un niño, que ocasionalmente los presencia, pierda el juicio. Asimismo, una compañera de Helen -Rachel-, también enloquecida por las visitas al bosque junto a nuestra protagonista, acabará -según se desprende del latinajo final- caminado junto al diablo.

            En La ciudad de las resurrecciones entra en escena Villiers de Wadahm, quien se encuentra con un compañero de estudios -Herbert- arruinado hasta la miseria tras haberse casado con Helen, ahora una mujer tan bella como repulsiva. Impresionado con la suerte del viejo condiscípulo, Villiers -la evocación de L'Isle-Adam se hace inevitable-  se dirigirá a un tal Austin, todo un experto en vida social. Éste le pone en antecedentes de las desdichas de su amigo: en el jardín de su domicilio conyugal apareció el cadáver de un distinguido señor.

            El descubrimiento de Paul Street une a Villiers y a Clarke, amigos de antes del caso. El segundo dará por sentado que el muerto del domicilio de Herbert expiró a causa del terror que le produjo algo presenciado en la casa. Cuando Villiers le enseña el retrato de la que fuera esposa del desdichado, Clarke la encuentra un asombroso parecido con Mary.

            Aunque Consejo por escrito se abre con la consabida exhortación de Clarke a Villiers de que deje la investigación, lo que cuenta en este quinto episodio es la noticia que Austin da a Villiers de una tal señora Beumont, recién llegada de Argentina, dama fascinante que sirve en su casa un vino de mil años de antigüedad. Sabemos igualmente de la desasosegada muerte en Argentina de un pintor -Meyrick, lo- en la flor de su edad. Entre los dibujos que el finado ha remitido a Austin, Villiers reconoce un retrato de Helen.

            Los suicidios, como su propio título indica, da cuenta de los fallecimientos de una serie de hombres ilustres que deciden autoinmolarse sin que aparentemente tengan ningún motivo para ello, salvo el haber rondado todos a Helen, quien ahora se mueve bajo el nombre de señora Beumont.

            Sentado ya que Helen provoca en todos los hombres que se acercan a ella un horror que les lleva a la estulticia o a la muerte por colapso -del fallecimiento de Herbert se nos ha dado noticia en uno de los episodios precedentes-, Villiers, quien merced a un manuscrito original de uno de los asistentes sabe que el entretenimiento que madame ofrece a sus invitados no es otro que la visión del dios Pan, se dispone a visitarla en su apartamento del Soho, donde casualmente la ha descubierto. Su propósito es dejarle una soga para que ella misma se dé muerte.

            Los fragmentos, el último episodio, nos explica -mediante los papeles dejados por un médico tras su defunción- la transformación de Helen en "una forma de contornos borrosos", cuyo símbolo "puede verse en antiguas esculturas y pinturas que sobrevivieron bajo la lava y son demasiado espantosas para hablar de ellas... mientras una horrible e inenarrable figura, ni hombre ni bestia, adoptaba la forma humana y le sobrevenía finalmente la muerte".

            A renglón seguido -tras un punto y a aparte, por mejor decir- se nos presenta un párrafo donde Clark se dirige a Raymond para darle cuenta de la muerte de Helen -en la que creyó ver los ojos de Mary- y contarle los horrores descubiertos en su visita a Caermanen, el pueblo de Helen y Rachel. Por el mismo procedimiento, en el fragmento siguiente, Raymond se dirige a Clark para explicarle que Helen era hija de Mary. Resumiendo, una delicia tan interesante como bien construida.

***

            La luz interior tiene algo en común con el texto que le precede en mi espléndida edición de Valdemar -El gran dios Pan y otros relatos de terror sobrenatural- que me obsequiaron sus editores en el 99, cuando la pusieron a la venta. Aquí también se trata de un mad doctor que decide someter a un experimento fatal a su esposa. Ella también se deja hacer voluntariamente -aunque no tan de buena gana como su predecesora-, pero en esta ocasión se nos revelará al final de la narración.

            Dos amigos, Salisbury y Dyson, se encuentran en un restaurante de Londres. El segundo refiere al primero el caso de un facultativo -Black- de quien se dice que asesinó a su esposa, pese a que ninguno de los médicos que testificaron en el juicio abierto tras la muerte de la dama pudiera probarlo.

            Así las cosas, tras separarse, Salisbury asiste ocasionalmente a una disputa entre dos amantes. Ella tira un papel que guarda un mensaje, aparentemente incomprensible, que Salisbury recoge. Con anterioridad, Dyson se ha puesto en contacto con uno de los colegas de Black, que prestaron declaración en el juicio seguido contra él. Éste le dice que, al ser abierto en la autopsia, el cerebro de la difunta parecía el del Diablo.

            Finalmente, tras descifrar el misterio que encierra el mensaje hallado por Salisbury, Dyson se dirige a una tienda donde, tras pronunciar la leyenda escrita en la nota, le es entregado un paquete. Dentro del paquete se encuentra una completa confesión de Black y un ópalo con "una llameante luz interior" que, según he creído entender, encierra el alma de la mujer.

***

            La Novela del Sello Negro, el siguiente de los relatos de terror sobrenatural de Machen copilados por Valdemar en la selección que nos ocupa está protagonizado por la señorita Lally. La muchacha atraviesa una difícil situación económica cuando es contratada por el sr. Gregg como institutriz para sus hijos. Siendo su patrón un estudioso de las culturas primitivas, a la sazón le ocupa el estudio de un sello de piedra caliza de unos cuatro mil años de antigüedad.

            Más tarde, trasladados al oeste de Inglaterra, Gregg contratará como chico de los recados a un extraño disminuido que, al igual que la región y el idioma de sus gentes, suscita las sospechas de miss Lally. Así las cosas, la joven descubre que la piedra convoca ciertos poderes conocidos por los antiguos habitantes de Libia y que el disminuido es capaz de comunicarse con unos extraños seres.

            Finalmente se nos ofrece La relación de William Gregg, en ella, el profesor deja dicho a la institutriz cómo ayudándose del Sello Negro ha ido al encuentro de la "gente pequeña", que son una suerte de duendes de los bosques, tan malignos que, para evitar la verdadera dimensión del problema que suponen, se las ha dado ese halo benéfico y simpático con que les conocemos.

***

            El polvo blanco, incluido en Los mitos de Cthulhu con el título de Vinum Sabbati -lo que viene a demostrar que es uno de los mejores cuentos de miedo de la historia- nos presenta a un abogado que, extenuado por sus estudios, visita a un médico que le recomienda un reconstituyente.

            Iniciado el tratamiento, a nuestro hombre -Francis Leisceter, por más señas- le sale una mancha en la mano que no dudará en vendarse para recelo de su hermana Helen, la narradora. Pero la medida será de todo punto inútil. El carácter de Francis también comienza a cambiar. Alertada, Helen visita al médico que le recetó el constituyente. Juntos se acercan al boticario que preparó la receta, descubriendo que sus componentes no son aquellos que ordenó el doctor. Muy por el contrario, sus principales ingredientes son otros, que el droguero guardaba en su almacén desde mucho tiempo atrás. Para salir de dudas acerca de su composición, el médico los manda analizar. Mientras los análisis se realizan, la degeneración de Francis va a mayor, hasta quedar reducido a una masa oscura en el suelo, "una plasta corrompida, ni líquida ni sólida".

            Ya muerto Francis, cuando llegan los resultados, se nos descubre que nuestro hombre ha estado tomando vinum sabbati, una bebida ingerida en los antiguos aquelarres.

***

            Mediante la argumentación que un creyente en temas esotéricos propone a un escéptico al respecto en el primer capítulo, El pueblo blanco puede definirse como un compendio de las experiencias sobrenaturales vividas por una joven, especialmente dotada para ello, en contacto con una niñera ducha en estos sigilos. Reunidas en El libro verde, texto que el crédulo ofrece al descreído y título también del capítulo donde se nos refieren los siniestros prodigios, destaca entre todos ellos -siempre concernientes a "maravillosas criaturas salidas del bosque", hadas y demás... el pueblo blanco, en fin- la protagonizada por una hechicera que fabrica fetiches de cera capaces de dar la muerte a quienes representan. Este episodio en cuestión, incluido dentro de El libro verde ya que esa estructuración a la manera de Stevenson queda reducida a los dos primeros cuentos de mi edición -bien es cierto que el tercero y el cuarto son dos episodios de Los tres impostores, una novela independiente de Machen-, le es contado a la joven por la niñera. Finalmente, la joven, consciente de sus poderes volverá al lugar en que viera por primera vez el pueblo blanco.

            Ya en el epílogo, sabemos que el creyente fue quien encontró El libro verde, en verdad un manuscrito de la chica, después de que la joven fuera hallada muerta, tras envenenarse.

***

            Hay algo en Un chico listo que ha venido a recordarme a Schalken el pintor, de Sheridan Le Fanu: su exactitud en el retrato de horrores materiales y tangibles. Si lo que alabé entusiasmado en el irlandés fue su maestría al dar noticia de un amor "que se lleva el paso del tiempo a cuenta de una simple palabra mal dicha en un momento dado", en el galés aplaudo su talento para resumir, en un par de líneas, ese fracaso al que está destinada la gran mayoría de los mortales: "Muchos años después, cuando su vida, destruida desde mucho tiempo atrás, se había derrumbado en un estallido final, Last se enteró de la verdadera historia de su empleo como preceptor en la Casa Blanca", escribe Machen mediado el relato.

            Con anterioridad, mediante una construcción que admiro por igual nos ha contado como Last, recién licenciado, ocupado aún en las diversiones del estudiante con sus antiguos condiscípulos, es contratado, merced a un conocido, para dar clases a un niño hijo de un matrimonio que, siendo el marido diplomático, se ha visto obligado a viajar mucho. Desde sus primeros días en la casa, aunque el trabajo es cómodo y está bien remunerado, abundan las sospechas. El padre de su pupilo, aunque correcto, no se expresa como debería hacerlo un hombre de su posición. Choca igualmente el hecho de que el muchacho, que según se dice no ha tenido tiempo de asistir a clase debido a las múltiples residencias en que ha transcurrido su infancia, se muestre tan inteligente para los estudios.

            Así las cosas, una niña de la localidad es ultrajada -al menos eso es lo que dan a entender las encomiables omisiones del autor-. Cuando Last refiere el asunto a su patrón, la actitud de éste viene a delatar la culpabilidad del hijo. Atemorizado por tanto, Last abandona la casa y vuelve a dar clases a los necios alumnos de Londres que le ocupaban al comienzo del relato. Viene luego aquel "Muchos años después, cuando su vida...", ante el que me descubro. Es entonces, con motivo de un juicio seguido contra el matrimonio que empleó a nuestro preceptor y su hijo, cuando se sabe que éste último no era un niño cuando Last le conoció, sino un adulto que padece una enfermedad que le hace parecer a un niño. Ello le ha estado posibilitando entregarse impunemente a las peores disipaciones de un hombre. Todo un ejemplo de sugerir crueldades y temores sin citarlos textualmente. Acaso fuera la inspiración del gran Tod Browning para el nefasto niño que protagoniza su memorable El trío fantástico (1925).

***

            Los arqueros, concebida como una fantasía para inspirar el ardor patriótico a los combatientes ingleses durante la Primera Guerra Mundial, inaugura una constante en el libro: la de los relatos referidos a ese conflicto, toda una preocupación en el Machen que aquí se nos ofrece, al igual -si no recuerdo mal- que en el Machen de El terror. Sitiados y en inferioridad numérica por los alemanes, los soldados de una compañía inglesa creen que su hora ha llegado cuando uno de sus miembros -cliente asiduo de un restaurante vegetariano- recuerda el lema que reza en sus platos, "Que San Jorge ayude al inglés" y comienza a implorar al patrón nacional su ayuda. Sus compañeros no tardan en imitarle y los arqueros de San Jorge comienzan a lanzar sus flechas sobre los alemanes. Habida cuenta de que los cadáveres germanos no presentan ninguna herida, el alto mando teutón resuelve que los ingleses han utilizado un nuevo gas para diezmarles.

            Lo más interesante de esta pieza es la explicación del origen de la canción Good-bye, Good-bye Tipperary. A saber se trata de una pieza cantada por las tropas británicas, cuando eran embarcadas para Francia en la guerra del 14, la Gran Guerra, cuyas estrofas aluden al condado irlandés de Tipperary.

***

            Ese mismo Machen, fantástico sí, pero no siniestro, es el que se nos ofrece en El gran retorno. Partiendo de las extrañas noticias que a menudo incluyen los breves de los periódicos, el autor sigue el rastro de una información, aparentemente sin ningún sentido, que le lleva hasta una localidad costera próxima a Cornualles, donde se alzara Camelot. En Llantrisant, el sitio en cuestión, las convicciones religiosas están arraigadas.

            Una vez allí, recurriendo a esa técnica de los distintos episodios, que en este caso no resulta tan fascinante como en anteriores ocasiones, se nos cuenta cómo, recientemente, el odio entre dos vecinos ha dado paso a la amistad entre ambos. Asimismo, otro parroquiano, que carecía de dinero para casar a su hija convenientemente, se ha visto agraciado por una repentina fortuna. Los agobiados por el dolor han asistido a un insospechado alivio y una joven, ya desahuciada por los médicos, vuelve milagrosamente a la vida. Tanta bonanza es debida al regreso del Santo Grial, con el que se acabará celebrando una solemne misa.

***

            En La pirámide resplandeciente vuelve a latir el Machen que más admiro. Protagonizada por el mismo Dyson de La luz interior -de lo cabe deducir que el personaje viene a ser algo así como John Silence para Blackwood-, todo comienza cuando Vaughan, un amigo de nuestro investigador, pone a Dyson al corriente de unos extraños signos con piedras que alguien ha hecho cerca de su propiedad. Dado que éstos representan una suerte de copa, el propietario sospecha que alguien quiere robarle. Paralelamente, en la localidad -una aldea de Gales, of course-, ha desaparecido una joven.

            Habida cuenta de las características del símbolo, se acaricia la posibilidad de que se trate de un juego de niños. No obstante, los misteriosos ojos, que una mañana aparecen dibujados en la tapia de una finca, y una pirámide, encontrada por un procedimiento similar, llevan a Dyson a deducir que se trata de algo mucho más horroroso. Ya sacadas sus conclusiones, nuestro investigador conduce a Vaughan a un lugar de las cercanías, una cavidad simbolizada por la copa.

            Paralelamente, los ojos de la tapia, cuyo número va aumentado obedeciendo a un método, indican la fecha de la convocatoria a la pirámide aludida en el título. Obedecen a una supuesta etimología de la palabra alusiva a la pira del fuego, que anuncia un sacrificio. En efecto, la víctima no es otra que la chica desaparecida.

            Por un procedimiento parecido al de Un chico listo -esta fragmentación cronológica, junto con sus loables sugerencias, que no especificaciones, es lo que más vengo a aplaudir del autor-, con anterioridad a dársenos la explicación del misterio, se nos ha contado la inmolación de la joven. Agazapados en las sombras, Dyson y Vaughan son testigos de su holocausto. Los artífices de la ceremonia pertenecen a una raza de terribles enanos, anterior a la llegada de los celtas a las islas Británicas, que sobrevive en grutas subterráneas: de ahí que por su estatura parezcan niños y que vean lo bastante bien durante la noche como para realizar sus dibujos y símbolos al amparo de ella.

*****

            En Los niños felices vuelve a inspirar al autor el fervor patriótico. En esta ocasión, su protagonista visita un pueblo donde los muertos en el hundimiento del Lusitania y los combatientes inocentes caídos en distintos campos de batalla resucitan bajo la forma de niños que pueblan alegres el lugar.

*****

            De las profundidades de la tierra es la última pieza de ardor patrio y la más confusa. Por lo que he creído entender, la anécdota gira en torno a un lugar de Gales donde los niños empiezan a ser conocidos por su maldad. Sin embargo, dicha maldad sólo es tal para los forasteros, puesto que vecinos del pueblo sólo ven en sus pequeños inocencia. El misterio consiste en que, a los niños terribles -vaya evocando a Cocteau-, sólo los pueden ver los niños buenos y los inocentes. Huelga decir que una propuesta tan simplona no está a la altura del autor de El gran dios Pan.

***

            La habitación acogedora sorprende más por su punto de vista que por su historia. Focalizada por un asesino que huye, el título se refiere a su llegada a la estancia donde cree que se encontrará a salvo. Ignorando que alguien le ha reconocido en su huida, será en la estancia en la que cree haber encontrado el sosiego donde le detendrá la policía. Salvo el interés que pudiera despertar en el lector de su tiempo meterse en la cabeza de un asesino, esta pieza no tiene ningún otro.

***

            La verdadera protagonista de N es otra habitación, en esta ocasión la de una casa que antaño fuera manicomio. Su particularidad consiste en que lo que se ve a través de sus ventanas, en tanto que para unos es la realidad, para otros resultar un paraje fantástico. Esto da pie a Machen para teorizar sobre lo relativo que puede ser lo real y sobre las misteriosas posibilidades de las coincidencias. El ejemplo puesto para ilustrar esto último es lo que me ha llamado más la atención de todo el texto: un hombre compra un reloj en Singapur. Cuarenta años después, ya en Gran Bretaña, se le estropea. Al ir a llevarlo a arreglar, el hombre que le recibe resulta ser el mismo que le vendiera el reloj.

***

            Lástima que la última pieza, también sea una obra fallida. Meyrick -nada que ver con el pintor del mismo nombre de El gran dios Pan-, pasando uno días de asueto en el campo, coincide con un conocido, James Roberts. Pese a su jovialidad y su buena disposición, éste le confiesa que está viviendo una pesadilla. La cosa tuvo su origen en su visita a una temida charca de los alrededores. Allí, una misteriosa voz femenina le llamó por su nombre. Ya anochecido, recogido Roberts en su cuarto, la misma voz le exigió que abriera la ventana y le recordó en ella detalles concernientes a un asunto que Roberts creía olvidado.

            De regreso a la capital, Meyrick descubrirá que el misterio es galante y concierne a la primera casa que habitara Roberts recién llegado a Londres. Por lo que podemos entender, tuvo trato carnal con una de las hijas de su anfitrión, lo que le valió la expulsión de la vivienda.

            De nuevo he de apuntar que me ha interesado mucho más la forma, el desarrollo de la idea, su fragmentación cronológica, que el fondo. Primero se nos presenta el misterio, se da por terminado y se nos explica. En esta ocasión, todo obedece a la capacidad del paisaje de la charca de hacer evocar a Roberts, hasta la obsesión, sus más escondidas vergüenzas.

 


[1] Sin llegar a ser lo de Bram Stoker, hay, indiscutiblemente, algo de racismo en la idea recurrente en Machen de la bondad del niño "sajón sonrosado" y la maldad del cetrino mediterráneo.

 

Publicado el 22 de enero de 2013 a las 19:00.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

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Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

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Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

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Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

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La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

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Una leyenda del Madrid finisecular

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La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

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