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Blog de Javier Memba

El insolidario

El "Balzac" del gran Stefan Zweig

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Balzac, la novela de una vida", de Stefan Zweig

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            Hay novelas que me llaman la atención por la película que han inspirado, Carta de una desconocida (1927), del gran Stefan Zweig, fue una de ellas. Cautivo de la maestría y la belleza de la adaptación cinematográfica que el gran Max Ophüls estrenó en el 49, apenas descubrí el original entre los libros que heredé de mi madre, di cuenta de él con la debida avidez. Lástima que no conserve las notas que tomé entonces, incluidas, como tantas de comienzos de los 90, en un archivo que perdí.

            En cualquier caso, recuerdo la dicha que me procuró aquella lectura. Además de comprender que la genialidad de Ophüls correspondía a la de Zweig, me descubrió a este último. De este modo también cayó un prejuicio, el que tenía como lector frente al grupo de la Joven Viena habida cuenta de lo lejano que, de entrada, se queda de mi universo personal aquel grupo de escritores. Con el tiempo, y también gracias al cine -la adaptación de Kubrick de Relato soñado (1926) bajo el título de Eyes Wide Shut (1999)-, me rendí ante el gran Arthur Schnitzler con idéntico placer. Quedémonos de momento con Zweig.

            Ya prendado de su prosa, me quedé maravillado con la lectura de Momentos estelares de la humanidad (1927). Con esos antecedentes y esa eclosión de textos de Zweig que vivimos a comienzos de nuestro nefasto siglo XXI, en gran medida merced a las diferentes publicaciones del vienés aparecidas en El Acantilado, hace algunas temporadas me compré en la Feria del Libro Balzac (1946), la biografía novelada que dedicó al novelista por antonomasia dada a la estampa por Paidós con pie de imprenta fechado en 2005. Ésa ha sido mi última lectura, de la que vengo a congratularme en este texto.

Orígenes de tanta admiración

            Siendo el francés el escritor que más admiro y siendo el austriaco uno de los que tengo en más alta estima, se entenderá que empiece apuntando que aquí "todo es gracia". Evoco así aquella última frase del párroco de Ambricut, el protagonista de Diario de un cura rural (1936), la gran novela de Georges Bernanos, que en el 50 también dio lugar a una gran adaptación cinematográfica de Robert Bresson.

            Y todo es gracia en Balzac porque desde el libro primero -Infancia y comienzos-, Zweig trasmite al lector el entusiasmo que siente por su protagonista. Con ello consigue dar al tocho un magnetismo que, muy probablemente, trascienda a los devotos de Balzac y Zweig, sus primeros destinatarios, y atrape al lector común.

            Lejos de las envidias, insidias y demás mezquindades, que sus vecinos y colegas parisinos, no obstante el reconocimiento del que gozó su obra y precisamente por ese aplauso, le dedicaban en París, durante su visita a Viena en 1835, para su encuentro con la señora Hanska, Balzac se vio libre de acreedores y elogiado con toda la largueza que merecía por primera vez. La entonces capital del imperio austrohúngaro fue la ciudad donde el escritor se dio cuenta por primera vez del prestigio del que gozaba en toda Europa. Y en la Viena de finales de la centuria decimonónica, en cuyos cafés se reunía la Joven Viena, tuvo su origen "la segunda ola de entusiasmo por Balzac que puso definitivamente a este novelista francés en la senda de la notoriedad universal", apunta Richard Friedenthal, primer editor del libro en el epílogo (pág.419).

            Además de llevarlo a la imprenta por primera vez en Londres en 1946, Friedenthal fue el responsable de ultimar un texto que Zweig no había dado por acabado cuando, abrumado por la guerra en la que se debatía el mundo, decidió poner fin a sus días el 22 en febrero de 1942. Cuenta Friedenthal que Zweig, que admiraba a Balzac desde esa Viena de su juventud hasta el punto de que incluso atesoraba un ejemplar de las correcciones de Un asunto tenebroso (1842), entre otros originales del maestro, acarició la idea de dedicar una de sus monumentales biografías a Balzac durante treinta años. Finalmente, cuando en 1939 se puso a ello, ese último periplo, que acabaría apartándole de su amada Europa, ya se había iniciado. Con sus libros confinados en el Viejo Continente, donde también estaban los principales archivos y bibliotecas que hubiera querido consultar, cuando llegó el momento de quitarse la vida, sólo había escrito un tomo de los dos que hubieran debido integrar esta obra. Aun así, Friedenthal la consideró acabada. Yo, humildemente, vengo a dejar constancia de que el Balzac de Zweig ha acabado por trazarme el perfil de un personaje al que, desde mi diletantismo y dando palos de ciego para paliar mi ignorancia respecto a él, me rendí fascinado por la magnitud de La comedia humana.

 

Orígenes de un gran escritor

            Como al cabo de los años habría de ocurrirle a Proust -que en cierto sentido concibió En busca del tiempo perdido, que tanto debe a La comedia humana por un beso que no le dio su madre-, Balzac tampoco fue un niño querido por su progenitora. "Mi madre es la causa de todo el mal en mi vida", llegaría a escribir a su futura esposa, la condesa von Hanska (pág. 19).

            Si al igual que las victorias en el campo de batalla, origen de tantos títulos nobiliarios, el talento para las letras otorgara alguna dignidad, Balzac hubiera sido el aristócrata de más alto rango de la Europa de su tiempo. Pero lo cierto es que añadió la partícula "de" a su apellido por presunción. Fue, como en tantos de sus personajes, una pedantería. La verdad es que el padre del escritor, Bernard-François, era un hombre de extracción humilde, hijo de un campesino. Joven impecune, aprendió a leer y a escribir con el cura de su aldea. Finalmente, a los 50 años consiguió enriquecerse mediante esos negocios, a menudo oscuros, que el mismo Honoré soñó siempre hacer sin conseguirlo nunca.

            Anne Charlotte, la madre del maestro, sí que era una auténtica oriunda de la burguesía parisina. Eso es lo que hay cuando el escritor nace en el Tours de 1799, donde están afincados sus padres, y son tratados como unos prominentes burgueses.

            Como tantos niños no queridos por su madre, el futuro novelista es enviado a un internado -el colegio de los oratorianos de Vendôme- que el gran Zweig nos pinta más parecido a una prisión que a un colegio. Y como tantos futuros genios, el pequeño Honoré no destacará entre la grey estudiantil, tan dada a promocionar a los mediocres con buen comportamiento. El pequeño Balzac no es un alumno aplicado. Antes al contrario, es muy regular. Lo único que hace presagiar la magnitud de la obra que ha de alumbrar es un tratado sobre la fuerza de la voluntad que escribe entonces. Al cabo, habría de incluirlo en Louis Lambert (1832), ficción basada en su experiencia escolar.

            Cuando termina sus estudios y anuncia en su casa que quiere ser escritor, el drama que se desata es el mismo que suele sobrevenir en un hogar burgués cuando uno de sus hijos se muestra decidido a dedicarse a la creación, ya sea artística o literaria. Al fin y al cabo, la madre, como corresponde a una buena burguesa, había educado a su descendencia en la idea de que en la vida no hay nada más importante que tener una "posición segura, una buena colocación", ni peor crimen que gastar (pág.17).

 

Vocación inquebrantable

            Con esos planteamientos, cuando su familia ve que es imposible doblegar la voluntad del joven Honoré y decide enviarle durante un par de años a París para que pruebe fortuna con las letras, es la propia madre quien se encarga de buscarle la buhardilla más miserable en el convencimiento de con tales estrecheces le hará desistir. Pero en el maestro ya late el genio y éste no hace sino engrandecerse ante la adversidad. Por mucho que le baquetee la suerte, siempre será así Come pan duro e imagina manjares, pasa frío, se alumbra con velas baratas. Pero nada es capaz de hacerle desistir. "Era en suma una fuerza de voluntad que, una vez humillada la de Napoleón, no tenía parangón en ninguna otra de toda Europa. Lo que Balzac deseaba pasaba a ser para él la única realidad posible, y cuando estaba decidido a algo, era capaz de alcanzar lo imposible. Ni las lágrimas, ni los halagos, ni las súplicas, ni los ataques histéricos iban a hacerle cambiar de parecer. No quería ser notario, quería ser un gran escritor. El mundo es testigo de que lo fue", sostiene Zweig en uno de esos fragmentos de esta maravilla que hay que leer con reclinatorio (pág. 33).

            En esos dos primeros años parisinos, el futuro autor de La comedia humana "que en su familia sólo había conocido la cicatería, la mezquindad, la ambición de la pequeña burguesía" (pág 41) no tendrá más apoyo que el de petit pére Dablin, un viejo amigo de sus padres que siente una sincera afición por las letras. "Más adelante, cuando en su César Birotteau entone el Cantar de los cantares del pequeño ciudadano probo, dedicó con gratitud una estrofa en homenaje a este primer protector" (ibídem). Tampoco hay duda de que uno de los grandes atractivos de este brillante texto es descubrir en él el origen de los personajes y los datos de la obra de su protagonista.

            En aquellos dos años que le da la familia concibe una pieza en verso -de la que, indudablemente, El arquero de Carlos IX del Lucien de Rubempré de Las ilusiones perdidas (1843) será un trasunto-, que constituye su primer fracaso. Aún así, puede continuar escribiendo porque se da a la literatura mercenaria con un estajanovismo que ya deja entrever esa capacidad de trabajo con la que se aplicará en La comedia humana ese polígrafo infatigable que fue Balzac durante quince años. Escribe todo lo que piden. Siempre firma sus textos con seudónimos, como ese Horace Saint-Aubin que ya me era conocido por El hechicero (1822). No son sólo ficciones góticas, al estilo de las Ann Radcliffe, las que le ocupan. También las hay a la manera de Fenimore Cooper -uno de sus autores favoritos- y novelas históricas, que entonces ya gustaban tanto como ahora. A menudo son otros quienes firman sus obras, pero el maestro produce tanto que comienza a ganar dinero. Satisface así a su familia, que ve futuro a la literatura, y puede permitirse los primeros de esos lujos a los que acabará siendo tan aficionado.

 

La Dilecta

            Es entonces cuando, con 23 años, se echa su primera amante. Madame Berny, la mujer en cuestión, le dobla la edad. Tiene 46 otoños justos. A su vez está casada con un hombre mayor que ella y son una familia amiga de los Balzac. La abominable madre del escritor, al saber que Honoré visita a menudo la casa de los Berny, cree que el joven se siente atraído por una de las hijas. Pero a Balzac, como no es de extrañar en un genio capaz de escrutar a una persona con tan solo una mirada, las jóvenes de su edad le aburren, le parecen insignificantes. Ellas tampoco han mostrado ningún interés por él. Desgarbado y gordinflón, cuando no ha sido asco, no les ha inspirado absolutamente nada.

            Por otro lado, también podría hablarse de esa falta de amor de madre que ha sufrido para su propensión hacia las mujeres que podrían serlo. En cualquier caso, Balzac no necesita ni juventud ni belleza. "Es capaz de ver a Helena en toda mujer, hasta en Hécuba" (pág. 62). "La comprensión valdrá mucho más que la pasión; sólo podrán satisfacerle mujeres cuya superioridad en la experiencia, y -es singular- también en edad le permitan mirar a lo más alto" (pág 74). Todo un elogio de la mujer madura que da pie a Zweig a otro de sus brillantes fragmentos.

            Cuando, tras las naturales reticencias, la señora Berny cede ante Honoré, lo será todo para él. Amante, madre, amiga, inspiradora de la señora de Mortsauf de El lirio en el valle (1836) y, por su puesto, una de sus financieras. Ella será La Dilecta, sobrenombre que siempre escribirá así, en español.

            Con la determinación de poner en marcha La comedia humana aún por tomar, el joven Balzac es un hombre dado a la dispersión que quiere, por encima de todo, ser célebre y ganar mucho dinero. Aún cree que, como en tiempos su padre, podrá hacer un negocio que le reporte una inmensa fortuna. Con tales pájaros en la cabeza, cuando un hombre de negocios, Urbain Canel, le propone la edición de una serie de obras completas en un solo tomo, de la que las de Lafontaine y Molière serán las primeras entregas, Balzac -siempre exaltado y exagerado- cree que hará con ello esa fortuna que tanto anhela y se embarca en la aventura. Corre 1825.

 

Primeros impagos

            Huelga decir que la empresa fracasa. Contrae sus primeras deudas e incluso sale peor parado que Canel del asunto. Inasequible al desaliento, no se le ocurre otra cosa que huir hacia delante, tapar la mancha con una mancha más grande y hacerse impresor además de editor. Es entonces cuando da a la estampa El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo. Sostiene Zweig que dicho opúsculo no es original del maestro -como anuncia, vagamente bien es cierto, alguna edición española reciente-, sino simplemente un encargo que le fue confiado, al que Balzac, que nunca conseguiría pagar sus deudas, indudablemente, no prestó la atención debida (pag 85). Se entrega a su trabajo de impresor con el mismo ahínco que a la literatura. Su aplicación no sirve de nada. En esta ocasión, además de la fortuna de la señora Berny, compromete la de su familia, que como buenos burgueses le ayudan en sus primeras deudas y ven más posibilidades a los negocios que a la literatura.

            Ni que decir tiene que todas sus tribulaciones de entonces se verán reflejadas en las que sufre el David Séchard en Las ilusiones perdidas. Cuando vuelve a fracasar como impresor, decide que lo mejor es fabricar él mismo los tipos de imprenta. Estamos en 1828 y, en esta tercera baza sale tan mal parado que los impagos de entonces serán esas deudas que le acompañaran de por vida. Por primera vez tiene que esconderse de los acreedores en casa de Laure, su hermana favorita, la única de su familia que siempre ha creído en sus inquietudes literarias.

            Apunta Zweig, con la lucidez que le caracteriza, que la experiencia comercial de Balzac fue nefasta. No obstante lo cual le proporcionó ese conocimiento al milímetro de la sociedad alzada en torno al dinero -en la que aún vivimos- que habría de ser uno de los dos puntales de la La comedia humana. El otro, el conocimiento de las pasiones -en lo que se adelantó incluso a Freud-, le fue dado merced a sus grandes dotes para la observación minuciosa de su mirada. Decidido a escribir literatura en serio y firmándola él mismo, alumbra Los chuanes, que llega a las librerías en 1829. El éxito es inmediato. Estima Zweig que en sus páginas se habla por primera vez de la mujer incomprendida.

 

Primeros éxitos

            Y siendo la mujer decimonónica, siempre incomprendida, el lector de novelas por antonomasia, el maestro no tarda en convertirse en el nuevo príncipe de las letras. Todas le quieren en sus salones. La primera impresión que les causa es desastrosa, su torpe aliño indumentario, su obesidad, su suciedad a veces, sus formas en la mesa... Ahora bien, cuando se pone a hablar, funde el misterio con su inteligencia.

            En el gran mundo no es más que un advenedizo, pero el autentico Balzac es el que se encierra en su gabinete, lujosamente decorado. Sorprende entre tantas exquisiteces decorativas la sobriedad de su escritorio. Allí no hay florituras que valgan. Se siente a la mesa y es capaz de estar entregado a su labor durante doce o catorce horas sin descanso. Gasta plumas de ganso y resmas de papel como si fuera una máquina. Ni él mismo es consciente de la grandeza de su obra que aun ahora, casi dos siglos después, cuando escribimos con los modernos procesadores de textos, rendimos toda la admiración que se merece.

            Ya en el libro segundo de la propuesta de Zweig -Balzac en acción- se nos descubre a ese autor manirroto al que le pierde la vida en el exceso: los criados, los bastones con turquesas, el tílburi con caballo inglés y el resto de los lujos que son menester a un escritor que prefería "el billete de una marquesa a un elogio de Goethe". Ese Balzac del que supe por primera vez en el artículo que le dedica José María Valverde -a quien ahora descubro lector de esta maravilla de Zweig- en su Historia de la Literatura Universal (1985). Vivir con exceso, escribir con exceso, reza el meridiano epígrafe de la pieza en cuestión.

            Y antes aún de la tendencia a la demasía de Balzac, supe de ese afán de redención social mediante la creación literaria en cierta escritora que conocí hace muchos años. A diferencia de aquella mujer, a la que todo le salía gratis, a nuestro novelista el arribismo le acarrea nuevas deudas, en las que se va lo ganado con las cuantiosas ventas de sus libros. Al final tendrá que ser la madre quien vuelva a entrar en escena. Intente poner un poco de orden en tan caótica economía despidiendo los criados y cerrando la casa de París. El maestro, para evitar a los acreedores en la medida de lo posible, se marcha a pasar largas temporadas a casas de amigos de provincias donde, con la disciplina que le caracteriza, sigue escribiendo esas doce horas al día sin más estimulante que litros y litros de café.

 

Primeros galanteos

            Siendo el del adulterio un auténtico género en la narrativa francesa, todo novelista galo que se precie ha de tener enredos amorosos. En Balzac estos devaneos son aún más numerosos ya que confluyen con su inclinación al exceso. Así pues, el autor de La comedia humana se jactaba de sus hijos secretos con el mismo entusiasmo que Georges Duroy -el Bel ami de Maupassant- de su conquista de la casada Clotilde de Marelle.

            Sin embargo, a decir de Zweig, la mejor consejera del maestro fue Zulma Carraud, una burguesa de provincias a la que el escritor, aun sin llegar a tener nunca ningún lío con ella, tuvo en la más alta estima, acogiendo de buen modo sus recomendaciones. Trabó conocimiento con ella en 1829 y, ya en el umbral de su último trance, a ella dedicó una de sus más emotivas cartas de despedida.

            Por el contrario, la más perniciosa de sus admiradoras fue la duquesa de Castries, quien le remitió su primera carta en 1831. Esta coqueta del gran mundo, también fue otra de las grandes lectoras del escritor. Su amante, nunca lo quiso ser.

            A mi juicio, ese afán de título de Balzac es genuinamente burgués y plebeyo. Sólo el arribismo de la clase media anhela las distinciones nobiliarias. Las clases menos favorecidas, cuando la aristocracia existía -ahora es algo así como una anécdota o un objeto decorativo- querían acabar con ella, pero no ser recibidas en sus salones.

            Y, de cara a un noble, sólo hay una cosa capaz de redimir a un burgués: el dinero. Sin duda consciente de ello, Balzac, que ya debía más de que lo hubiera podido pagar en toda su vida, siguió endeudándose para poder hacer vida social junto a duquesa de Castries. Pero todos sus esfuerzos por alcanzar esa distinción y esa elegancia, de las que carecía por completo, no hicieron sino acentuar su vulgaridad. La duquesa, que en verdad le admirada como escritor, se dejó robar algún beso. Pero poco más.

            Con todo, puede que el novelista hiciera un ridículo mayor aún que en los salones de la gente de postín al poner su pluma al servicio de la prensa y la causa monárquica, para halagar a la duquesa y sus nuevos amigos. Sólo Zulma Carraud supo advertirle del peligro que corría con sus nuevas filias.

            Tras partir con madame de Castries en un viaje a Suiza en el que ella se niega ser su amante, Balzac se toma cumplida venganza en La duquesa de Langeais (1834), cuyo manuscrito original -como es costumbre en él- regala a quien lo ha inspirado.

La desconcoida

            Las cartas de mujeres incomprendidas que se sentían halagadas en títulos como La mujer de treinta años (1832) llegaban a diario. Entre las primeras remitidas de la duquesa de Castries llegó otra, a la que el maestro no prestó entonces atención. Firmada con un lacónico "La Desconocida", venía de un remoto rincón de Ucrania donde las damas no tenían otra distracción que la lectura de las novedades literarias de París. Tras La Desconocida se esconde la condesa Ewelina Hanska y sus damas de compañía, quienes han decidido cambiar impresiones sobre sus novelas con Balzac.

            El escritor, aunque se da cuenta de tras el nom de plume hay varias mujeres ya que las cartas llegan con distintas caligrafías, hace de Ewelina Hańska, la predilecta frente a madame Berny. Cuando andando en la correspondencia descubre que se trata de una condesa polaca casada con el barón ucraniano Wacław Hański, ambos pertenecientes a dos de los linajes más poderosos de Europa, Balzac ve en ella a esa rica aristócrata que ha de salvarle de la ruina económica que arrastra desde su aventura editorial. Máxime cuando el varón la sacaba veinte años y no ha de tardar en enviudar.

            Pero La Desconocida tampoco quiere convertirse en amante del escritor. Más aún, tiene tanto miedo al escándalo que hace que las cartas que remite a Balzac sean escritas por la institutriz de su hijo, quien, si todo se descubriera, quedaría como la corresponsal de Balzac. Aunque para la condesa, Balzac es poco más que para la duquesa anterior, finalmente se conocen durante una visita a París de la señora Hańska con toda su familia. Corre 1833. Ese mismo año vuelven a verse en Ginebra, la misma ciudad que fue testigo de su ruptura con madame de Castries. La condesa Hanska, muy preocupada por el escándalo, se le entrega ocasionalmente.

 

            El distanciamiento de madame Hanska, cuya primera relación con Balzac ocupa a Zweig el libro tercero -La novela de la vida-, empezará a producirse tras su encuentro en la Viena de 1835. Aquel viaje a la capital austriaca en el que el maestro fue halagado tanto como merecía por primera vez. Durante los siete años siguientes, sólo tendrán contacto a través de la correspondencia que, distanciada y a veces fría, nunca dejan de mantener. Más de lo que quisiera la condesa y menos de lo que quisiera el escritor. Pero al separarse están prometidos para cuando muera el barón Wacław Hański, el esposo de madame.

 

Nuevas amantes

            Tan ávido de dinero como su barón de Nucingen -el financiero de La comedia humana- y de mujeres como tantos hijos no queridos por su madre, Balzac se hizo amante de cuantas aristócratas le metieron en su cama. En todas buscó a una capaz de pagar sus deudas y de redimirle socialmente. A la condesa Hanska le sucedió la condesa Guidoboni-Visconti. Esta segunda dama es mucho más liberal que su predecesora. Su marido no sólo consiente su aventura con Balzac, también le ayudará a pagar algunas de sus deudas y le darán refugio un su casa de los Campos Elíseos cuando se ve perseguido por los acreedores. Los condes de Guidoboni-Visconti incluso envían a Italia al escritor -donde ya se habla de su fabuloso bastón- para que atienda unos asuntos de sus propiedades trasalpinas. Balzac viaja en compañía de otra amante, Carolina Marbouty. Aunque esta última se disfraza de hombre, las dos condesas del maestro se acaban por enterar del asunto. La de Guidoboni-Visconti lo consiente divertida, como hace su marido con ella y como ella ya ha hecho con Balzac en anteriores ocasiones. En cuanto a la de Hanska, ya es otro asunto. En sus cartas deja entrever ciertos reproches con trazas de celos. En realidad, habida cuenta de que nunca quiso a Balzac, no son sino el afán de la polaca de imponer su voluntad al escritor, a quien siempre consideró su mujik. En sus bromas de amantes eso decía ser el gran Honoré para ella y, haciendo honor a eso rigurosamente serio que subyace en todas las bromas, eso es, a la larga, lo que el mayor novelista de la historia acabó siendo para la condesa: un siervo. Uno de esos criados a los que la señora acaba cogiendo cariño tras largos años de fidelidad, concluirá el gran Zweig.

 

Nuevas calamidades

            Pero no adelantemos acontecimientos. Seguimos en el libro cuarto, Esplendor y miseria de Balzac. Quedémonos de momento en 1836, El año de los desastres, titula Zweig el capítulo que le dedica. El mismo año en que Balzac viaja a Italia tan bien acompañado para atender los asuntos de los Guidoboni-Visconti, es detenido durante una semana por negarse a servir en la Guardia Nacional. Ese es el motivo de ese breve encarcelamiento que, al tener noticia de él cuando hojeé el texto sin decidirme aún a leerlo, creí consecuencia de algún impago.

            También es en 1836 cuando funda la revista Chronique de París. Él lo escribe casi todo. Pero también fracasa. Todos los proyectos que emprende están condenados al desastre, a aumentar sus deudas de forma inexorable. Estas trampas le obligan a cobrar los adelantos de sus libros, cuyas ediciones se suceden, antes de haberlos escrito. Ahora bien, esta desmesura en la forma de producir no le lleva al descuido. Antes al contrario. Llega a corregir las pruebas de imprenta, que a menudo consisten en cambiar radicalmente la novela, hasta dieciséis veces. Es tan escrupuloso con cuanto a su obra se refiere que en 1836 entabla un pleito con Buloz, el editor más poderoso de París, en cuya mano comen Alejandro Dumas, Eugène Sue y la mayor parte del París literario de la época. El motivo de la disputa es que el escritor no ha entregado el final de Séraphîta a Buloz en el tiempo prometido. Y éste, que la está publicando por entregas desde 1835 -esas novelas por entregas que tanto gustaban en la época y a mi juicio fueron el mejor caldo de cultivo para La comedia humana- se ve abocado a contrariar a sus suscriptores. Para resarcirle, Balzac le da el manuscrito de El lirio en el valle, que Buloz publica sin dejarle ver pruebas. Esto enerva al maestro.

            Dumas, Sue y el resto de los periodistas y escritores a los que el editor emplea, al dictado de Buloz arremeten contra Balzac como si los enanos criticasen a Gulliver. Sólo Victor Hugo y la singular Georges Sand, junto con Théophile Gautier los grandes amigos escritores de Balzac, se mantienen al margen del linchamiento.

            Tan ingenuo como apasionado, le basta una referencia escuchada casualmente para empezar a fantasear con ella hasta dar por sentado que acabará siendo un buen negocio. Pero siempre acaba siendo un nuevo desastre. Ese es el caso de una explotación minera en Cerdeña (1838) y de Les Jardies, su casa da campo en las inmediaciones de Sèvres. Todo un palacio que en parte se le derrumba en 1839. El resto se lo embargan.

            Salpicados los Guidoboni-Visconti por lo que toca al escritor en la quiebra de otro de sus editores, Werdet, los condes parten con Balzac y el novelista ha de buscar refugio en casa de su sastre. Para responder a las nuevas deudas, intenta un éxito rápido en la escena. Pero Balzac es novelista, no dramaturgo y su propensión a la desmesura, su absoluta falta del verdadero sentido de la realidad -lo que no deja de ser toda una paradoja en el escritor realista por excelencia- hace que el montaje sea un nuevo fracaso. Todos los intentos del escritor en la escena, en la que a falta de marquesas que paguen siempre vera la solución a sus deudas, lo serán. "Ha edificado un mundo y el mundo no le ha dado nada a cambio -escribe Zweig (pág. 317)-. Tiene cuarenta y dos años y es más pobre que veinte antes, en la rue Lesdiguières. Entonces tenía ilusiones armadas sobre ilusiones, hoy ya se han disipado. Doscientos mil francos de deudas: éste es el producto de su ímprobo trabajo. Galanteó a mujeres y ellas se le negaron; construyó una casa, la embargaron y se la quitaron; fundo revistas y desaparecieron; emprendió negocios y se malograron; se esforzó por conseguir un lugar en el parlamento de su país y no le eligieron. Presentó su candidatura a la Academia y fue rechazado". Esa es la otra cara del escritor más grande de su tiempo, del novelista al que toda Europa aplaude cuando el maestro, por primera vez, se muestra desilusionado.

 

La comedia humana

            Llega entonces una carta de Ewelina en la que le anuncia la muerte de su marido y Balzac vuelve a ver el cielo abierto para sus ilusiones. Una vez más, todo quedará en nada. La condesa comienza a dilatar el matrimonio en el que Balzac ve la absolución final de sus deudas y su redención social. Sin embargo, la condesa pospone el casamiento aduciendo problemas legales que hay que solventar. Y si sus ilusiones, siempre perdidas, se antojan una vez más como el cuento de la lechera -"pone el carro delante de los bueyes", escribe Zweig-, el cortejo a madame Hanska comienza a parecer el cuento de nunca acabar.

            Ya estamos en el libro quinto -El autor de la Comédie humaine- y lo que en verdad cuenta es que es ahora, en 1842, cuando Balzac, como siempre ávido de dinero -en esta ocasión para mostrar sus riquezas frente a la viuda-, firma el primer contrato de sus obras completas. Acabará siendo el primer contrato de La comedia humana. A tal fin se asocian tres editores, Dubochet, Furne -quien con el tiempo dará nombre a la edición más famosa de la obra- y Hetzel. El acuerdo se formaliza el 14 de abril de 1842. "Ya no son las vanidades, las grandes ambiciones de las mezquinas marquesas y condesas, sino las grandes pasiones, lo que estimula su capacidad creadora. Cuanto más se amarga Balzac por sus experiencias y desengaños, más verdadero se vuelve al escribir ficción" (pág. 340).

            Es ahora cuando surge el título de La comedia humana en oposición a La divina comedia de Dante y es en este capítulo donde he comprendido el desdén con el que Valverde se refiere a Balzac en su Historia de la literatura universal. Ese trasiego de personajes entre las distintas novelas que integran La comedia..., que para Valverde es poco más que un recurso fácil al que alude con cierta ironía en el artículo ya referido, para el gran Zweig es la evolución de los seres humanos en la sociedad. Sociedad que, aun siendo la francesa en los tres lustros que se fueron entre 1815 y 1830, en muchos aspectos alcanza a toda la sociedad occidental de nuestros días. Sociedad integrada por unos dos mil personajes, frente a los tres o cuatro mil que el maestro proyectó. Sociedad descrita en unas noventa novelas de las ciento cuarenta y cuatro que deberían haberla integrado. Sólo la prematura muerte le impidió escribir las que faltan.

            La mayor parte de los textos ya están escritos, quedarán por hacer los anunciados. Por el momento se trata de adecuar las novelas ya existentes a las nuevas circunstancias. De hecho, uno de los mayores problemas lo plantea el prefacio. Balzac quiere encargárselo a su fiel amiga Georges Sand. Pero acaba escribiéndolo él mismo. El texto constituye todo un plan de La comedia humana.

            En los ocho años que aún le restan de vida, el maestro será algo así como el bufón de la condesa Hanska, de la hija de éste y del prometido de la joven, también título, bien sûr. Viaja con ellos por Europa y les entretiene con sus amenidades. La viuda dice que la alegre compañía parece un grupo de saltimbanquis. Este cruel destino en que Balzac se empeña no le impide seguir escribiendo. Vuelve a fracasar con sus intentos teatrales y sufre el primer desfondamiento. Las fuerzas dejan de responderle frente a sus largas jornadas de trabajo.

 

El díptico de los parientes pobres

            En sus últimos años, siempre a la espera desesperada de la boda con la condesa, el maestro se dedica a comprar antigüedades para amueblar la que habrá de ser su residencia. En el precio de los cachivaches que adquiere convencido de que son gangas, una vez más se hará notar su absoluta desconexión con el valor de las cosas. Aunque es consciente de ello, la condesa no se escandaliza demasiado por la forma en que el escritor tira el dinero. Seguir dándole largas para casarse, eso es lo que verdaderamente cuenta para ella.

            Para la posteridad lo harán las dos últimas novelas que Balzac escribe, ya a un ritmo mucho más pausado. Se trata del díptico de los parientes pobres: La prima Bette y El primo Pons, ambas aparecidas en 1847. A decir de Zweig, son las dos cumbres de la novelística del maestro. Siendo el caso que las atesoro, en los próximos meses daré cuenta de ellas.

            Viaja por segunda vez a Wierzchownia, en Ucrania, en 1949. Allí está la propiedad que la condesa ha heredado de su difunto esposo, Balzac pasa todo el año enfermo en casa de su futura. En efecto, sólo cuando sabe que sus días están contados, la condesa accede al casamiento con el escritor. Es el cuatro de marzo de 1850. En abril se trasladan a París. El maestro espira en la noche del 18 de agosto. Victor Hugo le vista en su lecho de muerte. Pero cuando el óbito se produce, sólo le acompaña su madre.

            Zweig da noticia de esa leyenda que dice que, ya en su último trance, Balzac llamó a Bianchon, el médico de La comedia humana, para curarle. Valverde también recoge este dato en su Historia. Pero yo, sin lugar a dudas, me quedo con Carlos Pujol y Rafael Cansinos Assens entre los expertos en Balzac españoles.

 

            No quiero acabar estos apuntes sin hacer mención a la excelente traducción de Arístides Gamboa. Está a la altura de la excelencia de un libro que concluye con una exhaustiva cronología y un relato del derrotero que llevó a Zweig a Balzac. Knut Beck es quien lo firma. Total, una obra sobresaliente cuya calidad es el mejor tributo que se pueda rendir al autor de La comedia humana.

Publicado el 17 de julio de 2013 a las 15:45.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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