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El insolidario

Los relatos del gran Sheridan Le Fanu

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "La habitación del dragón volador y otros cuentos de terror y misterio" de Sheridan Le Fanu

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                   En el bien entendido de que Joseph Sheridan Le Fanu ocupa una de las cimas del terror gótico con sus cuentos de fantasmas, el que abre y da título a esta selección es tan verosímil como podría serlo cualquier relato criminal anclado a la más pura realidad. En ese sentido, La habitación del Dragón Volador es un cuento materialista en la primera acepción del término. Lo en él tratado es la impostura de un grupo de criminales que se hacen pasar por aristócratas.

                   La historia se nos refiere mediante la experiencia de un viajero inglés en Francia -Beckett- quien, accidentalmente, merced a la gentileza de rigor, conoce en el camino a la condesa de St. Alyre, bella dama casada con un hombre mucho mayor y de apariencia despótica de la que quedará prendado. También por casualidad se cruzará en su camino el marqués de Harmonville, un caballero impecable con quien trabará conocimiento por algo que parece ser un error. Por ultimo, ya hospedados en una posada del camino -la Belle Étoile-, entrará en escena el coronel Gaillarde, un irascible ex oficial de Napoleón que persigue al marido la condesa. Esto dará pie a que Beckett vuelva a intervenir en favor de la que tanto le inspira, tomando partido en la pelea por su marido.

                   Viéndose obligado a abandonar precipitadamente el hospedaje tras dejar fuera de combate al coronel, nuestro protagonista y narrador es acompañado por Harmonville. Será junto a él cuando, habiendo ingerido un café que éste le ofrece, experimente un estado semejante a la catalepsia en el que, siendo consciente de cuanto le rodea, es totalmente incapaz de hacer nada.

                   Ya en París, Beckett recibe la visita de Harmonville, quien le comunica que la condesa se encuentra en una villa de su propiedad próxima a la ciudad y le invita a un baile de máscaras que se va a celebrar en Versalles. Viendo que el inglés se resiste alegando una cita previa con ciertos compatriotas, el marqués -quien ahora se hace llamar simplemente monsieur Droqueville-, muestra cierto enojo. Cuando Beckett acepta, Harmonville le aconseja que reserve habitación en un hotel próximo a Versalles. Después de intentarlo inútilmente en todos los establecimientos próximos, será el marqués quien, tras otra de sus apariciones ocasionales, recomiende a nuestro hombre hospedarse en una habitación de El Dragón Volador.

                   Alojado en el establecimiento que da título a esta novela corta y que se encuentra en las inmediaciones del castillo de los condes de St. Alyre, su criado -con quien mantiene una confianza mayor a la que cabría imaginar en la relación que les une- pone en antecedentes a nuestro protagonista de la terrible fama de la que goza el lugar. La mala prensa que pesa sobre el lugar -si se me permite la expresión anotando un relato ambientado en 1815- es debida a la desaparición de varias personas que ocuparon la misma habitación que alberga ahora a Beckett. Sin embargo, la mala reputación se quedará en nada cuando, durante la mascarada, el inglés es abordado misteriosamente por una dama: mademoiselle de la Vallière. Pasa por ser amiga de la admirada por nuestro hombre y esconde su rostro tras un antifaz. Basta que ella le arregle una cita con la que desea para que Beckett acuda a uno de los lugares más infaustos de cuantos se relacionan con los misterios concernientes a El Dragón Volador: el parque del castillo de los condes.

                   En la cita, la condesa asegura amor a nuestro hombre antes de pedirle ayuda para escapar de su tiránico marido. Ni que decir tiene que Beckett acepta. Más aún, cuando ella dice que la venta de las joyas que posee le proporcionará el dinero necesario para la huida, Beckett no duda en anunciar que pondrá a disposición de la empresa toda su fortuna. La ocasión se ofrece que ni pintada: a la sazón ha muerto un primo del conde, con lo que éste habrá de asistir a su sepelio, en el cementerio de Père-Lachaise, ausencia que los dos enamorados aprovecharán para huir.

                   Dicho y hecho. Llegado el momento de la fuga, aprovechando la coyuntura de un pequeño retraso, la condesa ofrece un café al inglés. Beckett, tras ingerirlo, vuelve a ser presa de la misma catalepsia que ya sufriera en compañía del marqués. Anteriormente, nuestro hombre ha visto cómo el ataúd, que habría de guardar los restos del primo del conde, permanece vacío en una estancia contigua a donde él espera a su amada.

                   Ya inmerso en su falsa inconsciencia, -en uno de los episodios más sobrecogedores y brillantes que ha dado el género- el inglés observa cómo la condesa le roba su dinero y es introducido en el ataúd después de que Harmonville -quien en realidad es un médico que responde al nombre de Planard- compruebe que el estado de Beckett es el idóneo para sus terribles planes. Éste, impotente en todo momento, se dispone a ser enterrado vivo. Será salvado en el último segundo, cuando la policía se presenta en el lugar. Es el propio Planard quien, sabiéndose con la ley a punto de atraparle, avendrá con sus representantes la entrega del conde en el preciso momento en que pueda ser detenido con las manos en la masa.

                   Queda así al descubierto una terrible trama. Entre otras se ha cobrado la vida del hermano menor de coronel. Ésa es la causa de Gaillarde persiga con tanto encarnizamiento a los St. Alyre. Mediante su maquinación, no por terrible y espantosa menos plausible, han sido enterrados vivos y bajo falsa identidad varios hombres de fortuna dados por desaparecidos. Merced a la pócima que se les hizo beber, en caso de ser exhumados, sus cadáveres no presentarán ninguna prueba de su espeluznante fin. Indiscutiblemente, La habitación del "Dragón Volador" es toda una obra maestra que encierra una magistral aproximación a uno de los lugares comunes del género -el entierro prematuro- mediante una construcción argumental tan exacta y verosímil como la de la mejor novela realista.

                   El fantasma y el colocahuesos es una obra menor que, colocada detrás de la delicia que abre el volumen, decepciona más de lo que debiera. El procedimiento narrativo -la historia se nos descubre entre los papeles póstumos de un reverendo recién fallecido- supera con mucho la anécdota a contar. Ésta es la de un espontáneo traumatólogo que, viéndose en la obligación de pasar la noche vigilando la casa de su arrendador, será abordado por el fantasma que mora en el lugar. El espectro le pedirá que le coloque el hueso de la pierna que tiene descolocado desde que matara "al negro Barney", creo entender que se trata de un caballo. El gran Sheridan Le Fanu fue irlandés, como tantos grandes narradores, y la petición del fantasma se argumenta en base a una la leyenda que circula en la Irlanda rural referente a cómo los últimos en llegar a una tumba deben de salir a buscar agua para el resto de los difuntos que moran en dicha fosa.

 

                   Schalken el pintor -incluida con otro título en la Antología del cuento de terror, de Alianza- es la segunda de las obras maestras de esta selección y, como vengo diciendo en varios asientos de El insolidario, mi cuento de miedo favorito. Gótico puro, en sus páginas, el autor el tema del alma en pena, lo sobrenatural en definitiva, con algo tan terreno como los amores que se lleva el paso del tiempo a cuenta de una simple palabra mal dicha.

                   Tras hablarnos de una misteriosa mujer que aparece en una extraña obra de Schalken, propiedad de la familia del narrador desde que el artista se la regalará al bisabuelo del conductor del relato -como se ve, el procedimiento narrativo es muy parecido a la pieza anterior, si bien en está ocasión está al servicio de una nueva genialidad-, se nos remite a los días en que Schalken era aprendiz de un tal Gerard Douw. Estando enamorado de Rose, la sobrina de éste, cierta tarde que se ha quedado solo en el estudio, maldice ante las dificultades que le plantea un trabajo. Acto seguido escucha una carcajada y aparece tras él un hombre vestido a la antigua usanza de Flandes. Pese a que el ala de su sombrero cónico oculta su rostro, no es difícil imaginar en el misterioso intruso -que dice haber llegado para verse con Douw- al Diablo.

                   La noche siguiente, cuando Vanderhausen, el insólito visitante se encuentra con Douw, el joven Schalken es enviado a vender unos lingotes de oro del misterioso personaje. Será la exorbitante cantidad que Vanderhausen entregue a Douw por la mano de su sobrina. La única condición para cerrar tan fabuloso trato es que el artista acepte inmediatamente, lo que hace tras superar ciertas dudas. Una vez cerrado el acuerdo, cuando Schalken se asoma a la ventana para ver marcharse al curioso personaje, para su asombro y fascinación mía, pues éste me ha parecido uno de los detalles más inquietantes del texto, no ve salir a nadie.

                   Una semana después de la primera entrevista, Rose parte con el que habrá de ser su esposo. Schalken -en otra observación digna del talento del autor- tras dos o tres días sin ir por el taller regresa a él para conseguir "trabajar con mucho mayor empeño que antes: el estímulo del amor había dejado paso al estímulo de la ambición".

                   Los meses se suceden sin que Douw tenga noticias de su sobrina, cuando extrañado pregunta por Vanderhausen en la dirección de Rótterdam que éste les dejara, allí nadie sabe nada de él. Las únicas noticias que obtiene de su espeluznante sobrino político se las das un cochero. Este asegura que vio perderse a Vanderhausen y su bella dama -quien tenía los ojos llenos de lágrimas y "las manos encogidas por el miedo"- junto a una siniestra comitiva que vino a buscarles en las sombras de la noche.

                   Tiempo después, cuando el maestro y su discípulo se encuentran cenando en su estudio, Rose irrumpe precipitadamente en él. Esta muy asustada. Tiene mucha hambre, mucha sed y dice que los muertos y los vivos no pueden estar juntos. Pero sobre todo, les suplica que no la dejen sola ni un momento. En un instante de debilidad, que es olvidada esta última advertencia, la puerta de la alcoba, donde la reaparecida descansa junto a cierta horrorosa presencia, se cierra. Schalken y su maestro intentan en vano abrirla. Cuando, después de forcejear azuzados por los terribles gritos que escuchan al otro lado, consiguen volver a entrar, la alcoba está vacía.

                   Al cabo de los años, al asistir al entierro de su padre en Rótterdam, nuestro pintor se queda dormido en la iglesia donde se encuentra la cripta que habrá de acoger los restos mortales de su progenitor. El espectro de Rose le visita en sueños. "No había nada horrible, ni siquiera tristeza en su semblante. Esbozaba aquella misma sonrisa picaruela que había seducido al artista en los años felices de su primera juventud", escribe Sheridan Le Fanu. Tras seguir a la aparición hasta una cama, Schalken descubrirá a Vanderhausen en el lecho. La mañana siguiente, nuestro hombre es encontrado en una cripta de similares características a la cama en cuestión.

                   Además de la belleza de su argumento, que al igual que en La habitación viene a conjugar lo sobrenatural con las miserias más terrenas -en este caso la fácil renuncia al amor-, el autor, que aquí demuestra ser uno de los grandes góticos, es capaz de crear una atmósfera en verdad inquietante mediante sugerencias, sin truculencia alguna.

                   El espectro de madame Crowl es otra de las grandes piezas aquí reunidas. Su historia se nos refiere mediante un procedimiento tan habitual en Le Fanu como en el resto de los cultivadores del género gótico: Una anciana -el narrador- refiere la historia a unos personajes que le escuchan, que a la larga no son otros que los lectores, nosotros mismos.

                   Siendo la anciana una joven, entró a servir en una casa solariega de la que es señora la siniestra vieja a la que alude el título. Sobre ella pesa la leyenda de que, setenta años antes, mató al hijo que su marido tuviera en un matrimonio anterior, un muchacho al que se dio por desaparecido al poco de llegar la Crowl a Applewale, la casa en cuestión.

                   Una noche, recién muerta madame, su espectro se le aparece a la muchacha que era la narradora. Sin embargo, no es la joven quien interesa a la aparición, sino una puerta disimulada tras un armario de la alcoba en que descansa. A la mañana siguiente, cuando se abre la puerta, que en efecto existe en el lugar que el fantasma buscara, aparecen los restos mortales del hijastro de la arpía.

                   Los hechos insólitos que se refieren en Relato de ciertos extraños sucesos en la calle Aungier son los que padecen un par de estudiantes que ocupan la misma casa en la que se ahorcara un juez, cuyo espectro se les aparece como a mí ahora, tras los doce años que me separan de la primera redacción de estos apuntes y toda las lecturas que me han sido dadas desde entonces, me viene a la cabeza el magistrado que protagoniza La casa del juez, el único relato que estimo de Bram Stoker.

 

                   Misterio en la casa de los azulejos también recurre al procedimiento de contarnos la historia mediante la narración que una vieja criada hace a un personaje, en este caso su señora. La anécdota a tratar es la de un escéptico ante este tipo de arcanos, un "librepensador" para la narradora, a quien una noche, alguien, llama a su puerta. Cuando abre no hay nadie en el quicio, no obstante, siente que algo le empuja.

                   A la mañana siguiente, "la impronta" de una mano, que no pertenece a ninguno de los habitantes de la casa, ha quedado en el polvo que cubre uno de los muebles. A partir de entonces, una mano sin cuerpo, se aparecerá regularmente en la vivienda para horror de sus inquilinos. Y es ahora, cuando vuelvo sobre ellos doce años después de la primera redacción de estos apuntes, cuando el dato me hace recordar La mano disecada y alguna que otra mano protagonista de algún que otro relato de mi dilecto Maupassant.

 

                   De El gato blanco de Drumgunniol puede decirse que pertenece a otra constante del género: la de las maldiciones nacidas a despecho de un desengaño amoroso.

                   Donovan es su segundo narrador. Conoció al primer narrador en uno de esos pueblos irlandeses, donde están ambientados casi todos relatos, durante unos estudios que llevaron a ese primer narrador -cuyo nombre no se nos dice- al paraje en cuestión. Siendo un niño, Donovan tuvo la visión de un espectro femenino, que en el curso del relato queda como un bello prólogo al mismo. Tiempo después, su padre llega a casa muy asustado. Anuncian que su muerte está cerca porque ha visto en el camino "al gato blanco".

                   Apenas transcurrida una semana, el hombre muere de unas fiebres. Es entonces cuando se nos cuenta el motivo de un mal fario que, desde 80 años antes, viene pesando sobre los Donovan. El abuelo del segundo narrador, el abuelo Donovan prometió matrimonio a una muchacha -Ellen-, pero las conveniencias le llevaron a casarse con otra atendiendo únicamente a su fortuna...

                   Muerta Ellen de pena, una noche de luna llena, el abuelo Donovan cree ver algo blanco que le sigue; su caballo, presa de un repentino terror, se niega a seguir avanzando. Cuando finalmente el animal se arranca en un galope, Donovan y su montura pasan junto a una mujer, que le araña. Morirá meses después. En su velatorio, sobre sus restos mortales, se acomodará misteriosamente un gato blanco. A partir de entonces, todos los Donovan, antes de morir, verán un gato blanco.

 

 

Publicado el 11 de septiembre de 2013 a las 06:30.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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