Apuntes para unas estampas madrileñas (XII)
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Cierra el último Bravo's
Fui joven apasionadamente. Ahora bien, si en uno de mis insomnios se me apareciese Mefistófeles dispuesto a comprarme el alma a cambio de la eterna juventud, le respondería aquella frase con la que Groucho Marx fue a titular el quinto capítulo de su memorable Groucho y yo: "¿Mi juventud?, puedes quedarte con ella".
Si acaso, si el día anterior a la vigilia de la oferta hubiese sido uno de esos en los que me dejo llevar por la ira de los frustrados, puesto Mefistófeles a ofrecerme quimeras por la entrega, se la daría a cambio de esa gloria que la fortuna me negó. Empero no creo que mi alma impía, insolidaria y blasfema pueda tener ningún valor para el gran corruptor.
Insisto, no me interesa la vida eterna ni la eterna juventud. Me gusta envejecer tanto como esa sucesión de las estaciones que me da la certeza de saber que dentro de seis meses volverá a ser verano y volverá a hacer calor. Concibo La Parca, el abrazo de la Camarada Seca, como el alivio final a todos los males. De modo que mucha ira de los frustrados tendría que haberme embargado el día antes a la noche en que Mefistófeles podría abordarme.
Divago hoy por estos derroteros porque acabo de comprender algo que sospechaba desde que se lo escuché a Agnès Vardá en una de las películas que dedicó a su marido -Jacques Demy- tras su fallecimiento: la verdadera dicha es el recuerdo, que no la vivencia que lo inspiró. Me rindo ahora ante la certeza de aquella afirmación en base al reciente cierre del último Bravo's, la veterana tienda de perritos calientes de la calle del Carmen, semiesquina a Preciados, tal se decía antaño en las direcciones de las firmas comerciales.
Último de los primeros establecimientos de comida rápida que conoció mi ciudad, los perritos calientes que allí se expendían fueron una de las representaciones más características de la modernidad del Madrid de hace cuarenta y tantos años. Que yo recuerde, en aquel pequeño reino afortunado que fue para mí la capital en los 60, había puestos de estas salchichas en el vestíbulo de la zapatería Los Guerrilleros, en algunos de los últimos cafés de la Puerta del Sol y en pocos lugares más.
Ése era el panorama cuando Bravo's hizo su aparición. Se trataba en realidad de una pequeña cadena que tuvo sus dos casas principales en el tramo final de la Gran Vía. Corrían entonces los días en que lo moderno era poner a los establecimientos nombres extranjeros y el propietario del nuevo negocio -un tal Bravo, que al parecer fue colaborador del responsable de Suevia Films, Cesáreo González- decidió añadir un genitivo sajón a su apellido y llamar así a su propuesta. Hablamos de los primeros años 70 y a las delicias de los perritos, las palomitas y las menos consumidas hamburguesas, se unió una vistosa decoración y el hilo musical, entonces infrecuente. La suma de todo ello dio como resultado una verdadera apuesta por la modernidad frente a las cafeterías, que eran lo último del Madrid de entonces.
Ya he recordado en esta misma bitácora aquellas mañanas de gestiones con mi madre en los bancos y oficinas del centro en las que ella me invitaba a una horchata y un perrito en Bravo's. Por lo tanto, recordaré ahora a un amigo que cogía dinero de la caja del negocio paterno y nos invitaba, a sus compañeros de entonces, a un atracón de perritos allí mismo. Mucho tiempo después, ya entrados los años 90, cuando tuve noticia de que aquel antiguo compañero se había suicidado en un bajón de la cocaína, le recordé en aquellas escapadas del barrio en pos de aquellas salchichas.
Con la inauguración de las primeras hamburgueserías, los Bravo's de la Gran Vía cerraron. El de la calle del Carmen quedó entonces como último baluarte de un tiempo dichoso. Así que, a partir de los años 80, mientras la casa se adecuaba a los nuevos hallazgos de la comida rápida, comencé a frecuentarla por nostalgia antes que por apetito. El camarero de toda la vida era uno de esos tipos a la usanza del 72 a los que se conoce perfectamente aunque no se saluda. Sé que cada vez que volvía a verme tenía ganas de decirme: "¿Tú no eres aquel niño?" Pero soy poco hablador. Lo mío es escribir.
Con todo me he acordado de él recientemente, cuando, hace apenas unos días, al ir a mirar ese tramo de la calle del Carmen, semiesquina con Preciados, he visto que el antiguo local del último Bravo's lo ocupa ahora una tienda de embutidos llamada Viandas de Salamanca. A buen seguro que esos jamones y chorizos son deliciosos. Pero quedan tan lejanos de mis primeros años como estos días aciagos del nefasto siglo XXI. De modo que al pasar frente a ellos yo sigo regodeándome en los perritos de Bravo's que, por ausentes, han pasado a un estadio superior: el de mi mitología personal. No me cabe duda: la verdadera dicha es el recuerdo.
Publicado el 28 de diciembre de 2013 a las 09:00.








