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Un poeta al que admiré

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre Leopoldo María Panero

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            (Conmovido con la noticia del fallecimiento de Leopoldo María Panero, recupero este artículo que le dediqué el 21 de agosto de 2001 dentro de mi serie Malditos, heterodoxos y alucinados aparecida en el elmundolibro.es. Vaya como último tributo a un poeta al que admiré).

            Parece ser que fue Pere Gimferrer, en aquel tiempo delfín de la nueva poesía española, quien recomendó encarecidamente a Manuel Casarena la publicación de "Por el camino de Swan". Pero Leopoldo María Panero, el joven autor que se descubriera en aquellos versos dados a la estampa en Málaga en 1968, poco o nada tenía que ver con su padrino. Incluidos ambos con posterioridad en la hoy legendaria antología de José María Castellet Nueve poetas españoles (Barral, 1970), lo que para Gimferrer era sorpresa, fascinación ante la belleza, para Panero era desesperación ante la irremediable pérdida de la infancia.

 

            En los más de cuarenta años transcurridos desde entonces, mientras el resto de sus compañeros de generación pasaban a engrosar el parnaso de la excelencia de nuestras letras, Panero se convirtió en el más destacado de los escasos poetas malditos que ha conoció nuestra literatura en ese tiempo. Mientras los otros ganaban premios, ocupaban cargos y debatían en las tertulias de los distintos medios de comunicación, Panero languidecía en cárceles, manicomios y sórdidas pensiones. "Mal puedo vender la ruina de mi conciencia o mi desastre al mejor postor. Me conformo con escribirla porque sólo eso no muere, sólo eso nos salva de la muerte", apuntaba en la contraportada de "Antología" (Ediciones Libertarias, 1985).

 

Una saga de poetas

            Hijo de Leopoldo Panero (1909-1962), sobrino de Juan Panero (1908-1937) y hermano de Juan Luis Panero (1942-2013), todos ellos poetas de sugerente voz, Leopoldo María Panero nació en Madrid en 1948. Al igual que tantos descendientes de los prohombres del régimen franquista -su padre, pese a haber estado a punto de ser fusilado a comienzos de la guerra por los nacionales como consecuencia de su amistad con destacados poetas comunistas, terminó por alistarse en las tropas de Franco para acabar, ya en los años 50, siendo director del Instituto de Cultura Hispánica-, el joven Panero se siente fascinado por la izquierda radical. Vive pues con la pasión que corresponde la aventura de la clandestinidad. Su militancia antifranquista constituirá el primero de sus grandes desastres y le valdrá su primera estancia en prisión.

            Drogas y manicomio

            De aquellos años jóvenes datan también sus primeras experiencias con las drogas. Desde el alcohol hasta la heroína, a la que dedicaría una impresionante colección de poemas en 1992, ninguna le es ajena. Según comenta él mismo en la película "El desencanto", dirigida por Jaime Chávarri en 1976, fue uno de los primeros consumidores de ácido lisérgico que hubo en Madrid.

            No obstante, se engañan quienes piensan que fueron sus viajes a los paraísos artificiales los que le llevaron al manicomio por primera vez. Es el resquebrajamiento de un paraíso tan verdadero como la infancia y, sobre todo -como con tanto acierto apunta Rosa María Pereda en "Joven Poesía Española" (Cátedra, 1979)- la exacerbación de la lectura, lo que -si es que verdaderamente la ha perdido- hace a Panero perder la razón. Las voces que oye nuestro poeta nada tienen que ver con esas otras que agobian a los desequilibrados entre los que vive desde hace más de 15 años. En los oídos de Panero susurran Lewis Carroll, Edgar Allan Poe, James M. Barrie, H. P. Lovecraft...

 

«Forzar la vida»

            Es por ello que sus constantes reclusiones no le impiden desarrollar una copiosa bibliografía no sólo como poeta, sino también como traductor, ensayista e incluso narrador. Mientras va de la antigua prisión madrileña de Carabanchel al manicomio de Cienpozuelos y de éste al de Mondragón, convencido siempre de que "la vida hay que forzarla", lo que invariablemente acaba traduciéndose en un irremediable intento de autodestrucción, sus distintas entregas aparecen con regularidad. A partir de la segunda de ellas, Así se fundó Carnaby Street (Ocnos, 1970), donde se incluye su célebre poema "Deseo de ser piel roja", la melancolía de los mitos de su infancia corre pareja a un experimentalismo apasionado. Después llegan Teoría (Lumen, 1973), Narciso o el acorde último de las flautas (Visor, 1979), Last River Together (Ayuso, 1980), Dioscuros (Ayuso, 1982), El último hombre (Ediciones Libertarias, 1984)...

            Su obra narrativa incluye En lugar del hijo (Tusquets, 1976) y Dos relatos y una perversión (Ediciones Libertarias, 1984). Entre sus versiones de distintos autores anglosajones destacan las de Lewis Carroll: La matemática demente, La caza del Snark, etcétera.

            De una u otra manera, todas sus páginas, hasta sus traducciones, son autobiográficas. La autocontemplación, junto a esa ya aludida autodestrucción, es otra de las claves de su obra.

 

            Escribió hasta el final. Tras la noticia de su muerte cumple decir que Leopoldo María Panero fue el gran poeta maldito de las letras españolas de los últimos cincuenta años. Pero el transgresor por antonomasia de nuestras letras. No en vano, la biografía que inspiró su singular experiencia fue titulada El contorno del abismo.

Publicado el 6 de marzo de 2014 a las 09:30.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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