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El insolidario

Un pilar de "La Comedia Humana"

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "El tío Goriot", de Honoré de Balzac

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            Hace algunos años, hablando con un prestigioso traductor, me contó que las traducciones tienen fecha de caducidad porque el lenguaje es una cosa en constante evolución. En efecto, ya no se dice aquello de "por mor de" y tantas otras expresiones que aún pueden leerse en las versiones españolas de la novelas extranjeras editadas en nuestro país hace sesenta u ochenta años. Cuando la gente, en efecto, utilizaba esa aféresis de "amor" que es "mor" en su lenguaje coloquial. No hay duda: algo chirría al abrir un libro y encontrarse con una traducción pretérita. Como también chirría, más incluso, en esas películas antiguas -que tanto amo- que al engolamiento del doblaje de antaño suman los arcaísmos de la traducción pretérita.

            Sin embargo, todo esto para mí no cuenta respetó a la mítica versión española de Rafael Cansinos Assens de La Comedia Humana para la editorial Aguilar. Data de los años 40, fue aquella que admiré fugazmente en un mercadillo del puerto de Santander en el 96 y es la que predomina en las diferentes novelas del ciclo que voy atesorando. Creo que leer a Balzac en el lenguaje de nuestros días sería lo que sí se me haría raro. Ese uso enclítico de los pronombres -"hallase" por "se halla"- que hace Cansinos Assens o esa utilización de palabras como "sofión", que no había vuelto a oír desde que se murió mi madre, se me antoja mucho más apropiado para El tío Goriot, cuyo asunto arranca a finales de noviembre de 1819, que el lenguaje de nuestros días. Aunque he de reconocer que la traducción de los nombres me resulta chocante. El Delphine original, por ejemplo, se me antoja más bonito que Delfina, que es como se presenta aquí a la baronesa.

            Estamos en la pensión burguesa de madame Vauquer. Lo de "burguesa", para el sentido que damos ahora a la palabra no es más que un decir. En realidad, se trata de una casa de huéspedes bastante cutre que "huele a cerrado, enmohecido" (pag.10). Yo la imagino, evocando Mano a mano, el célebre tango de Celedonio Flores, como una de esas casas de pensión donde se gambeteaba la pobreza.

 

            Los pensionistas

            Tras la presentación del establecimiento y de su dueña, "de unos cincuenta años, que se parece a todas esas mujeres que han pasado calamidades en la vida", el maestro nos introduce en los protagonistas de su drama. De Vitorina Taillifer sabemos que es una muchacha despreciada por su padre, quien presta sus atenciones a su otro hijo. Ocupa un modesto cuarto junto a madame Couture, una viuda que "le hacía de madre". A su lado se hospeda la solterona mademoiselle Michonneau y, en el cuarto contiguo, el tío Goriot, un viudo de unos sesenta y nueve años que hizo fortuna vendiendo pastas y fideos. Ya en la buhardilla, habitan Silvia, la gruesa cocinera, y Cristóbal, el mozo. No falta en la parroquia Bianchon, aquí estudiante de medicina. Con el tiempo, amén del médico de todas las novelas del ciclo, será aquel a quien, al parecer, llamará el propio Balzac  en su lecho postrero y ya rondándole La Parca.

            Entre el resto de los pensionistas -y mediopensionistas que sólo van a comer-, hasta un total de dieciocho, destacan dos de los principales protagonistas de La Comedia Humana, quienes aquí hacen su aparición por primera vez: Eugenio de Rastignac y Jacques Collin, en esta ocasión bajo el nombre de Vautrin. Rastignac es un estudiante de Derecho, llegado de la provincia a París, dispuesto a medrar socialmente; Vautrin, un tipo intrigante de unos cuarenta años -"que gasta patillas y se las tiñe"- en el que ya se presumen todos esos crímenes que se irán sabiendo en las siguientes novelas del ciclo.

            En las líneas referidas al descubrimiento por parte de Rastignac de esos salones del gran mundo -que tanto gustaban a Balzac- se volverá a dar noticia de la duquesa de Langeais. La dama ya me era conocida por la segunda entrega de La historia de los trece, una serie anterior de la comedia de la que la duquesa de Langeais, protagoniza y da título a su segunda novela. Siento una especial debilidad por esta señora.

            Antes de volver a saber de la duquesa -quien en la entrega a ella dedicada acaba penando sus amores por Armand de Montriveau en la clausura de un convento en Mallorca-, en la pensión burguesa de madame Vauquer nuestra patrona ve en Goriot un buen partido e intenta camelarle para que se case con ella. Como el viudo venera la memoria de su esposa y no está por la labor, la dueña de la pensión, despechada, comienza a difamarle entre los otros huéspedes. Goriot no tarda en convertirse en el hazmerreír de la pensión. Es, además, el destinatario de las peores raciones. Silvia, incluso le enjareta la leche que ha empezado a beber el gato.

            Pero el anciano se muestra indolente ante los desprecios y las mezquindades de todos. Siendo el caso que empieza a descuidar su aspecto y se cambia a un cuarto más económico, madame Vauquer estima que Goriot está dilapidando su fortuna con las dos elegantes jovencitas que le visitan. Por más que el antiguo fabricante de fideos insista que son sus hijas, ella está convencida de que son sus amantes. Influenciados por la patrona, los huéspedes también lo creen así.

            Un inciso

            Puesto a dar noticia de un desayuno, con los pensionistas inmersos en sus murmuraciones, esta vez a cuenta de unos objetos de plata que el viudo acaba de ir a vender, Balzac alumbra uno de los fragmentos mas dinámicos que he tenido oportunidad de leerle (págs. 31 a 35). De ordinario, los diálogos no suelen gustarme porque esponjan la narración. Pero en este caso, el maestro los convierte en un duelo de ingenio, articulado además en torno a un cantable de una ópera que entona Vautrin. Parece ser que estamos ante una pieza original de Étienne y Nicolo, representada en 1814 y titulada Joconde o los corredores de aventuras. Pero lo que a mí me ha llamado la atención de los versos que entona el bribón -"He corrido mucho mundo,/ en todas partes me han visto"- es la similitud con los dos primeros de He andado muchos caminos, el célebre poema de Antonio Machado: "He andado muchos caminos, he abierto muchas veredas". ¿Leyó Machado, tan afrancesado como era, al gran Balzac?..

            En cualquier caso, me trae sin cuidado. Machado no me despierta ningún interés, ni su obra ni su manida quintaesencia. De hecho, me aburre la generación del 98 en su conjunto. Baroja sería al único que salvaría de mi quema. Pero Machado, cuya poesía completa leí en luna edición de la Colección Austral en mi adolescencia, buscando solaz a las primeras decepciones que me deparó la vida, hoy -que ya estoy avezado en sortear grandes desastres- sería el primero que ardería en mi hoguera. Incluso confieso sentir verdadera animadversión hacia Unamuno por las injurias que vertió sobre mi admirado Francisco Ferrer i Guardia, con motivo de la injusta condena a muerte del fundador de la Escuela Moderna, por los sucesos de la Semana Trágica barcelonesa. Un Caso Dreyfuss a la española. Ya ejecutado Ferrer i Guardia y absuelto por la historia de un crimen que no cometió, aunque le costó la vida, el bueno de don Miguel tuvo a bien escribir: "No quise enterarme si a Ferrer, a aquel Ferrer cuya obra tanto me repugnaba y sigue repugnándome, se le condenó injusta e ilegalmente. (...) Sí, hace años pequé y pequé gravemente contra la santidad de la justicia. El inquisidor que llevamos todos los españoles dentro me hizo ponerme al lado de un tribunal inquisitorial, de un tribunal que juzgó por motivos secretos -y siempre injustos- y buscó luego sofismas con que cohonestarlo" (M. de Unamuno, Obras completas, tomo X, página 393, Afrodisio Aguado).

            Yo soy español y no llevó a ningún inquisidor dentro. No quiero pontificar -de ahí mi desprecio absoluto por la política- y me trae sin cuidado que cada uno haga lo que le venga en gana. Admiro a Balzac -que es a lo que voy ahora- por la magnitud de su obra: doy por sentado que me moriré sin haber leído La Comedia Humana entera. Sin embargo, en ese diálogo del desayuno que tanto me maravilla, el maestro de las descripciones exhaustivas reduce su genio a la mínima expresión. Las frases, con un ritmo y un primor infrecuentes, se suceden como en una película de Ernst Lubitsch, dando lugar a una escena de la vida cotidiana.

 

            Esplendores y miserias del gran mundo

            Sin embargo, es a las Escenas de vida privada a la serie de La Comedia... a la que pertenece El tío Goriot. Ya andando en sus páginas -sin más división que los puntos y aparte que separan los párrafos, lo que muy probablemente se deba a mi edición-, cuando Eugenio de Rastignac se dispone a comenzar su escalada social en el salón de la bella condesa de Restaud, ve salir por la puerta de atrás a Goriot. Al referirse a él sin el debido monsieur que manda la etiqueta, siente que no ha podido empezar con peor pie. Desolado al abandonar la residencia, decide ir a pedir consejo a su prima, la vizcondesa madame de Beauséant cuando ésta termina de despedirse de su amante, el marqués portugués d' Ajuda-Pinto. Aunque también molesta a la vizcondesa, se sincera al punto con ella y madame, junto a duquesa de Langeais que llega en ese momento, ponen al estudiante en antecedentes. La condesa de Restaud es en efecto hija de Goriot y la otra hija del ex fabricante de fideos, Delfina, es la baronesa de Nucingen. Sí señor, la esposa de Fréderic de Nucingen, el barón banquero, de origen alemán, que en Esplendores y miserias de las cortesanas pondrá un piso a Esther, la enamorada de Lucien Chardon de Rubempré.

            Empero sus grandes yernos, Goriot sigue haciéndose cargo de las deudas que contraen sus hijas. De hecho, si se la ha visto en casa de madame Restaud es porque el buen hombre -como naturalmente se refiere a él Balzac- ha vendido unos objetos de plata que tanto han intrigado en la pensión y ha empezado a hacer economías para pagar las deudas contraídas por el amante de su hija mayor, Anastasia, la condesa de Restaud, de las que ella se ha hecho cargo.

            Como se ve, en El tío Goriot -Papá Goriot en traducción literal- quedan trazadas las líneas maestras de La Comedia... No es de extrañar que los estudiosos consideren esta pieza, en verdad breve para lo que puede llegar a ser Balzac, uno de los pilares de todo el ciclo además de una de sus obras maestras. Goriot, contrapunto del padre avaro que es Félix Grandet -el progenitor de Eugenia en la novela que ésta da título- no vuelve a intervenir en el ciclo. Pero Vautrin y Rastignac serán dos de sus principales protagonistas y aquí aparecen por primera vez. El estudiante, tras la decepción que le producirá el gran mundo al final del texto, sabrá sobreponerse y medrar -llegará a ser par de Francia en las sucesivas entregas- sin renunciar a su ética. Vautrin es un cínico, que dice alzarse por encima de todo, incluso de las leyes (pág. 76) y quiere terminar su vida de crímenes, engaños y corrupciones como dueño de una plantación llena de esclavos en Estados Unidos.

            Aunque se imagina la homosexualidad de Vautrin dada su inclinación por los jóvenes llegados a París para hacer carrera, es aquí donde, por única vez de todas las entregas que he podido leer hasta ahora se dice que no le gustan las mujeres. De modo que, sintiéndose tan atraído por Rastignac como andando en La Comedia... lo estará por Lucien de Rubempré, Vautrin, cuando el estudiante le devuelve una cantidad que le ha pedido prestada unos días antes, comprende que le han mandado dinero su casa. Y también adivinas los grandes sacrificios que ha costado allí que el pueda hacerse con todo el vestuario y demás ostentaciones necesarias para abrirse camino en el gran mundo. Vautrin hace un comentario jocoso y Rastignac está a punto de desafiarle. Pero la preocupación de Vitorina ante el duelo deja ver al bribón los sentimientos que la muchacha siente por Rastignac. A reglón seguido, Vautrin ha urdido un plan: "Usted me sugiere una idea. Los voy a hacer felices a los dos", anuncia al final de la pág. 71.

            Tras asegurarle que es capaz de de meter cinco balas seguidas en un naipe a treinta y cinco pasos de distancia y contemporizar con el estudiante, Vautrin comienza a exponerle sus singulares ideas sobre la sociedad. Aunque indiscutiblemente ciertas y plenas de vigencia en nuestros días -"la corrupción abunda, el talento escasea" (pag. 75)- también constituyen toda una exaltación del crimen ya que, a su juicio, el "hombre superior" está por encima de las leyes. La exposición, uno de los más brillantes ejercicios de cinismo que he tenido oportunidad de leer, se prolonga en un largo párrafo que se extiende entre las págs. 72 y 77. Allí, Vautrin dice ser como don Quijote, siempre presto a la defensa del débil.

            Al cabo, lo que Vautrin propone a Rastignac es que enamore a mademoiselle Taillifer. Por su parte, Vautrin hará que uno de sus compinches desafíe y dé muerte en el subsiguiente duelo al hermano de la muchacha. Esto convertirá a Vitorina en heredera de un millón de francos. Ya casados, "entre beso y beso", Rastignac le pedirá a su esposa doscientos mil francos para saldar una deuda y se los dará a Vautrin por el favor prestado. Con dicho capital, el intrigante podría comprar sus esclavos.

            Pero el estudiante no se deja corromper tan fácilmente como Lucien en Esplendores y miserias de las cortesanas. Merced a un plan trazado junto a su prima, la vizcondesa madame de Beauséant -quien se aflige consciente de que su amante, el marqués d' Ajuda-Pinto va casarse-, Rastignac es presentado a la baronesa Delfina de Nucingen, la esposa del barón alsaciano que será el pérfido banquero de La Comedia... Entre vistas y bailes en los italianos, esta segunda hija de Goriot no tarda en enamorarse del estudiante y convertirse en su amante. La relación hace de Rastignac en uno de los favoritos del gran mundo, grajeándole además la confianza de Goriot, pues el anciano siempre está ávido de las noticias de su hija que le da el estudiante tras cada nuevo encuentro con ella.

            En contra de lo que imaginé, Rastignac no se presta a la maquinación de Vautrin. Es más, cuando tiene noticia de que va a celebrarse el duelo en el que el joven Taillifer va a perder la vida, está apunto de impedirlo. Pero Vautrin, muy astutamente, pone en marcha en la pensión una sobremesa regada con champán y licores de la que el estudiante sale borracho y no puede frenar el asesinato del hermano de Vitorina.

            Aunque esta muerte será inútil y quedará impune, Vautrin acabará siendo presa de la justicia. Hay entre los pensionistas un anciano, que, en su presentación junto al resto de los huéspedes, Balzac nos lo ha descrito como un funcionario que se diría pasó su vida empleado "en el negociado adonde los verdugos mandan sus facturas, la cuenta de los velos negros suministrados para los parricidas". Responde al nombre de Poirert. Cuando el maestro vuelve a hablarnos de él nos lo muestra conversando, junto a mademoiselle Michonneau, con un comisario de policía. Éste les hace saber que tienen sobrados motivos para pensar que Vautrin no es otro que Jacques Collin -verdadero nombre del gran villano de La Comedia...- un condenado a trabajos forzados que se ha fugado. Como volverá a contarnos Balzac puesto a referirnos los antecedentes del bribón en Esplendores y miserias..., Collin -conocido por Carlos Herrera en aquel caso- es todo un paladín entre los criminales. De hecho, los penados le hacen depositarios de sus botines mientras están en la cárcel. Para desenmascararle, mademoiselle Michonneau ha de hacer beber a Vautrin una pócima que le dormirá el tiempo suficiente para que puedan comprobar si luce en su espalda el estigma con el que la justicia marca a los criminales.

            Dicho y hecho. Vautrin, en efecto, resulta ser Collin. Al comisario le gustaría que se resistiera a su detención para así poder darle una muerte que sin duda se merece y ahorrar al estado los gastos que su proceso y confinamiento conllevan. Toda una justificación de la ley de fugas. Pero el fugado, consciente de ello, no ofrece ninguna resistencia y se entrega haciendo un nuevo alarde su cinismo, con todos sus compañeros de pensión como testigos, reconociendo quien es. La perorata que suelta en esta ocasión resulta tan convincente que, apenas se lo llevan, los huéspedes de madame Vauquer deciden abandonar la casa para no convivir con dos soplones como mademoiselle Michonneau y Poiret.

            Sé de antiguo que el del adulterio es todo un género novelístico que, quizás por tener en Madame Bovary una de sus más reconocidas obras maestras, se asocia especialmente a la novela francesa. Si bien no hay que olvidar que La regenta también puede adscribirse a dicho género, es cierto que en Clarín, en España en general, el adulterio no es esa institución que parece ser entre la burguesía francesa y, desde luego en el gran mundo de Balzac. Como español no deja de chocarme la naturalidad con la que el tío Goriot, además de ver el lío de su Defina con Rastignac con el mismo entusiasmo que si fuera un amor inmaculado, decide gastar una buena parte del poco dinero que se ha reservado para sus últimos años en ponerles un piso. A cambio, el anciano feliz con que le dejen ocupar uno de las habitaciones para estar así más cerca de su hija.

            Y está a punto de conseguirlo cuando Delfina le hace saber que su marido no le puede devolver el dinero de su dote, que le ha pedido, porque lo ha invertido a su nombre. Goriot cree que todo obedece a una maniobra de Nucingen para quedarse con el dinero de su hija, el capital que él ganó vendiendo fideos y pastas italianas.

            Pero los verdaderos problemas con el dinero aún están por venir y es su otra hija, Anastasia, quien los trae cuando Goriot no se ha recuperado del disgusto de las nuevas de Delfina. Monsieur de Trailles, el amante de la condesa de Restaud ha seguido jugando y ella haciéndose cargo de las deudas. Para pagarlas se ha visto obligado a empeñar un collar que fuera de su suegra. El marqués se ha enterado. Ha recuperado la joya pero, a diferencia de Nucingen y Goriot, no acepta la aventura de la marquesa con Tarilles. El silencio se impone por el bien del hijo del matrimonio. No obstante lo cual, le ha obligado a poner todo el dinero a su nombre sin posibilidad alguna de recuperarlo. Así pues, Anastasia ni siquiera puede pagar el vestido ha encargado para ir al baile que madame de Beauséant va a celebrar en su casa. La vizcondesa, afligida por la inminente boda de su amante, el marqués d' Ajuda-Pinto, abandona a París para irse a vivir a provincias y allí dedicar su vida a rezar.

            Todo el gran mundo acudirá a la última cita de la mentora de Rastignac en su escalada social. Para que su hija menor no falte al baile, que se anuncia como uno de los grandes acontecimientos de la temporada, Goriot parece sobreponerse al disgusto de ver a sus dos hijas despojadas de la fortuna, que con tanto esfuerzo les ha legado, para salir a vender lo último que le queda y juntar algo de dinero para que Anastasia pueda pagar a la modista.

            El final del drama no tarda en desatarse. El tío Goriot no consigue hacerse a la idea de que Delfina y Anastasia han sido despojadas de sus fortunas y entra en trance de muerte. Su agonía será larga, en un primer momento y sólo asistirán a ella Rastignac -un buen tipo a carta cabal- y Bianchon, quienes también sufragan los gastos que la muerte del anciano genera en la botica y en la pensión. Aunque Rastignac hace llegar notas a las hijas del moribundo sobre el estado de su padre e incluso él mismo se presenta en la casa de una y otra para anunciarles el inminente desenlace. Pero tanto la condesa de Restaud como la baronesa de Nucingen, a cual más desagradecida, sólo atienden a los preparativos del baile en el hotel de los Beauséant. Mientras su desdichado padre, en su postrer delirio, dice que viajara hasta Sebastopol, a por el buen trigo de Ucrania, para elaborar allí almidón y pastas con cuyas ventas restituirá la fortuna a sus hijas.

            La despedida de madame de Beauséant

            El fragmento donde el autor comienza a dar cuenta de la celebración (último párrafo de la pág. 169) supone uno de esos momentos grandiosos de la prosa de Balzac, como el dedicado en Ilusiones perdidas a dar cuenta de la fascinación de Lucien por la moda parisina. Lo mejor de París se ha dado cita en casa de madame de Beauséant y los farolillos de los quinientos coches que les han llevado hasta allí iluminan las inmediaciones del lugar. "Parecía como si el gran mundo se hubiese ataviado para despedir a una de sus soberanas". Rastignac acude con Delfina. Pero no por ello deja de prestar atención a su mentora. Incluso va a pedirle sus cartas al marqués de d' Ajuda-Pinto cuando ella se lo pide.

 

            De vuelta a la pensión de madame Vauquer, Goriot ya asiste a sus últimos estertores. Rastignac y Bianchon se han ocupado de que al moribundo no le falte un relicario con dos mechones de pelo de sus hijas. Mas Anastasia es la única que está presente cuando el infeliz espira. A su última morada en el cementerio Père-Lachaise -la misma necrópolis que hoy guarda los restos de Balzac- sólo le acompaña Rastignac. Ya inhumando Goriot, al volver a mirar la línea del cielo de París, el estudiante desafía a la sociedad y se dispone a ir a cenar a casa de su amante.

Publicado el 2 de mayo de 2014 a las 01:30.

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Comentarios - 3

1 | Maite - 02/5/2014 - 10:55

Pues claro que no se dice por mor de... ahora mismo al ir a comprar el pan...
Pero ¿acaso el francés de Balzac se ha actualizado en las ediciones recientes?
¿Qué siguen leyendo los franceses cuando leen a Balzac? La lengua del XIX. El traductor tendrá que dar un aroma del XIX aunque haga la traducción en el XXI.

2 | Javier Memba (Web) - 02/5/2014 - 17:03

Hola amigos.
Me da la impresión de que todos estamos de acuerdo. Yo estimo las traducciones de Cansinos Assens -además de porque tengo el convencimiento de que, junto con Carlos Pujol, fue el gran introductor de Balzac en España- porque adivino en ellas ese afán de apego al texto original al que alude Rafael M. Cansinos. Bien es cierto que datan de los años 40 del amado siglo XX -unos cien años después de las primeras ediciones- pero tengo la sensación de que Cansinos Assens halla el tono decimonónico adecuado. La literalidad estricta de un texto hubiese exigido una de esas ediciones críticas que, con su profusión de notas, tanto dificultan la lectura. Sin embargo, eso es algo que no me pasa, pongo por caso, al abrir "Santuario" de William Faulkner, en una traducción de los años 30 debida a Lino Novas Calvo -quien naturalmente me merece todos los respetos- y leer que "Horace se apeó" o que "dice miss Narcisa que le lleve a usted allá a casa". Lo de apearse, incluso el "usted" mismo ahora que todos nos tratamos de tu, me suena a rancio, que no a antiguo. Como digo en mi artículo, se me hace muy parecido a ese doblaje engolado de las películas antiguas.

3 | jose luis - 02/5/2014 - 19:27

Traduttore tradittore que decían los puristas o mas actual
lost in translation
Siempre se pierde el aroma original
Pero una tradcucción debe adecuarse al espíritu de la época en u
que se escribió

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

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