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¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", de Philip K.Dick

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            Venir a estas alturas con eso de que las adaptaciones cinematográficas nunca superan sus originales literarios es algo tan manido, gratuito e incierto como aquello de llamar "caja tonta" a la televisión. Igual que basta con sintonizar ciertas cadenas -que además emiten en abierto- para rendirse ante la evidencia de que ver la televisión puede ser tan enriquecedor como cualquier otra actividad cultural, es suficiente comparar El conformista (1970), la espléndida película de Bernardo Bertolucci, con la novela original de Alberto Moravia para admitir de forma incontestable que la cinta es mucho mejor que el libro. Así pues, eso de que la película siempre es peor que la novela no es más que una frase hecha que no se corresponde con la realidad. Los filmes pueden ser mejores, peores o iguales que el texto en que se inspiran. Todo depende del talento de cada autor. Ahora bien, cuando se ha leído el original y visto su adaptación, la comparación se impone de forma inevitable. Al menos, a mí me resulta imposible sustraer a una obra de otra.

            ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la novela de Philip K. Dick en la que se basa Blade Runner (Ridley Scott, 1982) es, básicamente, diferente a la película. Así lo advierte Miquel Barceló en el prólogo a mi edición del texto -fechada en 2002 e incluida en la colección La Mejores Novelas de la Literatura Universal Contemporánea de la Biblioteca de El Mundo- y así se comprueba apenas se avanza en el primer capítulo. Leído el original más de treinta años después del primer visionado de su mítica adaptación cinematográfica, que se remonta a su estreno madrileño en el hoy desaparecido cine Avenida a finales del verano de 1982 -aunque, naturalmente, lo he revisado con la asiduidad que requiere un filme que ya es todo un clásico, más allá de la ciencia ficción-, lo primero que me ha llamado la atención ha sido que aquí, los blade runner de la cinta, sean "cazadores de bonificaciones" y los replicantes simplemente androides, "andrillos" para esos cazadores de bonificaciones. Hay algo en ese dato que se me antoja una tendencia por parte de Hampton Francher y David Webb Peoples, los guionistas de Scott, a dotar a Rick Deckard de cierto romanticismo del que carece en el original. A mi juicio, el Deckard de Dick es poco más que un funcionario, en tanto que el de Scott es casi un paladín del género humano. Tengo la sensación, aunque es algo subjetivo, de que Dick concebía el sistema como un gran entramado burocrático del que sus policías no son más que funcionarios.

            De lo que no me cabe duda es de que Iran, la apática mujer Deckard que no aparece en la película y aquí juega un papel relativamente importante, es una síntesis de todas las esposas de Dick y de sus frustrantes matrimonios. De hecho, el cazador de bonificaciones encuentra más vitalidad en los androides que en ella, quien debe "discar" la numeración del programa ad hoc de su órgano de ánimos Penfield para despertarse sin estar amargada, para volver a deprimirse, para darle la razón o para copular con Deckard.

 

Origen de uno de los principales asuntos del género

            Otra cosa que tampoco aparece en la película y que toca tan de cerca a la novela que incluso se alude a ella en el título, es el papel jugado por los animales. Todas las especies, a excepción de contadísimos ejemplares -en cuya salvación de la catástrofe me ha resonado el relato del Génesis referido al Arca de Noé- sucumbieron con la Guerra Mundial Terminal. Ante el nuevo panorama, tener una mascota en casa, aunque sea tan insólita como una cabra, es todo un signo externo de distinción. Cuando una oveja verdadera se muere se sustituye por una eléctrica procurando que no se enteren los demás de cambio. De ahí que el título se pregunte si los androides, como las verdaderas personas, también sueñan con ovejas eléctricas por vanidad. Tan es así que llega a convertirse en un verdadero anhelo, el lujo más preciado de la época, que Deckard se podrá permitir si elimina él solo a los Nexus 6 llegados a la Tierra huyendo de una colonia espacial.

            Y es que, en lo sí coinciden novela y película, es en ese afán de antropoformismo verdadero de los androides que, tanto cinematográfica como literariamente hablando, es el pórtico a uno de los principales asuntos en la ciencia ficción de los últimos treinta años: la sumisión de la inteligencia artificial al hombre. A mi entender, incluso la guerra contra la Humanidad de las máquinas comandadas por Skynet en la saga de Terminator, tiene su origen en la fuga de los Nexus 6 de la colonia espacial y su llegada a La Tierra referida en estas páginas.

            Sin embargo, en algunos aspectos, pese a no sentir empatía entre ellos ni con la gente, los androides pueden llegar a ser más humanos que los humanos mismos, quienes se dejan embaucar por falsos mesías como El Amigo Buster, un comentarista televisivo y radiofónico que trabaja 23 horas seguidas, y la figura de Wilbour Mercer, una suerte de santón que vivió antes de la guerra y al parecer dejó propuesta una celebración colectiva de la felicidad a la que se accede mediante cajas de empatía. Todo muy en la línea del gregarismo de los años 60 del amado siglo XX y muy influenciado por las obsesiones que, tras una prolongada experiencia con los alucinógenos, horadaban el cerebro del gran Dick. De hecho, la liturgia con Mercer, consiste en fundirse

 

Pórtico del cyberpunk

            Publicada en 1968, la narración arranca veinticuatro años después -acaso veinticinco para su autor cuando escribió la novela, puesto que cabe pensar que lo hizo un año antes de su llegada a las librerías-, el tres de enero de 1992. Estamos pues ante otro año mítico en la ciencia ficción del amado siglo XX -como el 1984 de George Orwell y el 2001 de Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick- que se ha quedado atrás sin casi más penas y glorias que los fastos y las fiestas del 92, al menos para los lectores españoles. Ahora bien, el miedo al holocausto atómico que inspiraba a la fantaciencia de los años 60 aquí también queda patente. Estamos ante una pastoral postcatástrofe atómica que ha dejado el planeta semivacío. El San Francisco en el que trascurre la novela, a diferencia del filme, ubicado en Los Ángeles, es un paisaje apocalíptico.

            Los "cabeza de chorlito", así llamados por no superar las facultades mentales mínimas para emigrar a las colonias espaciales, cuentan entre los pocos humanos que aún habitan en la ciudad. John Isidore, el equivalente al J.F. Sebastian de la película, es uno de ellos. En el mundo que han heredado, el kippel se va apoderando inexorablemente de todo. Dicho Kippel, algo que tampoco aparece en Blade Runner aunque la urbe sombría y desolada que nos muestra el filme está muy en consonancia con la de estas páginas, es una suerte de pátina que se va apoderando de cuanto los hombres dejaron abandonado en su huida, empezando por los pisos vacíos de los inmensos edificios.

            Ese paisaje desolado, posapocalíptico, en donde sin embargo han alcanzado un desarrollo fabuloso las tecnologías de la información, hace que ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? también sea considerada el pórtico del cyberpunk. Yo sintetizaría ese equilibrio que enmarca el subgénero en cierta frase de la página 29, concerniente al incentivo que la ONU -algo así como un estado supranacional- puso en los años 60 a los supervivientes a la guerra para fomentar la emigración a las colonias espaciales: "El androide era la zanahoria y la lluvia radioactiva el látigo". Los androides, tan iguales a las personas que incluso pueden hacerse pasar por ellas, son la alta tecnología que se obsequia a los que emigren para que los utilicen como esclavos; la lluvia radioactiva, el paisaje en descomposición que va apoderando de nuestro planeta si deciden quedarse aquí.

Diferencias radicales

            La Zhora de Blade Runner es la Luba Luft de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Aquélla es una bailarina de striptease, que, luego de abatirla cuando huía de él, hace sentirse a Deckard "como si hubiera matado a una mujer por la espalda". Luba Luft es una cantante de ópera virtuosa que, pese a ser una Nexus 6, tiene un sincero afán de cultura. Los replicantes de la cinta han venido a nuestro planeta para obligar a su creador, Eldon Tyrell -dueño de la Tyrell Corporation-, a que prolongue su vida más allá de los dos años para los que están programados. A los androides de estas páginas, fabricados por Rosen Association, les ha traído algo tan humano como el deseo de una vida mejor, ajena a la explotación a la que, como cualquier otra máquina, son sometidos en las colonias espaciales.

            Deckard admira Luba Luft, pero no por ello deja de hacerle el test Voigt-Kampff que en ambas versiones denota si el sometido a la prueba es o no un androide. Puestos a ello, Luba Luft llama a la policía acusando a Deckard de ser un androide él mismo y de estar haciéndole preguntas obscenas. Deckard es detenido y trasladado a una comisaría. Una vez allí, Garland, el oficial que se hace cargo de él, también resulta ser un androide. En efecto, es uno de los Nexus 6 fugados junto a Roy Batty. No obstante, será otro androide, Phil Resch también metido a cazador de bonificaciones, quien acabará con Garland. Porque los androides, en su frialdad, no dudan en matarse a sí mismos y entre ellos. Como las personas, por otro lado.

            Esta posibilidad de que todos sean androides, que en Blade Runner sólo se sugiere al final de la versión extendida, la del montaje del director, cuando se apunta a que el propio Deckard sea un replicante, en la novela merece uno de los capítulos más interesantes. Al cabo, Phil Resch da muerte Luba Luft en mientras ella asiste a una exposición de Edvard Munch. No es baladí que sea precisamente la obra de este artista noruego la aludida. En un momento dado, ya admirador de Luba Luft, Deckard estima que los androides deberían tener ese aspecto sombrío que tienen los protagonistas de la obra de Munch. Y es que el cazador de bonificaciones ya comienza a sentirse atraído por andrillas tan bellas como la que se disponen a matar o Rachael Rossen.

            Ese amor entre Deckard y la falsa muchacha, uno de los temas principales de Blade Runner, en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? aquí no es más que mera atracción y no empieza a insinuarse hasta la página 200. Aquí Rachael ya sabe que es una androide, que va a vivir sólo dos años, no como su equivalente en el filme. Además es un modelo exactamente igual a Pris. Esta última, a su vez, es vecina de Isidore, el cabeza de chorlito, quien se esfuerza en acercarse a ella pese a la indiferencia que Pris le demuestra.

            Tras superar ciertos reparos por parte del cazador de bonificaciones, Rick y Rachael acaban copulando. Pero el amor no ha surgido entre ellos como sí lo hace en todas las versiones de la película. Trasladado al desolado edificio donde se encuentra el piso de Isidore, a Deckard le cuesta matar a Pris: la confunde con Rachael cuando se acerca a él entre las sombras del desvencijado inmueble. No en vano son el mismo modelo de Nexus 6. Será Mercer quien habrá de fundirse en el cazador de bonificaciones para hacerle ver que en realidad se trata de Pris y Deckard la dé muerte. El recurso se me antoja un producto de la experiencia de Dick con el ácido. En cuanto a la muerte de Roy, cumple reconocer que es mucho más poderosa la de la película.

            "He visto cosas que vosotros no creeríais: naves de combate en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir", observa Roy Batty en ese monólogo final de Blade Runner que convierte al replicante en un poeta soldado digno de Garcilaso. Pues, de todo ello, en la novela no hay nada. El androide muere abatido por el láser de Deckard sin más preámbulos. Cabe pues atribuir a Hampton Francher y David Webb Peoples ese párrafo que, además de uno de las más célebres de toda la historia del cine, forma parte del florilegio del fin del siglo XX.

 

            El último apunte sobre Rachael, quien mata a la cabra que al fin ha podido comprarse Deckard, tampoco se antoja nada romántico. Sin embargo, en su conjunto, coinciden el espíritu de la película y la novela. Eso es lo que en verdad cuenta, que no la adaptación literal de los capítulos en secuencias.

Publicado el 30 de junio de 2014 a las 23:00.

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Comentarios - 2

1 | Jose Luis - 05/7/2014 - 13:00

No leí la novela, pero la película me encantó y tal y como decía su eslogan inventó el futuro, no se había planteado para el público todas las cuestiones bioéticas que suscitan hechos como la creación de vida que abarcan desde la fecundación in vitro, las células madre o la clonación... reuniéndose con su creador a imagen y semejanza suya.
La frase de la lluvia dijo Rutger que fue improvisación suya ajena al guión pero que gustó, al fin y al cabo eso son nuestros recuerdos que se perderán.
el test diferenciador es real desde 1960 aproximadamente y se usó ultimamente cuando un ordenador coló una conversación a un científico como si fuera un niño de 5 años.

2 | Javier Memba (Web) - 07/7/2014 - 10:52

No sabía ni lo del test, ni lo de la frase. Qué interesante.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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