Ciencia Ficción autóctona (y II)
(viene del asiento anterior)
Y ya puestos a hablar de estelas, líneas e influencias, son tres las que registro en Gira, gira, la pieza de Domingo Santos, otro de los principales autores y editores de ciencia ficción en España. Díez y Moreno hablan de la impronta de Kafka. No cabe duda de que la situación que vive el protagonista y narrador es auténticamente kafkiana. Sin embargo, a mí, el asunto me parece heredero del de La autopista del sur, el célebre cuento de Julio Cortázar donde se da noticia de un embotellamiento. Otra segunda influencia que registro es la de Vuelva usted mañana, la célebre sátira de Larra sobre las oficinas públicas.
Desoyendo los consejos de quienes saben lo que hay, el protagonista y narrador de Gira, gira se dirige a Cosmópolis a realizar una gestión burocrática. Pero tanta es la densidad del tráfico que tardará horas en poder bajar del coche para ocupar la habitación que ha reservado en un hotel. A partir de ahí, todo se convierte en una pesadilla con el automóvil como protagonista. Cuando parece que finalmente va a poder realizar su gestión, el burócrata encargado del asunto ha muerto en un embotellamiento. Nuestro protagonista acabará perdiendo el juicio.
Concebida en los días en que nacía el sentimiento ecológico, a mí, que la ciudad me parece el mayor invento de la Humanidad y me carga el ruralismo, el espíritu de Gira, gira no acaba de convencerme. Prefiero el ciberpunk, con su mitificación de la urbe.
***
Gabriel Bermúdez Castillo es un clásico vivo de la ciencia ficción patria y La última lección sobre Cisneros (1978), que yo aplaudo sin paliativos, una de las piezas emblemáticas del género en nuestro país. Muy influenciada por las consecuencias de la explosión demográfica, que tanto preocupaba en los años 70, en una primera lectura La última lección sobre Cisneros puede antojarse en la órbita de Cuando el destino nos alcance (1973), la cinta en la que Richard Fleischer adaptaba ¡Hagan sitio, hagan sitio! (1966), la distopía sobre un futuro sin políticas de control de natalidad de Harry Harrison.
Esa misma falta de recursos para tanta gente -y la posibilidad de viajar hacia el pasado- ha hecho que las diferentes naciones lleguen a una entente. En base a dicho acuerdo, cada una de ellas, sin interferir en las otras, durante un tiempo determinado puede instalar una colonia en distintas épocas, de un pasado tan remoto como los primeros periodos geológicos, y mandar desde ella toscos alimentos al presente.
La que a nosotros nos ocupa es la llamada Nueva España 3, una colonia abierta en el Pérmico Medio. La señorita Hidalgo es la maestra del lugar. Llegó allí 26 años antes y en la construcción del asentamiento perdió a su marido. Tras dictar su última lección sobre el cardenal Cisneros a los niños de los colonos, entra en escena un grupo de soldados para destruirlo todo y llevárselos de regreso al presente.
Lo que aguarda en dicho presente es un Madrid de 22 millones de habitantes. Pese a que llega hasta Guadalajara no caben todos en él. Ante este panorama, hay que racionar sus salidas a la calle y avanzar por la vía pública es una auténtica odisea. Naturalmente, tampoco hay viviendas para tanta gente. De modo que encajar en algún cubículo a los llegados de Nueva España 3 se convierte una tarea que requiere mucho tiempo. Es entonces cuando La última lección sobre Cisneros, amén de esa ciencia ficción con mayúsculas que es desde sus primeras líneas, alcanza idénticas cotas en lo que a la literatura canónica -digámoslo como los editores- se refiere. El relato comienza a ser la crónica de cómo la señorita Hidalgo se va quedando sola en la terminal de llegada, entregada a sus recuerdos, mientras el sistema -que desoye las peticiones de nuestra protagonista para ser enviada a otra colonia del pasado- va buscando agujeros para todos sus antiguos compañeros en Nueva España 3.
***
Aunque su título se me antoje próximo a Juntacadáveres, el protagonista de la Triología de Santa María de Juan Carlos Onetti, La ciudad cuyo nombre era Lluevemuertos (1979), de Enrique Lázaro, parece un cuento de Borges. Concebida como una exaltación de la disyuntiva, podría ser un sueño del narrador o un juego que a éste le propone el narrador que, a su vez, conduce su supuesto sueño. De hecho. esa ciudad, a la que nunca se acaba de llegar porque los ramales que conducen a ella siempre acaban confluyendo en otro que lleva a un nuevo desvío, podría no existir.
***
Con César Mallorquí el texto entra en la ciencia ficción contemporánea. Y no es sólo porque Mallorquí -hijo de José Mallorquí, el creador de El Coyote- sea uno de los autores incluidos habitualmente en las antologías y selecciones de la ciencia ficción española del momento, también por la contemporaneidad del asunto. Hasta ahora, todos los argumentos se quedaban en las inquietudes pretéritas de la literatura prospectiva -los viajes espaciales, la explosión demográfica, la deshumanización de las grandes ciudades, el agotamiento de los recursos naturales-, en La pared de hielo, de Mallorquí, se alude a algunos de los problemas bioéticos de nuestro tiempo.
Su protagonista y narrador es (?). Quiere que el lector le llame así (pág. 269) porque no es más que una interrogación. Cuando comienza a contarnos su historia, está perdiendo la memoria a pasos agigantados. Ni siquiera sabe para que sirven los dedos que tiene en una mano. Ello se debe a cierta droga que se le está suministrando para aplacar el apetito desmesurado que siente por ciertos copos de avena, al pensar en Helena, la modelo que anuncia dichos cereales.
Estamos en un mundo distópico en el que tras las guerras de religión se ha erigido como único dios al tirano Jawharlal Nanda, un científico merecedor de varios premios Nobel, capaz de crear la vida y manipular las voluntades a su antojo.
Se inicia entonces un flash-back que nos lleva al día en que (?) entró a trabajar en el Laboratorio de Síntesis de GenCorp. Allí sufrió lo que él creyó un accidente cuando se le cayó el cultivo 13-L. Apenas comienza a preocuparse por aquello que puede haberle contaminado, Nanda le hace creer que el cultivo es una variedad mutada de la gripe. Sin embargo, es a partir de entonces cuando comienza a sentir esa voracidad de cereales, el obsesivo amor por la mujer que los anuncia y otros extraños síntomas. Y es que el accidente ha sido un ardid para utilizar a (?), sin que él lo supiera, como conejillo de indias en el Proyecto Maya.
El infeliz decide entonces dar muerte a Nanda. Como le será imposible hacerlo de otro modo, (?) escupe en la cara a una de las niñas que van a ser entregadas al dios tirano para satisfacer sus deseos. La muchacha quedará así infectada de lo mismo que le han inoculado a él y contagiará a su vez al científico cuando éste la ultraje.
***
Ya que para los antólogos no existe diferencia entre el cine y la literatura prospectivas, hay algo en las primeras páginas de El bosque de hielo, de Juan Miguel Aguilera -otro de los autores más representativos del aquí y el ahora del género-, que ha venido a recordarme vagamente el asunto de Alien. Si bien, a medida que el relato avanza entre las nieves de los cometas, me ha parecido más en la líneas de En las montañas de la locura, la novela corta de Lovecraft.
Diana, la protagonista de Aguilera, es una científica que sueña con Ivan, un colega y antiguo novio de quince años atrás, de un modo muy vivido. A raíz de la experiencia, se interesa por el destino del tal Iván. Así descubre que se le dio por perdido con su nave, la Hoyle, en un asentamiento humano de uno de esos cuerpos celestes donde transcurre la narración. Lo último que se supo de él fue mientras se dedicaba a sembrar gigantescos árboles vivienda -un kilómetro de altura- por los cometas de más allá de la órbita de Plutón. Dicho reino comienza en la Nube de Ort.
La humanidad está tan hecha a vivir fuera de la Tierra que hay humanos que no la han pisado nunca. Ése es el caso de Emma, uno de los contactos de nuestra protagonista en la Nube. Al haber crecido "en un ambiente de gravedad casi nula", Emma mide un metro más que Diana y resiste mucho más tiempo sin respirar, entre otras singularidades.
Otro de los encantos de esta propuesta es que también guarda una historia de amor. Cuando a Diana le surge la oportunidad de viajar hacía el lugar donde se perdió el rastro de Iván, duda sinceramente entre emprender la marcha o continuar junto a Pablo, su actual novio. Naturalmente, acaba por partir para descubrir que Iván no ha muerto. Fue él quien la llamó telepáticamente en el sueño. Porque, aunque parece que murió congelado, lo que ocurrió fue que pasó a una especie de dimensión diferente. Allí el tiempo se ralentiza hasta el punto de que nuestros años apenas son segundos. Iván propone a Diana retomar con esa nueva cronología su amor, que así será poco menos que eterno. Sin embargo, ella prefiere volver junto a Pablo y seguir envejeciendo al ritmo habitual.
***
Elia Barceló es otra de las referencias indispensables en la literatura prospectiva contemporánea y autóctona. Pero, paradójicamente, según sostienen Díez y Moreno, su obra se aprecia mucho más en el extranjero. Con todo, aquí no hay antología que se precie en la que falte. Mil euros por tu vida, el relato incluido en ésta, entra de lleno en esa biología a la carta que tantas posibilidades ofrece al género en la actualidad. Sus protagonistas son un matrimonio de burgueses catalanes, los Peyró. Ya octogenarios, han decidido comprar los cuerpos de dos subsaharianos. Con ellos como continente, los Peyró, sin perder su identidad, se deshacen de sus cuerpos viejos para gozar de la vitalidad de los nuevos, tomados a "los anfitriones", que llaman a los vendedores. Dicho de otra manera, una nueva vida a cambio de un millón de euros, de los que a la familia de los infelices que venden el cuerpo sólo les llega ese millar aludido en el título.
Mientras los Peyró duermen, sus anfitriones vuelven a ser ellos mismos. En ese tiempo, los subsaharianos se aman y engendran un hijo. Tanto Tòfol Peyró como Abraham, su anfitrión, no quieren que el niño nazca. Uno por el escándalo que le causa la simple idea de que sus empresas sean heredadas por un negro, el otro porque odia a los blancos que le han comprado la vida. Son ellas, las mujeres, tanto Anna Peyrò como Sarah, su anfitriona -que han empezado a comunicarse mediante un diario- quienes se empeñan en que el muchacho nazca. El alumbramiento tiene lugar en la Barcelona de 2033. El niño es negro y no es sino uno más de los muchos hijos de anfitriones del Tercer Mundo que están naciendo en el Primero últimamente.
Con esta excelente pieza de Barceló, tan conciliadora como ingeniosa, el género vuelve a apostar por esa buena voluntad, por ese entendimiento de las space opera de los años 60 y 70.
***
El académico José María Merino, además de uno de los más dispuestos de la institución -nunca le falta tiempo para contestar a las preguntas de los periodistas-, es uno de los mayores defensores de la literatura prospectiva desde la literatura canónica. No obstante lo cual, sostienen los antólogos que su interés por el género es meramente circunstancial. El viaje inexplicable, su aportación a estas páginas, es todo un homenaje al libro en un tiempo en que éstos han dejado de existir porque toda la información se transmite mediante pantallas. Nos habla de él un tipo que se encontró uno en Puertomarte, durante el retraso del vuelo. Al abrirlo cautivado por su flexibilidad, descubrió fascinado como los signos gráficos (letras) formaban palabras; y éstas, oraciones que expresaban ideas; y las ideas ficciones en las que no faltaban referencias a otros libros. A destacar entre ellas, además de las sempiternas a El Quijote, las alusiones a Celina y el profesor Souto, los protagonistas de Cuentos de los días raros del propio Merino.
***
A poco que se piense hay que admitirlo: aunque mi dilecto steampunk parezca un subgénero actual -nacido en los años 80 como una serie de ucronías ciberpunk-, en realidad es el primero. Puede que sea ahora cuando se nos descubre desde esa perspectiva, pero la ciencia ficción en sí misma es un retrofuturismo de la era victoriana. De hecho, 20.000 leguas de viaje submarino (1870) y La máquina del tiempo (1895) pueden considerarse las primeras novelas steampunk. Es a sus autores, Verne y Wells respectivamente, a quienes el género homenajea constantemente en nuestros días y las adaptaciones cinematográficas de ambas novelas -junto a Chitty Chitty Bang Bang (Ken Hughes, 1968)- inspiraron las primeras cintas steampunk canónicas.
Sin embargo, puestos a hablar de cine, no hay duda de que al día de hoy, no obstante sus orígenes literarios, la pantalla es mucho más favorable a este retrofuturismo que la novela. El poderío visual de filmes como La liga de los hombres extraordinarios (Stephen Norrington, 2003) no puede compararse con ningún fragmento literario por mucha riqueza plástica que el texto tenga.
Ni que decir tiene que Juan Jacinto Muñoz Rengel, acaso el más destacado representante del steampunk patrio -amén de uno de los narradores fantásticos más sobresalientes del momento- es consciente de esa desventaja de la actual literatura steampunk respecto al cine steampunk, su par en la pantalla. De ahí que, sin dejar de prestar atención a esos protosubmarinos, locomotoras, dirigibles y demás prodigios que constituyen la principal seña de identidad del subgénero -nos habla de una expedición a Marte, de autómatas que recuerdan a la Eva futura de Villiers de l'Isle-Adam, e incluso de cocheros automáticos y palomas mensajeras mecánicas-, se muestre más steampunk en el asunto a tratar -en buena parte mediante las entradas en el cuaderno de campo de su protagonista- que en la profusión de instrumentos fabulosos en la narración. Al menos, así se me antoja a mí London Gardens, su relato incluido en estas páginas. Su protagonista, el profesor Barnaby, es depositario de unas rocas recogidas en Marte por una expedición al planeta Rojo que acaba de regresar al Londres victoriano.
En buena lid, pero siempre compitiendo con su vecino, el también científico profesor Schmidt, Barnaby cree haber dejado definitivamente atrás a su adversario cuando sus investigaciones en las rocas marcianas le llevan a la conclusión de que éstas, en realidad, no son tales. Muy por el contrario, son una suerte de continentes que guardan organismos vivos, cartilaginosos y con forma de extrañas espirales. Muy superiores a cualquier forma de vida en la Tierra.
Por unos días, Barnaby es la admiración de todo Londres. Publica sus descubrimientos en el Times "el periódico más importante del imperio" y cree que toda la gloria conocida entonces alcanzará su cenit cuando dé a conocer el código criptográfico de los organismos. Pero esa gloria es para Schmidt, que acaba de descubrir el código criptográfico de una rosa común, flor en la que yo he creído adivinar esa rosa sin por qué, que florece porque florece, sin desear ser reconocida en su belleza, a la que se refiere Angelus Silesius.
Publicado el 18 de agosto de 2015 a las 06:15.