Un recuerdo de mi juventud
Veintinueve
No tengo -ni quiero- más aventura que mi rutina diaria, truncada esta primavera por unas obras que estamos haciendo en casa. Tras la reforma todo va a quedar muy bien, pero hasta que llega el fin, con mis libros, mis películas, mis fotos... mi universo entero metido en cajas, me da la sensación de estar asistiendo a un cataclismo que se lo ha llevado todo, empezando por esa rutina diaria, por ese "más de lo mismo" que preciso como el aire.
En medio de estos días raros, la semana pasada surgió entre los escombros la bandera pirata "que llevé en la espalda de mi chupa cuando era rocker, y colgué en el techo de mi habitación cuando empecé a envejecer". Así empezaba el pie, que escribí para la foto que le hice al punto y colgué en Intagram y en Facebook. Se trata de una variación, un plano un poco más cerrado, de la que publico aquí. "Aparece ahora (...), colgando del marco de la nueva puerta -aún en ciernes-", continué entonces. "Se trata de una espontánea intervención artística de los albañiles que ha venido a recordarme que, el amor al rock & roll, como el impulso poético, es un fulgor exclusivamente juvenil".
Desde entonces vengo dándole vueltas al asunto. De buena gana reverdecería a los clásicos para entregarme a los dogmatismos de mi vieja pasión escuchando a Gene Vincent, Eddie Cochran o la Brenda Lee más brava. Pero con mis CD's de rock & roll seminal en alguna de las ciento ochenta cajas que estos días guardan mi mundo, no hay nada que hacer. Ha pesado más la grima que causa ver a Keith Richards deslizar sus dedos de anciano por el mástil de su Fender Telecaster. Por no hablar del ridículo que han ido a hacer los Rolling Stones al completo a Cuba, uno de los últimos reductos del estalinismo y de los que persiguió con más saña al rock cuando la ley mandaba cantarle al Che Guevara. Ya no vale aquello del bueno de Joaquín Sabina, pródigo en sus manidas letras en guiños a la dictadura castrista, de ser "tan joven y tan viejo, like a Rolling Stone".
Hace muchos años -ahora que de todo hace tanto tiempo- tuve oportunidad de entrevistar a Elvis Costello con motivo de la presentación del Brutal Youth (1994) y preguntarle si el rock le mantenía joven. Fue una de las grandes idioteces de toda mi carrera periodística. Costello, airadamente, me respondió que no era joven, que estaba en su edad, que entonces eran cuarenta y tres años. Lo de que los viejos roqueros nunca mueren no sería más que una frase vacía si no fuera porque resultan ridículos como el infantilismo de los ancianos. Los grandes amantes del rock & roll se mueren jóvenes y se convierten en seres legendarios. Desde los caídos en el "Día que murió la música", que lo llamó Don McLean, en adelante, la nómina de óbitos prematuros, que engrosan el panteón del Ritmo del Diablo, es larga.
Así que ahora, al volver reencontrarme con mi vieja bandera pirata, se me antojan mucho más lúcidos ciertos versos de una pieza de Charles Trenet, Que reste-t-il de nos amours, todo un clásico de la canción francesa, que rezan: Que reste-t-il de nos amours/ Que reste-t-il de ces beaux jours/ Une photo, vieille photo/ De ma jeunesse. Esa foto de mi juventud, que resta tras mi pasión, es la que ilustra estas palabras.
Publicado el 9 de mayo de 2016 a las 14:00.