domingo, 3 de noviembre de 2024 05:40 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Las relatos más bellos del mundo (VI)

Archivado en: Cuarderno de lecturas, Los relatos más bellos del mundo

imagen

Primera edición del volumen IV de "El espectador", donde se incluye "Dan-Auta".

(Viene del asiento del 21 de septiembre de 2019)          

  Los textos reunidos bajo el epígrafe de Historias y leyendas del pasado son, esencialmente, consejas populares. De modo que tienen el mismo interés que puedan tener las apreciaciones meteorológicas de un pastor. Pero nada de ese saber antiguo, que, por ejemplo, ya han empezado a preservar los tratados de fotografía analógica que aún atesoro. Sólo por eso, este capítulo VI de Los relatos más bellos del mundo es el peor de todo el tocho. Bien es cierto que algunas de las leyendas populares han sido recogidas por grandes autores: son las únicas que merecen la pena entre la ramplonería de sus pares.

            Ése es el caso de Dan-Auta. Traída por Ortega y Gasset de un libro del etnólogo alemán Leo Frobenius[1], se trata de una leyenda sudanesa, que el filósofo madrileño incluyó entre los textos misceláneos que integran uno de los ocho tomos de El espectador, el IV para ser exactos. Su asunto gira en torno a la hija de dos labriegos, que lo fue en "un tiempo que está a la espalda del tiempo". Cuando sus padres mueren, advierten a Sarra -la muchacha en cuestión- que ha de cuidar de que su hermano Dan-Auta "no llore jamás". Puesta a evitarlo, la joven verá como su hermano echa a perder la harina que sus padres les dejaron para alimentarse hasta que él creciera. Cuando el pequeño va a sollozar, su hermana recuerda la advertencia y lo impide. Se inicia así, con cada uno de los desastres que provoca el niño, una suerte de huida hacia adelante que acaba por llevar a los hermanos a una ciudad asediada por un dragón, a quien Dan-Auta da muerte. En pago a su hazaña, el rey del lugar le recompensa con una fortuna.

 

            No acabo de captar la moraleja. Pero me llama la atención el respeto de Ortega hacia los sudaneses, a quienes describe como de "labios gruesos y prominentes". Nada que ver con el racismo que rezuma la descripción del bueno de Arturo Barea en ese fragmento de La forja de un rebelde referido al puñetazo, que le propina a un africano, alistado en la legión, Millán Astray. De hecho, lo que más me ha llamado la atención de esta pieza es el respeto con que Ortega habla del Sudán. No sé si a consecuencia del que ya le inspiró toda África a Frobenius -a quien se tiene por el Lawrence de Arabia alemán y fue autor del llamado Decamerón negro-. Pero lo cierto es que esa buena disposición hacia la cultura de lo que entonces ni siquiera se consideraba culto, simplemente era el "continente negro", ha sido lo mejor de este Dan-Auta.

 

*****

 

            El marqués de Saluzzo y Griselda se debe al talento de Giovanni Boccaccio quien, según dice el antólogo en la introducción, "está considerado el mayor cuentista del siglo catorce (sic) junto al español don Juan Manuel y al inglés Chaucer". Aunque aquí no se dice, se trata de uno de los cuentos narrados en la Jornada Décima de El Decamerón.

 

            No cabe duda de que Boccaccio fue uno de los grandes cuentistas de su tiempo, el siglo XIV. Quizás por eso hay algo en El curioso impertinente, la pieza de El Quijote incluida entre los relatos reunidos bajo el primer epígrafe -Amor-, que ha venido a recordarme esta propuesta del italiano, casi dos siglos anterior. ¿Acaso fue Cervantes un lector de Boccaccio? Será eso la causa de que esa novela corta, leída por el cura Pedro Pérez en la venta de Palomeque, también esté ambientada en Italia. Sea o no el caso, el asunto de ambos textos gira en torno a la prueba a la que es sometida una mujer. Si la Camila de El manco de Lepanto es empujada por su marido al fatal juego que pondrá a prueba su fidelidad, la Griselda del italiano habrá de demostrar su humildad.

 

            Impelido a casarse por sus vasallos, Gualtieri, el marqués de Boccaccio, decide hacerlo con la joven que le gusta, Griselda, una muchacha de muy humilde condición. Tras convertirla en su esposa, apenas queda embarazada comienza a despreciarla recordándole sus orígenes. Cuando la niña nace se la quita y la manda a Bolonia, para que sea educada allí. Griselda lo acepta sin rechistar. Después, cuando vuelve a quedarse embarazada de un niño, su marido repite la operación. La de los hijos solo es una de las múltiples humillaciones a las que la infeliz esposa es sometida. Aunque las acepta todas con la misma sumisión, Gualtieri no tiene bastante.

 

            Pasados unos años, el marqués anuncia a Griselda que ha decidido repudiarla para casarse con otra mujer mucho más joven. La nueva novia no es otra que su hija. La infeliz marquesa lo desconoce y acepta volver a casa de su padre con las mismas ropas miserables que se fue de allí. Todos los vasallos de su esposo se muestran conmovidos ante la crueldad del marqués con su mujer legítima. Y entonces sí, Gualtieri decide descubrir su juego. Confiesa a Griselda que su nueva novia no es sino la hija de ambos y hace de su esposa la verdadera marquesa del lugar. A no ser la loa a la humildad a ultranza, tampoco alcanzó a distinguir la moraleja.

 

            Por otro lado, eso de que no se comente que la pieza pertenece a El Decamerón denota cierta desidia por parte del seleccionador anónimo de estos relatos que, insisto, no son en modo alguno los más bellos del mundo.

 

*****

 

            La historia de Pilatos es una conseja anónima suiza. Su argumento gira en torno a la supuesta túnica que Cristo vistió en su pasión y el gobernador de Judea se hizo coser bajo la suya. Se cree que le sirve de talismán para librarle de las iras del césar de Roma, cuando éste le llama a su presencia, enojado por su mal gobierno y, una vez ante él, Pilatos no recibe ninguna reprimenda. De modo que se la quitan y, en una nueva comparecencia ante el césar, es condenado a muerte.

 

            Ya en el calabozo, a la espera de su ejecución, Poncio Pilatos decide adelantarse al verdugo dándose muerte a sí mismo. Su cadáver es arrojado a los cenagales del Tíber, como manda la tradición con los suicidas. A raíz de ello, las tormentas, los granizos y demás inclemencias del tiempo se desatan sobre la ciudad.

 

            De modo que el cadáver de Pilatos es llevado a Francia y arrojado a las aguas del Ródano, en cuya ribera, también se desatan los elementos.

 

            Exhumado de allí, acaba en un lago suizo donde las desdichas que traen consigo los restos de Pilatos vuelven a reproducirse. Se llama entonces a un mago que tras pelear con el fantasma del gobernador llega a un acuerdo con él. En base al tratado, dejará en paz las tierras adyacentes a la laguna donde se pudren sus restos siempre y cuando dejen también en paz las aguas de su lago. Eso sí, todos los Viernes Santo sale a la superficie "vestido de colorado", frente a un tribunal. Quien lo llega a ver entonces se muere antes de que acabe el año.

 

            Por más que en un contexto mágico todo sea posible, se antoja en verdad difícil que el fantasma pueda estar a la vez en la superficie del lago, en cuyo fondo se pudren sus restos, y en un tribunal. Podría ser, pero para ello, habría de estar mucho mejor -más largo y tendido- explicado. Me llama más la atención lo de referirse al color rojo como "colorado", como se hacía durante el franquismo.

 

*****

 

            Hubo un tiempo en que Washington Irving era una de las primeras lecturas en inglés de los estudiantes españoles de la lengua de Shakespeare. Tengo la teoría de que, si pese a ser estadounidense se prefería a Irving por encima de cualquier otro autor inglés o británico ello era debido a sus Cuentos de la Alhambra. Ese tiempo fueron los años 60, en el último de los cuales se dieron a la estampa Los relatos más bellos del mundo, de Selecciones del Reader's Digest. Calculo que El gobernador y el escribano -La leyenda del gobernador y el escribano en el original- está incluido en esta selección por lo favorable que le era aquella época a su autor. Hoy por hoy, si hemos de hablar de un cuentista estadounidense, ése es, a todas luces, Edgar Allan Poe, "deidad y referencia de toda ficción diabólica" (H. P. Lovecraft).

 

            Primera de las dos leyendas protagonizadas por el gobernador manco de la Alhambra, que suele corresponder al capítulo vigésimo séptimo de la edición completa de Los cuentos... su asunto gira en torno a la rivalidad entre el gobernador de la Alhambra -a la sazón esa suerte de reino taifa dentro de la ciudad, a la que el complejo monumental se da- y el "capitán general" de la comarca. Siendo la Alhambra un refugio de maleantes y gentes de malvivir, el gobernador decide inspeccionar todas las caravanas que salgan o entren en ella. Puestos a ello, los soldados del capitán general intentan detener a un cabo, que lleva una mula cargada de víveres a la guarnición de la Alhambra, cuando éste mata a uno de los soldados del gobernador.

 

            Cuando el Manco tiene noticia de la detención de su subordinado, indignado por la ofensa que supone a su pabellón, intenta liberarle. Mas el gobernador no sólo no se aviene a sus razones, sino que condena al cabo a muerte. El infeliz ya está en capilla cuando el gobernador de la Alhambra se las arregla para salir a Granada y secuestrar allí al escribano que le estaba leyendo el pliego de cargos contra el cabo. Con el notario a buen recaudo en un calabozo de la Alhambra, el gobernador propone un intercambio de prisioneros al capitán general. Este último sólo acepta el trato cuando la mujer del escribano le hace ver que el gobernador es muy capaz de cumplir su amenaza y libera al cabo. Cuando el notario recupera su libertad, su pelo ha encanecido como si "hubiera sentido realmente en su cuello el contacto de la cuerda fatal".

 

            Todo parece indicar que el propósito del autor se encontraba entre el costumbrismo y la pincelada sobre el empecinamiento del carácter español. A mí, lo que el texto me ha hecho ver ha sido el carácter de ciudad independiente dentro de Granada que bien pudo tener en tiempos remotos ese complejo palaciego -hoy monumental- que fue la Alhambra.

 

*****

 

            Richberta se anuncia como una leyenda holandesa íntimamente ligada a la eterna lucha de aquel país por ganarle terreno al mar. Su trama nos remonta "seiscientos años largos", a la ciudad de Stavoren. El que hoy es un municipio más de la provincia de Frisia, en los Países Bajos, era entonces un puerto próspero y floreciente, donde los ricos eran más numerosos que los pobres.

 

            Entre los acaudalados destacaba Richberta, una naviera de cuya opulencia se hablaba en todos los mares. Halagada con dichas habladurías, en cierta ocasión, la naviera invita a su mesa a un viajero vestido a la usanza oriental. El convidado se deshace en elogios ante los manjares que le sirven, aunque echa en falta uno. Siendo el caso que se marcha sin decir cuál es, la naviera, aguijoneada por aquello que le falta, ordena que vayan a buscarlo sin saber de qué se trata.

 

            Y es entonces cuando el procedimiento habitual de las fábulas, las consejas y demás manifestaciones de esta índole -el sentido alegórico- se pone en marcha. Lo que falta en su mesa no es otra cosa que el pan. Los marineros de Richberta se dan cuenta de ello cuando, tras varios días de navegación, el que llevaban comienza a pudrirse y advierten lo mal que saben sin él tanto el resto de los alimentos como el vino.

 

            Así pues, decidieron deshacerse de todas sus viandas y cargar sus bodegas con trigo. Cuando regresaron a Stavoren y Richberta supo del cargamento que le traían sus barcos, ordenó tirar todo el trigo al mar ante el estupor de los vecinos. Y fue que entonces, los granos de trigo "se fundieron al limo del fondo" y no tardaron en florecer espigas que entorpecieron la entrada de los barcos.

 

            Stavoren cayó así en el olvido antes de que el mar se la acabase por tragar. A buen seguro que hace alusión a esta leyenda la Dama de Stavoren, una escultura que se alza en la bahía del lugar.

 

*****

 

            Li Fu-yen fue un cuentista chino del siglo IX de nuestra era. Su pieza, El pescado, ha venido a demostrarme cuánto dejan que desear estos relatos más bellos del mundo por más que el tocho que los reúne esté siendo toda una conquista en mi experiencia como lector. Así, a una antología de cuentos Kang[i], vertida a nuestro idioma por la traductora hispano-china Marcela de Juan, se le dice "importada" en lugar de traducida. Por no hablar de ese guion que sobra entre las dos primeras palabras del nombre del autor y la petulancia con la que el traductor anónimo se jacta de haber hecho una redacción personal de la traducción. Me quedaré, no obstante, con el personaje de Marcela de Juan, cuya vida merecería ser biografiada. Eso es lo que me ha descubierto esta pieza.

 

            Por lo demás, el cuento nos refiere la experiencia de Sié-Wei, secretario de una subprefectura de la provincia de Tchu-Tchéu, quien, tras haber guardado una semana de cama, cae en coma. Luego de permanecer en este estado durante veinte días, apenas vuelve en sí, refiere a sus "camaradas" la experiencia onírica que acaba de vivir. En ella, vista la gracia con que nadan los peces en el río, quiso ser uno de ellos. Al punto se vio convertido en una carpa gigante. Pescado por sus compañeros de la subprefectura, despertó cuando estaba a punto de ser comido por ellos.

 


 

[1] Autor del llamado Decamerón negro, texto que recogía diversas leyendas africanas, a buen seguro esta de Dan-Auta traída al español por Ortega y Gassset.

 


 

He creído entender, tras buscar no sin cierto esfuerzo la debida documentación por internet, que los Kang fueron un género en el que el sueño es una metáfora de la vida[i]

Publicado el 17 de febrero de 2020 a las 12:00.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD