Las relatos más bellos del mundo (VI)
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Primera edición del volumen IV de "El espectador", donde se incluye "Dan-Auta".
(Viene del asiento del 21 de septiembre de 2019)
Los textos reunidos bajo el epígrafe de Historias y leyendas del pasado son, esencialmente, consejas populares. De modo que tienen el mismo interés que puedan tener las apreciaciones meteorológicas de un pastor. Pero nada de ese saber antiguo, que, por ejemplo, ya han empezado a preservar los tratados de fotografía analógica que aún atesoro. Sólo por eso, este capítulo VI de Los relatos más bellos del mundo es el peor de todo el tocho. Bien es cierto que algunas de las leyendas populares han sido recogidas por grandes autores: son las únicas que merecen la pena entre la ramplonería de sus pares.
Ése es el caso de Dan-Auta. Traída por Ortega y Gasset de un libro del etnólogo alemán Leo Frobenius[1], se trata de una leyenda sudanesa, que el filósofo madrileño incluyó entre los textos misceláneos que integran uno de los ocho tomos de El espectador, el IV para ser exactos. Su asunto gira en torno a la hija de dos labriegos, que lo fue en "un tiempo que está a la espalda del tiempo". Cuando sus padres mueren, advierten a Sarra -la muchacha en cuestión- que ha de cuidar de que su hermano Dan-Auta "no llore jamás". Puesta a evitarlo, la joven verá como su hermano echa a perder la harina que sus padres les dejaron para alimentarse hasta que él creciera. Cuando el pequeño va a sollozar, su hermana recuerda la advertencia y lo impide. Se inicia así, con cada uno de los desastres que provoca el niño, una suerte de huida hacia adelante que acaba por llevar a los hermanos a una ciudad asediada por un dragón, a quien Dan-Auta da muerte. En pago a su hazaña, el rey del lugar le recompensa con una fortuna.
No acabo de captar la moraleja. Pero me llama la atención el respeto de Ortega hacia los sudaneses, a quienes describe como de "labios gruesos y prominentes". Nada que ver con el racismo que rezuma la descripción del bueno de Arturo Barea en ese fragmento de La forja de un rebelde referido al puñetazo, que le propina a un africano, alistado en la legión, Millán Astray. De hecho, lo que más me ha llamado la atención de esta pieza es el respeto con que Ortega habla del Sudán. No sé si a consecuencia del que ya le inspiró toda África a Frobenius -a quien se tiene por el Lawrence de Arabia alemán y fue autor del llamado Decamerón negro-. Pero lo cierto es que esa buena disposición hacia la cultura de lo que entonces ni siquiera se consideraba culto, simplemente era el "continente negro", ha sido lo mejor de este Dan-Auta.
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El marqués de Saluzzo y Griselda se debe al talento de Giovanni Boccaccio quien, según dice el antólogo en la introducción, "está considerado el mayor cuentista del siglo catorce (sic) junto al español don Juan Manuel y al inglés Chaucer". Aunque aquí no se dice, se trata de uno de los cuentos narrados en la Jornada Décima de El Decamerón.
No cabe duda de que Boccaccio fue uno de los grandes cuentistas de su tiempo, el siglo XIV. Quizás por eso hay algo en El curioso impertinente, la pieza de El Quijote incluida entre los relatos reunidos bajo el primer epígrafe -Amor-, que ha venido a recordarme esta propuesta del italiano, casi dos siglos anterior. ¿Acaso fue Cervantes un lector de Boccaccio? Será eso la causa de que esa novela corta, leída por el cura Pedro Pérez en la venta de Palomeque, también esté ambientada en Italia. Sea o no el caso, el asunto de ambos textos gira en torno a la prueba a la que es sometida una mujer. Si la Camila de El manco de Lepanto es empujada por su marido al fatal juego que pondrá a prueba su fidelidad, la Griselda del italiano habrá de demostrar su humildad.
Impelido a casarse por sus vasallos, Gualtieri, el marqués de Boccaccio, decide hacerlo con la joven que le gusta, Griselda, una muchacha de muy humilde condición. Tras convertirla en su esposa, apenas queda embarazada comienza a despreciarla recordándole sus orígenes. Cuando la niña nace se la quita y la manda a Bolonia, para que sea educada allí. Griselda lo acepta sin rechistar. Después, cuando vuelve a quedarse embarazada de un niño, su marido repite la operación. La de los hijos solo es una de las múltiples humillaciones a las que la infeliz esposa es sometida. Aunque las acepta todas con la misma sumisión, Gualtieri no tiene bastante.
Pasados unos años, el marqués anuncia a Griselda que ha decidido repudiarla para casarse con otra mujer mucho más joven. La nueva novia no es otra que su hija. La infeliz marquesa lo desconoce y acepta volver a casa de su padre con las mismas ropas miserables que se fue de allí. Todos los vasallos de su esposo se muestran conmovidos ante la crueldad del marqués con su mujer legítima. Y entonces sí, Gualtieri decide descubrir su juego. Confiesa a Griselda que su nueva novia no es sino la hija de ambos y hace de su esposa la verdadera marquesa del lugar. A no ser la loa a la humildad a ultranza, tampoco alcanzó a distinguir la moraleja.
Por otro lado, eso de que no se comente que la pieza pertenece a El Decamerón denota cierta desidia por parte del seleccionador anónimo de estos relatos que, insisto, no son en modo alguno los más bellos del mundo.
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La historia de Pilatos es una conseja anónima suiza. Su argumento gira en torno a la supuesta túnica que Cristo vistió en su pasión y el gobernador de Judea se hizo coser bajo la suya. Se cree que le sirve de talismán para librarle de las iras del césar de Roma, cuando éste le llama a su presencia, enojado por su mal gobierno y, una vez ante él, Pilatos no recibe ninguna reprimenda. De modo que se la quitan y, en una nueva comparecencia ante el césar, es condenado a muerte.
Ya en el calabozo, a la espera de su ejecución, Poncio Pilatos decide adelantarse al verdugo dándose muerte a sí mismo. Su cadáver es arrojado a los cenagales del Tíber, como manda la tradición con los suicidas. A raíz de ello, las tormentas, los granizos y demás inclemencias del tiempo se desatan sobre la ciudad.
De modo que el cadáver de Pilatos es llevado a Francia y arrojado a las aguas del Ródano, en cuya ribera, también se desatan los elementos.
Exhumado de allí, acaba en un lago suizo donde las desdichas que traen consigo los restos de Pilatos vuelven a reproducirse. Se llama entonces a un mago que tras pelear con el fantasma del gobernador llega a un acuerdo con él. En base al tratado, dejará en paz las tierras adyacentes a la laguna donde se pudren sus restos siempre y cuando dejen también en paz las aguas de su lago. Eso sí, todos los Viernes Santo sale a la superficie "vestido de colorado", frente a un tribunal. Quien lo llega a ver entonces se muere antes de que acabe el año.
Por más que en un contexto mágico todo sea posible, se antoja en verdad difícil que el fantasma pueda estar a la vez en la superficie del lago, en cuyo fondo se pudren sus restos, y en un tribunal. Podría ser, pero para ello, habría de estar mucho mejor -más largo y tendido- explicado. Me llama más la atención lo de referirse al color rojo como "colorado", como se hacía durante el franquismo.
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Hubo un tiempo en que Washington Irving era una de las primeras lecturas en inglés de los estudiantes españoles de la lengua de Shakespeare. Tengo la teoría de que, si pese a ser estadounidense se prefería a Irving por encima de cualquier otro autor inglés o británico ello era debido a sus Cuentos de la Alhambra. Ese tiempo fueron los años 60, en el último de los cuales se dieron a la estampa Los relatos más bellos del mundo, de Selecciones del Reader's Digest. Calculo que El gobernador y el escribano -La leyenda del gobernador y el escribano en el original- está incluido en esta selección por lo favorable que le era aquella época a su autor. Hoy por hoy, si hemos de hablar de un cuentista estadounidense, ése es, a todas luces, Edgar Allan Poe, "deidad y referencia de toda ficción diabólica" (H. P. Lovecraft).
Primera de las dos leyendas protagonizadas por el gobernador manco de la Alhambra, que suele corresponder al capítulo vigésimo séptimo de la edición completa de Los cuentos... su asunto gira en torno a la rivalidad entre el gobernador de la Alhambra -a la sazón esa suerte de reino taifa dentro de la ciudad, a la que el complejo monumental se da- y el "capitán general" de la comarca. Siendo la Alhambra un refugio de maleantes y gentes de malvivir, el gobernador decide inspeccionar todas las caravanas que salgan o entren en ella. Puestos a ello, los soldados del capitán general intentan detener a un cabo, que lleva una mula cargada de víveres a la guarnición de la Alhambra, cuando éste mata a uno de los soldados del gobernador.
Cuando el Manco tiene noticia de la detención de su subordinado, indignado por la ofensa que supone a su pabellón, intenta liberarle. Mas el gobernador no sólo no se aviene a sus razones, sino que condena al cabo a muerte. El infeliz ya está en capilla cuando el gobernador de la Alhambra se las arregla para salir a Granada y secuestrar allí al escribano que le estaba leyendo el pliego de cargos contra el cabo. Con el notario a buen recaudo en un calabozo de la Alhambra, el gobernador propone un intercambio de prisioneros al capitán general. Este último sólo acepta el trato cuando la mujer del escribano le hace ver que el gobernador es muy capaz de cumplir su amenaza y libera al cabo. Cuando el notario recupera su libertad, su pelo ha encanecido como si "hubiera sentido realmente en su cuello el contacto de la cuerda fatal".
Todo parece indicar que el propósito del autor se encontraba entre el costumbrismo y la pincelada sobre el empecinamiento del carácter español. A mí, lo que el texto me ha hecho ver ha sido el carácter de ciudad independiente dentro de Granada que bien pudo tener en tiempos remotos ese complejo palaciego -hoy monumental- que fue la Alhambra.
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Richberta se anuncia como una leyenda holandesa íntimamente ligada a la eterna lucha de aquel país por ganarle terreno al mar. Su trama nos remonta "seiscientos años largos", a la ciudad de Stavoren. El que hoy es un municipio más de la provincia de Frisia, en los Países Bajos, era entonces un puerto próspero y floreciente, donde los ricos eran más numerosos que los pobres.
Entre los acaudalados destacaba Richberta, una naviera de cuya opulencia se hablaba en todos los mares. Halagada con dichas habladurías, en cierta ocasión, la naviera invita a su mesa a un viajero vestido a la usanza oriental. El convidado se deshace en elogios ante los manjares que le sirven, aunque echa en falta uno. Siendo el caso que se marcha sin decir cuál es, la naviera, aguijoneada por aquello que le falta, ordena que vayan a buscarlo sin saber de qué se trata.
Y es entonces cuando el procedimiento habitual de las fábulas, las consejas y demás manifestaciones de esta índole -el sentido alegórico- se pone en marcha. Lo que falta en su mesa no es otra cosa que el pan. Los marineros de Richberta se dan cuenta de ello cuando, tras varios días de navegación, el que llevaban comienza a pudrirse y advierten lo mal que saben sin él tanto el resto de los alimentos como el vino.
Así pues, decidieron deshacerse de todas sus viandas y cargar sus bodegas con trigo. Cuando regresaron a Stavoren y Richberta supo del cargamento que le traían sus barcos, ordenó tirar todo el trigo al mar ante el estupor de los vecinos. Y fue que entonces, los granos de trigo "se fundieron al limo del fondo" y no tardaron en florecer espigas que entorpecieron la entrada de los barcos.
Stavoren cayó así en el olvido antes de que el mar se la acabase por tragar. A buen seguro que hace alusión a esta leyenda la Dama de Stavoren, una escultura que se alza en la bahía del lugar.
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Li Fu-yen fue un cuentista chino del siglo IX de nuestra era. Su pieza, El pescado, ha venido a demostrarme cuánto dejan que desear estos relatos más bellos del mundo por más que el tocho que los reúne esté siendo toda una conquista en mi experiencia como lector. Así, a una antología de cuentos Kang[i], vertida a nuestro idioma por la traductora hispano-china Marcela de Juan, se le dice "importada" en lugar de traducida. Por no hablar de ese guion que sobra entre las dos primeras palabras del nombre del autor y la petulancia con la que el traductor anónimo se jacta de haber hecho una redacción personal de la traducción. Me quedaré, no obstante, con el personaje de Marcela de Juan, cuya vida merecería ser biografiada. Eso es lo que me ha descubierto esta pieza.
Por lo demás, el cuento nos refiere la experiencia de Sié-Wei, secretario de una subprefectura de la provincia de Tchu-Tchéu, quien, tras haber guardado una semana de cama, cae en coma. Luego de permanecer en este estado durante veinte días, apenas vuelve en sí, refiere a sus "camaradas" la experiencia onírica que acaba de vivir. En ella, vista la gracia con que nadan los peces en el río, quiso ser uno de ellos. Al punto se vio convertido en una carpa gigante. Pescado por sus compañeros de la subprefectura, despertó cuando estaba a punto de ser comido por ellos.
[1] Autor del llamado Decamerón negro, texto que recogía diversas leyendas africanas, a buen seguro esta de Dan-Auta traída al español por Ortega y Gassset.
He creído entender, tras buscar no sin cierto esfuerzo la debida documentación por internet, que los Kang fueron un género en el que el sueño es una metáfora de la vida[i]
Publicado el 17 de febrero de 2020 a las 12:00.