Lefranc de los Alpes a Venecia
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Lefranc, "El misterio Borg", de Jacques Martin
El destino ha querido que El misterio Borg (1964), tercera entrega de las aventuras de Guy Lefranc, toque muy de cerca al gran drama de nuestro tiempo. En esta ocasión, el arma con la que el pérfido Axel Borg planea doblegar al mundo entero, so pena de que algún gobierno le page clásica y desorbitada cantidad en oro, es una bacteria creada en un laboratorio -esta vez sí- llamada el "súpervirus". Borg se ha hecho con la nefasta fórmula después de que la robase un tal Dante Fosca, el ayudante de su creador, luego de que éste muriese en un accidente. Para demostrar su poder, el supervillano ha desatado en Steinberg -un pequeño pueblo de los Alpes suizos que ha quedado en cuarentena- una epidemia, semejante al tifus. Lefranc, que ha subido hasta aquellas alturas para participar en un critérium de esquí entre periodistas -y lo ha hecho además en unas primeras viñetas espléndidas- se ve arrastrado a su nueva aventura.
Está claro, pese a los cincuenta y seis años pasados desde que aparecieron las primeras planchas de El misterio Borg -como tantas otras series, hoy clásicas de la bande designée, originalmente, fue publicado por entregas semanales en la revista Tintín- esta tercera aventura de Lefranc está de rabiosa actualidad en estos tiempos del coronavirus. Sin embargo, no es ni esta anécdota ni el argumento -que ciertamente se me había olvidado por completo en los treinta y cuatro años transcurridos entre mi primera lectura del álbum y esta segunda-, lo que me interesa contar. Prefiero verificar el paso del tiempo en la etiqueta de la librería donde lo compré -El aventurero-, aún pegada en las primeras guardas del álbum. Abierta en los números 15 y 17 de la calle de Toledo, siempre era un placer entrar en ella y curiosear entre sus novedades. Como todo lo bueno de mi época, hace más de un par de décadas que cerró.
Vengo asimismo a constatar algunos aspectos de los personajes no descubiertos con anterioridad. Así, leyendo la abundante documentación francesa sobre estas páginas colgada en la Red, he de convenir con mis predecesores en este feliz trabajo de comentarlas, que Lefranc no es sólo un trasunto evolucionado de Tintín, también lo es, y mucho más, de Alix, el primer gran personaje de Jacques Martin. Al parecer, fueron los responsables de la revista Tintín -no sé si Hergé exactamente- quienes sugirieron a Martín que Lefranc y Jeanjean fuesen ese trasunto meridiano de Alix y Enak que son.
En cuanto a la villanía de Borg, más allá de las concomitancias que registra con el doctor Müller de las aventuras de Tintín, hay ciertos aspectos que me recuerdan a otros grandes malotes de la ficción en su concepto más amplio. En efecto, hay algo en Borg de los grandes enemigos de James Bond. Amén de sus ultimátum globales, cabe destacar esos finales apocalípticos de las dos entregas anteriores -La gran amenaza (1954) y Huracán de fuego (1961)- en que los esbirros de Borg se enfrentan a las fuerzas armadas en una auténtica batalla campal muy parecida a las secuencias finales de las primeras películas de James Bond, las únicas de mi interés.
No hay duda de que este último aspecto es totalmente subjetivo. Hay que destacar que la primera novela de James Bond publicada por Ian Fleming, Casino Royale, data de 1953. Es decir, cuando Martin comenzó a publicar las primeras planchas de Lefranc en Tintín y no es muy probable que el historietista leyera a Fleming.
Si lo es que diese cuenta de las aventuras de Fantomas, el supervillano del folletín francés creado por Marcel Allain y Pierre Souvestre. Desde luego, ese don de Borg para el disfraz es parangonable al de Fantomas. En El misterio Borg queda patente en la segunda parte del álbum, cuando el malote logra huir de Suiza y refugiarse en su palacio veneciano, donde se le conoce como el marqués Torre Monte di Feria. Pasa así el lector de las viñetas ambientadas en las nieves suizas a las localizadas en los canales de la ciudad de los dogos, segundo escenario del asunto.
Esta de Jacques Martin sí que es una Venecia reproducida con fidelidad, y no esa que nos propone Hugo Pratt en la Fábula de Venecia (1977) el conocido episodio de Corto Maltés. Será que no los entiendo, pero a mí los dibujos de Pratt, con su célebre economía de trazos, siempre me han parecido poco más que esbozos. Que me perdonen los lectores del italiano. Lo mío es la bande designée, la Línea Clara, Jacques Martin, cuyo arte, al servicio de Lefranc, alcanza en El misterio Borg su máxima expresión. Lástima que fuera esta la última aventura dibujada por él. Su genio está en sazón. Con posterioridad se limitó a escribir los guiones. Pero, en lo que a su maestría se refiere, El misterio Borg es comparable a La triara de Oribal (1958) y Las legiones perdidas (1965), mis dos entregas favoritas de Alix. Una vez más, sólo resta decir que todo ha sido dicha, todo epifanía en la relectura.
Publicado el 6 de julio de 2020 a las 18:00.