martes, 16 de abril de 2024 20:10 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Dos cintas de Javier Aguirre

Archivado en: Inéditos cine, dos cintas de Javier Aguirre

imagen

 

            Coincidí a menudo con el realizador Javier Aguirre en mis últimas tardes en la Filmoteca. Los dos nos sentábamos en la primera fila y asistimos a muchas proyecciones en las que apenas nos separaban un par de butacas, esas que a los misántropos nos gusta dejar siempre para no tener nunca a nadie cerca. Bien es cierto que no le conocí lo suficiente como para dar por sentada su misantropía -supongo que la mía será harto sabida para el lector de esta bitácora-, pero ese detalle por su parte le delataba. Lo llevaba tan a rajatabla que incluso cuando acudía a la sesión junto a su esposa, la actriz Esperanza Roy, ella se sentaba en otra fila.

            Era mentira eso que decía un profesor de guión que tuve hace cuarenta años acerca de que el cine es un espectáculo colectivo, que las comedias, si no oyes cómo se ríen los de al lado, hacen menos gracia. El cine fue un espectáculo colectivo, de eso no hay duda. Pero desde que las pantallas domésticas, privadas, se han impuesto sobre las públicas en el favor de los espectadores, el cine, ver una película por mejor decir, está empezando a ser un placer tan privado como la lectura. Es una pena, pero lo cierto es que la reapertura de las salas tras el confinamiento ha sido un fracaso absoluto. La recaudación no deja lugar a dudas: sólo un seis por ciento de lo que fue la taquilla del año pasado en estas mismas fechas.

            Esas veladas que hoy evoco, en las que coincidí con Javier Aguirre, fueron algunas de mis últimas tardes en la Filmoteca. El otro día hizo un año que no la visito, lo que no había pasado desde que comencé a frecuentarla con avidez, hace ya más de cuatro décadas. Si de entre todos los notables con los que coincidí en los miles de sesiones de la Filmoteca -Rafael Alberti la frecuentaba cuando estaba en el cine Príncipe Pío- recuerdo esas especialmente es porque, en cierto sentido, sintetizan un ciclo más amplio que esos cuarenta años aludidos. En efecto, considerando que Los chicos con la chicas (1967) -la cinta que Aguirre dirigió para promocionar a Los Bravos, en la estela de las que Richard Lester hacía para mayor gloria de The Beatles-, fue una de las películas que más me gustaron de las primeras que vi en mi remota infancia, y que aquellas sesiones en la Filmoteca en las que coincidí con el realizador cuentan entre las últimas veces que fui al cine -que "he ido", porque anhelo sinceramente volver-, casi puedo apuntar que Javier Aguirre está asociado al principio y al fin de mi experiencia en las salas cinematográficas.

            El pasado diciembre, cuando se publicó la noticia de su muerte, me hubiera gustado dedicarle uno de los obituarios que escribí durante tantos años. De haberlo hecho, hubiera ensalzado un par de cintas suyas: El gran amor del conde Drácula y El jorobado de la Morgue, dos películas de 1973 que, aún sin ser las mejores de su producción, para mí son las más entrañables.

            La filmografía de Aguirre fue muy semejante a la de muchos de los egresados de la antigua Escuela Oficial de Cine de Madrid. Su principal interés fue el cine de autor, en su caso experimental, expresado principalmente en una serie de cortometrajes realizada entre 1969 y 1970 -Fluctuaciones entrópicas, Espectro siete, Impulsos ópticos en progresión geométrica...- que reunió en una serie bajo el título genérico de Anticine. En 1972, incluso publicó un libro en la editorial Fundamentos en el que argumentaba aquella propuesta y la documentaba con textos de los más variados autores: Marcos Ricardo Barnatán, Cristóbal Halffter, Ignacio Gómez de Liaño...

            Aunque yo venga aquí a recordarle como el buen cinéfilo que fue merced a esas proyecciones de títulos de culto en la Filmoteca a las que asistía, a Javier Aguirre también cumple evocarle como a un consumado documentalista que, con la misma lucidez descubría a sus espectadores las nuevas perspectivas para los enfermos de poliomielitis -Canto a la esperanza (1963)-, que los pormenores de los avances con los que nuestro país fue superando la autarquía: Tercer plan de desarrollo económico y social (1972).

            En lo que a sus ficciones de largometraje respecta, es de suponer que Aguirre hubiera preferido que se le recordase por cintas como Carne apaleada (1978), sobre la existencia cotidiana en una cárcel de mujeres; Vida/Perra (1982), un monólogo de Juanita Narboni -uno de los grandes personajes de Esperanza Roy-, que en realidad es un soliloquio con los fantasmas de su pasado; o La monja alférez, sobre la singular experiencia de Catalina Erauso, la novicia que acabaría destacando en varios hechos de armas en la América española. Al menos, éstas son algunas de las películas en las que Aguirre demostró una voluntad de estilo. Nada que ver con la comercialidad que marcó sus vehículos al servicio de Tony Leblanc -Los que tocan el piano (1968), Una vez al año ser hippy no hace daño (1969), El astronauta (1970)-, el grupo musical Parchís o la gruesa gracia de Martes y Trece.

Imagen

            Con todo, yo recuerdo al finado por El gran amor del conde Drácula y El jorobado de la morgue, que, si hubiera que dividir su filmografía en dos, figurarían entre las cintas comerciales antes que entre las que obedecieron a una voluntad de estilo. Se impone recordar, por aquello de la comercialidad, que del fantaterror siempre se rodaban los versiones. La destinada a la distribución extranjera también podía ser considerada como aquellas nudies, habida cuenta de la prodigalidad con que se mostraban los desnudos de las actrices; la destinada a la cartelera española, era más parca en estos menesteres. Jorge Grau, o Jordi, dependiendo del título y del año, autor en cualquier caso de una de las obras maestras del género, Ceremonia sangrienta (1973), hablaba de ese amor que se descubre más allá del sexo. Por un mecanismo semejante, ahora que aquellos cuerpos gloriosos que mostraba el fantaterror estarán tan viejos y desvencijados como el mío, no me canso de rendirme a lo entrañable que me resulta cuanto a este género se refiere.

            Más que por su calidad, si estimo tanto el fantaterror, tan popular en mi adolescencia, es por cuanto tiene de representativo de aquellas tardes remotas en que ir al cine era la maravilla de los sábados. Siendo el caso de que las últimas veces que fui al cine coincidí con Javier Aguirre, ahora, que hace más tiempo que nunca que no voy a ninguna sala para ver mi cinta diaria, le doy vueltas a cómo, más o menos tangencialmente, el ya desaparecido cinéfilo y cineasta abre y cierra lo que más me ha gustado hacer en la vida: ir al cine a ver una película.

            Ante este panorama, dándole vueltas a esa feliz concatenación que se da en el cine de terror, en la que se suceden el gótico italiano de los primeros años 60, el fantastique británico de toda aquella década y, ya al final de la siguiente, el fantaterror patrio, los títulos de este último a los que me he ido han sido El gran amor... y El jorobado...

            Coescritas ambas por el propio Aguirre, Alberto S Insúa -uno de sus libretistas habituales-, y Jacinto Molina -que, como todos sabemos, era el verdadero nombre de Paul Naschy, protagonista de los dos títulos- la primera -junto a El conde Drácula (1970) de Jesús Franco- está considerada uno de los mejores Drácula autóctonos. Del Drácula original tiene poco más que la referencia a Borgo Pass, donde empiezan los dominios del conde en la novela de Stoker y en sus adaptaciones tradicionales. Sin embargo, el asunto del filme abunda en esa comunión con las claves del género, canónica para cuantos se acercan a él con el entusiasmo de la afición.

            Ese mismo impulso es el que inspira la variación correspondiente. Me explico: aquí la chica, el gran amor del conde, Karen (Haydée Politoff) es la que sobrevive -y va a perderse por Borgo Pass. Desfiladero transilvano, en la linde de Rumanía y Hungría, que Aguirre localiza en la Sierra de Guadarrama con las mismas que el templete de los jardines de la residencia del doctor Wendell Marlow -identidad de este singular Drácula cuando no ejerce de vampiro- no es otro que el de los jardines de El Capricho, de la Alameda de Osuna.

            Y ya siguiendo con estas amenidades, en el palacio de los duques de Osuna, al que pertenece El Capricho, en el 71, el gran Gordon Hessler situó la casa de Mrs. Charron (Lili Palmer) de su Asesinatos en la calle Morgue. Sí señor, el fantaterror no solo es entrañable por su capacidad para devolverme a aquellas tardes en que era la mitad de esos programas dobles, la maravilla de los sábados, también por la frecuencia con la que retrata, desde una perspectiva fantástica, algunos escenarios de mi vida: los del Capricho son los jardines favoritos de mi esposa y durante años los visité todos los veranos -en invierno creo que no abren- junto a ella.

            Siempre he tenido la idea de que Erich Rohmer se empezó a distribuir en España en el circuito de la versión original de los años 80. Sin embargo, la presencia de Haydée Politoff encabezando el reparto, como también hizo en Las secretas intenciones (Antonio Eceiza, 1970), me lleva a pensar que La coleccionista, el espléndido filme en el que Rohmer, en 1967, dio a conocer a Haydée internacionalmente, también conoció distribución española. Desde luego, ejerció una influencia considerable entre los nuevos cineastas españoles de los 60 y 70. Mijanou Bardot -la hermana de Brigitte y otra de las chicas de La coleccionista-, protagonizó para Jacinto Esteva Después del diluvio (1968) y cabe pensar que este realizador catalán -uno de los más dotados de la Escuela de Barcelona- también reparó en Mijanou cuando la joven trabajaba a las órdenes del gran Rohmer.

            Lo que sí está claro es que la austriaca María Perschy, antigua colaboradora de Howard Hawks en Su juego favorito (1964) residió una buena parte de los 70 en España. Ya en la decadencia de su carrera, como era frecuente entre los actores internacionales habituales en los repartos del spaghetti western se instaló en la España de las coproducciones internacionales. Su exquisito encanto llamó especialmente la atención del fantaterror. Así, sin olvidar en ningún momento que hablamos de películas más entrañables que buenas, María Perschy animó los repartos de El buque maldito (1974), última entrega de la trilogía de los templarios de Amando de Ossorio o Exorcismo (Juan Bosch, 1974). Ya en la linde del giallo español, pudimos verla en El espectro del terror (José María Elorrieta, 1973) y en Los ojos azules de la muñeca rota (Carlos Aured, 1974).

Imagen

            Otra de las chicas habituales del fantaterror patrio fue María Elena Arpón, inolvidable en su creación de Virginia White en La noche del terror ciego (1972), primera entrega del tríptico de los templarios de Ossorio. Aquí incorpora a Ilse, el gran amor de Gotho, el jorobado recreado por Naschy. Lástima que el personaje de María Elena muera tan pronto. Como en casi todas las cintas donde tuvimos la suerte de admirarla, por otro lado. Eso sí, el amor que hace nacer en Gotho -quien a su vez se encuentra a mitad de camino entre el Igor que asiste a Frankenstein y el Quasimodo de Nuestra señora de París (Victor Hugo, 1831), que tanto y tan buen cine ha inspirado desde la imagen silente- será el punto de partida del argumento.

            Gotho precisamente es la mayor comunión con el género, en su concepción más amplia, todo el cine de miedo no sólo el fantaterror. Como en la narrativa gótica española, que básicamente es la prosa de los poetas románticos -Bécquer, Zorrilla...- en el fondo del asunto subyace una pulsión amorosa. Gotho comienza a robar cadáveres para el doctor Orla (Alberto Dalbés), el clásico mad doctor, en la idea de que Orla va a devolver la vida a Ilse, la única que nunca se rio de su joroba. Sin embargo, Orla está creando una abominación próxima a los primigenios del Necronomicón, el grimorio de Abdul Alhazred, el árabe loco del que nos habla Lovecraft.

            Sorprende que Elke (Rossana Yanni), la encargada del manicomio, acabe amando a Gotho pese a que él sostenga que sólo amó a Ilse. Hay momentos en que tanta comunión con las claves del género se confunden. Es sólo fantaterror, pero a mí me gusta. Solo por eso su realizador merece todos mis respetos. Sí, Aguirre bien puede sintetizar el principio y el fin de mi experiencia en lo que fue ir al cine a ver una película.

 

Publicado el 20 de julio de 2020 a las 18:15.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD