Volver a "1984" (III)
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Distopías, 1984, George Orwell

Atendiendo a la estructura clásica de las novelas -planteamiento, nudo y desenlace-, el planteamiento de 1984 se extiende a lo largo de los siete primeros capítulos. En ellos se da noticia de la existencia de Winston Smith, un miembro del Socing -acrónimo del Socialismo Inglés, nombre del infausto partido estalinista que tiraniza la Oceanía de Orwell-. Íntimamente, este censor al dictado del Socing, comienza a tomar conciencia del carácter de un estado que le obliga a reescribir constantemente los hechos que han de ser los mimbres -es decir los datos dignos de constar en los anales- de la Historia. Siempre al dictado de los intereses de un Partido que incluso le prohíbe amar a Julia.
El capítulo 8 (pág. 163) puede entenderse como el comienzo del nudo. En él se nos cuenta cómo O’Brien les recibe en su espléndida casa. O’Brien es un miembro del Partido Interior que se ha fijado en Smith. Éste y Julia le creen un dirigente de la Hermandad, aunque vive como vivían los integrantes del politburó soviético: tiene hasta un mayordomo a quien también hace pasar por miembro de la Hermandad. Es ésta la supuesta sedición, organizada contra la tiranía por Emmanuel Goldstein, su líder, un trasunto de Trotski, el enemigo del pueblo a decir del Socing.
Más que a la elite dirigente del Socing -volviendo a O’Brien- el futuro torturador de Smith, quizás por eso, se me antoja un jefe de la checa. En cualquier caso, O’Brien es uno de esos superiores con la potestad de apagar la telepantalla durante quince minutos. En ese espacio de tiempo, finge ser un verdadero rebelde. Cuando les advierte de los riesgos que se asumen al entrar en la Hermandad (pág. 168) les dice que ésta, cuando el Estado les descubra -y les asegura que será así-, lo único que hará por ellos será pasarles una cuchilla para que se corten las venas entre las sesiones de tortura a las que les someterán. Y eso, en el mejor de los casos.
“Debéis acostumbraros a vivir sin resultados y sin esperanza” (pág. 171), les advierte O’Brien mientras les comenta lo que les aguarda. Supongo que los riesgos que se le anuncian a Smith y Julia -toda la mecánica de la clandestinidad- no distan mucho de los que corrían los militantes antifranquistas en la España de mi adolescencia. Sin embargo, al igual que hace aquí la pareja de Orwell, aquellos de mi época los asumían con estoicismo. “Contra Franco vivíamos mejor”, aún comentan con esa guasa inquietante de las verdades que, para que asusten menos, se dicen en tono de broma. Para aquellos militantes antifranquistas que ahora añoran la represión franquista, quienes también contaban con el suplicio porque sabían perfectamente a lo que se exponían antes de empezar a militar, la tortura era toda una liturgia. Como a los enajenados por cualquier otra causa, les convertía en mártires de su revolución.
Pero no hay duda de que Orwell no se refiere a los peligros que corrían los militantes comunistas en los países donde el comunismo estaba perseguido en 1948, año de la redacción del texto. Lo que alude es a la brutal represión que los comunistas ortodoxos españoles, en aquel tiempo los más estalinistas del mundo -recuérdese que cuando a Stalin le hace falta un asesino para acabar con Trotski lo encuentra en un militante del PCE, Ramón Mercader, ofrecido al Zar rojo por su propia madre- acabaron con los trotskistas del POUM y dejaron maltrecho al movimiento libertario en los sucesos del mayo barcelonés de 1937. El propio Orwell, en aquellos días combatiente en la milicia trotskista, estuvo a punto de ser asesinado por lo sicarios de Negrín, el títere de Stalin en la presidencia del último gabinete de la II república española.
La entrega a la Hermandad -volviendo a nuestra pareja- consiste en estar dispuesto a darlo todo -también la vida, por supuesto, y el amor que dicen profesarse, a cambio de nada. Aun así, Winston Smith se toma tan en serio el adoctrinamiento que comienza a leer el libro de Goldstein. Teoría y práctica del colectivismo oligárquico, el texto de ese antiguo disidente del Socing que es Goldstein -el antagonista del Gran Hermano, ya que ambos son dos mitos opuestos que cruzan el relato- en que se basa la sedición.
Introducidas las páginas de Goldstein en el cuerpo de la novela a modo de esa lectura de Smith, en sus primeros capítulos constituye la mejor descripción de ese infierno estalinista en el que se nos está introduciendo. Tanto es así que los títulos de dichas secciones -La ignorancia es fuerza (Cap. I), La guerra es paz (Cap. III)- reproducen esas máximas que a los infelices habitantes de la distopía estalinista se les repiten tanto como a nosotros, lectores del texto, y, por extensión, a los espectadores de la versión fílmica de Michael Radford.
Aunque en ninguna de las adaptaciones cinematográficas suele hablarse de esa Teoría y práctica del colectivismo oligárquico, es en sus páginas donde se explica toda la mística de la Oceanía que tiene en su Franja Aérea 1 un país otrora “conocido como Inglaterra o Britania”. La capital sigue siendo Londres. Al cabo, esto era una fantasía del porvenir en ese 1948 en que concibió su texto Orwell. Su Londres ya se ha quedado atrás, según el curso del tiempo. No obstante, lo cual, en lo que a la España de este infausto 2023 se refiere, parece convertirse en cierto dadas las concomitancias existentes entre la neolengua orwelliana y las majaderías sobre el lenguaje que tienen a bien soltar desde ese ministerio que, aun sin ser el del amor como aquel donde se tortura en el Londres de Orwell, sí que se nos pretende enseñar cómo debemos amarnos unos a otros.
Pero hoy son las páginas de Orwell las que me ocupan. Con esa mística de Oceanía, referida a través del texto de Goldstein, alcanzan el capítulo 9. Avanzando en su paginado, hay asuntos que tocan tan de cerca a la escena política de nuestros días, desde la que se reivindica a personajes tan execrables como Negrín y se homenajea a los responsables de la represión comunista al trotskismo y al movimiento libertario, que asustan. Así, avanzando en el texto, en la pág. 185 leemos: “Los dos objetivos del partido son: conquistar toda la superficie terrestre y destruir para siempre cualquier posibilidad de pensamiento independiente”. Y aún más adelante, el autor abunda en esa idea de que el comunismo ortodoxo -el estalinismo, aquí representado por el Socing- es el enemigo -y acaso incluso el creador- de la Hermandad, el comunismo heterodoxo, el trotskismo.
“El socialismo, una teoría que apareció a principios del siglo XIX y que fue el último eslabón de una cadena de pensamiento que se remontaba a las rebeliones de los esclavos de la Antigüedad, estaba muy contaminado por las utopías del pasado. Pero cada variante del Socialismo que apareció desde 1900 en adelante, fue abandonando cada vez más abiertamente el objetivo de establecer la igualdad y la libertad. Los nuevos movimientos, que aparecieron a mediados del siglo XX, el Socing en Oceanía, el Neobolchevismo en Eurasia y lo que se llamaba Adoración de la Muerte en Asia Oriental ,siempre tuvieron la finalidad consciente de perpetuar la opresión y la desigualdad” (pág. 195).
Orwell, que como trotskista se siente traicionado por el cariz que ha ido tomando la revolución soviética, se anticipa en cuarenta años a lo que muy probablemente advirtió Gorbachov y cuantos miembros del politburó, de buena voluntad, le apoyaron en 1990 en el desmantelamiento de la URSS, y, por ende, de sus países satélites: el comunismo -el Socing en 1984- ha conseguido implantar la desigualdad económica permanente y todo un universo de terror a su alrededor para seguir manteniéndola.
(continuará)
Publicado el 23 de mayo de 2023 a las 04:45.








