jueves, 28 de marzo de 2024 15:32 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Sobre "Tintín divertimento de escritores"

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Tintín divertimento de escritores" VV.AA.

imagen

 

Esa celebración del 70 aniversario del rey de Bélgica, que tan negativamente me llamó la atención en la primera lectura de la contraportada de este libro y que junto a los 75 años de la creación de las aventuras de Tintín inspira estas páginas, no es más que una minucia que apenas se hace notar en las tramas argumentales de las piezas aquí reunidas. Lo verdaderamente triste es el bajo nivel de la creación literaria de los textos en cuestión. Salvo una o dos excepciones, los personajes de Hergé, casi siempre trasladados a la Bruselas actual, no merecen por parte de los autores un verdadero afán creativo. Muy por el contrario, los protagonistas de las aventuras de Tintín -en la mayoría de las casos- son transportados, según sus características, al aquí y al ahora sin más miramientos.

Los desaparecidos de itinerario real, la pieza que abre el volumen es harto representativa de su baja calidad. Los esfumados en cuestión no son otros que Carreidas, el rey Ottokar, el profesor Tornasol y demás habituales de las entrañables páginas de Hergé, invitados a una recepción del rey con motivo de su 70 aniversario. Se sospecha de Rastapópulos, "que el día anterior se había evadido de Saint-Gilles", escribe Jean-Claude Bologne, el desatinado autor. Al hacerlo pasa por alto que en Vuelo 714 para Sydney, Rastapópulos -junto a Allan y el resto de sus secuaces- son secuestrados por los extraterrestres y llevados fuera del planeta.

Creo entender que las desapariciones se han debido a que los personajes han cambiado su sangre de tinta por la sangre real. El capitán y Tintín son las únicas excepciones; el Yeti, el más esperado. No en vano, la llegada del Abominable hombre de las nieves será la prueba de su existencia, desde siempre uno de los grandes misterios del Tíbet. Pero cuando la carroza que lleva al Yeti a palacio se abre, ést resulta estar vacía.

Es entonces cuando Sherlock Holmes entra en acción mediante su más célebre afirmación, un "Elemental, querido Watson", a la que se supone que le responde uno de los Hernández[1] con su igualmente clásico: "Yo aún diría más", que en esta ocasión va seguido de un "elemental, querido Holmes". Las sospechas recaen sobre Tarkey, el sherpa.

A continuación se nos habla de ciertas galerías subterráneas, que unen entre sí todos los libros y discurren en paralelo a la memoria colectiva. Holmes, tras más de "un siglo de peregrinaciones interlibrescas" -en el que ha tenido tiempo para mantener un romance con la prima Bette, con la que se cruza en casa de la duquesa de Guermantes, y ha sido retado a un duelo por Cyrano a consecuencia de un juego de palabras- es todo un experto en moverse por ellas. De ahí que sea él quien conduce la narración.

Finalmente, en un intercambio de palabras entre Holmes y Tarkey se nos explica el asunto: los héroes de cómic -que hasta la fecha habían oscilado entre la pureza al medio de Tarkey y el mercantilismo de Mickey Mouse, quien ha inspirado un mayor merchandising- han decidido convertirse en personajes de carne y hueso con motivo de la recepción real. Cuando el Yeti, un mito ya del Tíbet antes de serlo en las viñetas de Hergé, también decide dar el salto a la realidad, Tarkey comienza a devolverlos a todos a las páginas de los álbumes a los que pertenecen.

***

Tintín en la publicidad, de Koen Peeters se me antoja mucho más ocurrente. No hay duda de que esta es una de esas dos o tres piezas que son la honrosa excepción a esa falta de auténtico vigor creativo que es aquí regla. Tintín se debate ante el problema de hacerse adulto. Como no podía ser de otra manera, el primer paso para alcanzar la madurez consiste en quitarse el tupé. Tras intentar abatirlo frente al espejo, vende todos sus tebeos mientras piensa, muy acertadamente, que "las mujeres no están dotadas de cromosomas que las hagan sensibles a la ambivalencia, al infantilismo y al librismo de los tebeos". Apenas se ha deshecho de sus cómics de coleccionista, el mechón se vuelve a erguir. Así las cosas, el infatigable reportero no le queda más remedio que cortárselo. Con su nuevo aspecto, que le hace sentirse como "un borracho al que se le ha quitado de golpe la borrachera", Tintín se dispone a dejar de ser periodista y a presentarse en busca de un nuevo trabajo en la agencia de publicidad Mondass. La empresa no es otra que la antigua compañía de seguros de Serafín Latón[2], ahora reconvertida a la publicidad. Entre los eslóganes publicitarios que muestran los folletos de la casa, llama especialmente la atención el que repite aquel de 7 a 77 años que fue lema de las aventuras del ahora antiguo reportero del Petit Vingtième.

Sigue un paseo por Bruselas en el que Serafín da a su nuevo ayudante unos consejos sobre el oficio y Tintín reflexiona con acierto sobre el papel que juega el sexo en la publicidad y en nuestra sociedad, al igual que en algunas otras paradojas de nuestro tiempo. Pero lo que le verdad le agobia es el tener que hacerse adulto. No acaba de decidirse a ello.

Finalmente, ya estando en un bar, el Infatigable sale a tomar el fresco a un parque que hay alrededor y desde allí observa cómo Latón aborda a una rubia que "viste una camiseta blanca que proclama alegremente todo lo que contiene". Esa misma mujer sale del bar y se acerca a Tintín para pedirle que la hable porque un tipo -esto es Latón- la está molestando."No quiero hacerme adulto", confiesa entonces el Valiente mientras siente como en su frente, su mechón vuelve a erguirse con vigor.

***

Algunos autores señalan que personajes como Bohlwinkel, el villano de La estrella misteriosa -caricatura de un financiero hebreo- y otros malos de la serie -claros trasuntos de diversos prototipos de judíos- dejan constancia del antisemitismo de Hergé. A esa supuesta fobia viene a aludir Alain Berenboom en su Milú entre los judíos. Aquí se nos refiere cómo Milú, en la Bruselas de 1947, se pierde en una sinagoga. La Segunda Guerra Mundial acaba de terminar y Tintín de regresar de su aventura en el País del Oro Negro. Es decir, acaba de ser testigo de algunos detalles del nacimiento del estado de Israel. Tras recordar los padecimientos del más fiel de sus camaradas en el Congo, en la India y el Perú -"ese valiente chucho bruselense había tenido siempre la habilidad de atraer a los fanáticos de cualquier pelaje", escribe Berenboom-, el reportero del Petit Vingtième decide entrar a la sinagoga en busca del mejor de sus compañeros. Pero cuando llama a la puerta, nadie contesta.

Finalmente, cuando los Hernández anuncian que no pueden entrar sin una orden judicial, la puerta del templo se abre y es el mismo Simón Bohlwinkel que se asoma. Tintín corre con tanta ansiedad hacia el umbral que tropieza con el financiero, cayendo ambos al suelo como se hace en las viñetas de Hergé.

Ya dentro del templo, mientras los antiguos antagonistas dan cuenta de un menú típicamente judío, Tintín refiere su reciente experiencia en Palestina, lo que da pie al autor a hacer todo un alegato sobre la tolerancia. Aún confraternizan cuando el capitán irrumpe en la sinagoga acompañado por las tripulaciones del Sirius, el Aurora y "unos cuantos incondicionales del Karaboudjan". La violencia de la entrada es tanta que Bohlwinkel la compara con las puestas en marcha durante la guerra por las milicias antisemitas. Más tarde, pero aún dentro del tumulto, llegan Serafín Latón y los Fernández. Aclaradas las cosas, todos acaban comiendo en hermandad.

***

La puerta real, de Francis Dannemark, es otra de las piezas que merecen la pena. Aquí se trata de una tintinofilia en verdad interesante, la que se refiere a los coleccionistas de ediciones en lenguas extrañas de las aventuras. El narrador es un amigo de Paul Devienne, cuyo padre -Henri-, recientemente fallecido, fue un ebanista que intercambiaba esos álbumes de bocadillos exóticos con un tal Hossein. Fue éste un artista árabe que decoró las puertas de una casa que Devienne, reparó en cierta ocasión. Impresionado por el trabajo de su predecesor, se puso en contacto con él y la pasión por las puertas que sintieron ambos hizo el resto. Tanto ha sido así que, entre los papeles que ha dejado Henri Devienne, se encuentra un álbum en bernés que el narrador ha de llevar a Hossein. Éste no está en casa cuando nuestro hombre llama a su puerta y le deja el libro a una vecina.

Todo lo que precede nos es contado mientras -se nos descubre ahora- el narrador y Paul Devienne esperan a una tal Shirin, sobrina de Hossein. La chica les hace entrega de una edición de Tintín en el Congo en persa. El árabe también ha muerto y, aunque sabe que su amigo ebanista se ha ido antes que él, no quiere abandonar el rito que establecieron entre los dos.

Tres días después, Paul llama al narrador para anunciarle que ha encontrado la puerta pintada por Hossein en el almacén de su padre y le pide que se acerque hasta allí con Shirin. Cuando Paul y la muchacha se acercan a la puerta -cuyo dibujo representa a una pareja sentada en un jardín árabe- desaparecen en ella para convertirse en la pareja allí representada. Se cumple así una sentencia apuntada en un libro, según la cual "cualquier puerta fabricada según las reglas puede ir bien (...) se abrirá sola cuando llegue el momento".

***

Muerte de un héroe es el peor de todos los textos aquí reunidos. Su autora, Jacqueline Harpman fabula en torno al soberano de un país imaginario -Sinfónico XIV de Palindromia- de visita oficial en Bélgica en lo que me ha parecido un intento de evocar los países ficticios de Hergé. Entre ordinarieces como "Sinfónico XIV tiene que mear con la máxima urgencia" y siendo el caso de que "en aquellos tiempos de confusión, de los que ya casi no nos acordamos, el terrorismo hacía estragos por doquier", los Hernández son los encargados de organizar el cambio de los reyes por sus sosias en el cortejo que recorre las calles de Bruselas.

Ya en un nuevo escenario de este tostón, la Castafiore y Sinfónico XIV coinciden y se enamoran. Mientras tanto, Tintín, que no está al corriente de la sustitución en el cortejo, permanece ojo avizor y descubre que dos terroristas se disponen a arrojar sendas bombas al paso de la comitiva. Así las cosas traza un absurdo plan para que los asesinos se maten entre ellos, arrojándose uno a otro sus respectivas bombas. Pero la casualidad quiere que el infatigable reportero no tenga tiempo de huir y también muera en una de las explosiones.

***

Más interés despierta Los besos de la Castafiore de Jacques De Decker. En sus páginas, una Bianca envejecida evoca algunos episodios de la vida del Valiente, que también está mayor -prejubilado- aunque aún sigue conservando su aspecto de adolescente. El periodista está abatido y El ruiseñor milanés le devuelve la alegría de vivir. Tanto es así que, a la mañana siguiente, la Castafiore es testigo de cómo Tintín, a la carrera, hace dos veces el recorrido por el que discurre la comitiva real. Cuando el periodista regresa a la cervecería donde se ha encontrado con la cantante la noche anterior, la cantante le da unos besos a la manera en que las bellezas besan a los campeones ciclistas. A ellos son a los que alude el título del relato.

Un casco en la acera es, con diferencia, el mejor de los relatos aquí reunidos. Pieza en verdad emotiva, Xavier Hanotte, su autor, realiza una encomiable ficción partiendo de ese momento de Tintín en el país del oro negro en el que el infatigable reportero es escoltado por dos soldados escoceses sin que ello impida que, tras arrojar una bomba de humo a su paso, le secuestren los sionistas. El casco de uno de los soldados caído en la acera -en una de las viñetas que más me han llamado la atención de toda la serie- da pie a un brillante ejercicio nostálgico.

Uno de los dos soldados, Archie -el narrador-, visita Bruselas y cree reconocer el rostro de su compañero en aquel servicio -Harry, que también fue su camarada en los campos de batalla belgas durante la Primera Guerra Mundial- en una estatua que, al parecer, rinde tributo a los soldados británicos en Bruselas. Toda la exaltación anglófila que rezuma el relato encaja a la perfección con la anglofilia de Hergé

Mientras Archie evoca las horas en las que custodiaron a Tintín -para el escocés un "pequeño pelirrojo" con aires de jefe de boy-scouts-, Hanotte crea con maestría todo un episodio concerniente a los que vigilaron al reportero del Petit Vingtième. Entre rememoraciones de su compañero en aquel servicio en Haifa, la tintinofilia proporciona una materia literaria como no lo hace ni por asomo en ningún otro de los relatos. Virtud que se ve engrandada si consideramos que los escoceses, en el álbum, apenas aparecen en cuatro viñetas. En aquella ocasión, los soldados bebieron whisky -Loch Lomond, por supuesto, del que Milú dió cuenta a dos patas- en tanto que el valiente se inclinó por el agua mientras recordaba su borrachera de aguardiente de La oreja rota. Durante la velada, Tintín les dijo quién es y el motivo por el que se encontraba en el Speedol Star. Finalmente, el Valiente advierte a Archie sobre la posibilidad de los cómics para los que escribe le incluyan también a él.

Al recuperar la conciencia, después de haberla perdido con los gases de los sionistas, Harry había muerto. Unas inhalaciones anteriores de aquellos gases tóxicos, que fueron parte del arsenal de la Gran Guerra, habían dejado tocados sus pulmones y el desdichado no pudo resistir esta nueva intoxicación.

Ya licenciado e instalado en Australia, el recuerdo de Haifa y del caso en la acera sigue agobiando a Archie cuando un sobrino le hace llegar un ejemplar de Tintín en el país del oro negro. El álbum le decepciona al encontrar en él un Oriente Medio de fantasía, políticamente correcto. Dos años después, el mismo sobrino le remite una primera edición, aquella en la que aparece todo el episodio concerniente a Salomón Goldstein y los escoceses, y entonces sí, Archie se ve más reflejado allí que en la estatua de Bruselas. Tiene que abandonar la ciudad sin tiempo para acercarse por la calle del Labrador. Pero está seguro de que aquel pelirrojo sigue vivo.

***

Tras tanta excelencia, resulta en verdad triste la lectura de Döner Kebab, de Geert Van Istendael. Un joven turco -Hüseyin- llega a Bruselas y se hace cargo del ruinoso negocio de un compatriota, que restaura tras comprarle unos papeles pintados de Tintín a Oliveira da Figueira. Con el periodista decorando sus paredes, el Döner Kebab de Hüseyin, llamado Tintín y el turco, se convierte en el punto de reunión de los estudiantes. Todo marcha bien. Hüseyin se besa en la trastienda del negocio con su novia belga cuando el doctor Müller se presenta ante ellos como un representante de Tintín para reclamarle los derechos de explotación de la imagen del periodista. Hüseyin le echa violentamente de su casa tras lo que decide quitar de ella cuanto recuerda al periodista. Resumiendo, una solemne majadería sin mayor mérito que su apuesta por la integración de los emigrantes.

***

La vía real, de Régine Vandamme, es mucho más interesante. El Tintín que nos presenta esta autora se debate entre los muertos. Visita las tumbas de desconocidos en el cementerio, recuerda el óbito de Balduino y -lo que más me ha llamado la atención- un fragmento de La vida de artista, de Léo Ferré, que escucha en la radio despertador.

Durante un paseo por el cementerio, descubre la tumba de la señora Clairmont -la esposa del cineasta víctima de la primera de las bolas de cristal- y, al cabo de los años, reconoce que sintió por ella amor y decide marchar a la lamasería que conoció en el Tíbet. Los lamas aún recuerdan a aquel que llamaron "Corazón puro" y le acogen fraternalmente. Tintín ha encontrado la paz y el equilibrio cuando se emociona al recibir una carta del rey de Bélgica.

Leídas todas las piezas, no hay duda de que las mejores son las que se refieren al envejecimiento de Tintín -la del mechón, la de los escoceses, esta última- frente a las que quieren involucrar a los personajes y las situaciones de sus aventuras en cuestiones de la actualidad.

Igualmente, hay que dar noticia de las ilustraciones marginales, que reproducen -muy ampliados- fragmentos de las viñetas aludidas en el título.

Octubre 2005

 


[1] Aquí los Dupont en una de esas incorrecciones respecto a las primeras traducciones, tan habituales en las ediciones de la editorial Zendrera Zariquiey que nadie diría que Concepción Zendrera fuera una de las primeras traductoras al español de Tintín.

[2] Por esas constantes desconexiones entre las primeras traducciones españolas de las aventuras de Tintín y las de los títulos dedicados al periodista publicados por Zendrera Zariquiey, aquí, Serafín Latón es "¿Señor Lampista?" cuando Tintín le vuelve a ver y no recuerda su nombre, "Serafín bombilla", le corrige entonces el inefable vendedor de seguros.

Publicado el 27 de mayo de 2010 a las 09:30.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD