viernes, 19 de abril de 2024 11:54 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Sobre "Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural"

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural"

Foto Javier Memba

Extrañas formaciones conservadas en el Museo de la Bruja segoviano

            Acólito de Lovecraft sí, como de hecho demuestra el In Memoriam escrito por el outsider de Providence en 1936, tras la noticia del suicidio de Howard, que abre esta edición. Atento a la llamada de Cthulhu, menos. Antes que en la estela de Lovecraft, tal vez debamos considerar a Robert E. Howard en su propio universo, que no es otro que el de Conan, aunque para mí, tanto el original como sus adaptaciones a la pantalla y al tebeo, el bárbaro tiene un interés limitadísimo. Leídos, tras algunos años a la espera, Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural, esa es la primera conclusión que saco.

            En buena lógica abre la selección una de sus mejores piezas -En el bosque de Villefère- un acercamiento a la licantropía en verdad interesante. Al narrador le sorprende el anochecer en el lugar aludido en el título. Presa de los temores que le infunden las habladurías de los aldeanos, referentes a un lobo que allí merodea, y los ruidos que le rodean, le resulta tranquilizador que le salga al paso un hombre que canta con "extraño acento, casi bárbaro". Lleva una extraña máscara le cubre el rostro y se apellida Loup.

            En efecto, es el hombre lobo. Antes de asaltar al narrador, le comenta que quien mate a la bestia en su estado humano, arrastrará su maldición. Esas son las palabras que recuerda nuestro caminante después de haber dado muerte al licántropo en dichas circunstancias.

***

            Como todas las ficciones que atribuyen el misterio que refieren a una experiencia onírica, La serpiente del sueño me ha parecido una obra fallida por no satisfacer las expectativas que ella misma despierta. En este caso, la pesadilla es la que atormenta las noches de un tal Faming, quien sueña que habita en un bungalow de África en compañía de un sirviente hindú, todo un colono británico. Cuando el criado desaparece, Faming lo achaca a una monstruosidad reptante que ha dejado su rastro en las praderas próximas a la casa. Teme ser la siguiente víctima del descomunal reptil y ése precisamente es el destino que le aguarda en la vigilia.

            ***

            Como todos los autores, en Howard hay planteamientos, asuntos y prototipos recurrentes. La voz de El-Lil y El fuego de Asurbanipal son variaciones un mismo tema: la aventura de un intrépido anglosajón perdido en un recóndito lugar de África u Oriente.

            A Bill Kirby, el héroe de la primera de estas piezas, a quien le desespera el sonido del gong, le fue dado conocer una civilización olvidada por el tiempo mientras colaboraba con el profesor John Conrad, un entomólogo que dirige una expedición por Somalia. Habida cuenta del nombre de su protagonista y del asunto del relato, todo parece indicar que Howard fue un lector del Joseph Conrad de El corazón de las tinieblas.

            Abandonados por sus porteadores, en medio de la selva, Kirby propone guardar las últimas provisiones que les quedan para alcanzar la costa. Pero una voz, suave y melodiosa que hace imaginar civilizaciones de una "edad inmensa", cautiva a Conrad. Magnetizado por ese sonido, los dos blancos y Selim, un mestizo que no les ha abandonado, porque "el orgullo de su sangre blanca hizo que siguiera adelante" -el racismo de éstas y otras afirmaciones tan a lo Joseph Conrad es moneda común en estas páginas- se adentran en la jungla. Allí son capturados por una extraña tribu, que tras dar muerte a Selim les lleva a su reino, una ciudad pretérita que se alza en un valle rodeado de acantilados. Son los últimos representantes de la civilización sumeria.

            Ya cautivos, los exploradores son llevados ante El-Lil, la divinidad del lugar. Se trata de un gong que hace sonar un sacerdote con tanta maestría que resulta ser la voz que les magnetizó en la jungla. De cerca, los sonidos que emite son ensordecedores. Las palabras que se desprenden de ellos condenan a muerte a los dos intrusos. Están a punto de perecer, pero una joven nativa, enamorada de Conrad, les facilitará la huída dejando en ello su propia vida.

            ***

            Conrad -otro de los protagonistas frecuentes de la obra de Howard, como Conan o Solomon Kane- también es el protagonista de Los hijos de la noche. En esta ocasión, recibe en su estudio a cinco sabios hablando de las desviaciones de cierta raza alpina "separada del tronco ario original". Todos ellos son descendientes de los primeros pobladores de las islas británicas tan puros como le gustaban los alemanes a Hitler. Todos menos uno: Ketrick que pertenece a una rama galesa no tan excelsa como debiera. Como argumentos, Howard propone lo apuntado en algunos textos canónicos del género -La caída de la casa Usher, de Poe, El sello negro de Arthur Machen, la propia La llamada de Cthulhu, de Lovecrarft- y el apócrifo por antonomasia de los textos imaginarios incluidos en los relatos del outsider de Providence, Los cultos sin nombre de Von Junzt.

            Mientras Ketrick juega con una porra de sílex de las utilizadas por los primitivos británicos, golpea accidentalmente a O'Donnel, el narrador que, de resultas del golpe, es trasladado a esa prehistoria en torno a la cual gira la conversación en el estudio de Conrad. O'Donnel se acaba de salvar de una carnicería. Es la primera de esas matanzas prehistóricas tan caras a Howard que se consignan en estas páginas. Dichas masacres, que a la postre no son más que una exaltación de la brutalidad, una mitificación de la barbarie de los primitivos arios, siempre dispuestos a enloquecer con el aplastamiento de cráneos y la efusión de la sangre, ocupan un lugar en la obra del autor mucho mayor que el del terror. En esta ocasión los enemigos del clan de nuestro protagonista son un pueblo picto conocido como Los hijos de la noche. O'Donnel se llega hasta su poblado y empieza a matar enloquecido hasta que su sueño acaba. Una vez más, que todo haya sucedido durante una experiencia onírica, viene a desvirtuar un relato.

***

            No hace falta ser psicólogo para apuntar que esa fascinación con la fortaleza que muestra Howard obedece a su debilidad infantil en un estado como Texas. Los antiguos complejos surgidos entonces le llevaron a alumbrar bárbaros que aún se recuerdan y, según puede leerse en sus noticias biográficas, a practicar deportes que desarrollaron su musculatura. Los dioses de Bal-Sagoth incide en la mitificación de la brutalidad. Pero presenta una novedad -para el Howard de estas páginas, que no para la ficción belicosa- la admiración del luchador por su enemigo.

            Turlogh es un irlandés proscrito por su propio clan, lo que le ha llevado a convertirse en un forajido, que está preso en el barco de un sajón, Athelsane, a quien ha perdonado la vida en más una ocasión. Favor este último al que él ha correspondido haciendo lo mismo. Tras naufragar, los dos antagonistas arriban a la playa de una isla misteriosa. Se disponen a pelear cuando una hermosa joven de nombre inequívoco, Brunilda, corre hasta ellos huyendo de una bestia alada.

            La joven resulta ser la reina dela Isla de los Dioses, el tétrico lugar donde se encuentran. Como cabía esperar, los antagonistas y sin embargo amigos no dudarán en ayudar a Brunilda a recuperar su reino, en manos de Ska. Es éste un rey pelele de Gothan, el sumo sacerdote que tiraniza al país con la ayuda de Gol-goroth, un dios del mal despiadado y cruel. La muerte del dios y el rey, de cara al pueblo, volverán a legitimar a Brunilda en el trono.

            Pero Gothan desencadenará un nuevo dios del mal, un nuevo monstruo alado al que los dos paladines de Brunilda también dan muerte. Cuando la reina, enloquecida por su nuevo triunfo, maldice al ídolo que representa a Gol-goroth, se desploma encima de ella aplastándola. Los dos amigos caen entonces en desgracia y comienzan a ser perseguidos. Paralelamente, los "hombres rojos" de las islas colindantes se aprestan en la destrucción de la Isla de los Dioses. Turlogh y Athelsane consiguen escapar de la batalla haciéndose al mar, donde son recogidos por un barco español.

***

            Incluida en La llamada de Cthulhu (1969), la esplendida antología de Rafael Llopis para Alianza Editorial y en otros textos clásicos del género, La piedra negra es aquella en torno a la cual se desarrolla un culto tan siniestro como ancestral. El narrador llega al pueblo de las montañas de Hungría -Streigoicavar- en que se alza el monolito siguiendo las indicaciones de Von Junzt en su Cultos sin nombre y los pasos del poeta loco Justin Geoffrey, quien perdiera la razón a raíz de asistir a lo que sucede al pie de la enigmática pieza. Cuenta la leyenda que, en torno a ella, se desarrolla una siniestra liturgia el 24 de junio. Como la casualidad ha querido que en dicha fecha nuestro hombre se encuentre allí, llegadas las doce de la noche se acerca al claro del bosque donde se encuentra la Piedra Negra y, después de ser semihipnotizado por una música procedente de ella, asiste al siniestro aquelarre que se oficia a su alrededor.

     

       A la mañana siguiente, todo resulta haber sido una ilusión. Ahora bien, deducciones posteriores del narrador nos darán a entender que lo que él ha presenciado es un antiguo culto a un ser diabólico, cortado de cuajo por los turcos cuando pasaron a cuchillo a toda la población del lugar. Así pues, para mi sorpresa, los invasores musulmanes son presentados como una fuerza del bien. Lo que, además de por la eterna rivalidad entre el Islam y la cristiandad llama la atención porque, un buen número de las leyendas de vampiros, empezando por la Vlad Tepes -El Empalador rumano- tienen su origen en la crueldad que desplegaron los caudillos cristianos contra la brutalidad del imperio otomano. En cualquier caso, La Piedra Negra es el texto más en la estela de Lovecraft de la selección.

            ***

            Turlogh también es el protagonista de El hombre oscuro. Su nueva aventura empieza igual que Los dioses de Bal-Sagoth, con él en el mar. Sigue estando proscrito del Clan de na O'Brien. En esta ocasión la princesa que hay que salvar es una hermosa irlandesa que ha sido raptada por Thorfel el Bello, un rey danés que busca esposa. Para que el matrimonio sea según las leyes de Moira, la irlandesa, los vikingos también han secuestrado a un cura que habrá de celebrar el desposorio.

            Ya en persecución de los daneses, Turlogh recala en una isla donde se ha celebrado un combate entre otros vikingos y unos extraños hombres morenos. Entre los cadáveres de aquella lucha, el proscrito encuentra un extraño fetiche, el hombre oscuro del título. La extraña divinidad que representa será la que guíe a nuestro protagonista a la guarida de los raptores. Una vez allí, el héroe irlandés es testigo de cómo Moira, antes que desposar a Thorfel, prefiere quitarse la vida clavándose un cuchillo. Al verlo, Turlogh pronuncia el grito de guerra de su clan y pone en marcha una matanza con su hacha, mientras esquiva los mandobles de sus enemigos. Entran entonces en escena los adoradores de El hombre oscuro y sólo el cura es capaz de poner fin a tanta sangre.

***

            La cosa en el tejado es otro de los pocos textos lovecraftianos de esta selección. Y los es tanto que entre los apócrifos de rigor se cita al mismísimo Necronomicon. No obstante es en Los cultos sin nombre donde se da noticia de un extraño templo en la jungla de Honduras que guarda a una misteriosa momia, último sumo sacerdote de un culto precolombino. Se trata del Templo del Sapo y Von Junzt  también habla de una joya, guardada igualmente en el templo, que es la llave de algo.

            Tussmann, el tipo que se traslada hasta el misterioso lugar, es un investigador de lo oculto de "instintos mercenarios" según el narrador, su antagonista en temas esotéricos. Cuando regresa de su viaje a Honduras, tiene en su poder una extraña gema que parece guardar en su interior un sapo. En la cadena de la singular piedra se muestran unos jeroglíficos semejantes a los que presenta la Piedra Negra. El recién llegado se arrepiente entonces de no haber cerrado la cripta y de no haber leído con la atención que requería el tema Los cultos sin nombre antes de aventurarse en el Templo del sapo. En sus páginas, Von Junzt explica que el lugar no guarda ese tesoro que ha llevado hasta allí a Tussmann, sino a un dios.

            Esa abominable monstruosidad será la que dé muerte a Tussmann aplastándole la cabeza y dejando un hedor insoportable a su paso.

***

            El pueblo de la oscuridad  incide en la exaltación de la brutalidad y el viaje a la prehistoria de los "británicos nativos". El protagonista y narrador es un hombre que se ha citado en la Cueva de Dagón, un misterioso lugar de la zona para matar a Richard Brent, su rival en el amor de Eleanor Bland. "No soy un criminal por naturaleza -apunta-. Nací y me crié en una país duro, y he vivido la mayor parte de mi vida en los límites más crudos del mundo, donde un hombre tomada lo que quería, si podía, y la piedad era una virtud poco conocida".

            Los tiempos a los que arribará tras adentrarse en la cueva y el golpe de rigor son aún más despiadados. Y así, el hombre del siglo XX se ve convertido en "Conan de los saqueadores". Como Conan es un personaje que me inspira indiferencia antes que ninguna otra cosa, lo que quiere decir que apenas le conozco, no sé si será Conan el bárbaro, supongo que sí. Barbarie, desde luego, no le falta.

            Eleanor y Richard también han sido transportados a ese remoto pasado y los tres unirán sus fuerzas durante su peripecia para escapar del Pueblo de la Oscuridad.

***

            Los gusanos de la tierra es otra de las piezas más interesantes de la selección. Se abre con la crucifixión de un picto. Estamos en la Britania romana y Partha Mac Othna, otro picto, asiste a ella invitado por los latinos para que haga saber por todo el lugar cómo es la paz de Roma. En realidad, el verdadero nombre de Partha Mac Othna es Bran Mak Morn, el rey de los pictos, quien jura por los Sin Nombre que "morirán hombres chillando" por lo que acaba de ver.

            Presto a perpetrar su venganza, el rey entra en contacto con Atla, la mujer lobo de los pantanos, una hechicera despreciada por todos que maldice por R'lyeh en una clara referencia a la mitología de Lovecraft. A cambio de llevarle a las puertas del infierno donde mora el instrumento de su venganza, la bruja le pide una noche de amor. Cerrado el trato, Atla indica a Bran Mak Morn el procedimiento a seguir para que el pueblo que ahora mora en el subsuelo de Dagón -la misma región de El pueblo de la oscuridad, un territorio mítico de Howard- le ayude. La cosa no está fácil puesto que fueron los pictos quienes condenaron a las tinieblas a los Hijos de la Noche, el Pueblo de la Oscuridad en la pieza anterior, convirtiéndoles así en los gusanos de la tierra.

            Para valerse de sus ancestrales enemigos, Bran Mak Morn se verá obligado a robar la Piedra Negra, que en este caso es el monolito que adoran los moradores de las tinieblas. Para devolvérsela les exige que salgan de los subterráneos en los que moran, horaden la fortaleza de los romanos hasta destruirla y devoren a los invasores. Eso es exactamente lo que hacen.

***

            Más que el Howard de los héroes brutales, de mandobles, hachazos y efusiones de sangre. Dicho de otra manera, más que el Howard que pretende exorcizar sus complejos de niño metido en las faldas de su madre -hay que recordar que se suicidó cuando supo que su progenitora estaba en trance de muerte- mediante sus ficciones -siempre racistas y fáciles de adivinar desde sus primeras líneas-, me interesa el Howard que da noticia de forma incontestable de la brutalidad real de mi amado Oeste, cuya barbarie fue suavizada indefectiblemente en el cine.

           

 Aunque dicho Howard tampoco es el Ambrose Bierce de El desconocido, la obra maestra de esa mixtura entre el western y lo esotérico a la que me refiero, apunta maneras en El hombre del suelo. Lo que este breve relato nos cuenta es el fin de una pendencia que ha durado mucho para ser una enemistad tejana. Las armas tienen la última palabra y Carl Reynolds comprende que es el que ha llevado la peor parte cuando, tras cierto aturdimiento, le es dado observar su propio cuerpo sin vida.

***

            Publicado en Weird Tales en 1933, El corazón del viejo Garfield viene a abundar en western esotérico que tanto estimo. El tal Garfield es un tipo muy mayor pero de una edad imprecisa. Sin embargo, no ha cambiado nada desde que el abuelo que habla de Jim Garfield a su nieto -el narrador- al comenzar la narración era un niño. La conversación ha surgido porque el anciano acaba de ser coceado por un caballo que intentaba domar y el médico que le atiende le da por muerto. Pero Garfield asegura que no morirá.

            Tiempo atrás, Garfield, uno de los primeros colonos del lugar conoció al Hombre Espíritu, brujo y último representante de una tribu anterior a los comanches, los lipanos, al que salvó de unos mexicanos que le querían matar. En agradecimiento, el singular indio "ató el cordel de un wampum fantasma" entre Garfield y él. Con tan sublime unión, apenas supo el hechicero que había resultado muerto en una pelea, con el corazón partido, se acercó hasta Locust Creek, el lugar del tiroteo, y pone el corazón de un dios en el pecho de Garfield.

            Con el prodigioso órgano en su cuerpo, el viejo se recupera de las heridas del caballo con la misma celeridad que antaño se recuperara de las Locust Creek. Aunque quienes le escuchan no acaban de creerle, Jim Garfield asegura que sólo puede morir si una bala le atraviesa el cerebro.

            Eso es exactamente lo que le sucede cuando un enemigo del narrador, Jack Kirby, dispara sobre éste yendo a dar al anciano. Siguiendo las instrucciones del finado, Doc Blaine le extrae el corazón, que aún late. El misterioso indio se acerca a recogerlo y se marcha convertido en búho.

***

            "Nunca he sido otra cosa que un hombre de esa raza inquieta que los hombres llamaban antaño Nórdicos o Arios" (Pág. 216) (...). "Vencimos porque éramos una raza superior" (pág. 219), puede leerse en El valle del gusano. No seré yo quien condene una obra por su racismo. De ser así no podría amar el western clásico. Condeno las leyes racistas que vienen a ser la expresión de sentimientos como los de Howard. Habrá que recordar que tanto ésta como la mayoría de las piezas aquí seleccionadas están publicadas en revistas pulp -Weird Tales, Oriental Stories, Strange Tales- en los años 30, justo cuando los nazis ascienden al poder con las simpatías de no pocos estadounidenses, a veces tan prominentes como el as de la aviación Charles Augustus Lindbergh. A buen seguro que Howard, en buena lógica a su amor a la carnicería, también simpatizaba con quienes estaban llamados a poner en marcha una de las más grandes que la historia registra.

            Argumentalmente hablando, El valle del gusano nos remite a Niord, el narrador y su protagonista, quien se considera a sí mismo el inspirador de la leyenda de San Jorge y el dragón. No obstante su deliberada raigambre en la tradición británica, la raza inferior que Niord desprecia son esos pictos que cuentan entre los primeros pobladores de Irlanda y Escocia, protagonistas de tantas otras ficciones de Howard en esta misma selección. Lo que pasa en esta ocasión es que Niord es un preario capaz de reencarnarse en diferentes momentos de la historia de su raza, a su juicio siempre dada a desmembramiento en clanes.

            En una de esas reencarnaciones, Niord forma parte de una horda que hace prisionero a Grom, un picto al que perdonan, consiguiendo así la paz entre su pueblo y los arios. A partir de entonces, Grom y Niord cazarán juntos hasta dar muerte al gusano.

***

            El procedimiento de la encarnación anterior en un mundo mitológico, otra de las constantes de Howard vuelve a repetirse en El jardín del miedo. En esta ocasión, James Allison, que en una vida anterior fuera Hunwulf el Vagabundo "en una época en que las emociones se traducían en un golpe de hacha de pedrenal", es el protagonista. En esa experiencia remota, en un mundo mítico, Hunwulf amó a Gudrun convirtiéndose en vagabundo y fue proscrito como Turlogh por ella. Ofrecida la bella al cazador más poderoso de la tribu de aesires nómadas a la que ambos pertenecen, Hunwulf le dará muerte y los amantes emprenderán la huida por territorios hostiles antes de llegar a un pueblo de "gente morena y menuda".

      

      Es entonces cuando un monstruo alado rapta a Gudrun. No es un dragón. Se trata de un "hombre negro" perteneciente a una raza "preadánica" que tiene atemorizados a los lugareños. Nuestro protagonista parte entonces en su busca. El monstruo habita en una torre fabulosa, rodeada por un jardín de flores que viven de la sangre de sus víctimas. Ni que decir tiene que Hunwulf sabrá sortear todos los peligros para salvar a su compañera.

            ***

            Los muertos recuerdan vuelve a transportarnos a Oeste esotérico que es lo que más me interesa de Howard, pero la construcción del relato -mediante los testimonios de quienes supieron del asunto- lo desmarca de las manidas formas de las anteriores propuestas.

            En una carta fechada en Dodge City el 3 de noviembre 1877, Jim Gordon, un vaquero que acaba de llevar unas reses a esta ciudad de Kansas, da cuenta a su hermano de cómo estuvo jugando y bebiendo tequila junto a un negro, Joel, al que mató cuando esté se negó a darle más bebida. La mujer del desdichado Joel es Jezebel, una mulata que también corre la misma suerte cuando sale en defensa de su marido. Antes de expirar, la infeliz maldice a su asesino asegurándole que antes del nuevo amanecer estará marcando "las vacas del diablo en el infierno". Le anuncia que será ella, la misma Jezebel quien ira a buscarle llegado el momento".

            Pasan cuatro meses en los que Jim se siente "perseguido". La maldición que pesa sobre él comienza a manifestarse llegando a Río Rojo. Tras la carta se nos presentan las declaraciones de quienes vieron al cow boy asesino en sus últimos días. El capataz del rancho que lo empleaba asegura que Gordon le confesó que tenía miedo de una mulata que llevaba cuatro meses muerta. El camarero del saloon donde tomó sus últimas copas da cuenta de cómo supieron de su muerte; el ayudante del sheriff, como unos minutos antes advirtió a Jim de que en aquel pueblo no se podía llevar pistola. Tom Allison, un testigo, declara como Jezebel le dijo que fuese a buscar a Jim al bar y el informe del forense da fe de la muerte del asesino. Fue debida a un trapo del vestido de la mujer, que obstruyó convenientemente el arma del cow boy y el cañón le estalló en las manos hiriéndole mortalmente.

***

            Más próximo al aventurero a lo Indiana Jones que al Randolph Carter de Lovecraft, Steve Clarney, el protagonista de El fuego de Asurbanipal y su compañero, un afgano que responde al nombre de Yar Ali, son perseguidos por otros afganos, los halcones del desierto, al comienzo de esta narración. Esto, además de dar pie a que Yar Ali pronuncie una de las mejores frases de todo el libro -"¿has visto a ese bandido caerse de la silla cuando mi plomo alcanzó su destino?"- hace que Steve rememore la cadena de los acontecimientos que les han llevado a vagabundear por la costa sur del Golfo Pérsico en busca de una perla fabulosa guardada en la Ciudad del Mal, una urbe del desierto de la que Abdul Alhazred ya habla en el Necronomicon. Lástima que la estela de Lovecraft no vaya más allá de estas citas. Por lo demás, ésta es una de las mejores piezas del conjunto, carente además del racismo de las que versan sobre los pictos y los arios. En un momento dado, en el fragor de una pelea, el norteamericano Steve estará a punto de ofrecer su vida por la de su compañero. En cualquier caso, la gema es una joya maldita que perteneció a un rey que los griegos llamaron Sardanápalo y los pueblos semitas, Asurbanipal.

            Sin municiones y sin agua, pero con los afganos acosándoles por detrás, nuestros amigos se adentran en el desierto hasta dar con la Ciudad de los Diablos, que la llamaron los árabes. Tras avanzar por sus desoladas calles, encuentran con un templo erigido en honor de Baal, un dios impío. Es allí donde se encuentra la gema. Se trata de una joya que parece palpitar en su interior. El musulmán intenta convencer a su amigo cristiano de que la deje donde se halla ya que hay algo que se les escapa que ha hecho que El fuego de Asurbanipal haya permanecido intacta durante las eras en un país de ladrones.

            Steve tiene sus dudas sobre echar o no echar mano al rubí siniestro cuando sus perseguidores caen sobre ellos. Les comanda Nureddin El Mekru, un antiguo negrero que operó en Somalia, a quien Steve marcó la cara por salvar a un esclavo huido. Será uno de los beduinos que cabalgan junto al antiguo traficante en seres humanos quien nos refiera la verdadera historia de la joya:

            Capaz de invocar a esas divinidades primigenias de Lovecraft -Chutulhu, Yog-Sothoth-, los dioses de los tiempos preadánicos, a decir de Howard en un bello hallazgo, la gema fue utilizada por el mago Xuthltán, un adivino de la corte del sultán Asurbanipal, para predecir los acontecimientos venideros y leer los extraños secretos de los días anteriores a Adán. Cuando la desgracia cayó sobre su reino, la joya fue culpada de tanta desdicha y el mago, quien se negó a destruirla, huyo con ella a un reino rebelde. Una vez allí, el rey codició la piedra y para ello mató a Xuthltán mediante tortura. Fue el hechicero quien obra la maldición, invocando a los preadánicos para que volviesen a por lo que era suyo. Desde entonces, el rey felón permanece en su trono sujetando El fuego de Asurbanipal, como demuestran sus huesos, aún en el magno asiento, cuando nuestros protagonistas arriban a la sala.

            No obstante lo que acaba de escuchar, Nureddin arrambla con la joya y vuelve a desatar sobre él y los suyos una "maldad horrible, demasiado atroz para la compresión humana, la presencia de un invasor procedente de las Esferas Exteriores". Steve tiene tiempo de vislumbrar "una inmensa monstruosidad que caminaba erguida como un hombre, pero también era como un sapo y tenía alas, y tentáculos". Después, nuestros amigos prefieren mantener los ojos cerrados. Eso es lo que salva su cordura.

***

            Tal vez sea porque todo gira en torno a un difunto, pero No me cavéis una tumba se me ha antojado heredero de El extraño caso del señor Valdemar. Aquí el finado es John Grimlan, un anciano alemán -al menos uno de los que no le han visto envejecer es un alemán que lo conoció en sus días de estudiante- avezado en el esoterismo y las ciencias ocultas. El misterioso Grimlan ha firmado algún pacto con las fuerzas del mal. Atado a él, sabe el destino que le aguarda tras el óbito, que le sobreviene en la inquietante biblioteca de su casa, maldita según los lugareños. Para evitar la suerte que le espera cuando se lo lleve La Parca, Grimlan ha dejado anotadas unas instrucciones, que son las que se disponen a llevar a cabo los protagonistas de esta pieza. Entre ellas destaca la frase del título: "No me cavéis una tumba, no la necesitaré".

            Destaca entre todas las indicaciones la referida a las siete velas de cera negra que rodean el cadáver, nunca han de apagarse. Cuando Conrad y Kirowan, nuestros protagonistas, llegan a la casa del difunto, sus restos están siendo velados por un misterioso oriental. No es otro que Malik Tous, un nombre de Satanás, a quien el difunto vendió su alma en el siglo XVII. El Príncipe de las tinieblas se  lleva el cuerpo de

            ***

            Dos homeless, acaso dos de aquellos desgraciados que dejó la Gran Depresión habida cuenta de que el texto apareció en Weird Tales en 1938, son los protagonistas de Las palomas del infierno. A la busca de un refugio donde pasar la noche, dan con una extraña casa abandonada en la que, no obstante su aspecto sombrío, deciden pernoctar. Uno de ellos, Banner perecerá esa misma velada víctima de una extraña maldad que le ha atraído magnéticamente antes de darle muerte. Griswell, no obstante lo inverosímil de su historia, se gana la confianza del sheriff del lugar, quien sabe que sobre la extraña mansión pesa una maldición de las antiguas negras que la habitaron. Llevadas allí desde Las Antillas cuando en Estados Unidos ya se había abolido la esclavitud, la crueldad de los Blasenville, los amos de tan siniestro lugar, hizo que sus negros, avezados en la magia antillana, obraran sobre ellos un conjuro.

            Ése es el telón de fondo de la extraña muerte de Banner. El sheriff, consciente de ello, recurre a un "viejo negro" casi centenario porque se enfrentan "a algo que exige más de lo que puede ofrecer la razón de un hombre blanco". En efecto, Jacob, el afroamericano en cuestión, sabe lo que allí ocurre.

            Celia, la peor de los Blasenville, que azotaba con especial encono a Joan, una mulata que se convirtió en una zuvembie -femenino de zombi indudablemente- para llevar a cabo su venganza. Todo parece indicar que es Joan quien desde entonces asola la casa. Tras dar muerte a las hermanas Blasenville, presa de esa satisfacción que la muerta viviente encuentra en acabar con humanos, sigue asolando la mansión, casi siempre en forma de serpiente, puesto que la más grande de estos reptiles es la diosa de las muertas vivientes.

            Sin embargo, ni es la serpiente la que da muerte a los visitantes de esta casa abandonada ni las cosas han sido como parecían hasta que se descubre su verdadera dimensión. Fue el centenario Jacob quien preparó la Porción Negra, origen de la maldición que pesa sobre la desvencijada mansión Blasenville. Pero no fue Joan quien bebió la pócima. Disimulada en la comida, la mulata se la dio a Celia y después huyó. Maldita inmediatamente, la más perversa de tan nefasta familia, desde entonces magnetiza y da muerte a cuantos visitan su siniestra mansión.

***

            Contado en primera persona del singular, La sombra de la bestia refiere la experiencia de Steve, un hombre prendado de una tal Joan. Volvemos a estar en el Oeste y la muchacha ha estado a punto de ser victima de un ultraje por parte de un desaprensivo. La ha salvado su hermano, quien ha recibido un balazo por ello. El narrador, el enamorado de Joan, se une a la partida que se organiza para ir detrás del desalmado, Joe Cagle, el tipo en cuestión.

            Siendo el caso de que Steve apuesta más que nadie en el asunto, cuando, llegados a un camino que conduce a una mansión siniestra los perseguidores deciden desistir en su empeño, nuestro valiente jinete sigue adelante y se adentra en el sombrío paraje. Sin más norte que el instinto de su montura, pues la oscuridad es tan intensa que lo permite ver nada, Steve se adentra en el ámbito terrible hasta llegar a la mansión que lo preside. Una vez en ella, se encuentra a Joe Cagle muerto.

            El verdadero peligro que acecha en la casa es "una figura gruesa, que se arrastraba encorvada, la cabeza echada hacia delante (...), extrañamente humana, pero terriblemente inhumana". Steve huye de tan temible ser entre las sombras hasta perder el sentido al caer por una ventana.

            Cuando recobra el conocimiento, Joan le prodiga sus cuidados. Antes de abandonar el lugar, Steve prende fuego a esta otra mansión encantada porque "los antiguos siempre han afirmado que el fuego es el destructor final". La estela del Poe de Doble asesinato en la calle Morgue  vuelve a hacerse notar. La monstruosidad que habitaba esta mansión era el fantasma de un mono muerto.

Publicado el 16 de julio de 2010 a las 01:30.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 5

1 | anonimo - 11/8/2010 - 23:57

tonterias

2 | Gedeonín - 25/8/2010 - 11:10

¿Por qué dices que son tonterías, anónimo? Tontería puede ser cualquier cosa, lo que a ti te parezca más grave y más solemne, lo primero. La totalidad del universo. El fin último del ser es la nada. A la larga todo es vano. No será que tienes ese prejuicio ante la fantasía de los afectos al materialismo. Tu lacónico "tonerías" es como las risas de quienes se burlan de las películas de miedo, a menduo porque les inquietan, y no dejan ver la proyección a los demás.

3 | Qué pena Javier. Sin duda eres hijo de tu generación... - 26/11/2010 - 19:04

Dudaba de si hacerme con ese libro, de si merecía la pena el precio, pero después de leer --tapándome la nariz al poco de empezar-- los dicterios ignorantes de progre escandalizado del autor de esta, ejem, "reseña", creo que no tengo más remedio que hacerlo. Aunque sólo sea para que se cueza en su propia salsa. El hedor a progrez, esclavitud de espíritu e ignorancia es de los que tira de espaldas, pero quizás más insoportable sea el cacao conceptual del autor ("¡racismo!¡Racismo!") que por muy común que sea no por ello se vuelve más fácil de aguantar. Qué vergüenza ajena de artículo...

4 | Javier Memba (Web) - 05/12/2010 - 19:44

A mí lo que me da vergüenza ajena es que alguien que alumbra un palabro como "progrez", supongo que queriendo decir "progresía" o "progresimo", no lo entrecomille. No sé si te parece muy "progre" el nombre de esta bitácora o mis opiniones sobre Miguel Hernández y la gente organizada en ella expresadas. En cuanto a lo del racismo, jamás he condenado una obra porque su autor lo fuera. Si no te da asco, puedes leer mis artículos sobre los colaboracionistas franceses en mi serie de "Elmundolibro.es" "Malditos, heterodoxos y alucinados". Aquí al lado tienes el "link". Lo que pasa es que si hablamos de Lovecraft habrá que dar cuenta de su simpatía por Mussolini, sin que por ello se vea afectada la grandeza de "En las montañas de la locura". Lo más curioso es que yo no descalifico el libro. Me limito a dar cuenta de lo que hay.

5 | Le Loup - 09/6/2021 - 11:33

Hola, la idea del origen "ario" de los pueblos y protagonistas que aparecen en la literatura de Howard no es la que inspiraba a los jerarcas nazis ni se instrumentaliza para el mismo fin. Lo demostraría que uno de sus pueblos favoritos y sobre los que más escribió fue el picto, muy alejado del canon ario. Sentía simpatia por cualquier pueblo oprimido y en ocasiones sus héroes "arios" arriesgaban la vida por ellos o entablaban una fuerte amistad.

Howard tiraba más a la izquierda que su amigo Lovecraft, incluso discutía con él y estaba en contra de la utilización de la fuerza sobre los débiles sobre todo en los conflictos armados, considerando inexcusables por ejemplo. los bombardeos sobre la población civil.

Aunque sus textos puedan sembrar las dudas acerca de sus ideas sobre supremacismo racial, recomendaría la lectura de sus dos relatos sobre Ace Jessel, el boxeador negro que demuestra ser un ser humano excepcional por encima de prejuicios raciales, una rara avis dentro de esa sociedad americana de los años 30.

También trabajó en una novela inconclusa en la que la raza negra predominaba al final sobre la tierra desapareciendo la blanca.

Lo que marca su obra es la victoria de los pueblos bárbaros por estar más preparados para sobrevivir ante las adversidades que un hombre civilizado (una civilización a menudo hipócrita) acomodado y decadente. En conjunto con esta idea viene la de la subida y caida de los imperios y lo efímero de éstos en el devenir del tiempo.

Por otra parte la idea de persona débil bajo las faldas de su madre hace tiempo que está dejando de ser considerada por los estudiosos de Howard. De hecho fue una persona que se supo superar a si mismo, un luchador en muchos aspectos de la vida que tuvo un triste y prematuro final provocado por muchos factores.

Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD