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Blog de Javier Memba

El insolidario

Veinte cintas

Archivado en: Inéditos cine, Veinte cintas

Foto: Javier Memba

          Hay películas que me conmueven por lo que me cuentan, otras lo hacen por cómo me lo cuentan. Cuando forma y fondo ofrecen la misma excelencia, me descubro ante una obra maestra. Hoy propongo veinte apuntes sobre otras tantas de estas maravillas. Ordenadas cronológicamente, que no en base a mis preferencias, no estan todas las que son, pero sí son todas las que están. ¿Por qué éstas y no otras?, suele ser la pregunta que toda selección conlleva. A la que sólo cabe responder con otra pregunta: ¿Por qué otras y no éstas?

Avaricia (Erich von Stroheim, 1923)

            La obra maestra del cineasta al que, según la publicidad de su estudio -la Universal-, gustaba odiar. En sus secuencias, como tan certeramente fue a descubrir el gran André Bazin, "La realidad se desnuda como un sospechoso que confiesa al ser interrogado por un comisario de policía". Antes de emplazar su cámara, este primer maldito del Hollywood clásico parecía guiarse en base a una consigna: "Fija tu mirada en el mundo, mantenla durante un buen rato y, al final, te mostrará toda su crueldad".

El último (Friedrich W. Murnau, 1924)

             La obra maestra de la imagen silente. Tanta es su perfección que esta historia del portero de un lujoso hotel, que ya anciano se queda sin trabajo, no precisa rótulos explicativos para su perfecta comprensión. Así las cosas, con El último, el lenguaje cinematográfico alcanza la anhelada universalidad del esperanto. "¿A qué el sonido?" se preguntaron varios maestros ante la perfección del silencio.

El gran desfile (King Vidor, 1925)

            La cumbre de ese cine pacifista que inspiró la Gran Guerra en las postrimerías de la imagen silente y tuvo sus últimas expresiones en Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1967) y Rey y patria (Joseph Losey, 1964). Nunca me cansaré de elogiar tanta maravilla.

            Fue en aquellas trincheras, especialmente en las de Sin novedad en el frente (Lewis Milestone, 1930), donde el tomavistas silente alcanzó toda esa movilidad que fue a cercenar el blindaje que requirió su silencio con la llegada del sonido. He aquí el Adiós a las armas de la pantalla. Una conmovedora historia de amor entre la sangre y la batalla. La vida surgiendo entre los muertos y un silencio que parece evocar el del conmovedor tango homónimo inmortalizado por Carlos Gardel.

Siete ocasiones (Buster Keaton, 1925)

            El slapstick es el género por excelencia de la imagen silente y este título del Hombre que nunca se reía, El gran cara de palo, la mayor de sus delicias. La peripecia de James Jimmie Shannon puesto a buscar precipitadamente esposa para cobrar su herencia dará lugar a la comedia más vertiginosa del mutismo.

Metrópolis (Fritz Lang, 1926)

            La primera obra maestra del cine de ciencia ficción -además de uno de los títulos fundamentales del expresionismo alemán-. Toda una antiutopía imaginada cuando el cineasta y su esposa de entonces, la guionista Thea von Harbou, vieron los rascacielos neoyorquinos por primera vez, aún en la cubierta del barco que les llevó a Estados Unidos. En cierto sentido, su asunto viene a demostrar que Lang, en un principio, no fue tan antifascista como pretenden ahora sus hagiógrafos. Ya sé de teorías que aseguran que abandonó Alemania por un asunto de faldas y no porque los nazis le hubieran ofrecido convertirse en el cineasta del Reich que iba a durar mil años. En cualquier caso, la cita que abre esta maravilla, según la cual ha de ser el corazón lo que medie entre el capital y el trabajo, dará mucho que pensar -y nada bueno- a los sindicalistas.

            Yo prefiero quedarme con la belleza de Brigitte Helm -admirada igualmente en su creación de Antinea en La Atlántida (Georg Wilhem Pabst, 1932). Fue una de las actrices más sugerentes del silente europeo y aquí da vida a María y al robot.

El hombre que ríe (Paul Leni, 1928)

            Luego de que su padre sea condenado a morir en la dama de hierro por Jacobo II de Inglaterra, la experiencia de Gwynplaine (Conrad Veidt) -dado a una banda de forajidos que deforman el rostro de los niños para grabar en ellos la eterna sonrisa de los bufones- será el origen de la que, junto con Garras humanas (1927) y La parada de los monstruos (1932), ambas de Tod Browning, es una de las primeras rosas de lo sórdido de la pantalla. Plena de la sombría poética de lo deforme, que además lo es por la crueldad de un terrible cirujano y por conveniencia de los agraciados. Fue una de las películas que más ansié ver desde que leí por primera vez sobre ella. Finalmente pude comprarla en DVD hace un par de años.

Drácula (Tod Browning, 1931)

            Deliberadamente alejada de la igualmente encomiable Nosferatu (1922), de Murnau, he aquí el pórtico al cautivador ciclo de Terror de la Universal. Pero también he aquí el verdadero ejemplo de todos los Drácula que vinieron después. Una cinta tan atractiva como trascendente en la historia del cine y en uno de los mitos del siglo XX que se prolonga renovado hasta nuestros días.

¡Qué viva México! (Serguei Mijailovich Eisenstein, 1932)

            Carente de sentimentalismos como el del cochecito del niño cayéndose por la escalinata de Odessa de El acorazado Potemkin (1925) y rodada con toda la libertad que le proporcionaba la distancia de Moscú, se me antoja la muestra más depurada del arte de Eisenstein, sin querer decir con ello que el resto de la filmografía del maestro soviético, aunque el gran parte velada por el maniqueísmo, el sentimentalismo y las órdenes de Stalin, no esté integrada en su práctica totalidad por genialidades.

Capricho imperial (Josef von Sternberg, 1932)

            La cumbre del abigarramiento estilístico de su realizador halló su máxima expresión en esta adaptación del diario de Catalina II La Grande. La intrigas palaciegas tramadas por la mítica emperatriz rusa, en contra del cruel idota de su marido, dieron lugar al título más sublime de von Sternberg.

La gran ilusión (Jean Renoir, 1937)

            Francia en los años 30, merced al realismo poético -claro precedente del neorrealismo italiano de posguerra-, escribe uno de los capítulos más brillantes de la historia del cine. Esta maravilla de Renoir constituye una de sus mejores páginas. El cineasta es grande porque muestra la misma comprensión con los pertenecientes a ese viejo mundo que sucumbió en la Gran Guerra que con los representantes de los tiempos venideros. Señores y plebeyos, la gran ilusión de todos es escapar de la fortaleza alemana que les guarda como prisioneros de guerra.

La diligencia (John Ford, 1939)

            Los años 30 no fueron propicios para el western. Los responsables de los estudios creían que el sonido era incompatible con los grandes espacios del lejano -y amado- Oeste. John Ford se encargaría de demostrar que las cintas de caballistas -que las llamaban en el silente- eran la canción de gesta estadounidense. Más o menos basada en Bola de sebo, de mi dilecto Guy de Maupassant, La diligencia es el pórtico a toda esa belleza. Plena de momentos memorables, me quedo con la entrada en escena de Ringo Kid, volteando su Winchester antes de subirse al pescante. Creo que fue entonces cuando decidí querer a John Wayne, su intérprete, más que al autor de mis días. No es retórica. Siendo como fui un niño sin padre, admirando al Duque -en Valor de ley (Henry Hathaway, 1969) coge las riendas del caballo con la boca, el Colt en una mano; el Winchester en la otra y se enfrenta al galope a cinco forajidos- aprendí toda la hombría que mi progenitor debió enseñarme. Fue también hallazgo de La diligencia localizar la emocionante llegada de la caballería en el Monument Valley (Arizona), Ford's country.

Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941)

            El último de los grandes hallazgos del lenguaje cinematográfico, que bien visto puede que sea una celebración más que un hallazgo propiamente dicho, es el de Orson Welles en la cinta que inaugura su filmografía. Ni la profundidad de campo ni los encuadres caprichosos fueron invento de Welles. Pero, aun a riesgo de caer en la vulgaridad que conlleva utilizar una palabra tan manida en nuestros días como "reinvención" y todas sus derivadas, cierto es que Welles se reinventó el lenguaje fílmico en Citzen Kane. La ascendencia y caída de un magnate en la que algunos quisieron ver un trasunto de la experiencia de William Randolph Hearst.

Ladrón de bicicletas (Vittorio De Sica, 1948)

            Cuando los neorrealistas deciden emplazar su cámara en las calles, no sólo retratan la Italia de posguerra. Su mirada se extiende a toda esa Europa en ruinas que conocía la paz después de tanta sangre. De hecho, Alemania año cero (Roberto Rossellini, 1947), otra cinta canónica de esta gloriosa escuela, estaba localizada en la nación que puso en marcha toda aquella barbarie.

            La suerte de Antonio Ricci (Lamberto Maggiorni), el protagonista de De Sica es triste: no puede desempeñar su empleo pegando carteles de películas después de que le roben la bicicleta. Pero fue a sintetizar el infortunio de no muchos de los que, con la calefacción aún por llegar, se apretujaban en las salas de cine, la maravilla de los sábados de aquella Europa en ruinas. Son tantas las sutiles referencias que Ladrón de bicicletas está muy por encima de la manida beatificación de los pobres.

Pather Panchali (Satyajit Ray, 1955)

            Americanizado hasta la médula -aprendí antes el lenguaje del cine estadounidense que las letras-, descubrí la grandeza de las miradas más remotas del horizonte occidental -en este aspecto los cineastas europeos no difieren de los estadounidenses, o viceversa- con los clásicos de la pantalla nipona: Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi y Akira Kurosawa, el más occidentalizado de todos ellos.

            Pero Ray fue el primer realizador oriental que me produjo un éxtasis ante la belleza. Pather Panchali abre la trilogía de Apu. Continuada en Apajarito (1956) y Apur Sansar (1960), constituye un auténtico fresco sobre Bengala, el amor y la inocencia. Basada en dos novelas de Bibhutibhushan Bandyopadhyay, la historia de Apu -incorporado por Subir Bannerjee-, desde su mísera infancia en Benares hasta su reconocimiento como escritor, me conmovió de veras. Jamás olvidaré las secuencias de lluvia en la que Durga (Uma Das Gupta), la querida hermana de Apu, contraerá las fiebres que la llevaran a la tumba aún adolescente.

Vértigo/ De entre los muertos (Alfred Hitchcock, 1958)

            Mi admiración por El mago del suspense alcanza a casi todos sus títulos. Mas siempre ha oscilado especialmente entre 39 escalones (1935), tan cercana a Hergé y Vértigo. Si me decido por esta última es porque, habiendo integrado esa pentalogía de títulos que el maestro retiró de la circulación para que al cabo de los años los derechos de exhibición revirtieran en su hija -La soga (1948), La ventana indiscreta (1954), Pero... ¿Quién mató a Harry? (1955) y la segunda versión de El hombre que sabía demasiado (1956) fueron los otros cuatro-, la mitifiqué mientras anhelaba verla desde que leí por primera vez sobre ella.

            Cuando finalmente me fue dado el visionado mediados los años 80, las esperanzas largamente acariciadas no se vieron defraudadas. El vértigo que siente Scottie, un policía de San Francisco incorporado por James Stewart le hará víctima de una de esas tramas, tan caras a Hitchcock, que arrastran a alguien, en principio, totalmente ajeno a ellas. Ya inmerso en la fatídica vuelta del destino, Scottie quedará prendado Madeleine Elster, Judy Barton tras su regreso de entre los muertos, la voluptuosa Kim Novak en ambos casos. Filme escabroso donde los haya -"escabrosas" llamaban los más mentecatos de mis mayores cuando yo era pequeño a las cintas turbias cuya comprensión se les escapaba-, he aquí una de las mejores aportaciones del cautivador Pierre Boileau a la gran pantalla. Celle qui n'e tait plus, llevada al cine en 1954 por Henri-Georges Clouzot con el título de Las diabólicas, fue la otra.

Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1959)

            Otros mentecatos, aquellos empecinados en el plano, el contraplano y el travelling de acercamiento, todavía siguen acusando al gran Godard de fumista mientras se congratulan de las simplezas de forma y fondo de Woody Allen, Clint Eastwood, Steven Spielberg y el resto de los pretendidos grandes autores de nuestro tiempo, que siguen al dictado, pero sin alcanzar la sombra de su grandeza, las técnicas narrativas más sencillas. Sin embargo, Godard fue al cine contemporáneo lo que Welles al cine moderno. El realizador más representativo de la Nouvelle Vague se dio a conocer con un polar que a la vez es una película tan literaria que se alude en sus secuencias al mismísimo William Faulkner. Para el maestro no existían las fronteras que separan los géneros, pero tampoco aquellas que diferencian a los personajes y menos aún los cánones del lenguaje fílmico.

            Mientras sigue a Michel Poiccard (Jean-Paul Belmondo) en su peripecia, Godard llevó a la pantalla una aparente espontaneidad que hasta entonces se había reducido a los títulos experimentales. Como tan acertadamente fue a señalar David Cheshire, "la narrativa imprevisible, la atmósfera irregular y los jump cut y reverse cut resultan a la vez desconcertantes y sugestivos. La narrativa fílmica sigue presente, pero reducida a una especie de taquigrafía comunicada de forma muy original. En esta especie de antimontaje, el paso del tiempo se reduce a un corte directo, aceptándose los ángulos invertidos y los saltos y, en las formas extremas del género, hasta saboreándose.

Los cuatrocientos golpes (François Truffaut, 1959)

            Aunque es uno de los títulos integrantes del tríptico que abre la Nouvelle Vague no es una película especialmente novedosa. De hecho, puede adscribirse a un género con cierta tradición en la cinematografía francesa, el de los colegiales, que pasa por Cero de conducta (1933), de Jean Vigo -tan admirado por Truffaut y por cualquier cinéfilo que se precie- y tiene uno de sus últimos ejemplos en Adiós muchachos (Louis Malle, 1987). Los cuatrocientos golpes, obra maestra dentro de dicho género, no fue una película rompedora, como Al final de la escapada.

            Su valor -además del de llamar la atención sobre los jóvenes realizadores franceses de la crítica y el público gracias a su éxito, posibilitando así los rodajes y estrenos de otros integrantes de esa nueva pantalla- fue el de poner en marcha el ciclo de Antoine Doinel, álter ego del propio Truffaut. En los cuatro títulos que sucederían a esta primera entrega -Antoine y Colette (episodios del filme colectivo El amor a los veinte años, 1962), Besos robados (1968), Domicilio conyugal (1970) y El amor en fuga (1978)-, el gran Truffaut nos referiría la experiencia sentimental de Doinel. El conjunto bien puede definirse -junto con el Poema 20 de Pablo Neruda- como la visión más equilibrada del amor de la pasada centuria. Un ciclo, en fin, en el que puede verse reflejado cualquiera que haya pasado por la experiencia amorosa.

El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962)

            Una de las afirmaciones más gratuitas que alumbró la crítica cinematográfica en los años 90 fue calificar Sin perdón (1992), la abominación de Clint Eastwood, de western crepuscular. Nada de eso. Sin perdón es un western feísta. Crepuscular es El hombre que mató a Liberty Valance. Más aún, ésta fue la cinta que trajo el crepúsculo al género tras la grandeza que conoció en los años 50 de la mano de realizadores como Budd Boetticher, John Sturges, Delmer Daves el propio Ford y el gran Anthony Mann por encima de todos ellos.

            Choca que ese western crepuscular puesto en marcha por Ford tuviera su mejor cultivador en un cineasta tan distante del maestro como el también querido Sam Peckinpah. En cualquier caso el Oeste toca a su fin en la cartelera de los años 60. El nuevo entendimiento que surgirá de la sedición juvenil que se fragua en torno al rock en esta misma década convertirá al western, casi siempre tan racista, en el género políticamente más incorrecto. Diríase que sus argumentos ya presagian ese ocaso inminente y versan sobre antiguos tipos de gatillo fácil, certero y rápido que, llegada una ley que no es la del revólver, habrán colgar el suyo o cruzar Río Grande y pegar sus últimos tiros en Méjico.

            Tom Doniphon -John Wayne en su mejor creación-, que antaño fuera el más rápido al oeste del río Pecos, fue de los que decidieron quitarse la cartuchera. Al menos así lo afirma su amigo Pompey (Woody Strode) cuando el senador Ranson Stoddard (James Stewart), pide que se le entierre "con sus botas, con su cinturón y con su revólver". Se abre entonces un flash back para contársenos la historia de Doniphon, el hombre que lo perdió todo: A Hallie (Vera Miles), la mujer de sus sueños; la gloria de haber matado a Liberty Valance (Lee Marvin) y ese Oeste que sucumbe ante los nuevos tiempos. Como todas las grandes películas, El hombre que mató a Liberty Valance también es una historia universal, en la que se hacen referencia a asuntos tan variados como la libertad de expresión. Así, la secuencia en la que Stoddard se encuentra a Dutton Peabody (Edmund O'Brien), malherido tras haber estado "hablando a ese Liberty Valance de la libertad de prensa" es de antología

2001: una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968)

            Aunque las últimas veces la he visionado en video, la recuerdo en Cinerama, y no hay duda de que fue la joya de esos grandes formatos de pantalla que tanto placer me procuraron en la infancia. Espacio y tiempo son sólo dos formas, distintas formas de la misma trampa, ésa es la idea que suscita en mi más frecuentemente esta cinta. Sabido es que su elipsis es la más larga de toda la historia del cine: aquella que, mediante el hueso utilizado a modo de arma con que los primates herbívoros han descubierto la violencia, se nos lleva de ellos a un satélite orbitando el espacio cuatro millones de años después, en el ya lejano 1999. Entre los tres célebres monolitos que jalonan esta película, el TMA-0 de los primates, el TMA-1 de La Luna, y el de Júpiter, que es la puerta a los confines más remotos del Universo, Kubrick, en estrecha colaboración con Arthur C. Clarke, alumbró una de las películas más inteligentes de toda la historia.

            En última instancia, es la inteligencia misma la protagonista de esta genialidad. La que suscita en los primates TMA-0, la que advierte TMA-1 en los cosmonautas y aquella que va más allá de las limitaciones corporales que le es dada a David Bowman, tras cruzar el umbral que guarda el monolito negro que orbita Júpiter. Inteligencia artificial, pero inteligencia al cabo, es también la de Hal 9000, el ordenador que rige el Discovery en su viaje al quinto planeta del sistema solar en el ya también lejano 2001, y decide comenzar a dar muerte a sus tripulantes en el convencimiento de que la misión peligra. Lástima que la madurez alcanzada por la ciencia ficción en esta obra maestra fuera a menos con la simpleza y el infantilismo de las propuestas de Spielberg y George Lucas en los años siguientes.

Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979)

            No deja de ser curioso que esta adaptación de El corazón de la tinieblas, de Joseph Conrad -que supera con creces al relato original- sea la película bélica más realista que he tenido oportunidad de ver. La paradoja surge porque las excentricidades del teniente coronel Kilgore (Robert Duvall), quien pone a Lance B. Johnson (Sam Bottoms) a hacer surf en el fragor de la batalla, se deleita con el olor a Napalm y acompaña sus bombardeos con El anillo nibelungo de Wagner para poner en marcha su "guerra psicológica", dan al conjunto un aire alucinado. Pero no hay duda: así debió de ser el conflicto vietnamita desde el punto de vista de los soldados estadounidenses, que combatieron en él bajo los efectos del LSD 25 y otras sustancias alucinógenas y estupefacientes. Recientemente he tenido oportunidad de ver la versión redux y no deja de parecerme como esos bonus tracks, que no son sino tomas de las piezas incluidas en el álbum, descartadas en su momento por razones de calidad. A la postre no hacen sino interrumpir la escucha. Algo así vino a parecerme toda esa historia de los franceses y de la playmates con su helicóptero caído que incluye el nuevo montaje. En cualquier caso, Apocalypse Now -junto con La chaqueta metálica (1986), de Kubrick- me sigue pareciendo no sólo la mejor película que dio el conflicto vietnamita, también la más sublime que ha inspirado La Guerra ese jinete del Apocalipsis.

Publicado el 8 de septiembre de 2010 a las 16:30.

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Comentarios - 11

1 | David - 12/9/2010 - 19:13

Tengo muchas películas pendientes por ver como tú me has recordado, aunque no esté de acuerdo en algunos juicios como el de descalificar a Clint Eastwood o Steven Spielberg, que a mi personalmente me parecen los últimos clásicos.
Un saludo Javier.

2 | MIRTA AURELIA MAIDANA - 14/9/2010 - 17:08

HOLA JAVIER
COINCICO CON TU VISION DE "2001, UNA ODISEA DEL ESPACIO" FILM TAL VEZ DEMASIADO INTELECTUAL PARA ALGUNOS QUE COMO TU DICES PREFIEREN LA SIMPLEZA O EL INFANTILISMO DE GEORGE LUCAS O SPIELBERG.ES UNA OBRA MAESTRA SIN LUGAR A DUDAS. LO QUE ME EXTRAÑA ES QUE CONSIDERES "LOS IMPERDONABLES" DEL GENIAL CLINT EASTWOOD COMO ABOMINACIÓN..TAL VEZ TUS EXPECTATIVAS NO FUERON SATISFECHAS, CONSIDERANDO QUE HAS VISTO MUCHO WESTERN.NO SE QUE OPINAS PERO EASTWOOD ES UN FILMAKER EXTRAORDINARIO..."RIO MISTICO" "CAZADOR BLANCO, corazón NEGRO" "EN NOMBRE DEL HONOR" "MILLION DOLAR BABY" ...AUNQUE DEBO ACEPTAR QUE A VECES APELA AL GOLPE BAJO. SALUDOS!!!!

3 | Javier Memba (Web) - 17/9/2010 - 11:24

Efectivamente, amigos, "Cazador blanco, corazón negro" y "Bird" fueron dos cintas que me interesaron. Pero no comparto vuestra opinión sobre Eastwood, que me parece un realizador sobrevalorado. Lo bueno es discutirlo, para eso somos cinéfilos. Y tambien es bueno que sean más los gustos que nos unen que los que nos separan. Un saludo.

4 | MIRTA AURELIA - 17/9/2010 - 17:20

HOLA JAVIER, VEO CON AGRADO QUE LOS FANATICOS DEL GENIAL CLINT EASTWOOD TE INCOMODAN...PERO EN NOMBRE DE TODOS LOS QUE LLORARON CON "LOS PUENTES DE MADISON COUNTY", TEMBLARON CON LA ACTUACION DE TIM ROBBINS Y SEAN PENN EM "RIO MISTICO", SIN CONTAR QUE ES UN FILM DIFÍCIL DE VER SIN BAJAR LA MIRADA POR MOMENTOS, Y LAS ADMIRABLES "CAZADOR BLANCO, CORAZON NEGRO" "BIRDY". TENGO ENTENDIDO QUE EASTWOOD DEDICÓ "LOS IMPERDONABLES" A SU MAESTRO Y MENTOR SERGIO LEONE,OTRO GRANDE DEL DESPRESTIGIADO "SPAGHUETTI WESTERN". SALUDOS!!!!

5 | MIRTA AURELIA - 17/9/2010 - 17:32

JAVIER HABLANDO MUY EN SERIO, PIDO DISCULPAS SI ALGUN COMENTARIO PUEDE SER MAL ENTENDIDO.LOS GUSTOS SON DISPARES POR CIERTO,Y NO VEO CON AGRADO QUE LOS FANS DE EASTWOOD TE INCOMODEN.PARA MI ES UN REALIZADOR MUY, MUY BUENO AUN LA FALLIDA "INVICTUS" ME GUSTO.
GRACIAS!!

6 | MIRTA AURELIA - 22/9/2010 - 17:16

HOLA JAVIER,EN EL CANAL DE CABLE "TCM" EMITIERON "2001: ODISSEA DEL ESPACIO", AÚN HOY MUCHAS PERSONAS NO COMPRENDEN QUE SIGNIFICA EL MONOLITO, ALGUNOS VEN LA METÁFORA DE LA PRESENCIA DE DIOS, EL ENCUENTRO CON LOS PRIMATES Y LA EVOLUCION DEL HOMBRE. EL FILME FUE ESTRENADO EN 1968, DURANTE ESA DÉCADA RECUERDO QUE EL ESTUDIO DE LOS PRIMATES GRACIAS AL FENOMENAL TRABAJO DE LA INVESTIGADORA JANE GOODALL, REVELO FASCINANTES DESCUBRIMIENTOS SOBRE LOS CHIMPANCES EN LIBERTAD, UNO DE ELLOS FUE EL HECHO QUE DEJÓ ATÓNITA A JANE, LOS PACÍFICOS Y HERVÍBOROS SIMIOS NO LO ERAN EN REALIDAD, ELLA MISMA CUENTA EN SU LIBRO "EN LA SENDA DEL HOMBRE" COMO LOS CHIMPANZES MATAN Y COMEN LA CARNE DE UN PEQUEÑO CERDO SALVAJE, EL HECHO CONMOCIONO AL MUNDO CIENTIFICO.ESTOS PRIMATES ERAN CAPACES DE MATAR, DE COMETER INFANTICIDIO, DEMOSTRARON QUE EXPERIMENTABAN LOS MISMOS SENTIMIENTOS QUE EL HOMBRE, ODIO,COMPASION, AMISTAD,VENGANZA, ETC.CREO, MI HUMILDE OPINION,QUE EL FILME ES LA JOYA QUE ES GRACIAS A STANLEY KUBRICK. LA SELECCION DE LA BANDA DE SONIDO ES MAGNIFICA Y SUS ASESORES CON RESPECTO A LAS NAVES ESPACIALES ERAN TECNICOS DE LA NASA. QUISIERA SABER TU OPINION SOBRE OTROS REALIZADORES QUE FILMARON CIENCIA FICCION, COMO RIDLEY SCOTT EN "BLADE RUNNER" Y "ALIEN" Y LOS HERMANOS WATCHOSKY( DISCULPA MI HORROROSA ORTOGRAFIA) EN "MATRIX" CREO QUE "MATRIX" PLANTEA INTERESANTES IDEAS FILOSÓFICAS Y METAFISICAS.LUEGO TE PREGUNTARE SOBRE OTROS DIRECTORES. SALUDOS!!!!

7 | Carlos F - 28/9/2010 - 22:22

Más vale tarde que nunca. Javier, después de tantísimos años, he de reconocer ahora que Godard es un gran cineasta, un visionario. Por lo demás la lista irreprochable, aunque de Hitchcock me quedo con los 39 escalones. Y hay algunos más a citar, ¿Que te parece nuestro admirado Florian Rey (y no es por epatar)? Di algo si te parece. Y porqué no hablar de algunos olvidados, Joseph Losey, por ejemplo. Ah, y Buster Keaton se me ha caido un poco la verdad. Un fuerte abrazo

8 | MIRTA AURELIA - 01/10/2010 - 16:58

HOLA JAVIER, Tu lista es muy completa y variada pero creo , en mi humilde opinión, que Charles Chaplin debería estar con las magníficas cintas "EL GRAN DICTADOR" y "TIEMPOS MODERNOS", solo el genio de Sir Chaplin pudo satirizar, hacernos reir con algo que de gracioso nada tiene,las secuencias donde Hitler es parodiado son tremendas, la audiencia ríe a carcajadas... de algo realmente horroroso.A propósito,durante esta semana se exhibirán copias originales en 35 mm de clasicos, nombres como Renoir, Jean-luc Godard y Truffaut,entre muchos otros, podran ser vistos por muchos cinéfilos en "LA SEMANA DE LOS CLASICOS".SALUDOS!!!

9 | Javier Memba - 01/10/2010 - 21:46

Hola Carlos:
Aún guardo con cariño el folleto que la bienamada Filmoteca dedicó a Florián Rey en 1963, fue uno de los primeros que atesoré. Hace poco tuve oportunidad de ver por primera vez "Cuentos de la Alhambra" (1950) y me llamó la atención la sugerencia de sus imágenes, algo fuera de lo común en la pantalla española de su tiempo, a excepción de algunas propuestas contemporáneas de Edgar Neville: "La torre de los siete jorobados" (1944), "La vida en un hilo" (1945), "El crimen de la calle bordadores" (1946). Lástima que a partir de entonces su filmografía fuera errática. A Florián Rey hay que admirarle en la primera versión de "La aldea maldita", la de 1929, que le catapultó a la filial francesa de la Paramount en el año 31. Es decir, casi le lleva a mi adorado realismo poético. También hay que aplaudirle en "Morena Clara" (1936), que era el gran éxito de la cartelera española cuando estalló la Guerra Civil. Preparo una relación de películas autóctonas y dedicaré a Florián Rey y a Edgar Neville toda la atención que se merecen.
En cuanto a Losey, le cito de refilón en la reseña de "El gran desfile" como uno de los mejores ejemplos de ese cine pacifista que inspiró la Gran Guerra. Pero creo que si está olvidado al día de hoy, en gran medida se debe a lo sobrevalorado que estuvo en su momento. No hay duda de que ser uno de los represaliados por la inquisición macchartysta le benefició. Nunca llegó a enfrentarse a aquellos nefastos alguaciles -en realidad estaba en Italia rodando los exteriores de "Stranger on the Prowl" (1952) cuando se supo incluido en las temidas listas del Comité de Actividades Antiamericanas y decidió no regresar-, pero se benefició de haber sido emplazado por ellos mucho más de los que sí se vieron en el fatal dilema del ostracismo o la delación. Ello no quita para que "El sirviente" (1963) me siga pareciendo una auténtica obra maestra. Creo que fue la tercera película con la que me hice. En cualquier caso, la tengo desde el 84. Aplaudo, por supuesto, "El mensajero" (1970) y quiero hacerme con "Eva" (1962) -que me parece una de las cintas más representativas del esnobismo y la estética de su tiempo- y "Estos son los condenados" (1961), su aportación a mi idolatrada Hammer Films, que sólo he tenido oportunidad de ver una vez, en el ya remoto año 80, en la Filmoteca -¡bendito sea siempre por su nombre!-. Pero ¿qué me dices del Losey de "Modesty Blaise" (1966), que viene a hacer un "Fumetto" como el de mi buen Mario Bava en "Diabolik" (1967) pero sin gracia alguna? Acabo de conseguir "Accidente" (1967) y "Una inglesa romántica" (1975) y ya no son ni "El muchacho de los cabellos verdes" (1948) ni "El criminal" (1960), otros dos de sus grandes títulos. En definitiva, no creo que sea de los que son pero no están en mi nómina.
De momento, voy a pasarme la noche viendo cortos de Larry Semon -slapstick del bueno- para terminar con "El silencio del mar (1948), el único titulo de Jean-Pierre Melvile que no había visto, y "Tres habitaciones en Manhattan" (1962), la despedida de Marcel Carné. Que otros se queden con Woody Allen.
Un abrazo.

10 | Javier Memba - 01/10/2010 - 23:44

Hola Mirta Aurelia:
Siento no haberte podido contestar antes. No tienes qué disculparte por nada de lo que digas en esta bitácora. Una de las cosas más interesantes de la cinefilia es cambiar impresiones sobre las películas que nos emocionan. Siempre es un placer tener noticias tuyas.
Claro que me gusta, y la aplaudo como una obra maestra incuestionable, "Blade Runner". Es más, el monólogo final de Roy Batty (Rutger Hauer) -"He visto cosas que vosotros no creeríais: naves en llamas más allá de Orión, Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir"- me parece una de las sentencias más conmovedoras jamás pronunciadas en la pantalla. Sin llegar a tanto, la trilogía de "Matrix" también me gustó mucho y creo que fue injustamente denostada por la crítica.
En cuanto a Chaplin, me quedo con el de "Luces de ciudad" (1930), una auténtica metáfora sobre la ceguera del amor y "Monsieur Verdoux" (1946), donde se muestra cínico en lugar de sentimentalista. Creo que subyace algo reaccionario en esa negación de lo nuevo en aras los valores tradicionales de "Tiempos Modernos" (1935), sintetizada en la huida hacia el campo de Charlot con Paulette Godard en el plano final.
Un saludo.

11 | MIRTA AURELIA - 11/10/2010 - 17:11

HOLA JAVIER:
Gracias por tus palabras!!! Que suerte que consideres a "BLADE RUNNER" como obra maestra. Aqui se la considera como un cine que remonta al cine negro frances y para muchos fanaticos es cine de "culto" una gema que Ridley Scott supo hacer antes de sus tremendos exitos en Hollywood.Con respecto a "The Matrix" me referia la la primera, sus secuelas me decepcionaron. Quisiera compartir una opinion contigo y con los demas cinefilos que visiten tu blog, los espectadores en general, la audiencia muchas veces teme decir lo que le gusta y expresar su opinion, se sienten presionados por el peso de los criticos de cine y muchas veces sienten verguenza, por temor a ser considerados "incultos" o "vulgares ". Aqui hay una expresion que se le otorga a los filmes de Hollywood "pelicula pochoclera" filmes como "Avatar" o "titanic" solo por dar un ejemplo y la diferencia con el cine no comercial o cine "arte" o "de autor" que se exhibe en circuitos no populares. HAY ALGO QUE ME PARECE MUY INJUSTO, siempre mencionan a los "directores" como si fueran los unicos responsables. Que hay de los directores de fotografia? montajistas? guionistas? vestuaristas? diseñadores de produccion? musicos? y no sigo porque la lista es infinita. hay algo que es importante mencionar la DIFERENCIA ENTRE EL CINE REFLEXIVO Y EL CINE COMO EXPERIENCIA DE LOS SENTIDOS. LA LECTURA RACIONAL Y LA LECTURA EMOCIONAL, algo que aplica a todas las artes visuales.
GRACIAS POR PRESTAR ATENCION A MIS PREGUNTAS.
SALUDOS!!!

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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Javier Memba en 2009

 

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Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

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Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

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Una guía clásica de la ciencia ficción

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70 años de la revista Tintín

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Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

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Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

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Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

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Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

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El guionista de Dos hombres y un destino

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Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

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Viajes a la Luna en la ficción

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Ochenta años de "El sueño eterno"

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Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

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Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

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Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

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La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

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Eliseo Reclus atisba su quimera

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France Gall y el doble sentido

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Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

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Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

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