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El insolidario

Los mejores cuentos de miedo (II)

Archivado en: Cuaderno de lecturas "Antología de cuentos de terror"

Foto: Javier Memba

El segundo tomo.

Entre Charles Dickens y M. R. James discurre el segundo volumen. Ese escritor fantástico que también fue Dickens, del que ya pude dar cuenta en Para leer al anochecer[1] e imagino en El hombre atormentado y la oferta del fantasma, es el que se manifiesta en Una extraña entrevista. Aunque no se trata de un cuento de Navidad, como es el caso de El hombre atormentado..., el planteamiento argumental es el mismo de éste último y su protagonista -el casero Mark Hansel- es otro de esos grandes avaros de Dickens, si bien, algo menos miserable.

Londres está asolado por la peste y Hansel se encierra en su casa junto con el resto de los inquilinos del inmueble. Aunque los postigos cubren las ventanas y todo está cerrado a cal y canto, la epidemia penetra en el lugar y comienza a llevarse a todos los vecinos de la finca hasta un total de nueve. Ante este panorama, Hansel recibe la visita del Diablo. Tras llevarle mediante un prodigioso viaje a una de sus mansiones, El Maligno le ofrece grandes riquezas si vierte un veneno en las aguas de la capital inglesa que habrá de dar muerte a todos los londinenses. Hansel se niega y el Diablo le anuncia que habrá una décima víctima en su casa.

De nuevo en ella, aunque el casero intenta convencerse de que todo ha sido un sueño prodigioso, lo cierto es que está convencido de estar viviendo sus últimas horas cuando recibe la visita de su sobrino. Un "calavera" que se ha introducido por una trampilla del tejado para darle un sablazo y, además del dinero de la caja -que le exige a punta de cuchillo-, quiere llevarse el vino de Mark Hansel.

Cuando el casero vuelve a despertar tras un nuevo sueño descubre el cadáver de su sobrino. Él ha sido la décima victima que habría de haber en el domicilio tal y como El Maligno anunció. Habida cuenta de la moraleja que entraña el final, casi huelga decir que Dickens, ya sea realista o fantástico, siempre es un puritano.

* * *

El fantasma de madame Crowl, ya hablamos de los textos del Joseph Sheridan Le Fanu, es otra de las grandes piezas aquí reunidas. En sus páginas, el narrador -una anciana- refiere la historia a unos personajes que le escuchan. A la larga no son otros que los lectores mismos mediante. Un procedimiento tan habitual en Le Fanu como en el resto de los cultivadores del género gótico.

Siendo dicha narradora una joven, entró a servir en una casa solariega de la que era señora la siniestra anciana a la que alude el título. Sobre ella pesa un leyenda: setenta años antes, mató al hijo que su marido tuviera en un matrimonio anterior, un muchacho al que se dio por desaparecido al poco de llegar la Crowl a Applewale -la casa en cuestión-.

Una noche, recién muerta madame, su espectro se le aparece a la muchacha que fuera la narradora. Sin embargo, no es la joven quien interesa a la aparición, sino una puerta disimulada tras un armario de la alcoba en que descansa. A la mañana siguiente, cuando se abre la puerta, que en efecto existe en el lugar que el fantasma buscara, aparecen los restos mortales del hijastro de la arpía.

Un extraño suceso en la vida de Schalken el pintor es arte mayor. Leído en un par de ocasiones con anterioridad, esta tercera me reafirma en mi idea de que Sheridan Le Fanu es uno de los mejores escritores de novela de miedo de todos los tiempos. Más aún, Un extraño suceso... es el mejor relato de terror de cuantos he leído al margen de autores y géneros. Gótica pura, el autor mezcla en ella el tema del alma en pena, lo sobrenatural en definitiva, con algo tan terreno como los amores que se lleva el paso del tiempo a cuenta de una simple palabra mal dicha en un momento dado.

Tras hablarnos de una misteriosa mujer que aparece en una extraña obra de Schalken, propiedad de la familia del narrador desde que el artista se la regalará al bisabuelo del conductor del relato -como se ve, el procedimiento narrativo es muy parecido a la pieza anterior, si bien en está ocasión esta al servicio de una nueva genialidad-, se nos remite a los días en que el artista era aprendiz de un tal Gerard Douw. Estando enamorado de la sobrina de éste, cierta tarde que se ha quedado solo en el estudio, maldice ante las dificultades que le plantea un trabajo. Acto seguido escucha una carcajada y aparece tras él un hombre vestido a la antigua usanza de Flandes. Pese a que el ala de su sombrero cónico oculta su rostro, no es difícil imaginar en el misterioso intruso -que dice haber llegado para verse con Douw- al Diablo.

La noche siguiente, cuando Vanderhausen, el insólito visitante se encuentra con Douw, el joven Schalken es enviado a vender unos lingotes de oro del misterioso personaje. Será la exorbitante cantidad que Vanderhausen entregue a Douw por la mano de su sobrina. La única condición para cerrar tan fabuloso trato es que el artista acepte inmediatamente, lo que hace tras superar ciertas dudas. Una vez cerrado el acuerdo, cuando Schalken se asoma a la ventana para ver marcharse al curioso personaje, para su asombro y fascinación mía, pues éste me ha parecido uno de los detalles más inquietantes del texto, no ve salir a nadie.

Una semana después de la primera entrevista, Rose parte con el que habrá de ser su esposo. Schalken -en otra observación digna del talento del autor- tras dos o tres días sin ir por el taller regresa a él para conseguir "trabajar con mucho mayor empeño que antes: el estímulo del amor había dejado paso al estímulo de la ambición".

Los meses se suceden sin que Douw tenga noticias de su sobrina, cuando extrañado pregunta por Vanderhausen en la dirección de Rotterdam que éste les dejara, allí nadie sabe nada de él. Las únicas noticias que obtiene de su espeluznante sobrino político se las das un cochero. Este asegura que vio perderse a Vanderhausen y su bella dama -quien tenía los ojos llenos de lágrimas y "las manos encogidas por el miedo"- junto a una siniestra comitiva que vino a buscarles en las sombras de la noche.

Tiempo después, cuando el maestro y su discípulo se encuentran cenando en su estudio, Rose irrumpe precipitadamente en él. Esta muy asustada. Tiene mucha hambre, mucha sed y dice que los muertos y los vivos no pueden estar juntos. Pero sobre todo, les suplica que no la dejen sola ni un momento. En un instante de debilidad, que es olvidada esta última advertencia, la puerta de la alcoba, donde la reaparecida descansa junto a cierta horrorosa presencia, se cierra. Schalken y su maestro intentan en vano abrirla. Cuando, después de forcejear azuzados por los terribles gritos que escuchan al otro lado, consiguen volver a entrar, la alcoba está vacía.

Al cabo de los años, al asistir al entierro de su padre en Rotterdam, nuestro pintor se queda dormido en la iglesia donde se encuentra la cripta que habrá de acoger los restos mortales de su progenitor. El espectro de Rose le visita en sueños. "No había nada horrible, ni siquiera tristeza en su semblante. Esbozaba aquella misma sonrisa picaruela que había seducido al artista en los años felices de su primera juventud", escribe Sheridan Le Fanu. Tras seguir a la aparición hasta una cama, Schalken descubrirá a Vanderhausen en el lecho.

La mañana siguiente, nuestro hombre es encontrado en una cripta de similares características a la cama en cuestión.

Además de la belleza de su argumento, que al igual que en La habitación viene a conjugar lo sobrenatural con las miserias más terrenas -en este caso la fácil renuncia al amor-, el autor, que aquí demuestra ser uno de los grandes góticos -hay que insistir-, es capaz de crear una atmósfera en verdad inquietante mediante sugerencias, sin truculencia alguna.

En cuanto a El vigilante, la única pieza de Sheridan Le Fanu que me era desconocida, hay que apuntar que su propuesta gira en torno a la experiencia del antiguo capitán de fragata -James Barton- que, de regreso a Dublín, se dispone a casarse con la hija de un general. Así están las cosas cuando un extraño comienza a vigilarle. Ni siquiera en el encierro en su residencia logra evitar el acecho de su misterioso observador. Nada ni nadie consiguen salvarle del inquietante seguimiento. Convertido en una auténtica obsesión, no sólo hace que el inminente enlace se retrase, sino que también está a punto de costarle la razón.

Totalmente aislado del mundo exterior, el capitán parece recuperarse bajo los cuidados de su prometida, en el retiro de la aislada posesión de su suegro, cuando su novia se encapricha de un búho que aparece misteriosamente en el lugar. El cariño que el pájaro inspira a la joven es directamente proporcional a la antipatía que le profesa el capitán. Tanto es así que, en su última noche, sueña que el búho se encuentra cerca y ordena a su criado que corra a buscarle. A tal efecto, el sirviente deja sólo al amo -algo que no hace ni siquiera un instante a lo largo de todo el día, para mantenerle así a salvo del vigilante- y este pequeño descuido es aprovechado por alguien para dar muerte a Barton. El crimen se nos cuenta mediante la intuición de él que tiene el criado, mediante las sombras que ve moverse "a través de una especie de montante destinado a aumentar la iluminación en las horas de luz".

Unas líneas más adelante se nos explica el misterio en base a una "relación culpable", mantenida con la hija de uno de sus subordinados. El marinero en cuestión, castigó a la muchacha con crueldad y está murió tanto de los amores no correspondidos por Barton como del dolor del castigo impuesto por su padre. Posteriormente, como el marinero se condujo con "marcada insolencia" con su capitán, éste -aguijoneado igualmente por el trato que el insolente subordinado dio a su hija- le impuso "los terribles y arbitrarios castigos" con los que la Marina de Guerra sabía hacer guardar su disciplina. No obstante lo cual, el desdichado padre consiguió escapar, yendo a morir en un hospital de Lisboa a consecuencia de los correctivos aplicados a bordo. Este último apunte me da pie a entender que Barton ha encontrado la muerte a manos de un espectro porque Lisboa es la ciudad que se le menciona cuando intenta saber quién es su vigilante.

* * *

La puerta abierta, de Margaret Oliphant está casi más cerca de ese cuento blanco que del terror propiamente dicho. Si bien es cierto que su asunto gira en torno a un alma en pena. Su protagonista y narrador, el coronel, es un hombre que alquila una casa en Escocia con fama de maldita en el lugar. Pero el paraje le ha sido recomendado por el médico para que su hijo se recupere de una dolencia. Aunque, en un primer momento, protesta porque no se le haya advertido sobre las habladurías que se dicen de ella, no le da mayor importancia al asunto y parte de viaje a Londres.

En ello está cuando le telegrafían que el muchacho ha empeorado, lo que le hace precipitar su regreso. De nuevo en su casa, se le comunica al narrador que su hijo es víctima de unas fiebres. Pero el muchacho asegura que lo que le atormenta es la voz de un espectro, que en vida fuera Willie, quien susurra al hijo del coronel "¡Oh, madre, déjame entrar!", entre otras súplicas a su progenitora.

Interesado por este asunto, que está causando un grave perjuicio a su hijo, el coronel toma cartas en el asunto y lo pone en conocimiento del cura. Es entonces cuando se forma una pequeña comisión entre algunos notables del lugar y se encamina a unas ruinas cercanas. Una vez allí, tras asistir a una serie de prodigios, el sacerdote se pone en contacto con el tal Willie y le dice que deje de asustar a la gente y vaya a buscar a su madre junto al señor porque ella nunca le cerró la puerta de casa.

Ulteriormente se nos cuenta que el tal Willie fue un muchacho que frecuentó las malas compañías y que estaba entre ellas cuando su madre murió, yendo a su encuentro uno o días después. Como la mujer ya había fallecido, Willie se arrojó al suelo suplicándola que la dejara entrar en casa, las ruinas en donde el alma de Willie penaba. La escena fue tan intensa que se quedó grabada en el lugar, llegando a atormentar al hijo del coronel.

Hay algo en este relato que ha venido a recordarme a El sexto sentido (1999), la película de M. Night Shyamalan.

* * *

La mujer alta, de Pedro Antonio de Alarcón, es otra de las grandes sorpresas que me ha deparado esta antología. La tipa en cuestión no es otra que un heraldo de la muerte que se le aparece al protagonista en los aledaños de la madrileña calle Jardines. Sin referirnos más prodigio que el pavor que le causa a su protagonista la mujer, el autor consigue hacer uno de los mejores ejemplos de literatura de terror española que he tenido oportunidad de leer.

La historia está narrada por Gabriel, un amigo de su protagonista -Telesforo X, muerto en 1860-, durante una reunión de ingenieros en una fuente de la sierra de Guadarrama. Fue Telesforo un hombre avezado en las sombras de la noche que nunca temió a los misterios que éstas entrañan a no ser que se tratara de una mujer sola.

Ante este panorama, una noche que el ingeniero regresa a su casa tras haber perdido en una timba de cartas, avergonzado por tener que pedirle a su padre dinero para pagar sus deudas, observa en la calle de Peligros a "una mujer muy alta y fuerte, como de sesenta años de edad, cuyos malignos y audaces ojos sin pestañas se clavaron en los míos". Aterrorizado ante la visión, Telesforo se vuelve para comprobar si la mujer le sigue y, en efecto, camina detrás de él. Tras librarse de ella recurriendo a una argucia con un sereno, cuando el ingeniero llega a casa le anuncian que su padre ha muerto.

Tres años después, el ingeniero vuelve a encontrarse con la mujer alta. Esta vez viene de despedirse de su amante, porque acaba de publicarse la noticia de su inminente boda, y se topa con ella en la plaza de Santa Ana. Cuando el ingeniero se abalanza sobre ella y le pregunta qué quién es y por qué le sigue, la mujer responde que es el Demonio, le escupe en mitad de la cara y se escapa por la calle de Huertas. Cuando Telesforo llega a su casa, se le anuncia que su novia ha muerto.

Alejado Gabriel de Madrid durante un tiempo, tiene noticia de que Telesforo es víctima de una grave ictericia. Cuando regresa a la capital, su amigo ha muerto. Al asistir a su entierro, reconoce a la mujer alta de la misma forma que ella le reconoce a él y le señala con su abanico, aunque acaba desdeñándole y alejándose entre las sepulturas.

* * *

La carta octava de Bécquer -además de en aquella lectura de Las cartas desde mi celda, que tanto placer me causó en la adolescencia- ya me era conocida con el título de Las brujas de Trasmoz. Anunciada como "una historia verídica", es la referida a Dorotea, la sobrina de mosén Gil, un santo varón. Condenada a la miseria por las caridades del cura, quien prefiere dar a los pobres lo poco que tiene, Dorotea será tentada por una bruja, de la dinastía a la que alude el título. Ésta le propondrá que eche una pócima en la pila de agua bendita.

A partir de entonces, todas las noches, misteriosas mujeres la tejerán los más hermosos vestidos. Dorotea no tarda en casarse en tanto que la desdicha cae sobre el pueblo. Sorprende que el mal quede impune, la falta de moraleja en una historia más atrayente por lo bien que escrita está que por lo que en ella se cuenta.

***

En cuanto a El desconocido, de Ambrose Bierce, tengo que dispensarle otro de los aplausos más grandes que me han merecido las piezas aquí antologadas. Ambientada en ese oeste tan caro a su autor, sus protagonistas son unos jinetes que pernoctan alrededor de una hoguera en el desierto después de cabalgar durante dos semanas "sin ver más seres vivos que serpientes de cascabel y sapos cornudos". Hasta ellos llega un desconocido que surge de la oscuridad y comienza a contarles la historia de cuatro hombres que cabalgaron treinta años antes por ese mismo lugar hasta ser descubiertos por los apaches. Perseguidos por ellos, buscaron refugio en una cueva.

Cuando los indios se apostaron en su salida, quedaron completamente atrapados en la gruta. Siendo morir de sed o desollado por los apaches su única alternativa, el primero de los cuatro hombres decidió suicidarse -en un momento de la narración verdaderamente brillante- sus compañeros le siguen, pero es el narrador quien les da muerte...

Como desde el comienzo del relato el narrador se ha estado refiriendo, de un modo obsesivo, a sólo cuatro jinetes pretéritos, uno de los que le ha escuchado le acusa de ser un traidor por no haberse dado muerte tras haber matado a sus compañeros. El capitán de los oyentes recuerda entonces que muy cerca del lugar se encuentra la tumba de cuatro blancos, cuyos cadáveres fueron encontrados treinta años antes sin cabelleras y terriblemente mutilados por los indios.

Cuando el narrador vuelve a desaparecer en la oscuridad tan misteriosamente como se dejó ver para empezar a contar su historia, sus oyentes comienzan a especular con la posibilidad de que fueran cinco los jinetes pretéritos.

Sin embargo, cuando el centinela del grupo que ha asistido al relato da cuenta al capitán de tres extraños jinetes que ha estado observando en las inmediaciones, he creído comprender que el narrador de la historia, al igual que los jinetes observados por el centinela, eran los fantasmas de quienes cabalgaron treinta años antes.

* * *

            La casa del juez, la pieza de Bram Stoker, es, junto con El entierro de las ratas, una de las mejores que he tenido oportunidad de leer de este autor, siempre sobrevalorado. Al igual que en El entierro, los roedores juegan un papel determinante en el asunto. Malcolm Malcolmson, su protagonista, es un estudiante que busca un lugar especialmente apartado para preparar sus exámenes. A tal efecto, haciendo oídos sordos a la maldición que según los lugareños pesa sobre la finca, alquila la casa de un juez, muerto mucho tiempo antes del comienzo del relato, conocido por la crueldad de sus sentencias.

En las primeras noches de estudio, Malcolmson observa una incesante actividad de las ratas que habitan tras las paredes de la casa. El ajetreo cesa cuando una rata, especialmente grande y descarada, sale de su cubil para mirarle desde el respaldo de una silla. Aunque el estudiante le arroja algunos de sus libros para espantarla, el animal permanece impasible hasta que es la misma Biblia el tomo que Malcolmson le tira. Sólo entonces la rata corre asustada.

Cuando el estudiante pone al corriente del hecho a los vecinos del pueblo, al decirles que el rodeador trepa por la cuerda de la campana de alarma de la casa, éstos le dice que dicha cuerda es la misma que utilizaba el verdugo para ahorcar a las victimas del juez.

Tras una nueva aparición de la misteriosa rata que interrumpe todas las noches sus estudios, Malcolmson se siente impelido a observar los cuadros que acaba de limpiar la señora que le atiende. Una de dichas pinturas es un retrato del magistrado y lo muestra en toda su maldad. Pero lo que más llama la atención del estudiante es que sus ojos son una réplica exacta de los de la rata. Asimismo, el juez aparece sentado en la misma silla desde la que la rata observa a Malcolmson. Tras volver a reanudar su trabajo, el estudiante siente un repentino terror. La gran rata está descolgando la cuerda de la campana de alarma. Más tarde, cuando Malcolmson vuelve a mirar al cuadro: el juez ya no está allí. Ahora se encuentra en la silla favorita de la rata mientras prepara un nudo corredizo. Las otras ratas, que salen en tropel acaban por hacer sonar la campana de alarma. Pero cuando los vecinos acuden a la casa del juez, que vuelve a estar dentro de su retrato, el estudiante ya ha sido ahorcado por el magistrado.

* * *

Según apunta el mismo Llopis, Montague Rhodes James, latinista y siempre entregado a actividades de más enjundia literaria supuestamente, concibió su textos como parodias del género. Ésa ha de ser la causa de que las suyas me hayan parecido las piezas peores entre tanta excelencia. Prueba inequívoca de la petulancia con la que escribe es que en un par de casos crea su relato a partir de una frase apuntada en un texto elevadísimo.

Ése es el caso de Había un hombre que vivía junto a un cementerio, que "es la frase con que Mamilius comienza su cuento de trasgos y fantasmas en la escena primera del acto segundo del Cuento de invierno de Shakespeare" (Llopis). El mismo Rhodes introduce la afirmación de Mamilius en un relato que, particularmente, me ha decepcionado. Resulta a la postre que el hombre en cuestión abandona la casa que habitaba junto al camposanto. Será su nuevo inquilino el verdadero protagonista de la pieza. Durante el entierro de una vieja con fama de bruja y de avara, John Poole -el vecino del cementerio- aprecia que el cura, antes de que la tumba sea cerrada, arroja a ella un objeto tintineante mientras pronuncia las palabras: "perezca contigo tu dinero".

A la mañana siguiente, los feligreses se quejan al cura del mal estado de la sepultura. Esto me da a entender que Poole ha abierto la tumba para hacerse con el objeto. Su posesión le lleva a caer en un inusitado alcoholismo. Ya en la última y tormentosa noche, el espectro de la vieja lo visita buscando aquello que ella le ha quitado.

* * *

Un episodio en la historia de la catedral, también de Montague Rhodes James tiene como epígrafe al más largo de los libros proféticos del Antiguo Testamento. Una frase del Isaías XXXIV, 14 -"Y el sátiro gritará a su compañero"- es la que da pie al relato. Contado por el sacristán mayor de la catedral de Southminster -un tal Worby- a un erudito que tiene que hacer unos trabajos en el templo -un tal Lake-, su asunto gira en torno a unos hechos de los que Worby fue testigo siendo un niño.

Se acometieron entonces unos arreglos en el templo para los que fue necesario desmantelar su coro. Hecho esto se descubrió una tumba que mostraba una grieta. Ya andando en un flash-back, tras la extraña ruptura del traje de una investigadora que visitó entonces el templo, Worby y un amigo introducen un royo de papel en la ranura. Cuando lo vuelven a extraer comprueban estupefactos que una parte ha sido arrancada por algo que ellos creen lleno de pelos. A dicho ser son atribuibles los inquietantes aullidos que abruman a la vecindad en las noches y lo penoso que resulta el verano a los ancianos del lugar.

Finalmente, cuando los albañiles que llevan a cabo las reformas se ven obligados a abrir la sepultura, sale de ella "algo negro con una masa de pelo, dos piernas debajo y una luz que brillaba en sus ojos". Pero esto se nos cuenta después, mediante un diálogo de Worby con su padre. En el momento de la apertura del sepulcro, sólo se nos habla de un espantoso estruendo.

* * *

El diario de Mr. Poynter ha sido el relato de Rhodes que más me ha interesado. Su protagonista es un bibliófilo: James Denton. Acaba de mudarse a una casa recién construida, en el solar que ocupara otra ya derruida, y se hace con el manuscrito referido en el título en una subasta porque en sus páginas se habla de aquella primera vivienda.

Cuando la tía de Denton -con la que vive nuestro protagonista- deja caer asustada uno de los volúmenes al descubrir en él a una tijereta, el tomo se abre por una página a la que hay unida un extraño tejido mediante un anticuado alfiler. Uno y otra quedan fascinados con el estampado del retal, cuyas ondulaciones se asemejan a las del pelo humano. Tanto es así que deciden imitarlo en las cortinas de su nuevo domicilio. En ello está Denton cuando le dicen que se trata de un tejido medieval. Asimismo, el encargado de confeccionarle la réplica le hace saber la repulsión que el trabajo le ha causado a su empleado.

Leyendo en la cama con las cortinas ya instaladas, Denton comienza a tener la sensación de que alguien le observa detrás de ellas. La noche siguiente, leyendo en su sillón, cuando cree que acaricia a su perro con la mano, resulta estar tocando a uno de esos seres peludos, que tanto interés despiertan en Rhodes, que tras haberse arrastrado por el suelo le mira amenazante. La forma se va materializando más y más hasta que, cuando Denton intenta huir, consigue desgarrarle.

Ya instalado en un apartamento alquilado, Denton lee las dos páginas del diario sujetas por el alfiler. En ellas, un tipo que responde al apellido de Casbury, un amigo de Poynter, habla de un hombre "vividor", que es como se llamaba entonces a los borrachines. Charlett era su nombre, estaba dotado de gran belleza y era especialmente sensible al cuidado de su cabello. El pelo precisamente fue lo que le arrancaron cuando, misteriosamente, apareció muerto de un día para otro.

Tras una primera inhumación, dos años después, al ser transportado su féretro al panteón familiar, la caja se abrió accidentalmente y se descubrió que estaba llena de pelo. Pelo que en vida le sirvió de modelo para los cortinajes que cubrieron las ventanas de su casa.

 


[1] Acaso sea Para leer al anochecer el relato más próximo a ese terror fantástico que tanto busco en mis lecturas de un tiempo a esta parte de cuantos me han sido dados de Dickens. Aquí se nos propone la reunión de unos correos -"criados"-, en una localidad de Suiza, puestos a referir historias asombrosas en medio de una pequeña discusión sobre la existencia de entidades sobrenaturales. El primero de los correos refiere la experiencia de una recién casada -Clara- trasladada con su marido a una residencia de Nápoles. Ya instalados, la señora comienza a ser víctima de unas depresiones. Su marido la insta a distraerse recibiendo a gente. No obstante, ella se muestra muy reacia a las visita del enigmático signore Dellombra, quien, en efecto, acabará secuestrándola por métodos sobrenaturales.

                La segunda historia, expuesta por otro correo, tiene como protagonista a un tal James. Durante un viaje, nuestro hombre cree que se le ha aparecido el fantasma de su hermano gemelo, John, quien, en un encuentro previo, se ha separado de James aduciendo encontrarse mal. Más tarde, al visitar a John en su lecho de muerte, éste confirmará a James lo que él cree solo una ilusión al decirle en sus últimas palabras: "James, me has visto antes, esta noche..., ¡Y tú lo sabes!".

 

Publicado el 8 de enero de 2011 a las 01:15.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

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