Archivado en: Cuaderno de lecturas, Frankenstein
Mi favorita, de entre las novelas de H. G. Wells, es La isla del doctor Moreau (1896). Aún tengo reciente la revisión de todas las adaptaciones cinematográficas, de las que ha sido objeto, conservadas en mi tesoro filmográfico: La isla de las almas perdidas, que Erle C. Kenton estrenó en el 32 sobre un libreto del gran Waldemar Young; una extraña, pero muy sugerente, versión filipina dirigida por Fernando León en 1959 bajo el título de La isla del terror; las dos homónimas del original, la de Don Taylor del 77 y la de John Frankenheimer del 97; e incluso la interesantísima La isla de los hombres peces (1979), que tangencialmente toca a Wells tanto como a Lovecraft. En fin, una tarea tan grata que la duda de si Moreau es el patriarca de los mad doctors ,frente a su incuestionable decano, el barón Frankenstein -título que en la novela no ostenta en ningún momento-, me ha abrumado. Unida esta duda al viejo deseo de releer Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), aguijoneado el pasado Día del Libro con motivo del asiento que dediqué a la gran Mary Shelley en esta misma bitácora, pero que me venía reconcomiendo desde que empecé a ser consciente de haber visto la mayor parte de las adaptaciones cinematográficas de este clásico de tantas cosas, me he decidido a volver sobre tan celebrado texto.
Publicado el 31 de diciembre de 2020 a las 03:30.