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El insolidario

Que la tierra le sea leve al gran Jacques Rozier

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                                             Muerto el viernes pasado -es de suponer que agobiado por las estrecheces económicas puesto que en 2021 fue desahuciado de su domicilio-, Jacques Rozier nació en París en 1926. Tras formarse en el Institut de Hautes Études Cinematographiques, se emplea como ayudante de dirección de Jean Renoir en French cancan (1955). Brillante cortometrajista de ficción -Langage de l'ecran (1947), Une épine au pied (1954), Rentrée des classes (1955) y Blue jeans (1958)-, desarrolla paralelamente una actividad, igualmente apreciable, como documentalista para la televisión.

                   Su primer largometraje, Adieu Philippine (1962), es saludado por la crítica como una de las grandes cintas de la Nouvelle Vague, pero el público no le dispensa su favor. Esto estigmatizará la filmografía del realizador, que a partir de entonces sólo podrá emplazar su cámara muy de tarde en tarde. No por ello, Du coté d'Oruet (1969), su segundo largometraje, presenta la más mínima concesión a la galería. De hecho, siempre fiel a la independencia de su obra, el gran Rozier acabó siendo un marginado en los canales habituales de distribución.

                   Sólo conocido -y admirado- en los círculos cinéfilos, acabó partiendo hasta con la Cinemateca Francesa -también en 1921, mal año para el cineasta- , cuando ésta se disponía a dedicar un ciclo al conjunto de su filmografía.

                   Los párrafos que siguen son la reproducción del artículo que dediqué a la obra maestra de este gran cineasta en La Nouvelle Vague: la modernidad cinematográfica (T&B Editores, 2009). Que la tierra le sea leve al autor de una de las cintas más hermosas que he tenido oportunidad de admirar en mi ya larga experiencia cinéfila.

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Publicado el 4 de junio de 2023 a las 06:15.

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Que la tierra le sea leve al gran Godard

Archivado en: Inéditos cine, Nouvelle Vague, Jean-Luc Godard

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               (Publicado originalmente en Zenda Libros el cinco de julio de 2020)

                       Heterodoxo dícese del disconforme con las prácticas comúnmente establecidas (la ortodoxia). Así las cosas, se debe apuntar que Jean-Luc Godard es el mayor heterodoxo de toda la historia del cine, la manifestación cultural más importante del amado siglo XX. Ya en el arranque de su filmografía, arremetió contra la ortodoxia de la gran pantalla con el mismo ímpetu que Odile (Anna Karina), Franz (Sami Frey) y Arthur (Claude Brasseur) irrumpen a la carrera en el Louvre en Banda aparte (1964). Todavía es ahora cuando aquella secuencia sigue contando entre las más hermosas y entrañables del parnaso cinéfilo.

            Fumista para quienes empecinados en las formas de narrar más simples no le entienden y le desprecian como el profano en la pintura desprecia el arte abstracto, Godard es al cine lo que James Joyce a la novelística de la centuria pasada. Sus rupturas -con la percepción de la continuidad, con la construcción tradicional de los caracteres dramáticos, con la dirección habitual de actores, con las fronteras que separan los distintos géneros...- constituyen unos hallazgos narrativos que bien pueden compararse a lo que fueron en su momento los de David W. Griffith y Orson Welles. De ahí que sus influencias abarquen desde Bertolucci hasta Lars Von Trier.

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Publicado el 13 de septiembre de 2022 a las 14:30.

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Que la tierra le sea leve a Jean-Paul Belmondo

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                   Cuando Godard lo descubrió en un escenario y le convirtió en protagonista de su cortometraje Charlotte et son Jules (1958), Jean-Paul Belmondo ya tenía la nariz rota a consecuencia de su efímera experiencia como boxeador. Pese a que en los montajes teatrales en los que participaba siempre daba vida a personajes secundarios, el realizador, tan intuitivo como genial, vio en Belmondo al que habría de ser el más típico de los antihéroes presentados por la Nouvelle Vague.

                   Hijo rebelde del prestigioso escultor Paul Belmondo, el futuro actor vio la luz por primera vez en Neully-sur-Seine (París) el 9 de abril de 1933. Estudiante en el Conservatorio parisino antes de participar en giras teatrales que le llevan a provincias, ya en su debut en la pantalla interpretaba un célebre monólogo en el que se encuentra el origen de Michael Poiccard. Colaborador, a raíz de aquel trabajo, de algunos representantes del "cine de papá" -Marc Allégret (Una rubia peligrosa, 1958), Marcel Carné (Les tricheurs, 1958)-, que llamó el gran Truffaut, con un injusto despreció a la pantalla francesa que se aplaudía entonces, el nuevo cine que fue la Nouvelle Vague vuelve a reclamarle en la persona de Chabrol, quien le incluye en el reparto de Una doble vida (1959).

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Publicado el 6 de septiembre de 2021 a las 22:15.

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Un guión de Marguerite Duras

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            No suelo leer guiones por la sencilla razón de que son obras incompletas, cuya lectura sólo concierne a los responsables de la película de la que son el embrión. Incluso esos falsos libretos, que no son sino descripciones de lo mostrado en los planos de la cinta -quiero recordar los del gran Godard, traducidos en 1973 por Miguel Marías para la colección el Libro de Bolsillo de Alianza Editorial- dejaron de interesarme cuando, al cabo de los años, pude ver los filmes en cuestión.

            Ésa es desde entonces mi regla, a la que sólo he hecho una excepción: Hiroshima mon amour, el guión que Marguerite Duras escribió en 1959 para la película del mismo título del gran Alain Resnais. Fue en febrero de 2003, mientras escribía mi libro sobre la Nouvelle Vague. Pero, tanto o más que por lo que aquella excepción pudiera aportarme en aquel momento, me decidí a leer el libreto de Hiroshima mon amour por lo estrechamente ligado al cine que estaba el Nouveau Roman, la nueva novela francesa de finales de los años 50. Tanto fue así que Alain Robbe-Grillet y la propia Duras -dos de sus principales exponentes- acabaron desarrollando sendas filmografías, más que considerables, como realizadores. Transcribo las notas de entonces:

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Publicado el 5 de junio de 2020 a las 22:30.

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Anna Karina, siempre bailando el Madison

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            La pantalla ha dado pocas simbiosis tan fructíferas y perfectas como la habida entre Jean-Luc Godard y Anna Karina. Musa del más rupturista de los cineastas de la Nouvelle Vague mientras estuvo casada con él (1961-1967), gracias a ello, Anna inspiró igualmente a una buena parte de los discípulos del maestro, es decir, una buena parte de lo mejor del cine europeo de autor de los años 60.

 

            Nacida Hanna Karin Blarke Bayer en el Copenhague de 1940, se inició como modelo publicitaria en su ciudad natal siendo apenas una niña. Trasladada a París en 1958, en la capital francesa posará para diversas revistas de moda. De nuevo en Dinamarca, interpreta un cortometraje publicitario: Pigin og skoene. Pero será en su segunda visita a Francia cuando, respondiendo a un anuncio insertado en la prensa -por el que Godard busca una protagonista para El soldadito (1960)-, cuando la joven danesa conozca a su futuro marido. Pese a la prohibición de la cinta, Michel Deville ya sabe de las excelentes dotes de Anna para la comedia agridulce y la incluye en el reparto de Esta noche o nunca (1960).

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Publicado el 15 de diciembre de 2019 a las 18:00.

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Que la tierra sea leve a Agnès Varda

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            Hace apenas unas semanas, asistiendo a una proyección de Los espigadores y la espigadora (2000), comprendí que más pronto que tarde tendría que escribir estas líneas que me ocupan. En una de sus secuencias, aquella en la que Agnès Varda conduce para ir al encuentro de sus entrevistados, repara en que los inequívocos signos de la vejez que muestran sus manos le anuncian la inminente llegada de La Parca. Y ahora, que la vida de esta gran cineasta ha quedado sumida para siempre en el último fundido a negro, antes que sus obras maestras de ficción -Cleo de 5 a 7 (1962), La felicidad (1965), Una canta, la otra no (1977), Sin techo ni ley (1985)- me vienen a la cabeza sus documentales sobre la memoria: Les demoiselles ont eu 25 ans (1993), Las playas de Agnès (2007). Estimo especialmente los dedicados a su marido, el gran Jacques Demy. En uno de ellos: Jacquot de Nantes (1991), escuché a Varda una frase que de la que he hecho una de las máximas por las que se rige mi vida: "La verdadera dicha es el recuerdo".

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Publicado el 29 de marzo de 2019 a las 15:45.

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Anna Karina sigue bailando el Madison

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            Parece ser que el gran Truffaut fue el responsable de que Claudine Huzé cambiase su nombre por ese de Marie Dubois con el que protagonizó para él Tirad sobre el pianista (1960). Una mujer es una mujer (1961), de Jean-Luc Godard, y Jules y Jim (1962), una nueva colaboración con Truffaut, se sucedieron en los comienzos de su filmografía. Unos años antes, aunque no figura en los créditos, la entonces incipiente actriz ya había participado en Le signe du lion (1959), el primer largometraje de Eric Rohmer. En las innumerables ocasiones que he visto y revisado estas tres películas, he llegado a la conclusión de que la de Marie fue una de las sonrisas más luminosas de la Nouvelle Vague. Hace algunas semanas, tras la noticia de su fallecimiento, tuve oportunidad de ver algunas de sus últimas fotografías y comprobé, con la misma nostalgia que verificó como se desintegra cuanto de una u otra manera constituyó mi mitología, que en el otoño de esta actriz, como en el del común de los mortales, su gracia se había eclipsado. Pero había algo más que el desmoronamiento de aquella sonrisa.

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Publicado el 5 de diciembre de 2014 a las 01:15.

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Recordando al gran Truffaut

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            Hoy se cumplen treinta años de la prematura muerte del gran François Truffaut y a mí me viene a la cabeza lo cierto que resultó ser ese anuncio, que el maestro hizo en el 80, acerca de que se retiraría cuando se implantara el vídeo. A la postre, eso fue lo que pasó hoy hace tres décadas.

            Y ahora, que sus actores están viejos y también el video ha sido desplazado por los nuevos procedimientos. Ahora, que las películas en puridad ya no lo son -se trata de archivos que no se ruedan, sino que se graban con una cámara-, es cuando la pentalogía de Antoine Doinel -Los cuatrocientos golpes (1959), Antoine et Colette (su episodio de El amor a los 20 años fechado en 1962), Besos robados (1968) y Domicilio conyugal (1970)- me sigue pareciendo las visión más equilibrada del sentimiento amoroso, desde que nace hasta que se extingue, de toda la historia del cine. Más aún, junto con el Poema 20 de Pablo Neruda -"es tan corto el amor y es tan largo el olvido"-, el ciclo Doinel es el retrato más certero del sentimiento amoroso de toda la cultura del siglo XX.

            Ya en la gloria que su sin par filmografía le dispensó, creo que el gran Tuffaut ha quedado como un cineasta romántico. Esa modernidad, con la que la Nouvelle Vague irrumpe en la historia del cine para un marcar un antes y un después de ella, en él escasamente duró un par de cintas -Tirad sobre el pianista (1960) y Jules et Jim (1962)- que, por otro lado, también son historias de amor. Porque el maestro, incluso cuando rodaba un relato criminal -La novia vestida de negro (1968), La sirena del Mississippi (1969)-, éste llevaba implícita una historia de amor.

 

            Maestro igualmente de filmófilos -la cinefilia y el cine de autor también nacieron con la Nueva Ola francesa-, yo estimo especialmente al gran Truffaut porque su amor al cine -expreso en textos como El cine según Hitchcock (1967) o Las películas de mi vida (1975)- marcó el mío de forma indeleble. Y yo, que tengo en las películas la redención de la realidad, hoy no puedo dejar de evocar aquel primer verso de la canción que le dedicó Aute tras su fallecimiento: "Recuerdo bien aquellos cuatrocientos golpes de Truffaut".

Publicado el 21 de octubre de 2014 a las 11:30.

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Balzac en la Nouvelle Vague

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            Las lecturas de William Faulkner a las que alude Patricia Franchini (Jean Seberg) en Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1960), la estrecha colaboración de Alain Resnais con Marguerite Duras y Alain Robbe-Grillet o la labor del gran Chris Marker dentro de Editions du Seuil... Entre otras muchas cosas, admiro tanto el cine de la Nouvelle Vague, en bloque, porque, grosso modo, es el más literario que la historia registra.

            Tanto afán de libro en la generación que inauguró el cine moderno, acaso tuviera su máxima expresión en la adaptación de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury llevada a cabo por el gran Truffaut en 1966, donde unos juramentados para salvarlos de la quema se aprenden de memoria su texto favorito y así legarlo a la posteridad. Basta con echar un vistazo a la entrada anterior de esta bitácora para darse cuenta de la estimación que siento por Bradbury, uno de los grandes de la literatura fantástica del amado siglo XX. Sin embargo, de entre todas las citas bibliográficas de la Nouvelle Vague, me quedo con las referidas a la obra del novelista más grande de la centuria decimonónica, el suprarrealista por antonomasia, mi venerado Honoré de Balzac.

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Publicado el 29 de marzo de 2014 a las 09:00.

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Dos cintas de Mur Oti y un apunte acerca de la moralidad de los travelíns según Godard

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            Supe del famoso travelín de Cielo negro (1951) en los albores de mi cinefilia. Ya entonces me llamó la atención que, mediante este procedimiento, Manuel Mur Oti siguiera a Susana Canales -su Emilia en aquella película- desde el Viaducto hasta San Francisco el Grande. Siendo ese tramo de la calle Bailén uno de los lugares del mundo que más aprecio, y estando ya convencido de aquella sentencia del gran Godard que reza que todo travelín es una cuestión moral -porque es una responsabilidad ética del cineasta decidir qué ve y cómo lo ve el espectador-, ya entonces me llamó la atención que el travelín más famoso del cine español -y como el de Truffaut por la playa de Los cuatrocientos golpes (1959) siguiendo a Antoine Doinel (Jean-Pierre Leaud), estudiado en las escuelas de cine del extranjero- discurriera por una de las zonas de Madrid que me son más queridas.

            Pero el melodrama no es un género para cuando se tienen veinte años por muy aprendiz de cinéfilo que se sea. A esa edad apenas se sabe de la alternancia entre las sonrisas y las lágrimas que son la base del género y que, con tanto acierto, nos señala el profesor Echo (Lon Chaney) de El trío fantástico (Tod Browning, 1925) como la esencia misma de la vida. Cuando se tienen pocos años -o poca experiencia cinéfila- sólo interesan las películas resueltas con diligencia. Se exige concreción y rapidez a los argumentos. Al menos, yo así lo hacía.

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Publicado el 22 de octubre de 2013 a las 15:45.

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Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

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Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

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Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

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Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

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Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

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La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

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Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

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Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

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De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

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