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Asuntos pendientes

¿Puedes imaginar un mundo sin Internet?

Archivado en: día de internet, fundetec, relato

Cuarenta internautas de Europa y Latinoamérica ya lo han hecho dejando su aportación en el relato encadenado 'Salto al vacío', una iniciativa de Fundetec, miembro del Comité de Impulso del Día de Internet, celebrado este lunes.

La historia imaginaria, que ninguno de nosotros quisiéramos ver convertida en realidad, por el bien de nuestra vida social, laboral, familiar... por el bien de nuestra vida en general, tiene su origen en el Madrid del año 2030. Los protagonistas son Lucas, un corredor de bolsa, y su mujer, Julia, que trabaja en una multinacional de telecomunicaciones. Juntos se enfrentan al fin de la Red y a la incomunicación más absoluta:

"Después de 18 largos años en el mercado laboral seguía sin acostumbrarse a madrugar, pero ese día había tenido un sueño inquieto y el sonido del despertador le cayó encima como un mazazo. 6:00 horas. Lunes. 8 de abril de 2030. Hoy le esperaba un día duro (todos los lunes lo eran, y más en la Bolsa de Madrid). Consiguió espantar el sueño y, tras besar a Julia, se encaminó a la ducha.

Había conocido a su mujer cuando ambos trabajaban en TecnoLimit, una multinacional de las telecomunicaciones. De eso hacía ya 12 años, pero Julia mantenía su puesto en el departamento financiero, mientras él había dado un giro a su vida convirtiéndose en corredor de bolsa.

Cuando, a las 6:45 horas, Lucas salía ya por la puerta y Julia terminaba su croissant, ninguno de los dos sospechaba que estaban a punto de experimentar un inmenso salto al vacío. Era cuestión de tiempo que ambos descubrieran lo que estaba sucediendo en la ciudad... Una avería de dimensiones apocalípticas había dado al traste con el funcionamiento de Internet y amenazaba con hacerla desaparecer para siempre.

¿Qué sería de tantas empresas, de tantos empleos, de tantas personas que dependen de ella?

Vivir a las afueras les obligaba a utilizar el coche para ir a trabajar, pero tenía una ventaja: el trayecto de 45 minutos les permitía ponerse al día de la actualidad de la jornada. Cuando Lucas encendió la radio de su BMW eléctrico, lo primero que oyó fue: "¡Se ha esfumado, ha desaparecido y está ocasionado un tremendo impacto mundial!". Lucas estaba extrañado: ¿De qué estarán hablando? Rápidamente cambió de emisora y escuchó la noticia más inverosímil de toda su vida: "...Como les hemos adelantado hace unos minutos, las comunicaciones a través de Internet han sufrido una avería de proporciones insospechadas y catastróficas. Los principales mandatarios mundiales están en estos momentos en contacto telefónico para dar las primeras pautas a la población para paliar el caos. Se recomienda localizar en las tiendas de antigüedades aparatos de fax, se solicita a las oficinas de correos que hagan acopio de sellos, a las papelerías que se provean de bolígrafos, lápices, gomas de borrar, y millones de paquetes de folios y sobres. Se ruega a los periódicos y revistas que aumenten sus tiradas, que se reediten ediciones de enciclopedias, mapas mundiales y toda clase de guías. Al personal sanitario farmacéutico y de herboristerías se les pide que tengan suficientes existencias de tranquilizantes y relajantes, al menos para los primeros días. Por último, hacen un llamamiento para que no cunda el pánico y se recurra a los ancianos de las familias, para informarse de cómo se vivía y se trabajaba sin Internet y asumir que, por difícil que parezca, es posible".

El atasco de entrada a la ciudad era de proporciones gigantescas. Los coches, parados, coreaban una sinfonía de cláxones sin descanso. Los más modernos, gracias a su impulsión hidromagnética, se elevaron unos metros para contemplar la situación, pero, rápidamente, una patrulla de la Guardia Civil acudió para reconvenir a los más osados.

Su CleverPhone, la última generación en telefonía unipersonal, de repente, se apagó. Las pantallas de OMONLED de la autopista parpadearon durante unos segundos y quedaron muertas, sin emisión. La radio del coche enmudeció. Desde hacía años, la radio ya sólo funcionaba a través de Internet. Habían pasado los tiempos de la FM y la Onda Media, la Radio IP había conseguido recortar los costes de puesta en marcha y mantenimiento de manera espectacular. Y lo mismo ocurría con la televisión. Todo estaba metido en la Red. Internet era la base.... y, ¿se había ido al traste?

Era el principio del caos. Un caos que amenazaba con arrasarlo todo, desde San Francisco hasta Osaka, desde Tembleque hasta Estocolmo. Un caos para el que la humanidad no estaba preparada. ¿Qué había podido ocurrir?

No había avanzado ni 400 metros cuando tuvo que frenar bruscamente. El panorama era dantesco: miles de bocinas, gritos, humo y algún que otro exaltado que, harto de esperar en su coche a que los semáforos comenzaran a funcionar y la circulación se reactivara, optaban por abandonar su vehículo en medio de la autopista y hacer su ruta andando. Aquello le recordó a Lucas a una película que viera años atrás sobre cómo el calor, el caos y un arma pueden convertir a un hombre normal en un potencial asesino. Sintió un escalofrío que le recorría el cuerpo... Malos presagios cruzaron su mente.

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Julia, mientras tanto, trabajando desde casa (como lo hacía el 70% de la población mundial), intentaba acceder a los datos financieros de su empresa sin conseguir nada. Mientras seguía intentándolo, recordaba que algo parecido le sucedía a su padre 60 años atrás cuando trataba de conectarse a través de algo llamado módem a las primeras BBS. Él siempre decía que era como el principio de las comunicaciones entre ordenadores, y ella le escuchaba maravillada, pues su padre siempre se emocionaba contando esas historias.

¿Qué estaba pasando?, se preguntaba. ¿Habría un fallo en la estación satelital de la luna que actúa como repetidor de su señal de Internet, o sería un fallo de la empresa que recientemente había contratado como servicio de outsourcing?

Julia trató de comunicarse telefónicamente con Lucas, pero fue en vano... Con la caída de Internet, la telefonía móvil estaba colapsada y el mundo entero incomunicado.

Ya nada era igual, nada volvería a ser igual. La adaptación de la sociedad a los sistemas de comunicación global había llegado hasta los últimos rincones del planeta. La conexión entre empresas, las relaciones entre profesores y alumnos, las compras diarias, y hasta los libros y los medios de comunicación ya sólo utilizaban Internet como canal y como herramienta. Pero todo se había roto de repente, sin previo aviso, sin que hubiera habido tiempo de preparar un sistema alternativo, un plan B que contrarrestara los efectos negativos de la caída de la Red.

En todo el planeta la tensión era máxima. La Casa Blanca trataba de convocar una reunión de urgencia, las líneas aéreas cancelaban todos sus vuelos, los expertos aseguraban que la economía sufriría una caída tan espectacular que nadie se atrevía a vaticinar su final. Otros hablaban de la pérdida total de buena parte de la cultura y del conocimiento humano, acumulados durante años solamente en la Red. En las calles, los ciudadanos comenzaban a sentirse inseguros y buscaban ansiosamente cubrir sus necesidades más básicas. Cada uno empezó a considerar al otro su enemigo en este nuevo escenario de supervivencia.

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Finalmente, Lucas consiguió llegar a la oficina. Trató de identificarse para acceder al edificio, pero el lector de iris no funcionaba. Lo intentó de nuevo con idéntico resultado. En la puerta se iban acumulando empleados que, como él, veían frustrado su intento de iniciar su jornada laboral. El caos era cada vez mayor. Querían una explicación, querían saber qué hacer, cómo debían tomarse esta situación. Lucas estaba esperando un mail muy importante de uno de sus mejores clientes, un magnate estadounidense que le había encargado la compra de 50.000 acciones de uno de los buscadores más visitados de Internet. Pero de momento, tenían las manos atadas. Decidió coger de nuevo el coche y regresar a casa, con su mujer. Si algo tenía claro era que, sucediera lo que sucediera de ahora en adelante, quería vivirlo a su lado.

Entretanto, Julia, en vista de las proporciones apocalípticas de la situación a la que se enfrentaban, decidió prepararse mentalmente para afrontar el radical cambio que amenazaba a su vida tal y como ella la conocía: tenía que comprobar qué era capaz de hacer sin necesitar las nuevas tecnologías. Localizó en el trastero su antigua bicicleta y se lanzó a pedalear para tratar de abstraerse de la realidad. Desde que era una niña, Internet había sido algo consustancial a su vida, como la electricidad lo fue para sus padres y abuelos. Imposible imaginarse vivir sin la Red. Quizás el fin del mundo había llegado. Recordó una vieja película, Mad Max, que describía un mundo donde la sociedad ha dejado de existir...

Cuando las crisis sobrevienen, la gente busca alternativas y, en muchas ocasiones, se reinventa y hace cosas realmente importantes y novedosas. Ésa era la parte buena que tenía esta situación, o así, al menos, quería verlo Julia. Trataba de ver como algo positivo la necesidad de volver a "humanizar" las comunicaciones y las relaciones con sus clientes, con sus amigos... Habría que volver a la televisión analógica. Las oficinas de correos volverían a colapsarse. Los niños conocerían cómo vivían sus abuelos, sus bisabuelos...

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Cuando llegó a casa, Lucas se asustó al no encontrar a Julia por ningún lado. Encontró una nota manuscrita en la mesa de la cocina: "Cariño, he intentado llamarte, pero me ha sido imposible contactar contigo. He salido a dar un paseo con la bici para tratar de ordenar mis pensamientos. Si quieres encontrarme, estaré en la laguna. Te quiero".

De repente, un torrente de pensamientos acudió en tropel a la cabeza de Lucas. ¿Cuántos días soleados nos hemos perdido por estar enganchados a Internet y a las demás cadenas de la tecnología móvil? ¿Cuántas horas de trabajo al día, con esto del "always-on"? ¿Cómo sería la vida cuando no tenían esta inmensa dependencia tecnológica? Ya ni siquiera recordaba cómo era la letra de Julia, tan pulcra y redondeada... ¿Cómo sería la sensación de regresar a los orígenes, a lo analógico, a lo básico?

En otro momento hubiera agradecido quizás un momento de desconexión de la rutina de ese "Mundo-IP", pero esto no se trataba de un simple corte del sistema. ¡No funcionaban ni los servicios de emergencia! No podían quedarse de brazos cruzados. ¡Tenían que hacer algo! Si al menos pudieran contactar con Arpabot, la entidad cuasi-inteligente a cargo del mantenimiento de la Red mundial... ¡Un momento! Recordaba haber coincidido, en cierta ocasión, con un directivo de esta entidad en uno de sus viajes a Houston. ¿Dónde diablos habría apuntado su teléfono y su mail? ¡Oh, cielos! Aun en el caso de que los encontrara, ¿cómo diablos iba a poder utilizarlos?

"De acuerdo", pensó Lucas, "las redes IP (aquellas sobre las que se basa Internet) no funcionan, ¡pero las redes telefónicas, las X25, y otras podían seguir funcionando!" Pensó en su cuñada, Clara. Tal vez ella podría solucionarlo.

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Clara era la hermana soltera de Julia, y vivía en el centro de la ciudad. Era un cerebrito. Estudió Ingeniería Tecnológica en Informática de Gestión y Sistemas, y fue la primera de su promoción. La noche anterior se había acostado tarde, a causa de un problema interno de su compañía. Aún remoloneaba en la cama, ajena a todo, cuando el timbre insistente de la puerta le obligó a levantarse. Al abrir, se encontró de frente con dos individuos desconocidos. "¿Señorita De la Riva? Somos del Departamento de Inteligencia Tecnológica Informática del CNCC. Tenemos un gran problema y necesitamos su ayuda. Por favor, déjenos pasar y se lo explicaremos todo".

El Centro Nacional de Comunicaciones Convergente era una de las grandes agencias de la Unión Europea, capaz de rastrear cualquier comunicación electrónica. Cuando le hubieron explicado la situación se mostró tensa, nerviosa. "¿Que nos quedamos para siempre sin internet? No puede ser, señores. ¡Estamos en 2030! Vayámonos, hay que solucionar este problema cuanto antes".

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Mientras tanto, el caos seguía apoderándose del planeta. La economía mundial se había, literalmente, hundido. Las pantallas de las sedes de las grandes bolsas mundiales permanecían en blanco, pero los horrorizados brokers no necesitaban los gráficos titilantes para saber que las acciones de todas y cada una de las empresas por las que habían apostado habrían tocado fondo. La bolsa no había sufrido tanto desde el año 2010, cuando los griegos y otros países mediterráneos habían sido expulsados del euro, adonde no habían vuelto hasta hacía cinco años. El desconcierto era enorme. China comunicó que las empresas situadas en su territorio quedaban nacionalizadas temporalmente, y Estados Unidos dictó medidas para salvar sus intereses.

Los hospitales eran otro cantar. Por fortuna, los equipamientos médicos funcionaban en redes de área local privadas e independientes de Internet, así que conservaban su operabilidad. Sin embargo, las bases de datos de todos los pacientes se habían perdido, y ya comenzaban a llegar los primeros heridos por diversos accidentes. Los médicos estaban inquietos. ¿Cómo sabrían sus alergias, sus historiales? ¿Cómo accederían a los autodiagnósticos? Tampoco podrían ceder el control de los cirujanos-robots a los auténticos expertos, diseminados por el mundo...

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Cuando Clara llegó al CNCC y le comunicaron que una invasión de ratas había destrozado varios cables de comunicaciones en el centro de comunicaciones de Madrid, no se lo podía creer. "¿Pero no habían comprobado que allí no estaba localizado el problema?" Le explicaron que los servidores no registraban ninguna incidencia, pero al parecer, se había producido un "lupus virtual", que no reconoció la ruptura de conexión y empezó a atacarse a sí mismo, propagando la enfermedad, nodo a nodo, por toda la ciudad, el país, el mundo...

Parecía increíble que todo hubiera empezado ahí. Rápidamente, los efectivos del CNCC se pusieron manos a la obra. Gracias a los avances de la nanotecnología atomo-nuclear trabajaron durante horas sin descanso para reconfigurar las conexiones y reparar los nodos. De repente, un pitido ensordecedor comenzó a oírse en todo el centro. Todos mantuvieron la respiración. Estaba claro que se encontraban en un momento crítico del proceso, el momento en el que iban a descubrir si sus esfuerzos habían dado fruto... Y por fin, el pitido cedió y dio paso a un bip-bip continuado. Las luces de los servidores centrales se encendieron. Las pantallas de los ordenadores comenzaron a funcionar. Los "clics" se sucedían, como si el cementerio tecnológico de dispositivos allí alojados hubiera vuelto a la vida.

La euforia se desató entre todos los expertos allí congregados. Clara lanzó un grito de triunfo: "¡¡¡Sííííí!!!" ¡¡Lo habían logrado!! Habían conseguido restaurar el mundo tal y como lo conocían. Internet volvería a funcionar y, con ella, la humanidad recuperaría su ritmo vital. Tenía que hablar con Julia. ¿Qué habría sido de ella y de Lucas?

*******

Julia estaba tumbada en la hierba, mirando ensimismada hacia la laguna, cuando su teléfono sonó. Lo había cogido por inercia antes de salir de casa, pero se había olvidado por completo de su existencia. De ahí que su sonido lograra sobresaltarla. "¿Julia, estás bien?", dijo Clara. Y pasó a explicarle todo lo sucedido.

Al instante, tomó su bicicleta y pedaleó con todas sus fuerzas hasta su casa. Ignoraba si Lucas se encontraba allí. Abrió la puerta y comenzó a llamarle a voz en grito. Lo encontró en el estudio, revisando un libro de redes de telecomunicaciones. Estaba tan enfrascado en su lectura, tratando de dar con la clave que pusiera fin a la catástrofe, que al oír su nombre dio un brinco. Se abrazaron con fuerza, como si temieran perderse. La intensidad de lo vivido hacía que las horas transcurridas desde el momento en que se levantaran inocentemente aquella mañana, como tantas mañanas de tantos días, parecieran haberse convertido en años.

Informado del desenlace de la crisis, Lucas tomó con ansia el mando de la tele, aún con miedo a que no funcionara. ¡Pero se encendió! La pantalla mostraba al presidente del Gobierno tranquilizando al país. Todo había terminado. Cambió de canal: la Casa Blanca emitía también un comunicado explicando el fin de la catástrofe. Una cadena informaba de la progresiva vuelta a la normalidad en los aeropuertos. En otra, las bolsas recuperaban su actividad...

Esto le recordó el mail que estaba pendiente de recibir... ¡Tendría que volver al trabajo! Pero no. Eso podía esperar. La angustia que habían vivido les hacía merecerse un descanso, dedicarse un rato a sí mismos. Todo lo sucedido les había hecho reflexionar. Y mucho. La tecnología era la base que sustentaba las economías y las sociedades de este avanzado siglo XXI, pero no podían olvidar que la vida era algo más que redes, sistemas, pantallas y dispositivos. Y no podían permitirse depender hasta ese punto de ellos para seguir viviendo. En cierto modo, el salto al vacío experimentado en las últimas horas les invitaba a plantearse una vuelta a los orígenes, a hacer las cosas con más naturalidad, sin tanta programación, dejando una puerta abierta a la espontaneidad.

"¡Te invito a cenar!", dijo Lucas. "Vamos a La Tarantella. Seguro que su horno de leña ha seguido funcionando, y los spaguetti carbonara de Gennaro seguirán siendo tan deliciosos como siempre. ¿Que no hemos reservado? ¡Ni lo vamos a hacer! ¡Viva la improvisación!

Ya en el restaurante, brindaron con un blanco del país y se miraron como si se descubrieran por primera vez. Julia estaba hermosísima, con su copa en la mano y un vestido negro de noche, a lo Audrey Hepburn en 'Desayuno con diamantes'. Sonreía, con ojos brillantes y una mirada pícara.

Lucas empezó a notar que otros comensales le observaban. De repente, todo a su alrededor se hizo silencio y sólo percibía el latido de su corazón. Conforme iba personalizando las caras, se dio cuenta de que muchos eran conocidos suyos: algunos compañeros de trabajo, algún vecino con el que había intercambiado interesantes conversaciones, incluso un grupo de compañeros de la facultad a los que no veía desde hace años... En ese preciso instante se prometió que, a partir de ahora, celebraría todos los 8 de abril como un nuevo cumpleaños, como una vuelta a la vida, a una nueva vida en la que no volvería a olvidarse de las cosas realmente importantes".


P.D.: Más información en la página web www.fundetec.es/diadeinternet2010.

*Fundetec en Facebook.

Publicado el 18 de mayo de 2010 a las 08:30.

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¿Y si me quedo sin Twitter?

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Todavía recuerdo la revolución que supuso en mi vida la llegada del correo electrónico -con una cuenta de Hotmail, claro-, o el messenger, aquellos muñecajos verdes que un día me presentó mi ciber amigo Joe. Me pasaba horas en el aula de Informática de la Facultad, porque entonces lo de tener Internet en casa era todavía un pequeño lujo. Antes, en el Instituto, había pasado totalmente de las nuevas tecnologías. No me interesaban. ¿Un disquete? ¿Qué es eso?

Los emails y el chat pronto comenzaron a ofrecerme nuevas formas de comunicación con los demás. Me ayudaban a perder la timidez, porque digamos que una delante de la pantalla perdía la vergüenza. Era más fácil teclear las letras que vocalizar, sobre todo cuando había que sacar temas complicados.

Llegó la conexión con el mundo, repleta de ventajas, pero sí, nos ha hecho cambiar, hay que reconocerlo, para bien, y para mal.

Ahora, Facebook, Twitter, Tuenti y otras redes sociales, nos amplían todavía más el abanico de opciones para relacionarnos con el mundo exterior. Es más, tengo que reconocer que estas vías me han ayudado mucho en mis respectivos puestos de trabajo a la hora de encontrar a personas, cuando necesité informarme o también para adquirir contactos.

Lo que no aguanto es el uso exagerado que se hace de estas redes, publicando una entrada, o un 'tweet', o como se diga en cada caso, cada 20 segundos, para contarle a todos qué te está pasando: "Me acabo de comer un cocido", "Hoy el mundo es una mierda", "Me ha dejado Mari Pili", "Me ha salido un grano en la cara"... No sé, creo que a lo mejor lo que sucede es que no dispongo de tanto tiempo libre para estas cosas, o quizás ocurra que soy demasiado pudorosa o demasiado seca. La cuestión es que, lo respeto, pero me parece muy absurdo y hasta ridículo tener este hábito, con la de cosas importantes que se pueden realizar en ese tiempo invertido.

Pero los números, que me asustan, hablan solos. Según datos de Alexa, Google, Facebook, MSN, YouTube y Yahoo se encuentran en el 'top 10' de las webs más visitadas en Europa, al lado de otras como Wikipedia o Blogger.

Es más, Facebook se convirtió por primera vez durante toda una semana en el portal más visitado de EE.UU., entre los días 6 y el 13 de marzo, hace apenas dos meses.

Más datos que me impresionan. Dice ContacLab que cada día se reciben en España un total de 350 millones de emails. O lo que es lo mismo, cada uno de los 15,7 millones de usuarios de la web recibe diariamente 23 correos. Para abrir los mensajes, el 12% de los internautas emplea dispositivos móviles, como Smartphone, iPhone, Blackberry...

Y aquí viene mi reflexión: ¿Realmente queremos vivir tan conectados? ¿Disfrutamos con ello? ¿Somos conscientes de nuestra dependencia? ¿Es sano? Creo que, de vez en cuando, conviene hablar cara a cara, cerrar Facebook, Twitter, Tuenti, Yahoo, Hotmail, Skype... y apagar el iPhone o el aparatejo en cuestión, para convertirnos, aunque sólo sea durante unos minutos, en las personas que un día fuimos.

 

Publicado el 14 de mayo de 2010 a las 12:45.

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Patricia Costa

Patricia Costa

Asuntos Pendientes. ¿Cuántos tienes tú? En este blog recogeré mi punto de vista y breves reportajes sobre temas sociales y todo tipo de desigualdades, centrándome especialmente en la mujer.

Nací en Redondela (Pontevedra), en 1981. Soy doctora por la Universidad de Vigo (con la tesis 'El tratamiento de la violencia machista y la lucha por la igualdad en la radio pública. Análisis del programa 'Tolerancia Cero' de Radio 5. Propuesta de modelo'), Master en Radio por la Universidad Complutense de Madrid y licenciada en Publicidad y RR.PP (UVIGO). 

Comencé en Radio Galega, en Deportes, y desde 2007 soy colaboradora de Radio Nacional de España. Actualmente trabajo en los espacios 'Abierto hasta las 2' (Radio 1), 'Tolerancia Cero' y 'Tendencias', ambos en Radio 5. Además, soy redactora del semanario Gente en Madrid desde 2006, en este momento cubriendo la información relativa a la capital.

En 2009 gané el premio Carmen Goes de Periodismo en la modalidad de Radio por un reportaje sobre la ablación que podéis escuchar en este programa de Tolerancia Cero.

Y en junio de 2013 el XV Premio Tiflos de Periodismo de la ONCE en la modalidad de radio por un reportaje sobre los recortes en la universidad.

Por otro lado, la Academia de la Radio otorgó a 'Tolerancia Cero' el premio Teresa de Escoriaza en febrero de 2014.

 

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