El cazador cazado y la grandeza de la disculpa
Archivado en: Rey, monarquía, cacería, Corinna Zu Sayn Wittgenstein, Botsuana
No se sabe a ciencia cierta, aunque se intuye, si el Rey salía a las tantas de la madrugada del bungalow después de haber abatido la codiciada presa, o se disponía a iniciar la cacería. Lo cierto es que la testosterona le jugó una mala pasada y un inoportuno traspié ha permitido que media España esté haciendo coña con las muescas en la culata de su regia arma. El nombre de Corinna Zu Sayn Wittgenstein corre de boca en boca y bate registros en las búsquedas de Google. Pero el desliz real es más que un asunto de sábanas y el polémico viaje ha abierto un boquete en el agrietado casco de la Monarquía de graves consecuencias que el Rey ha sabido reconducir con su pública disculpa. No se debe minimizar el daño a la imagen de la Institución aplicando paños calientes como la apelación al carácter privado del viaje, o que no ha tenido coste alguno para el erario público. La ética y la estética van de la mano y se mire como se mire, la conducta del Rey ha sido poco ejemplar. Lo de menos es si lo ha pagado. Ir a Botsuana a matar elefantes acompañado de una amiga que actúa como intermediaria, con la prima de riesgo dislocada, los mercados hundidos, Repsol expoliada y el país al borde de la intervención, es una grave irresponsabilidad y una exhibición de despropósitos que echa por tierra el trabajo de años de servicio impagable a la consolidación de la Democracia, a la estabilidad del Estado y a la consecución de los intereses de España. El celo con el que tan cuidadosamente se ha edificado el prestigio de la Corona en los últimos treinta años ha saltado por los aires dando pie a los cazadores furtivos a salir de los matojos para abrir fuego a discreción. Algunos, como Tomás Gómez, expresaron en público lo que muchos opinan en privado, que el Jefe del Estado se debía plantear elegir entre sus responsabilidades públicas y la abdicación. Puede ser exagerado aprovechar este error garrafal para intentar tumbar la Monarquía, pero la insensatez de su conducta, unido al creciente deterioro de imagen de su entorno provocada por la imputación a Urdangarín, los correos electrónicos de su ex socio que comprometen a la Infanta Cristina o la irresponsabilidad de Jaime de Marichalar por el accidente de Froilán, exigen de la Institución un cambio radical en su comportamiento y formas. No sabemos si de motu propio, aconsejado por la Reina, o porque Don Felipe ha dado un puñetazo en la mesa exigiendo de su familia la ejemplaridad a la que él nos tiene acostumbrados, pero al menos la grandeza que ha tenido el Rey al pedir perdón y reconocer su error es un primer paso y un gesto que le honra. Ha sabido rectificar a tiempo. ¡Qué lección para la clase política!.
Publicado el 16 de abril de 2012 a las 18:00.







