Un pequeño esfuerzo, una gran ayuda
Este año al que le quedan tan pocos telediarios para echar el cierre lo recordaremos como uno de los más duros que nos ha tocado vivir en nuestra historia reciente. Por el camino hemos dejado un chorreón de sinsabores. Miles de ciudadanos han perdido su trabajo; las empresas, las que aún quedan en pie, están sobreviviendo a duras penas a fuerza de drásticos ajustes en sus plantillas; los cinturones se han apretado hasta extremos desconocidos. Hemos visto la cara más amarga de la crisis, los desahucios de viviendas y su límite más extremo del suicidio. No está fluyendo el dinero que permitiría sacar de la asfixia a las pequeñas y medianas empresas y el panorama que se vislumbra a la vuelta de la esquina no induce al optimismo. En la calle las protestas han pasado a formar parte del paisaje urbano. Y sin embargo, se respira navidad, aunque sea la más austera de cuantas hayamos conocido. Las luces iluminan las calles y la resignación cede por unos días protagonismo al ambiente de fiesta. No estamos para celebraciones pero, interiormente, necesitamos aferrarnos a algo que nos haga olvidar, aunque sea por unos días, las manifestaciones y protestas en la calle, las dificultades presentes y venideras, y la desazón que nos acompaña desde que la maldita palabra crisis estalló en toda su crudeza. Dejémonos llevar por el espíritu de la navidad, aunque sea desde la austeridad. Por las redes sociales ha circulado en los últimos días una recomendación que bien podríamos asumir desde estas líneas. Hagamos un propósito, el que estas próximas fiestas sirvan, en la medida de nuestras posibilidades, para apoyar al pequeño comercio. Comprando nuestros regalos de navidad a las pequeñas empresas y a los autónomos del barrio, ya sea la vecina que vende por internet, como el artesano que saludamos al pasar, el chico del puesto del mercado o cualquier otro pequeño establecimiento o comercio que a duras penas sobrevive luchando contra el cierre. Que nuestro dinero, poco, el que buenamente podamos, llegue a la gente cercana, a la que más lo necesita. Las grandes superficies tienen recursos para mantenerse. Procuremos no pagar con tarjeta, para que las comisiones de nuestra compra no lastren las exiguas ventas del tendero del barrio y lucren a bancos y multinacionales financieras. Y sobre todo, hagamos una piña con los nuestros, los que siempre han estado ahí, formando parte de nuestra vida. Ese pequeño esfuerzo no nos cuesta nada, pero puede hacer un gran favor a los que más lo necesitan. Cuando todo el entorno es hostil, lo poco que nos queda es la libertad de poder elegir. Hagamos el propósito de que nuestra elección beneficie a aquellos que peor lo están pasando.
Publicado el 13 de diciembre de 2012 a las 17:30.