Sonrisas de colores

El año pasado expusimos fotografías de los proyectos que habíamos llevado a cabo en Ecuador, India y Nepal, en los vestíbulos de diversas estaciones ferroviarias de España. La muestra itinerante inició su peregrinaje por la antigua estación de Atocha, ésa que desde hace unos años se ha convertido en jardín tropical.

Pese a su nuevo aspecto de gigantesco invernadero, aquel espacio para mí seguía cargado de recuerdos asociados a la infancia, porque cada año, al finalizar el curso escolar, desde allí iniciábamos las vacaciones veraniegas familiares, rumbo a Málaga, la provincia natal de mi madre.

Para que sobrevivan las especies tropicales que se plantaron en el lugar que antes ocupaban las cabeceras de las vías de tren, fue preciso poblar el espacio de difusores de vapor de agua, que dan al lugar la humedad necesaria para esa exótica vegetación, propia de otros lugares. Justamente, la elevada humedad nos obligó imprimir las fotografías en planchas especiales de aluminio; porque el cartón pluma que habitualmente utilizamos, no hubiera soportado esa concentración de agua en el ambiente.

Me resultaba sorprendente ver a nuestros niños y niñas de Matruchhaya, Bal Mandir o Ecuador, con su imagen impresa a un tamaño casi natural, en el mismo lugar para mí asociado al inicio de las fantasías veraniegas; y saber que esos sueños ligados al sol y la playa, que me hacían anhelar cada año la llegada del estío, para ellos probablemente estarían definitivamente vedados.

Nirmala, Suresh, Binita, Pooja, Rohan o Amisha, no podían siquiera imaginar lo que para mí significaba el inicio de aquel viaje, en compañía de mis dos hermanos, mi madre, mi prima Carmen y mi tía María, que arrancaba de esa estación ferroviaria de Atocha. Sin embargo, ahí estaban ellos, sonrientes, reclamando hacia sí la mirada de cientos, quizás miles de viajeros, que para hacer tiempo hasta la hora de salida de sus respectivos trenes, desde los modernos andenes próximos, visitaban esa singular colección de retratos.

Cuando terminamos de montar la exposición, y el espacio que ocupaban las fotografías quedó abierto al público, sentí cierto miedo de marcharme de allí, y dejar las fotografías de nuestros niños expuestas a tantas miradas curiosas, a tantos desconocidos ávidos de contemplarlas. No temía tanto el daño que pudieran sufrir las fotografías, como la posibilidad de que cualquier desalmado injuriase de algún modo a los niños.

Regresé de incógnito con mi mujer por la tarde, y pasamos un buen rato contemplando al público, y espiando su reacción. Imposible calcular el número de personas que, entre el 22 de abril y el 22 de mayo de 2008, desfilaron ante nuestros niños. Muchísimos. Los visitantes examinaban con interés el rostro de los menores, y leían con extraña atención la escasa información escrita que acompañaba a las fotografías. Acostumbrados al visitante un tanto apresurado de museos y galerías, como nosotros mismos, capaz de digerir decenas de obras en pocos minutos, nos sorprendía el sosiego con que el público paseaba por delante de esas imágenes.

Todos los que vimos eran visitantes anónimos, en nada diferentes a cualquiera de los miles de transeúntes que deambulan por los vestíbulos de las estaciones de tren. Pero cuando ya la exposición se había trasladado a la estación de Valencia, para viajar después a las de Bilbao, Vigo, Valladolid y Málaga; supe que al menos una de las visitantes que había contemplado las fotos en Atocha no me era desconocida.

La hermana María fundó Matruchhaya hace aproximadamente 20 años, aunque el nombre le fue dado mucho más tarde (Matruchhaya en gujarati significa manto protector de la madre). Desde entonces, la verdadera vía de comunión con Dios de esta misionera ha sido la dedicación en cuerpo y alma a los niños abandonados que ha ido recogiendo en su orfanato. Cuando la hermana María dejó España, para irse a India como misionera, hace ya más de 45 años, lo hizo sabiendo que no podría regresar, salvo por fallecimiento de alguno de sus progenitores. Efectivamente tardó mucho en volver; lo hizo cuando fue avisada de que su padre agonizaba, aunque no tuvo tiempo de despedirse de él.

Después, le han permitido regresar a España en varias ocasiones. A principios de 2008 fue la última vez; estuvo visitando a la familia, en su pueblo natal de Huelva, y desde allí partió en tren hacia Madrid, hasta la estación de Atocha. Dio la casualidad de que por entonces estaban expuestas las fotografías en la antigua terminal, aunque ella no lo sabía. Una amiga que fue a recogerla, en cuya casa iba a pasar unos días, le dijo: "Antes de ir a casa, quiero mostrarte algo", y la condujo hasta el lugar en donde se exponían los retratos de los niños.

La sorpresa de la monja fue mayúscula. "¡Pero si es Kavita! ¡Y ese es Rony!", dijo la monja en voz alta, casi gritando, al tiempo que iba pronunciando, emocionada, los nombres de todos y cada uno de los niños y niñas de Matruchhaya que allí se exhibían: Raya, Jyoti, Sapana, Sima... Mucho tiempo después, cuando la vi, y me relató ese sorprendente descubrimiento en la estación de Atocha, una soleada mañana del mes de mayo de 2008, me reconoció que se le saltaron las lágrimas de emoción. Jamás hubiese esperado encontrarse con imágenes de sus niños, guapísimos y sonrientes, en semejante lugar. Algunos curiosos se la quedaron mirando, y entonces ella aprovechó para explicarles que aquellos eran sus niños, que en realidad a ella la llamaban "mami María", que todos ellos era huérfanos, pero que ella les trataba como si fuesen sus propios hijos.

El próximo lunes 1 de junio, montaremos una nueva exposición de 24 fotografías en ese mismo espacio. Estarán allí hasta el 19 de junio. Son imágenes que retratan a los niños de Sinincay, Bal Mandir y Matruchhaya; y reflejan nuestro trabajo con ellos en 2008. En esta ocasión no cabe esperar la visita la hermana María. La última vez que estuve con ella en India, en noviembre de 2008, me dijo que ya es muy mayor, y no se siente con fuerzas para regresar nuevamente a España.

Publicado el 25 de mayo de 2009 a las 20:15.