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Blog de José Luis Gutiérrez Muñoz

Sonrisas de colores

Chimborazo

Archivado en: sinincay, chimborazo, ecuador, orfanato

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El volcán Chimborazo, en plena cordillera de los Andes, con 6.310 m. de altitud, es el punto más alto de Ecuador. Los incas siempre pensaron que no existía en el mundo entero una cumbre más elevada que la de este volcán, y en cierto modo, muchos años después, la ciencia les ha dado la razón, porque aunque el monte Everest, en el otro extremo del planeta, alcanza los 8.848 m. sobre el nivel del mar, la cima del Chimborazo es el punto más alejado del centro de la tierra, debido a que nuestro planeta no es totalmente redondo.

El Chimborazo está en la misma cordillera de los Andes en la que se asienta Sinincay, pero a unos 200 Km. hacia el norte. Desde aquí, rodeados de montañas como estamos, no podemos verlo; pero todo el mundo, incluso los niños, sabe de su existencia. Es un volcán amigo, porque lleva cerca de mil años sin arrojar fuego, lava, ni cenizas a través de su cráter; y además, las nieves perpetuas que cubren su cima, proveen de agua a todas las poblaciones de las inmediaciones. Precisamente su inactividad, y su actual carácter amigable, nos servirán de argumento para el trabajo que pretendemos hacer este año con los niños y niñas de Sinincay.

Se han inscrito a nuestro curso unos 120 menores, de entre 5 y 12 años de edad, distribuidos en cuatro grupos, para trabajar con dos de los grupos por la mañana, y con los otros dos por la tarde. He visto muchas caras conocidas del año pasado, aunque otros vienen por primera vez. Llegamos a Sinincay el miércoles 1 de julio, ese mismo día conocimos a algunos de los niños y niñas que participarán en nuestras actividades, el jueves fuimos a Cuenca para comprar materiales, y el viernes ha sido nuestro primer día de trabajo con los menores. Empezamos explicándoles lo que deseábamos hacer con ellos durante este mes de julio, y a continuación Manuel, uno de los alumnos que forman parte de nuestro equipo de trabajo, les contó un cuento que él mismo ha inventado. Resumido, dice así:

"Había una vez, hace mucho tiempo, dos hermanos, llamados Erika y Christian, que vivían en una casita de ladrillos con su abuelo. Tenían cuanto necesitaban: una huerta producía ricas frutas, hortalizas y verdururas; una oveja, que comía flores de colores, les daba lana y leche, con la que hacían queso y mantequilla; y además, una gallina les obsequiaba cada día un huevo de tres yemas, que compartían el abuelo y los nietos en la cena.

Pero esa felicidad se vio interrumpida el día en que Chimborazo despertó, y empezó a lanzar fuego y cenizas por su cabeza, y chispas por sus ojos. El resto de las montañas, y todos los habitantes de la zona le miraban con mucho miedo. Las montañas vecinas, y el propio Chimborazo, empezaron a perder la cabellera blanca de hielo y nieve que cubría sus cabezas. Todas las montañas lloraban de temor, y de pena, y por ello el caudal de agua de los ríos creció y creció, hasta inundar todos los valles. La casita de Erika y Christian quedó rodeada de agua. Los dos niños pensaron que debían hablar con Chimborazo para que dejara de rugir y provocar esas inundaciones. El abuelo preparó una bolsa de equipaje, les dejó una barca, y les dijo que no tuviesen miedo de las personas malas, porque hasta el peor, podía volverse bueno si le obsequiaban un tomate, le daban un abrazo y le decían que deseaban ser sus amigos.

Durante tres días estuvieron Christian y Erika remando sin cesar, hasta que, agotados, se quedaron dormidos sobre la barca. Christian se despertó sobresaltado y vio que la barca se dirigía hacia una cascada. Rápidamente saltaron al agua y se dirigieron nadando hacia la orilla. Continuaron su viaje andando, tomando siempre como referencia el humo que salía de la cabeza de Chimborazo. Para llegar hasta el volcán, tenían que pasar un río muy caudaloso. Encontraron un puente por el que podían cruzarlo, pero tenía una puerta que estaba cerrada. Llamaron, y apareció un hombre barbudo, muy grande y gordo, que dijo ser Ramón el gigantón.

-Necesitamos cruzar el puente para hablar con Chimborazo -dijo Erika.

-Si me dais una moneda de oro cada uno, os dejaré pasar -respondió Ramón.

-No tenemos dinero -dijo Christian -pero, si no nos dejas pasar, todas las tierras se inundarán, y ya no habrá comida.

-No me importa -afirmó Ramón el gigantón, -yo tengo mucho oro, y nunca me faltará la comida.

-Pero, el oro no se come -dijo Erika.

Ramón permanecía impasible, sin permitir que los niños pudieran cruzar el puente. Entonces Christian sacó de su bolsa un tomate, se lo dio a Ramón, le abrazó, y le dijo que deseaban ser sus amigos. El gigantón se comió el tomate de un solo bocado y se echó a llorar, y entre sollozos les dijo que él no tenía ningún amigo. No sólo les dejó pasar, sino que, además, les acompañó para hablar con Chimborazo, pues según les dijo, eran viejos conocidos.

Cuando llegaron a los pies del volcán, los tres juntos gritaron:

-¿Por qué estás tan enfadado Chimborazo? ¿No te das cuenta de que estás provocando mucho daño a las montañas vecinas y a todos los que habitamos estas tierras?

Como el volcán no respondía, simplemente seguía rugiendo, los tres amigos se abrazaron a su gigantesca nariz y le metieron un tomate por la boca al tiempo que le decían en voz muy alta: "¡Queremos ser tus amigos!".

-Yo no tengo amigos, y no me gustan los tomates -contestó el volcán con una voz tan grave que retumbaba y hacía eco en las montañas vecinas. -Me he dado cuenta de que nadie me quiere. Por eso estoy enfadado.

Entonces Christian acercó una figurita de papel a sus ojos. Como no paraban de saltar chispas, la figurita, al contacto con una de ellas, empezó a arder, pero al tiempo que ardía, se movía de manera que parecía que estaba bailando. Chimborazo que contemplaba atónito el extraño espectáculo, empezó a reírse con grandes carcajadas, y desde el instante en que empezó a reír, de su cabeza dejaron de salir fuego, humo y cenizas, y sus ojos dejaron de echar chispas.

Ramón le dijo: -a partir de ahora vendré a visitarte todas las semanas. -Christian y Erika también le prometieron que serían sus amigos y que vendrían a verle una vez al año.

Un año después, allí estaban Ramón el gigantón, Erika y Christian. En esa ocasión llevaron consigo una reproducción del volcán enfadado, construida con papel, para quemarla delante de Chimborazo, y divertirse con él. Cada año se fueron sumando más niños y niñas a la fiesta. Chimborazo se sentía feliz, tenía cada vez más amigos, por eso nunca más volvió a rugir, ni a expulsar lava o cenizas desde su cabeza; por el contrario, dicen que cada año, en el momento de quemar la representación del volcán enfadado, los menores echaban al fuego los deseos que previamente habían escrito en un trozo de papel, y Chimborazo hacía que esos sueños se hiciesen realidad.

No se sabe por qué razón, esa costumbre de quemar cada año un volcán ante la mirada de Chimborazo, se perdió. Con este trabajo, pretendemos recuperar esa antigua tradición, y ver si es cierto o no que Chimborazo es capaz de hacer realidad los sueños de los niños. Así que, a partir de ahora empezaremos a construir, con cañas, cartones, papeles de periódico y cola, un enorme volcán enfadado; y el último día de estancia en Sinincay, organizaremos una gran fiesta, introduciremos en el cráter del volcán todos los deseos de los niños de Sinincay, y le prenderemos fuego, con la ilusión de que tal vez Chimborazo ayude a hacerlos realidad.

Publicado el 6 de julio de 2009 a las 17:30.

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José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz (Madrid, 1963), pofesor Titular y Director del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Grupo de Investigación UCM "Arte al servicio de la sociedad". Responsable de diversos proyectos de cooperación al desarrollo que desde 2004 vienen llevándose a cabo en orfanatos de India, Nepal y Ecuador.

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