Mahen
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En verano de 1995 mi mujer y yo estuvimos en Kathmandu por primera vez. Fue un viaje meramente turístico, que abarcó también los lugares más emblemáticos del norte de la India. Ya habíamos iniciado trámites de adopción en India, por eso, además de contemplar los innumerables atractivos arquitectónicos y paisajísticos de cuanto visitábamos, observábamos embelesados a los niños y niñas, tanto de India como de Nepal, tratando de imaginar cómo sería nuestra futura hija. En los papeles de adopción habíamos expresado que preferiríamos una niña, tan pequeña como fuera posible. Permanecimos en la capital de Nepal sólo una semana, pero fue suficiente para darnos cuenta de que era un lugar bellísimo, aunque muy pobre, y de que su gente, como la de la India, tenía un carácter especial. Nuestro periplo por la adopción terminó en 1999, y finalmente no fue una, sino dos niñas, hermanas, y de más de diez años de edad, pero eso es otra historia.
En febrero de 2006 Aurora y yo regresamos a Kathmandu, aunque ahora por un motivo diferente. Habíamos llevado a cabo dos singulares proyectos de cooperación al desarrollo en India, en el orfanato de nuestras hijas, Matruchhaya, y en Shishu Bhavan, el orfanato de Calcuta que fundó la Madre Teresa.
Ambas experiencias nos reafirmaron en la idea de que realizar actividades artísticas con los menores que habitan los orfanatos, aprovechando un periodo vacacional suyo, resultaba sumamente beneficioso para ellos, y por supuesto también para nosotros, y para los alumnos de Bellas Artes que participaban en la experiencia. Por eso quisimos extender nuestra actividad a algún orfanato de Kathmandu, sin abandonar Matruchhaya. En esa nueva visita a la ciudad, nuestro objetivo era conocer diferentes hospicios, seleccionar uno de ellos para nuestro trabajo, y lograr la implicación de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Kathmandu, para que aportara algunos alumnos, que colaboraran con los nuestros, cuando el proyecto se pudiera hacer realidad. Bal Mandir fue el orfanato seleccionado precisamente porque nos pareció el más pobre y necesitado de cuantos visitamos. La Facultad de Bellas Artes de Kathmandu, aunque con ciertas reticencias al principio, aceptó colaborar. Tuvimos la suerte de que el proyecto fue aprobado, y pudimos llevarlo a cabo ese mismo año, en septiembre, coincidiendo con sus vacaciones del Dashain.
Desde el primer momento, la ayuda de nuestro amigo Mahen resultó esencial. Él fue nuestro mentor y guía en los distintos orfanatos que visitamos, y en la propia Facultad de Bellas Artes. Mahen nació en un pequeño pueblo de montaña, bastante alejado de Kathmandu, pero con doce años de edad quedó huérfano y se trasladó a la ciudad, huyendo de la pobreza del campo. Salió adelante, e incluso, con el tiempo, logró un buen empleo, y estudió lo que pudo por su cuenta. Su propia experiencia le hizo especialmente sensible a la orfandad; por eso, cuando su situación fue holgada, y el trabajo empezó a dejarle tiempo libre, se interesó por la situación de los menores que habitaban los orfanatos de Kathmandu, y se vinculó de un modo especial con Bal Mandir. Visitaba a sus niños y niñas con mucha frecuencia, se convirtió en un benefactor del orfanato, incluso aceptó formar parte de su comité directivo, con la noble intención de tratar de mejorar la vida de esos menores. Habrán pasado ya doce años de aquello. Kalpana, una de nuestras niñas de Bal Mandir, que ahora tiene diecinueve años, dice que le recuerda perfectamente, nos cuenta que las niñas y niños de Bal Mandir le llamaban "tío", y sentían un cariño especial por él.
A Mahen no le gusta hablar de ello, pero cuando se metió de lleno en la gestión del orfanato, empezó a ver cosas que no le gustaban. Dice que el comité directivo tuvo noticia de algo muy feo, y la tibieza con que reaccionaron ante aquello, fue el detonante que le empujó a dimitir de su cargo, y a no volver a pisar por el orfanato, porque aquello le hizo enfrentarse con el resto de sus compañeros. Cuando nos condujo allí, en febrero de 2006, y nos presentó al director, nos dijo que le apenaba comprobar que todo seguía igual de mal que siempre. Pese a lo cual, nos animó a tratar de sacar adelante el proyecto precisamente en ese hospicio, aunque nos mostró otros.
Pretendíamos alojarnos en el propio orfanato, cuando llegara el momento de llevar a cabo la acción directa con los alumnos, como habitualmente hacemos en el Matruchhaya, o en otros hospicios de Ecuador en los que hemos trabajado, pero el director de Bal Mandir, y el propio Mahen, nos hicieron desistir de nuestra pretensión, y después de recorrer con detenimiento las distintas dependencias de la casa, nosotros mismos comprendimos que allí difícilmente podríamos sobrevivir durante un mes. Después de sopesar distintas posibilidades, decidimos que el mejor lugar para hospedarnos serían dos apartamentos que nuestro amigo Mahen alquilaba habitualmente. Él nunca trató de beneficiarse de nuestro proyecto, de hecho nos ayudó a buscar alojamientos durante varios días sin mencionar que él mismo disponía de esos apartamentos, que resultaban mucho más cómodos y baratos que todos los que habíamos visto. Por eso Mahen, además de amigo y consejero, ha sido nuestro anfitrión durante estos cuatro últimos años en que hemos trabajado aquí.
Publicado el 17 de septiembre de 2009 a las 10:15.